Por el Obispo Mark A. Pivarunas, CMRI
ElSedevacantismo es la posición teológica de aquellos católicos tradicionales que muy ciertamente creen en el papado, en la infalibilidad papal y en la primacía del Romano Pontífice, y pero no obstante, no reconoce a Juan Pablo II como legítimo sucesor de Pedro en el primado. En otras palabras, no reconocen a Juan Pablo II como un verdadero papa. La palabra “sedevacantismo” está compuesta de dos palabras latinas que juntas significan “la Silla está vacante”. A pesar de varios argumentos alzados contra esta posición — basados en la falsa idea de que el papa no puede hacer nada malo, o que es una reacción emocional a los problemas de la Iglesia — la posición sedevacantista se fundamenta en las doctrinas católicas de la infalibilidad e indefectibilidad de la Iglesia, y sobre la opinión teológica del gran teólogo eclesiástico San Roberto Belarmino.
Como introducción a este a artículo, dejemos que el católico tradicional se pregunte primeramente a sí mismo por qué es un católico tradicional. ¿Por qué no asiste a la Misa del Novus Ordo? ¿Por qué rechaza las enseñanzas del II Concilio Vaticano sobre Ecumenismo y Libertad Religiosa? ¿Por qué rechaza el nuevo código de Derecho Canónico (1983) en el cual, bajo ciertas circunstancias, los cismáticos y herejes pueden, sin abjurar de sus errores y una profesión de la Fé Católica, recibir de un sacerdote católico los sacramentos de Penitencia, Extremaunción, y Sagrada Eucaristía? Si el católico tradicional responde correctamente la primera pregunta, declararía de la manera más simple que la Nueva Misa es, sin duda alguna, un peligro para su fe y que debido a los cambios radicales en el Ofertorio y en la Consagración, es cuestionable que la transubstanciación siquiera tome lugar. En respuesta a la segunda pregunta, el católico tradicional declararía apropiadamente que las instrucciones que se hallan en los decretos sobre Ecumenismo y Libertad Religiosa del Vaticano II han sido condenadas por otros papas anteriores, particularmente por el Papa Pío IX en el Syllabus de Errores. Por último, a la tercera pregunta, el católico tradicional seguramente respondería que semejante ley del nuevo código jamás podrá considerarse como una verdadera legislación a seguir, ya que los sacramentos serían sacrílegamente administrados a herejes y cismáticos.
Cuán apropiadamente el finado Arzobispo Marcel Lefébvre, en ocasión de su Suspension a divinis por Pablo VI, escribiera la siguiente reflección el 29 de junio de 1976:
“Que la iglesia conciliar es una iglesia cismática, porque rompe con lo que la Iglesia Católica que siempre fuera. Tiene sus nuevos dogmas, su nuevo sacerdocio, sus nuevas instituciones, su nuevo culto, todo condenado ya por la Iglesia en muchos documentos oficiales y definitivos.
“Esta Iglesia Conciliar es cismática, porque ha tomado como base para su actualización principios que se oponen a los de la Iglesia Católica, tales como un nuevo concepto de la Misa expresado en los números 5 del Prefacio (decreto) al Missale Romanum y 7 de su primer capítulo, los cuales confiere a la asamblea un rol sacerdotal que no puede ejercer; de igual manera el derecho natural — es decir,divino — de cada persona y de cada grupo de personas a la libertad religiosa.
“Este derecho a la libertad religiosa es blasfemo, porque atribuye a Dios propósitos que destruyen Su Majestad, Su Gloria, Su Reinado. Este derecho implica libertad de conciencia, libertad de pensamiento, y todas las libertades Masónicas.
“La Iglesia que afirma tales errores es por completo cismática y hereje. Esta Iglesia Conciliar no es, por lo tanto, Católica. En la medida en que el Papa, los obispos, sacerdotes o fieles se adhieran a esta nueva Iglesia, se separan ellos mismo de la Iglesia Católica”.
Dejemos que los Católicos tradicionales, especialmente los miembros de la Sociedad de San Pío X, se pregunten a sí mismos hasta qué punto el Papa, los obispos, sacerdotes, y laicos se han adherido a esta nueva iglesia que, como reflejó el Arzobispo Lefébvre, los habría separado de la Iglesia Católica. Juan Pablo II se adhiere por completo a la Iglesia Conciliar. Él mismo respalda la Misa del Novus Ordo y las falsas enseñanzas del Vaticano II. Él mismo ha promulgado el Nuevo Código de Derecho Canónico (1983). Él mismo ha practicado el falso ecumenismo y el herético indiferentismo religioso en Asís, Italia, el 27 de octubre de 1986, ¡por la atroz convocación de todas las falsas religiones del mundo para orar a sus falsos dioses por la paz mundial!
Tan desagradaable como resulte este tema, los católicos tradicionales se encuentran confrontados por terribles y candentes preguntas:
¿Es la Iglesia Conciliar, la Iglesia Católica?
¿Es Juan Pablo II, como cabeza de la Iglesia Conciliar, un verdadero papa?
El sedevacantista respondería sin vacilación e inequívocamente que no.
Pensar de otro modo, responder que sí a las preguntas anteriores, sería implicar que la Iglesia Católica ha fallado en su propósito, que la Iglesia de Cristo no es infalible e indefectible, que el Papa no es la roca sobre la cual Cristo fundó su Iglesia, que la promesa del Cristo de estar con Su Iglesia “todos los días hasta la consumación del mundo”, y que la asistencia especial del Espíritu Santo le ha fallado a la Iglesia — conclusiones que ningún católico tradicional podría jamás mantener. Consideren la siguiente cita del Concilio Vaticano I (1870):
“Porque los padres del Cuarto Concilio de Constantinopla, siguiendo fielmente los pasos de sus predecesores, hicieron esta solemne profesión: ‘La primera condicion para la salvación es mantener la norma de la verdadera Fe. Porque es imposible que las palabras de nuestro Señor Jesucristo, quien dijo: “Tú Eres Pedro, y sobre esta roca construiré mi Iglesia” (Mateo 16:18) no sean ciertas. Y su verdad ha sido probada por el curso de la historia, porque en la Sede Apostólica la religión católica siempre se ha mantenido pura y sus enseñanzas sagradas’. ...porque ellos se dieron cuenta de que esta Sede de San Pedro siempre se mantiene libre de cualquier error, de acuerdo con la divina promesa de nuestro Señor y Salvador hecha al príncipe de sus discípulos: ‘He rogado por ti para que tu fe no perezca, y tú, una vez conviertido, confirma a tus hermanos’ (Lucas 22:32)”.
El Papa León XIII, en su encíclica Satis Cognitum, enseñó que la Autoridad Docente de la Iglesia no puede estar jamás en el error:
"Si (el magisterio viviente) pudiera de alguna manera ser falso, le seguiría una evidente contradicción, porque entonces Dios mismo sería el autor del error."
¿Cómo puede un católico tradicional rechazar por una parte la Nueva Misa, las enseñanzas heréticas del Concilio Vaticano II y del Nuevo Código de Derecho Canónico (1983), y por otro lado continuar reconociendo como papa al mismo que oficialmente promulga e impone tales errores?
Para considerar otro asunto más, ¿son la fe y el gobierno del católico tradicional los mismos que el de Juan Pablo II y su Iglesia Conciliar? ¿Creen los católicos tradicionales en las mismas doctrinas que Juan Pablo II y su Iglesia Conciliar acerca de la Nueva Misa, el falso ecumenismo y la libertad religiosa?
¿Están los católicos tradicionales sujetos a la jerarquía local y, por último, a Roma?
El Papa Pío XII, en su encíclica El Cuerpo Místico de Cristo, enseñó:
“Se entiende que todos aquellos que están divididos por la fe y el gobierno no pueden convivir en este único Cuerpo, y no pueden vivir la vida de su único Espíritu Divino”.
¿Están los católicos tradicionales unidos o divididos por la fe y el gobierno con la Iglesia Conciliar?
El sedevacantista reconoce honestamente que su fe no es la misma que la de Juan Pablo II y su Iglesia Conciliar. Reconoce que no está sujeto ni sumiso a Juan Pablo II. Como católico tradicional, el sedevacantista cree y profesa todas las enseñanzas de la Iglesia Católica, y esta profesión de la verdadera Fé incluye un rechazo de las falsas enseñanzas del Vaticano II (“todas ya condenadas por la Iglesia en muchos documentos, oficiales y definitivos” — Arzobispo Marcel Lefébvre (29 de junio de 1976).
Durante la primera oración del Canon de la Misa tradicional, que comienza el Te igitur, el sacerdote, en tiempos normales, recitaría una cum papa nostro N. (Uno con nuestro papa N.). ¿Qué significado tiene esta corta frase — una cum, uno con? Uno en la fe, uno en el gobierno, uno en la Misa y los Sacramentos — unidos — ¡éste es el significado! ¿Puede un sacerdote tradicional honestamente recitar en el Canon de la Misa que él es una cum Juan Pablo II? ¿En qué es él una cum Juan Pablo II? En las enseñanzas conciliares, en el gobierno, en la Nueva Misa oficial y los Sacramentos — ¿es realmente una cum?
Una última consideración sobre este tema del sedevacantismo es la manera en que han ocurrido todas estas cosas. ¿Cuándo tuvieron lugar? ¿Cómo tuvieron lugar? Este es un asunto en que los mismos sedevacantistas difieren. Algunos sostienen que las elecciones pontificias fueron inválidas basadas en la Bula del Papa Pablo IV en 1559, Cum ex apostolatus:
“Si alguna vez, en algún momento pareciera que... el Romano Pontífice se desviara de la Fe Católica o cayera en alguna herejía antes de asumir el Papado, dicha asunción, aún si fue hecha con el consentimiento unánime de todos los cardenales, quedará nula, inválida, y anulada; tampoco podrá decirse que se torne válida o se considere legítima en modo alguno, ni se piense dar a tales personas el poder de administrar asuntos temporales o espirituales, sino que todo lo dicho, hecho, y administrado por ellos carecerá de toda fuerza y no tendrá autoridad en lo absoluto ni derecho sobre persona alguna, y que tales personas por ese mismo hecho (eo ipso) y sin ninguna declaración requerida sea privado de toda dignidad, lugar, honor, título, autoridad, oficio y poder”.
Algunos sedevacantistas citan el Código de Derecho Canónico (1917), Canon 188, No. 4:
“Todos los puestos quedarán vacantes ipso facto (sin que se requiera una declaración) por renuncia tácita... #4 por abandono público de la Fe Católica”.
Otros sostienen la opinión de San Roberto Belarmino en De Romano Pontifice (Capítulo XXX):
“La quinta opinión (concerniente a un papa hereje) es por tanto verdadera; un papa que se manifieste hereje, por ese mismo hecho (per se) cesa de ser papa y cabeza (de la Iglesia), así como por lo mismo deja de ser cristiano (sic) y miembro del cuerpo eclesiástico. Este es el juicio de todos los primeros Padres, que enseñaban que los herejes manifiestos pierden inmediatamente toda jurisdicción”.
El Papa Inocencio III, citado por el teólogo Billot en su Tract. de Ecclesia Christi, pág. 610, dice:
“La fe es para mí necesaria hasta el punto de que, teniendo a Dios como único juez en otros pecados, puedo sin embargo ser juzgado por la Iglesia por pecados que pueda haber cometido en asuntos de la fe”.
Basta decir que el tema del papa es difícil, desagradable, y causa temor; sin embargo es un asunto importante y necesario que no puede evadirse.
En conclusión, que no se diga que el sedevacantista rechaza el papado, el primado, o la Iglesia Católica. Por el contrario, es a causa de su creencia en el papado y el primado, la infalibilidad e indefectibilidad de la Iglesia Católica, que rechaza a Juan Pablo II y a su Iglesia Conciliar.
Para el sedevacantista, la Iglesia Católica no puede fallar, ni ha fallado. La gran apostasía anunciada por San Pablo en su Epístola a los Tesalonicenses ha tenido lugar:
“Que nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá el día del Señor sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios, haciéndose pasar por Dios.... Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se manifieste. Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; con tal que quien ahora lo detiene, siga deteniendo, hasta que sea a su vez quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo...” (2 Tes. 2:3-8).
¿Quién es éste “que ahora lo detiene... hasta que sea a su vez quitado de en medio, y entonces se manifestará aquel inicuo”? Quizás el Papa León XIII tiene la respuesta en su Motu Proprio del 25 de septiembre de 1888, cuando escribió en su invocación a San Miguel:
“Estos enemigos tan mañosos han llenado y embriagado con hiel y amargura a la Iglesia, esposa del Cordero inmaculado, y han colocado manos impías en sus posesiones más sagradas. En el mismo lugar santo, donde se alza la Sede del más santo Pedro y la Silla de la Verdad para luz del mundo, han levantado el trono de su más abominable impiedad con el inicuo concepto de que cuando al Pastor se le derribe, las ovejas podrán dispersarse”.
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