¿Crisis?, ¿qué palabra es esa?
La intención del Gobierno de no decir la palabra tabú de la economía esconde un viejo sueño de manipular el lenguaje, según los lingüistas, que creen que ocultar una palabra «no cambia la realidad»
Hay un momento en «1984», la premonitoria novela de George Orwell, en el que un personaje pregunta sobre cómo va la redacción del diccionario de ese mundo feliz y perfecto que nos estaban preparando. Su redactor responde: «Me parece que crees que nuestra tarea fundamental es inventar nuevas palabras. Pues nada de eso. Estamos destruyendo palabras, cantidades ingentes. Estamos dejando el lenguaje en los huesos (...) Desde luego, el gran despilfarro está en los verbos y adjetivos, pero hay cientos de sustantivos de los que también nos podremos librar. Después de todo, ¿qué justificación tiene una palabra que es simplemente lo opuesto de otra?». ¿Por qué utilizar entonces la palabra «crisis» si vivimos en el estado del bienestar? Pero, claro, el Ministerio de la Opulencia de Orwell no es el Ministerio de Economía de Zapatero, aunque, salvando las distancias, ha sido tanto la insistencia del Gobierno en no querer emplear la palabra «crisis» para definir la actual situación económica, que ha acabado revelando sus intenciones (¿ingenua o perversa?, he ahí la cuestión) de querer fabricar una realidad a su medida, como si estuviese guiado, en este caso sí, por el Ministerio de la Verdad orweliano. Ha conseguido, además, que por primera vez los lingüistas hablen de la situación económica del país. Los lingüistas, por cierto, tienen cada vez más la palabra gracias a este «gobierno gramático» . Correción política obliga.
Hablar hace milagros
«Hay un hecho muy interesante y es que «crisis» se haya convertido en una palabra tabú, porque antiguamente las palabras tabú tenían que ver con el sexo y ahora están vinculadas al consumo», dice Ángel López, catedrático de Lingüística General en la Universidad de Valencia. Quien sí rompió un tabú en el lenguaje de la izquierda fue Zapatero cuando cerró el reciente congreso del PSOE al grito de «a trabajar... ¡y a consumir!».
A Francisco Marcos Marín, profesor de Lingüística Hispánica en la Universidad de San Antonio, Texas, no le parece ingenua esta decisión del Gobierno. «El mecanismo lingüístico del eufemismo ha funcionado siempre. El ser humano, por una razón profunda y antropológica, le ha dado un gran poder a la palabra; por eso el poeta era como un sacerdote y se pensaba que el nombre de las cosas es la cosa misma. Lo que pasa es que este gobierno se lo debe de estar creyendo todavía, porque el lenguaje no modifica la realidad, sino la percepción que tenemos de ella. Por eso, lo que hace Zapatero es perverso», afirma.
En este mismo sentido se expresa Wenceslao Castañares, que es profesor de Teoría de la Información en la Facultad de Ciencias de la Información en la Universidad Complutense de Madrid: «Los políticos han llegado a creer en el poder performático de las palabras, como si se pudiesen hacer cosas milagrosas con ellas, taumatúrgicas, y eso es falso, porque con las palabras no se puede cambiar la realidad, y es que hay una realidad exterior al lenguaje, como decimos los semiólogos, una realidad resistente que no se pliega a las palabras». Desde este punto de vista, negarse a utilizar la palabra «crisis», dice Castañares, «es patético porque responde a una estrategia de comunicación».
«En esta crisis, como ustedes quieren que diga...» (Zapatero, en la entrevista que concedió a Antena 3 del pasado día 8). «Lo llamativo, aunque es el distintivo del presidente del Gobierno, es la habilidad para construir un hiperlenguaje. No hablaremos de la «crisis», pero sí de la palabra crisis. ¿Recordamos ahora de qué hablaba la ministra de Igualdad cuando sacó lo de ?miembra??», se pregunta Marcos Marín, que no se queda ahí: «Es una clara manipulación del lenguaje de ese tipo de progresía que disfraza la realidad con discusiones verbales».
«Este gobierno construye un lenguaje plagado de eufemismos tan viejos como aquel de llamar filete imperial a los filetes rusos en el servicio militar franquista. La diferencia ahora es que se trabaja con técnicas del lenguaje publicitario», afirma Manuel Ariza, catedrátrico de Historia de la Lengua en la Universidad de Sevilla. Miguel Ángel Rebollo, catedrático en la Univesidad de Extremadura y especialista en lenguaje político, no cree que todo esto tenga que ver con la corrección política en el lenguaje: «Me parece más peligroso». «Como lingüista, lo que más me interesa es el uso de la sinonimia, que es el empleo intencionado de palabras de idéntico significado y recurrir al diccionario cuando existe un problema político, eso sí que es una novedad».
«Si crisis es, como la define (el diccionario) María Moliner, el momento en que se produce un cambio muy marcado en algo, no me cuesta trabajo admitir que se ha producido un cambio muy marcado en la economía mundial y española» (José Blanco, número dos del PSOE, el 25 de junio). «Los lexicógrafos sólo hacen que recoger cómo los hablantes utilizamos la palabra ?crisis? y sería absurdo pensar que el diccionario de la RAE o el María Moliner nos diga cómo debemos utilizar las palabras», afirma Ángel López.
Las palabras de verdad
El escritor José Jiménez Lozano quiere ir más allá de ese «olvido». «Es cierto que si se emplease la palabra crisis habría personas, las más mayores, que la vincularían a la posguerra..., pero si lo que se quiere es inventar un mundo idílico, tienes que evitarla, pero lo fundamental es la pérdida del lenguaje verdadero», afirma el autor de «Contra el olvido». «El escritor -añade- está obligado a nombrar las cosas como son; lo decía Walter Benjamin cuando hablaba de un lenguaje adánico: el almendro se llama almendro porque era el madrugador, el que florece primero. Es decir, tenía que ver con la realidad. El lenguaje ahora es más abstracto y nombra menos y eso es perverso. Por eso, hablar de desaleración o de crisis es abstracto y puede significar cualquier cosa».
http://www.larazon.es/53892/noticia/...abra_es_esa%3F
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