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Tema: Cuándo el arte es sagrado y cuándo deja de serlo.

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    Cuándo el arte es sagrado y cuándo deja de serlo.

    Cuándo el arte es sagrado y cuándo deja de serlo.



    En recuerdo a nuestro querido Carlos Pérez Agüero, quién además de artista fue estudioso del mismo, escribiendo artículos y escribiendo conferencias sobre filosofía del arte, publicamos uno de sus últimos artículos que escribió sobre arte sacro.




    CUÁNDO EL ARTE ES SAGRADO
    Y CUÁNDO DEJA DE SERLO

    Por Carlos A. Pérez Agüero




    Catacumba de Commodila. Roma. Jesucristo.
    No es fácil resumir en dos palabras cuándo el arte comienza a ser sagrado y cuándo comienza a dejar de serlo.


    En otras culturas - no cristianas - hubo intentos, más o menos logrados, en el sentido de expresar lo sagrado - o sobrehumano - con medios artísticos que lo hicieran notable.
    Pero, en el caso del cristianismo - dado su peculiar espíritu - éste resultó ser muy especial y original, a tal punto que, exigió otros medios para alcanzarlo. El hecho de la Encarnación del Verbo divino, que habitó entre nosotros y del cual “vimos su Gloria” – como dice el Apóstol San Juan- el camino correcto a tomar ya estaba implícitamente indicado. Trataremos, en estas breves consideraciones, de dar un poco de luz sobre el tema, parado, como suele decirse, por supuesto, sobre hombros de gigantes - con miradas más altas, agudas y claras sobre ello.


    Para comenzar, podríamos decir que el arte Cristiano encontró sus formas propias - es decir, adecuadas a su espíritu - a partir del siglo IV con el ascenso de Constantino el Grande como Emperador del decaído Imperio Romano- hasta llegar a mediados del siglo XV, con la caída de Constantinopla por los turcos Otomanos, luego del cual, podríamos decir que, el arte cristiano sagrado comienza su decadencia, especialmente a partir del período histórico conocido como, y erróneamente calificado de, “Renacimiento”.


    Dentro de este extenso período (s. IV al XV, un milenio, más o menos) se desarrollan y fijan las características más importantes del arte sagrado cristiano. Con Constantino el Grande comienza el desarrollo y la expansión del arte cristiano por toda la Europa, lo que propiamente conocemos como la Cristiandad.


    Desprendido de las formas grecorromanas de sus comienzos en las catacumbas, la vida al exterior del cristianismo trajo aparejadas sus exigencias propias, especialmente con las nuevas formas que exigiría el oficio sagrado de la liturgia en los sitios en dónde se oficiaría: los templos, el lugar del Culto. El Templo será el lugar privilegiado para convertirse no solo en la Casa de Dios, en la casa delSacrificio (sacra facere), en la casa de oración por excelencia, sino también en una representación del mundo cristiano: la transfiguración de este mundo - hasta entonces pagano- en el nacimiento de un nuevo mundo: el mundo cristiano, la Cristiandad.


    El Arte Cristiano le habla al mundo de un “otro mundo”, no solo en el más allá, sino aún en este mundo, pero transfigurado éste por el Espíritu de Cristo.


    Sus nuevas formas artísticas lo recalcan y lo muestran con características que le son propias:


    Las representaciones sagradas de Cristo, de la Virgen, de los Ángeles y de los Santos se espiritualizan, se sobrenaturalizan. ¿Cómo es que se consigue esto? ¿Con qué medios?


    Los cuerpos humanos pierden peso. Los pies de los personajes representados apenas tocan el suelo, parecen flotar sobre él. Incluso se sobreponen unos a otros sin considerar una perspectiva espacial. Desaparecen las sombras plásticas que le dieran volumen y peso a los cuerpos. El espacio pierde su tridimensionalidad y se convierte en un plano, a veces abstracto. Los cuerpos pierden su opacidad y tangiblidad, las vestiduras su calidad y textura. No solo los cuerpos se hacen “transparentes”, pasan a un primerísimo plano abandonando prácticamente el paisaje, el mundo que les rodea. El lugar, o el paisaje en donde se encuentran, deviene un plano abstracto, o solo indicativo por algún elemento del lugar o de la situación. Se resuelven en un plano simbólico, sin sensación de espacio tridimensional.


    La Transfiguración del Señor

    Por ejemplo: el monte Tabor en donde Cristo se transfiguró resplandeciendo su divinidad, está sugerido con la representación de rocas amontonadas en un plano. La gloria divina de Cristo está significada con un óvalo o almendra o círculo de luz. Moisés y Elías se inclinan reverentemente hacia Cristo. Cristo de frente alzando solemnemente su mano derecha bendiciendo y sosteniendo a sus discípulos. Éstos, más abajo en la composición, están en poses que representan por sí mismas que se han desplomado por el asombro y el arrobamiento que ha provocado en ellos la gloriosa manifestación del Señor. No hay ninguna representación “realista” del hecho, en el sentido de que cómo éste hecho podría haber sido percibido por los sentidos externos –por así decirlo. El contemplador de la escena se ve obligado a detenerse y a contemplar cada cosa. Se ve obligado a “leer” no solo el hecho general en sí, sino cada cosa en particular. Se ve obligado a hacer una “lectura teológica” del suceso. Pedro ha caído de rodillas y ha girado su cabeza para dirigir su palabra a Cristo: - “Qué bueno es estarnos aquí, Señor”. Otro discípulo (probablemente San Juan – el amor suele representarse con el color rojo, en este caso el color del vestido del discípulo amado). San Juan se toma la cara entre pensativo y azorado y, por último, vemos a Santiago, el tercer discípulo, “cabeza abajo”, cubriéndose el rostro sumido todo su ser en su interior.


    Los personajes no solo han perdido peso sino que sus movimientos son serenamente contenidos. No hay movimientos bruscos. Como si los movimientos no dependiesen ya del tiempo, como si ya no tuvieran nada que ver con él. Las composiciones no son asimétricamente dinámicas sino serenamente simétricas. Se asemejan a lo inmutable porque reflejan lo inmutable, lo que está más allá del tiempo y del espacio de este mundo.


    Tampoco hay preocupación por mostrar estados psicológicos, más exteriores que las profundidades del alma. Todo drama, o acción exterior, ha pasado a ser interior, invisible a los sentidos y a las leyes que rigen este mundo. Solo hay indicaciones externas que, sugieren más que muestran, los estados interiores del alma. La imagen sagrada se convierte en una especie de álgebra teológica dirigida no a conmover o a impactar sobre los sentidos sino a despertar el intelecto, el pensamiento, la meditación señalada por los símbolos que la conforman. Por eso es que, de los íconos, no se dice de ellos que “se pintan” sino que “se escriben”. Se asemejan a un álgebra teológica a ser descifrada. No por nada la representación de este hecho de la Transfiguración del Señor es el primer icono que deben realizar los aspirantes a ser escritores de íconos. Éste ícono resume en sí mismo la teología y las formas del arte sacro.


    Reconstrucción de una ceremonia litúrgica en la catedral de Amiens, Francia


    El arte es sagrado cuando acompaña y sirve a la liturgia como un soporte de su significación y reverencia ante los Misterios. No cualquier representación religiosa es sagrada. El tema religioso no basta para ser considerado sagrado, debe tener un lenguaje y conformación acordes con ello. Para que una obra sea considerada sagrada debe ser digna de acompañar con su significación simbólica a realzar la acción litúrgica en su acción y significación. La imagen para ser digna de la acción litúrgica no debe dirigirse a los sentidos en primer lugar sino – y a través de ellos - llevar a la intelección de lo que obra la acción litúrgica.




    EL TEMPLO


    Como dijimos más arriba el principal objetivo de los cristianos al abandonar las catacumbas fue la instalación de un templo, un espacio sagrado, y consagrado, para realizar la acción litúrgica principal, el corazón de la Fe cristiana: el Oficio del Sacrificio de la Misa. Todo en el Templo estará orientado hacia esto: La representación incruenta del Sacrificio de Cristo en el Calvario para la Redención de los hombres: El Sacrificio del único Sacerdote y Víctima, Jesucristo, realizado por única vez de modo cruento penetrando en el Santuario no hecho por manos de hombres, pues eso es lo que significó la rasgadura del velo del Templo, a la hora misma de la muerte del Señor: El fin de la Antigua Alianza. Y, por lo tanto, de los sacrificios de toros, machos cabríos y corderos –figuras todas ellas del Sacrificio que haría el Ungido de Dios, en la plenitud de los tiempos, y el inicio de la Nueva Alianza realizada por Jesucristo, el verdadero Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Y, como diría luego San Pedro a los judíos, no hubo ni habrá ningún otro nombre dado a los hombres -fuera del de Jesucristo- por el cual podamos ser salvados.


    Los templos, o las Iglesias, que construirá la Iglesia Católica en su larga y milenaria historia hasta hoy, serán para realizar este sacrificio perpetuo, hecho por Jesucristo, hasta el fin del siglo, es decir, del tiempo histórico.


    En cuanto a las formas artísticas escogidas para la acción sacra, también éstas se irán separando de este mundo reservándose un espacio, un mundo consagrado. En el Templo todo es sacro, fuera de él todo es “profano”, no sacralizado, fuera del Templo que ya no sirve para la acción sacra, (excepto contadas excepciones). Como todos saben, se comenzó, tomando de los romanos y griegos las formas ya existentes de los edificios más adecuados - o que pudieran irse adecuando a las necesidades del culto y de los símbolos con los que se les revestiría.


    Tomarían, en primer lugar y como referencia principal, un lugar escogido en el cosmos, como el centro de éste, en el corazón de la cruz que forman los cuatro puntos cardinales. De este modo se convertirían éstos en el propio centro del mundo. En uno de los centros del mundo como el lugar en donde, de un modo especial y real, habita la divinidad. Éste lugar y esta orientación es escogida cosmológicamente, según el ritmo del cielo, en el solsticio de invierno, el solsticio tradicionalmente divino, escogido por Cristo para nacer. El ábside del Templo se ubicaría hacia donde también se orienta el altar, hacia el Este, el lugar de donde sale el Sol invicto: Jesucristo. La puerta de entrada al Templo hacia el Oeste. Porque el Hijo del Hombre volverá a juzgar a los vivos y a los muertos como el relámpago que nace en el oriente y llega al occidente. Por eso en las catedrales medievales representaban, sobre el tímpano de esta puerta occidental, el Juicio Final con Cristo sentado como Juez en su trono, rodeado de los cuatro animales apocalípticos que representan a los cuatro evangelistas, el Evangelio de Jesucristo; los veinticuatro ancianos apocalípticos y los hombres, buenos y malos, resucitando, emergiendo de sus tumbas para el juicio final.


    Tímpano sobre el portal Oeste de la Catedral de Chartres, Francia.
    Cristo en majestad viniendo como juez al fin de los tiempos rodeado de los cuatro animales apocalípticos.


    Las paredes de los templos también se afinan y transparentan, espiritualizadas en un principio con las ventanas y con las figuras religiosas iluminándolas. Más adelante, con los vitrales creados como las joyas de la Nueva Jerusalén, transfigurarán la cruda luz de éste mundo. Y ya no será ésta la pura luz material que ilumina las cosas de este mundo sino la luz de Dios transfigurando el mundo.


    Las columnas que sostienen el techo, las cuales representan a los doce apóstoles, descansan sobre la planta en forma de cruz, representación del cuerpo humano de Cristo y la tierra firme de su Doctrina. Verdadera imagen del Hijo del hombre y de su Evangelio. En su centro, marcado por el crucero, en el corazón del Templo, se yergue el altar del sacrificio, desde donde, luego, partirá el cuerpo multiplicado de Nuestro Señor como el pan de la vida eterna. Las columnas aplastan también el número 666 (en letras griegas) el número de la bestia. El número 888 (En letras griegas corresponde al nombre de Jesucristo, el Salvador del mundo, desde el suelo hasta la piedra principal de la Bóveda). “La piedra que desecharon los edificadores”- como lo anunciaron proféticamente las Sagradas Escrituras – que “vino a ser la piedra angular”.


    El uso de la gematría (los letras en griego y hebreo tenían valor numérico) con este valor, que les daba el platonismo, el pitagorismo y aún la teología -“Dios creó todas las cosas con número, peso y medida” dice la Escritura- con estas medidas, repetimos, se construían los templos, resultando todos ellos una representación de la armonía del cielo y el esplendor de su belleza.


    Catedral de Monreale, románica, nave central. Italia. Fines del siglo XII.


    LA MÚSICA SACRA
    Y LOS GESTOS Y ACCIONES LITÚRGICOS



    La música sacra halló su forma sagrada en el canto monódico gregoriano, verdadera interpretación de los textos de la Sagrada Escritura. La acústica estudiada de las Catedrales acompañaría a los fieles con estos cánticos acercándolos a la esfera de los cánticos angélicos, ayudando a las almas a elevarse en la contemplación del mundo divino.


    Los movimientos y acciones litúrgicas serán también reposados y serenos al modo de las imágenes sagradas que los representan. No es la acción litúrgica una manifestación mundana. Somos, en ella, transportados al mundo sobrenatural de las cosas divinas. Lo que sucede realmente en la acción divina de cada Misa o Sacramento.


    Capilla Palatina de Palermo, bizantina, Italia.


    EL ARTISTA, O LOS ARTISTAS


    El artista católico debe ser católico, es decir, católico de convicción y, por lo tanto, de vida católica. Esto es más importante de lo que hoy en día se ha llegado a pensar. Después de Descartes se ha separado todo en la vida. Ha ocurrido una ruptura en la realidad una de las cosas. Se ha separado el cuerpo del alma y se ha llegado a pensar cosas absurdas sobre todas las cosas, se ha perdido casi definitivamente, lo que llamábamos hasta entonces, el sentido común. Pensar, por ejemplo, que un artista ignorante del Catolicismo o incluso ateo, puede ser un buen artista sacro es como imaginarse que un buen zapatero, por el hecho de serlo, puede ser un buen cirujano porque sabe cortar el cuero. Todo artista tiene que conocer desde el fondo - qué es lo que da realmente vida a una obra de arte - cuál es el espíritu que obra dentro de ella y le engendra. Si el espíritu católico no dio a luz verdaderamente a la obra esta no resultará sacra, no será apta ni siquiera para decorar el templo, y menos aún para acompañar la acción litúrgica. La acción litúrgica no es un “show”. No se trata de de nada mundano. No hay en él necesidad de un “animador” de TV para “animarla”. No es un entretenimiento. No es algo intermedio entre la realidad y la fantasía. Es una realidad que sobrepasa toda realidad humana y la trasciende. La desacralización tuvo y tiene aún hoy, como fin primario, la destrucción de lo sagrado. No solo pretende negarlo sino destruir todo vestigio de él. Es el plan del Anticristo desde siempre. Está presente desde los inicios del Cristianismo, y aun los mismos Apóstoles le denunciaron claramente al desenmascarar a los falsos hermanos que propagaban un Evangelio distinto al predicado por ellos. La sana doctrina tergiversada. El Evangelio de Cristo usado para tratar de convertirlo en otra cosa, en una cosa puramente humana, primeramente, para luego desecharlo como otro mito más invención de los hombres.


    Los artistas no pueden quedar librados al azar y menos a sus caprichos y pasiones. No basta tener talento artístico y destreza en el manejo de los medios y los materiales artísticos, para producir una obra verdaderamente religiosa y menos aún, sacra. Un artista que tiene las dotes necesarias para ser lo que es - pues cuenta para ello, con una sensibilidad especial que lo cualifica para captar más sensiblemente las cosas del espíritu- no por ello reúne ya en sí mismo todo lo necesario para realizar obras verdaderamente sagradas. Poseer inventiva e imaginación artística tiene sus ventajas, pero también sus desventajas, esto último en el sentido de que, como artista, es más proclive a caer en errores teológicos ya que más fácilmente puede caer en las trampas de su imaginación divagando por senderos que no conoce, como es aquel bosque, a veces intrincado, de la teología racional y aún la apofática.


    En resumen: el Arte sacro es tal cuando emplea los medios necesarios para resaltar que las cosas de este mundo, aunque el arte se sirva de algunos elementos de él, lo sobrepasan y lo trascienden infinitamente. “No hay palabras humanas para hablar de Él (de las cosas del mundo divino) sin profanarlo de algún modo o torcerlo” como lo recalcó San Pablo luego de su ascensión al tercer cielo por gracia y obra divina. Los medios artísticos para expresar lo sagrado son comparables a una teología apofática. Es decir, se puede hablar de ello más de lo que no es quede lo que es.


    Como dice Santo Tomás de Aquino en su Summa Teológica (I q.1 a.9) 2:


    “El rayo de la divina revelación no queda extinguido por las figuras sensibles en que se envuelve, como dice Dionisio, sino que su verdad se transparenta en forma que no consiente a las inteligencias agraciadas con la revelación estancarse en las imágenes, antes bien las eleva al conocimiento de las cosas inteligibles, de suerte que por su medio llegue la revelación al conocimiento de los demás; y por esto, lo que en un lugar de la Escritura se dice bajo metáforas, se pone en otro con mayor claridad. Incluso es útil hasta la misma obscuridad de las figuras: por un lado, para ejercitar el ingenio de los estudiosos, y por otro, para sustraerlas a la burlas de los infieles, de quienes se dice en el Evangelio: No deis lo santo a los perros.


    3. Como dice Dionisio, es más conveniente que la Sagrada Escritura proponga lo divino bajo la figura de cuerpos viles que de cuerpos nobles, y esto por tres motivos. Primero porque así se previene mejor al hombre contra el error, pues todos comprenden que tales figuras no se aplican a Dios con propiedad, y, en cambio, podrían dudarlo si se describiese lo divino con imágenes de cuerpos nobles; y más que a nadie sucedería esto a los que no conciben cosa superior a los cuerpos. –Segundo, porque este modo está más en conformidad con el conocimiento que tenemos de Dios en esta vida, ya que con más facilidad vemos lo que de Dios no es que lo que es, y por esto las imágenes más alejadas de Dios nos dan mejor a entender que está por encima de cuanto pensamos y decimos de Él. – Tercer, porque así lo divino se recata mejor de los indignos.”


    En cuanto a un sabio asesoramiento de los teólogos sobre los artistas obliga a los mismos teólogos a instruirse sobre las formas más adecuadas de cómo representar lo divino sin caer en errores ni indignidades en las cosas dirigidas a la mayor gloria de Dios.


    Los verdaderos artistas cristianos siempre han hecho meditación y oración sobre los misterios a representar, incluso ayunos, sin necesidad de ser monjes para ello. Aunque algunos lo hayan sido, como el Beato Angélico, por ejemplo y algunos iconógrafos.


    La caída en el humanismo a partir del Renacimiento, como adelantáramos ya, ha producido la gran decadencia y destrucción del arte sacro. Decadencia lenta pero continuada. La decadencia de la Cristiandad fue acompañada naturalmente por la decadencia del Arte cristiano católico, el cual, partiendo del templo, había conformado el espíritu de todo el arte de Europa.




    STAT VERITAS
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    Re: Cuándo el arte es sagrado y cuándo deja de serlo.

    Descenso del alma por la fealdad


    Agustín De Beitia

    03.06.2018



    El diseño del arquitecto paraguayo Javier Corvalán parece difícil de congeniar con una capilla.


    El listón está puesto tan bajo en materia de formación católica desde hace años que hoy todo es posible: incluso que el Vaticano participe en la Bienal de Arquitectura de Venecia con un pabellón que se compone de una decena de "capillas" cuya singularidad es que están vaciadas de su significado religioso.


    Olvídese de la adoración que refleja lo sublime, de la elevación del espíritu por la belleza, de la orientación "ad orientem". A juzgar por las imágenes publicadas, las capillas de estilo racionalista van del insípido minimalismo al esperpento. Su mayor apetencia parece ser la innovación.


    El proyecto Vatican Chapels (Capillas vaticanas), con curadoría del presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, el cardenal Gianfranco Ravasi, marca la primera participación del Vaticano en la Bienal. Una participación muy particular porque se encuentra al aire libre, en el bosque de la isla de San Giorgio Maggiore.


    La crónica periodística dice que el sonido de las campanas de la Basílica de San Giorgio Maggiore, una de las iglesias venecianas de mayor belleza, acompaña en algunos momentos al visitante en el peregrinaje espiritual por las diez capillas, levantadas por arquitectos reputados de distintos países. Entre los autores se destacan Norman Foster (Reino Unido), Javier Corvalán (Paraguay), Ricardo Flores y Eva Prats (España) o Francesco Cellini (Italia).


    El problema comienza cuando nos enteramos que algunos de esos arquitectos, puestos a innovar, decidieron prescindir nada menos que del altar y la cruz, o que prefirieron explorar las vagas y ecuménicas ideas de "contemplación, reflexión y serenidad" antes que crear espacios deliberadamente católicos. El diseño en piedra de Eduardo Souto de Moura es un ejemplo.

    El mismo dijo que no lo pensó siquiera como una capilla.


    Los periodistas que recorrieron el lugar describieron con seriedad las capillas, aunque se puede adivinar por las fotografías el esfuerzo que habrán hecho para contener la risa o para no catalogar a una de las construcciones de "plato volador" o a otra de simple "parada de ómnibus".


    Se sabe que la arquitectura sacra contemporánea se ha desentendido hace tiempo de la belleza, la funcionalidad y la eficacia simbólica de los edificios de culto cristianos. Ahí están, para probarlo, los monumentales templos de hormigón o aquellos que se asemejan a galpones. Nada de "ascender a la Belleza Primera por los peldaños de la hermosura participada", como pretendía Marechal.


    El origen de este fenómeno es atribuido por los especialistas al empobrecimiento de la doctrina litúrgica, que es la que debería inspirar la construcción de las nuevas iglesias. Y en ese decaimiento mucho tiene que ver la reforma litúrgica posconciliar.


    Pero la liturgia depende en última instancia de la fe. No es extraño, entonces, que un oscurecimiento general de la fe como el que vivimos se traduzca al final del día en innovaciones arquitectónicas como las que se exhiben en la Bienal de Venecia, vacías de significado. Auspiciar estas "capillas" no parece que vaya a llevar la fe al mundo secular, pero lo que es seguro que ya logró lo contrario.

    Descenso del alma por la fealdad - Cultura | LaPrensa.com.ar
    ALACRAN y Pious dieron el Víctor.

  3. #3
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    Re: Cuándo el arte es sagrado y cuándo deja de serlo.

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    Susanna Tamaro juzga los templos modernos


    Roberto De Mattei



    17/02/2021




    Susanna Tamaro es una novelista italiana que ha escrito nóvelas de mucho éxito, algunas de las cuales han sido llevadas al cine. No es católica, y a veces ha asumido posturas que se apartan de la fe católica o la contradicen. Con todo, más de una vez ha conseguido zafarse del conformismo que nos invade revelando una honda sensibilidad a la dimensión trascendente de la vida. La pandemia que atravesamos le ha dado ocasión para escribir un artículo que publicó Il Corriere della Sera el pasado 7 de febrero, del cual me gustaría citar algunas cosas.

    Escribe Susanna Tamaro: «El destino nos agobia y no alcanzamos a otear un destello de esperanza en el horizonte. En el fondo no nos diferenciamos mucho de Atlas, obligado a cargar el universo sobre sus hombros. Mientras él miraba al suelo, nosotros, en la misma postura, consultamos obsesivamente nuestros aparatos electrónicos en busca de algo que alivie el peso invisible que nos dobla la espalda. ¿Cuál es el peso que oprime con una fuerza cada vez más sutil nuestra vida de sapiens modernos? La falta de una dimensión trascendente. Somos hijos de la casualidad y esclavos del tiempo, y esta condición nos obliga a cargar con todo el peso del mundo sobre nuestras espaldas».

    Añade la escritora: «He viajado mucho por Italia en estos últimos años, y en numerosas ocasiones, al toparme con la infinidad de horrendas iglesias modernas construidas en la posguerra, me he preguntado: ¿podría alguien convertirse aquí dentro, o al menos, llegar a pensar que tras el mundo material existe otro que se concreta y manifiesta en el misterio de la belleza? ¿Quien decidió, proyectó y costeó la construcción de estas abominaciones arquitectónicas se preguntó alguna vez si le hubiera gustado casarse, o asistir a un bautizo o a un funeral en un lugar semejante? Ahora bien, el horror que siento no es de índole intelectual; es un horror que hiere directamente el corazón porque la fealdad, la disonancia y lo desagradable son la negación misma de la trascendencia».

    Y prosigue: «Hará unos diez años, atormentada por este sentimiento de rabia, pregunté a un importante cardenal que estaba presente a qué obedecería la abominable deriva que, en un país como el nuestro, duele más todavía por la enorme cantidad de parroquias, capillas y catedrales maravillosas edificadas a lo largo de los siglos. Me explicó que se trataba de una tendencia surgida en los años sesenta con la prosperidad económica que llevó a la construcción de nuevas barriadas. Se pensaba que como el hombre moderno pasaba mucho tiempo en fábricas, garajes y otros edificios feos levantados a toda prisa, hacían falta templos que por el estilo del mundo que lo rodeaba para que se sintiera en su casa, sin tener en cuenta que unos lugares así no podían tener otro fruto que un alejamiento progresivo de las realidades que se ofrecían como complementarias a la horizontalidad del mundo».

    De todos modos, hay que reconocer que la tendencia de la que habla este desconocido cardenal es consecuencia de la llamada apertura al mundo, delaggiornamento que trajo a la Iglesia el Concilio Vaticano II. Si no se dice esto, no se llega a la raíz del problema. Después, dice Tamaro que ha leído con alegría y consuelo Disegnare il sacro, ensayo publicado recientemente por Christiano Sacha Fornaciari, publicado por la editorial Lindau reivindicando el papel de la luz en el espacio litúrgico cristiano.

    Hasta el siglo XX –recuerda el autor– toda época tuvo una arquitectura adecuada a su estilo musical y su teología: la arquitectura románica y el cántico gregoriano se reflejan mutuamente, y «mientras asciende el canto, ayudado por los arcos de medio punto y los grandes ábsides semicirculares, fuentes de luz natural iluminan el lugar donde se anuncia la Palabra de Dios (…) En la catedral gótica todo está ordenado a la total participación emotiva de los fieles».

    »¿Y ahora? –se pregunta Susanna Tamaro– ¿A qué dimensión nos transporta la música de estos templos modernos? A la del desaliento: voces en su mayoría incultas, aunque no les falte fervor, que cantan como si estuvieran de acampada; alegres conjuntos juveniles con guitarra y batería que se apagan de repente sin dejar huella en el ánimo de quienes han asistido a la función, salvo tal vez una especie de alegría epidérmica. La dimensión de la fraternidad es sin duda importante, pero cuando la dimensión trascendente se vincula exclusivamente a esto, a la primera crisis, al primer choque con las asperezas de la vida, la fe que se creía poseer se derrite como la nieve al sol».

    »La soledad en que vivimos –prosigue– es la soledad del abandono de lo sagrado porque, paradójicamente, la fe en la Encarnación ya no está en condiciones de acompañarnos en una dimensión que nos abra a los interrogantes y nos motive a buscar respuestas a las inquietudes que ontológicamente nos son propias. Aturdidos por las imágenes, convulsionados en un mundo que desconoce las razones profundas de la existencia, y más en unos momentos tan graves como los que atravesamos, ¿cómo es posible reconquistar la estabilidad profunda que nos proporciona la contemplación del misterio?

    »Los ecomonstruos cúbicos, las astronaves, las velas de cemento y los campanarios siderúrgicos que, como un cáncer maligno, invaden nuestro país humillando con su agresiva fealdad no sólo a los creyentes sino a todo el que pase nos hablan de la ceguera espiritual de los arquitectos y de la todavía mayor ceguedad de quienes les han encargado el diseño. La naturaleza, con sus formas armoniosas, suscita en nosotros un asombro que nos conduce a las puertas de lo sagrado. Pero la naturaleza jamás tiene en cuenta la rigidez geométrica que se nos ofrece en estas construcciones modernas. Si hay geometría, si hay matemática –y la hay, y mucha, en la naturaleza–, siempre se caracteriza por la armonía.»

    Susanna Tamaro cita en su artículo un episodio de la vida de Santa Edith Stein, que siendo filósofa atea entro por casualidad en una capilla y quedó conmocionada ante la visión de una anciana que rezaba sola con la bolsa de la compra a su lado. «Entonces entrevió una frontera invisible: la del fanum, el lugar sagrado, un espacio suspendido en el tiempo donde era posible recogerse un día cualquiera de semana para entablar un diálogo íntimo con la eternidad. Fue el principio de su conversión».

    La conversión de Santa Edith Stein recuerda a la del escritor francés Paul Claudel, estudiante incrédulo que vagando por las calles parisinas la Nochebuena de 1886 entró en la catedral de Notre-Dame mientras el coro entonaba el Magnificat. «En aquel momento –recuerda– tuvo lugar un suceso que se convirtió en el eje de mi vida. El corazón se me conmovió y creí. Creí con una fuerza de adhesión tan grande, con tal elevación de todo mi ser, que no quedaba lugar para la menor duda. Desde entonces, ningún razonamiento, ninguna circunstancia de mi agitada vida ha sido capaz de sacudir ni alterar mi fe.

    Aquella noche, Paul Claudel comprendió en un abrir y cerrar de ojos y con palpable evidencia que la vida de cada uno de nosotros nos presenta ante los ojos una elección ineludible: el amor infinito de Dios o la condenación eterna. Y nos recuerda: «Me hablaba en concreto a mí, a Paul, y me prometía amor. Pero al mismo tiempo, si no lo seguía, no me planteaba otra opción que la condenación. No hacía falta que me explicara lo que era el Infierno; yo ya había cumplido condena allí. Aquellas pocas horas me bastaron para entender que el Infierno está donde no está Cristo. ¿Qué me importaba el mundo, si me encontraba ante este Ser prodigioso que se me acababa de revelar?» Estas palabras ya nadie las dice: o Cristo o la condenación eterna. Esto también se aplica igualmente a la vida humana y a la sociedad. Y si la armonía de las catedrales antiguas prefigura la belleza del Paraíso, el horror de las modernas nos muestra una vislumbre de la gélida frialdad y la tristeza infinita del Infierno.


    https://adelantelafe.com/susanna-tam...plos-modernos/


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