Reflexiones a caballo del vendaval


A partir de las últimas noticias y comentarios que hemos discutido en el blog, quiero proponer algunas reflexiones. Aclaro de entrada que se trata nada más que de opiniones y, como tales, pueden estar equivocadas. Insisto, no pontifico, ni dicto cátedra, ni aconsejo. Tan sólo opino y, en todo caso, sugiero.
El cisma
Me parece que, en este momento al menos, no tiene sentido problematizarse y preocuparse por este tema. Y por varios motivos:
1. “A cada día le basta su aflicción”, dice el Evangelio. Preocupémonos en todo caso cuando llegue el momento, que si no, alimentamos tontamente la ansiedad y tendremos que desayunar diariamente puré de alprazolam para sostenernos.
2. Hace algunas semanas escribió el Carlista que un amigo suyo -cura de rito oriental-, le había dicho que la cuestión del cisma es propia de nosotros, los latinos. Y a mí también me lo dijo algunas veces ese cura, y tiene razón. Nosotros, que somos latinos, tenemos metido en la cabeza el derecho canónico, la cuasi idolatría pontificia y algunos vicios más, y vivimos preguntándonos si hay cisma, si excomunión, si suspensiones, si podemos dar un paso o medio paso, y medimos con centímetros los grados de heterodoxia que alguien pueden permitirse, etc.
A nosotros, los laicos de a pie, la cuestión del posible cisma no debe interesarnos demasiado ni mucho menos quitarnos el sueño. Nuestro fin es la salvación del alma. Tenemos en nuestras casas la Biblia y el Rosario, y los domingos siempre tendremos algún cura giróvago, medio suspendido, medio excomulgado, no importa mucho, que nos celebre los sacramentos, y con eso es suficiente. ¿Para qué meternos en otras cuestiones? A otras tareas hemos sido llamados que no la de picapleitos canónicos. El señor que ocupa hoy la sede petrina es absolutamente circunstancial. Actuemos como actuaban los cristianos medievales: cada uno en su casa, con el cura de su parroquia, y se acabó. Nuestros pesares y preocupaciones nos vienen porque el mundo moderno nos acribilla minuto a minuto con información que, a mi entender, es bastante anti-natural: saber al instante lo que está sucediendo en Roma, salteándose de ese modo 14.000 km. de distancia y de tiempo. Yo sé que cuesta aislarse, y mucho más a mí que vivo publicando en este blog los desaguisados papales, pero tratemos de poner alguna valla natural.
Qué hacer
Las decisiones prácticas son prudenciales y, por tanto, conciernen a cada uno según su buen entender y virtud. Yo solamente sugiero algunas medidas.
Frente al vendaval en el que estamos y previendo ya la cellisca que se avecina, yo digo:
1. Evitar, en lo posible, asistir a la misa Novus Ordo, con los distingos del caso. Una cosa es que lo celebren unos monjes con piedad, devoción y gregoriano, y otra que la celebre un cura simpaticón que se quiere hacer el canchero. Pero otra muy distinta es que la celebre un cura progre en serio, con guitarras, aplausos y triviliadades del género. Yo diría: no ir a este último tipo de misas, por una sencilla razón: no hay comunión de fe. Cuando se entra a esos espectáculos bullangueros y mundanos, la conclusión inmediata es: o ellos son católicos, o yo soy católico; ambos no podemos serlo, porque el principio de no contradicción tiene vigencia. Por tanto, como yo sé que soy católico, no puedo participar en un rito que no lo es. ¿Y te quedás sin misa dominical? Y sí, me quedo sin misa, porque eso no es una misa, y porque cuido mi alma y mi salud espiritual y mental.
No me parece sin embargo, que sean estos los casos más comunes. Es probable que al que tal le sucede, tenga cerca una capilla de la Fraternidad S. Pío X, es decir, de los lefes. Sinceramente, no entiendo a los católicos bien formados que prefieren asistir a una misa progre y no a una misa lefe, “porque los lefes tienen problemas canónicos”. Ahí está la tara latina. Resulta que el P. Lamberti que “casó” a los dos maricas no tiene problemas canónicos y se podría ir a sus misas sin cargo de conciencia, pero el P. X, que es la FSSPX y que celebra la misa que la Iglesia celebró durante más de 1500 años, como está suspendido por el papa

Francisco, no hay que acercarse, y mucho menos asistir a sus ceremonias. Discúlpenme los amigos que así actúan, pero debo decirles que es absurdo. Estando las cosas como están, ¿qué problema hay con los lefes? Tendrán sus cosas, que yo más de una vez las he criticado en este blog, pero son católicos y celebran ritos católicos. El P. Lamberti no tiene fe católica y no celebra ritos católicos. Es así de sencillo. Pero se agarran de una cuestión de estricto positivismo jurídico –la suspensión-, para no asistir, y tragarse al cura progre que dice pavadas, celebra como Piñón Fijo y cantan peor que Sabina. No los entiendo.


La opción de la ortodoxia
También se discutió en los últimos días en el blog la opción de, llegado el caso, pasarse a la comunión de la Iglesia ortodoxa.
Yo soy muy afín al pensamiento y a la liturgia oriental. Hasta me animaría a decir que soy pro-ortodoxo. Las causas de la separación con la Iglesia de Roma fueron políticas y no dogmáticas, aunque se pusieron éstas últimas como pantalla. Y, en cuanto a las diferencias dogmáticas que nos separan de ellos, no es una cuestión sencilla como espetar: “No aceptan el Filioque” o “No aceptan el primado del obispo de Roma”. Hay bastante bibliografía seria sobre el tema como para no tener en cuenta los matices. En definitiva, las cuestiones dogmáticas no me parecen decisivas. Los ortodoxos tienen fe católica –mucho más católica que la del P. Lamberti, que se mata de risa del Filioque, si es que sabe de lo que se trata-, tienen sucesión apostólica y sus sacramentos son válidos. De modo que yo –insisto, “yo”- no tendría, y no tengo de hecho, ningún inconveniente en cumplir el precepto dominical asistiendo a la liturgia de San Juan Crisóstomo, por ejemplo, celebrada en una iglesia ortodoxa por algún sacerdote ortodoxo. Eso sí, si alguien se anima a ir, no se le ocurra acercarse a comulgar porque, si lo descubren, lo sacan a escobazos.
Y ese es el punto. Yo puedo ir a una liturgia ortodoxa si lo única opción que tengo a mano es una misa latina progre, pero no como vidrio. Ni se me pasa por la cabeza la posibilidad de solicitar la comunión de Constantinopla o de Moscú. Los ortodoxos detestan a los católicos latinos. Es cuestión de cruzarse con un pope griego o, peor aún, con un pope ruso. No les van a dar ni la hora. Nos consideran, cuanto menos, herejes y muchos afirman que ni siquiera nuestro bautismo es válido. No tiene ningún sentido explorar esa posibilidad. Sería como si un miembro del IVE se planteara pasarse a Miles Christi. Salir de manos de Buela para caer en las de Ianuzzi: no es negocio.


Conclusión

Cada uno se quede donde esté, y santa paz, que de los problemas de comunión con el obispo de Roma, sede vacante, cisma, herejías y demás yerbas se ocupen los canonistas, teólogos y obispos. Nosotros, Biblia y Rosario todos los días, y el buen Dios nunca nos hará faltar algún curita que, al menos los domingos, nos proporcione los sacramentos.

The Wanderer