Re: Los sistemas de referencia y la ideología racionalista-matematicista

Iniciado por
Ennego Ximenis
Y el paralaje de las estrellas, ¿Cómo lo explica desde su modelo geocéntrico?
¿Y el éxito de las misiones a los distintos planetas del sistema solar?
Estimado Ennego no hay que ir tan lejos como están las estrellas para explicar los errores del geocentrismo, basta con esto
Libración
Se denomina libración al conjunto de movimientos de oscilación que presenta el disco de la Luna con respecto a un observador ubicado en la Tierra.
Se da la circunstancia de que la Luna tarda el mismo tiempo en dar una vuelta sobre sí misma que en dar una vuelta completa en torno a la Tierra con respecto a un punto fijo (lo que se conoce como período sideral, que dura 27 días, 7 horas, 43 minutos y 11,5 segundos). Eso hace que la cara vista desde la Tierra sea siempre la misma. Esto significaría que un observador terrestre solamente podría conocer el 50 % de la superficie lunar.
Sin embargo, esto no es así. Aunque el movimiento de la Luna alrededor de su eje de rotación está sincronizado con su traslación alrededor de la Tierra, estas libraciones permiten a un observador terrestre ver diferentes imágenes de la superficie lunar en momentos diferentes. De hecho, un observador terrestre podrá contemplar el 59 % de la superficie del satélite al cabo de observaciones sucesivas.
Tipos de libración.
Hay tres tipos de libración. La más importante es la libración en longitud. Esta se debe a que la órbita de la Luna alrededor de la Tierra es algo excéntrica (es decir, la Tierra no está exactamente en el centro de la órbita lunar). Eso significa que la Luna acelera su velocidad cuando está más cerca de la Tierra, y la desacelera cuando está más lejos, manteniendo constante el giro sobre sí misma, produciéndose así un pequeño desajuste entre ambos movimientos (desajuste que queda cancelado al completar la Luna su período orbital auténtico). Eso hace que la rotación de la Luna (o giro sobre sí misma) algunas veces se adelante y otras se atrase con respecto a su posición orbital (o vuelta en torno a la Tierra). La libración en longitud hace que la Luna oscile respecto a nosotros en la dirección este-oeste, con una amplitud máxima de 7°54'.
La libración en latitud es consecuencia de la pequeña inclinación del eje de rotación de la Luna con respecto a la normal al plano de su órbita alrededor de la Tierra. Al igual que el eje de rotación de la Tierra está inclinado, lo que produce las estaciones debido a la rotación alrededor del Sol, también lo está el eje de la Luna con respecto a su propia órbita en torno a la Tierra. Ello hace que la Luna aparentemente oscile en la dirección norte-sur, con una amplitud de 6° 50'. Lo que significa, para un observador terrestre, que se puede observar un pequeño sector oculto más allá del polo norte lunar y otro pequeño sector oculto más allá del polo sur lunar, alternativamente.
Por último, hay un pequeño efecto llamado libración diurna. Esta es consecuencia de la rotación de la Tierra, que lleva a un observador primero a un lado y luego a otro lado de la línea de unión entre el centro de la Tierra y centro de la Luna, permitiendo la observación primero de un lado de la Luna y luego del otro. De manera metafórica, sería como si un observador, ante la fachada de un edificio, caminara a la derecha (viendo parte de la fachada derecha) y luego caminara a la izquierda (viendo parte de la fachada izquierda), y viceversa.
La combinación de todas estas libraciones permite que un observador ubicado en la Tierra pueda ver más de la mitad de la esfera lunar, llegando a conocerse así un 59% del globo lunar mediante observaciones efectuadas desde la Tierra.
Historia y trascendencia.
Galileo Galilei observó el fenómeno de la libración lunar, llamándolo titubeo. El fenómeno físico que da lugar a la libración de latitud fue observado y anotado por Tycho Brahe, y analizado por Kepler, quedando formulado en su tercera ley, antecedente a su vez de la ley de gravitación universal de Newton.
Libración - Wikipedia, la enciclopedia libre
El fenómeno del paralaje es muy conocido y por ello muy estudiado. Lo podemos comprobar en el acto haciendo algo tan sencillo como fijarnos en cualquier objeto de nuestro alrededor y observarlo abriendo y cerrando alternativamente un ojo o el otro, con ello se da la apariencia de que cambia de posición. Y es que cada ojo ocupa una posición diferente en el rostro. De todos modos, el paralaje estelar presenta un problema, y es que cuanto mayor es la distancia aparente a los olbjetos estelares, mayor es la dificultad para establecer parámetro alguno.
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
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