PROCESO DE GALILEO

Dejando ya la parte científica de la cuestión, vamos a tratar del proceso de Galileo. En primer lugar, conviene indicar que, cuando se hace un descubrimiento científico y éste no está convenientemente justificado, aparecen científicos que con ciertas razones se oponen a admitirlo, porque no siempre los innovadores han tenido razón. Es importante también agregar que los teólogos que se oponían a Galileo no se negaron a admitir como hipótesis de trabajo que la Tierra se movía alrededor del Sol, lo cual está de acuerdo con que ese movimiento es relativo. Solamente se negaron a admitir que la Tierra se movía realmente, de manera absoluta, alrededor del Sol y esto también es cierto. El error de dichos teólogos fue a su vez el sostener, de acuerdo con las opiniones de entonces y de una falsa interpretación de la Biblia, que el Sol se movía de manera absoluta alrededor de la Tierra. Todo fue debido por tomar esos teólogos un sistema de referencia solidario a la Tierra como absoluto y, análogamente, Galileo un sistema de referencia solidario al Sol como absoluto. Según esto, ambas partes, como muchos ahora, no tenían suficientemente claro el concepto de movimiento. Es obvio que cuando en el libro de Josué se afirma que «el Sol se detuvo y se paró la Luna, hasta que la gente se hubo vengado de sus enemigos» (Jos. 10,13), se toma una referencia solidaria a la Tierra, pero no necesariamente absoluta. Por tanto, cabe una interpretación literal del versículo, semejante a la del baile del Sol en Fátima.

Es sorprendente que muchos de los que critican el proceder de la Iglesia (hace muchos años) con Galileo y la acusan de atraso científico, no ven ni quieren ver los descubrimientos de muchos cristianos –entre ellos Galileo– que forman parte también de la Iglesia. Para mayor incoherencia –por no decir hipocresía– algunos se hacen, simultáneamente, solidarios con esas críticas y se oponen hoy a la utilización pacífica de la energía nuclear. ¿No es esto atraso? Efectivamente, es un atraso que puede tener muy malas consecuencias para los países que adopten esa política. Si quieren ser coherentes deben pensar, al menos, que la Iglesia pudo tener razones muy serias para proceder así, aunque ellos no lo comprendan.

Otro ejemplo se da con esos abortistas a los que la ciencia actual les está diciendo que desde el momento mismo de la concepción hay vida humana. ¿No es esto también un atraso científico, mantenido por los intereses creados de vivir bien y eliminar problemas molestos? La Historia les juzgará severamente porque su error temerario, anticientífico e inmoral les lleva a un crimen que clama al cielo.


LA IGLESIA Y GALILEO

En la actualidad, la Iglesia ha acogido con comprensión a Galileo, como ha sido puesto de manifiesto por Juan Pablo II (a la Academia Pontificia de Ciencias, 10-11-1979) que, dirigiéndose a su presidente, decía: «Con toda razón ha dicho usted en su discurso que Galileo y Einstein caracterizan una época. La grandeza de Galileo es de todos conocida, como la de Einstein; pero, a diferencia del que honramos hoy ante el Colegio Cardenalicio en el Palacio Apostólico, el primero tuvo que sufrir mucho –no sabríamos negarlo– de parte de hombres y organismos de la Iglesia». El Papa agrega: «Para ir más allá de esta toma de posición del Concilio, deseo que teólogos, sabios e historiadores animados de espíritu de colaboración sincera, examinen a fondo el caso de Galileo y, reconociendo lealmente los desaciertos, vengan de la parte que vinieren, hagan desaparecer los recelos que aquel asunto todavía suscita en muchos espíritus contra la concordia provechosa entre ciencia y fe, entre Iglesia y mundo: doy todo mi apoyo a esta tarea que podrá hacer honor a la verdad de la fe y de la ciencia y abrir la puerta a futuras colaboraciones».

Los que maliciosamente contraponen a Galileo con la Iglesia yerran porque Galileo murió dentro de la Iglesia y decía: «La Sagrada Escritura no puede mentir jamás, pero a condición de penetrar en su sentido verdadero, el cual –no creo pueda negarse– está muchas veces escondido y es muy diferente de lo que parece indicar la nueva significación de las palabras».

Sin embargo, no caigamos ahora en el defecto contrario y vayamos ahora contra los teólogos que intervinieron en el proceso de Galileo, porque, si bien la ciencia debe tener una autonomía legítima dentro de la fe, puede ocurrir y ocurre hoy mismo, sin necesidad de referirse a la ciencia bélica, que ciertas manipulaciones genéticas con vidas humanas nos repugnen y nos lleven a oponernos a ellas por considerarlas contrarias a la dignidad humana y a la sensibilidad humana que se desprende de la fe. Pensemos que aquellos teólogos, que se opusieron a Galileo, creían que la afirmación de éste sobre el movimiento de la Tierra era contraria a la fe e inútil para la ciencia desde el momento que, pragmáticamente, aceptaban que se utilizase como hipótesis de trabajo, aunque no como realidad. La idea genial de Copérnico y Galileo fue tomar un sistema de referencia solidario al Sol.

Continuemos obrando de acuerdo con el Papa que, en la Universidad Complutense, nos decía: «La síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe… Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida».

Nada que añadir o quitar, porque estoy de acuerdo. Sólo un añadido, "SUNGENIS se equivoca."