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Tema: Las Memorias de Alfonso Carlos

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  1. #1
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    Las Memorias de Alfonso Carlos

    Las Memorias de Alfonso Carlos: Inicio

    La protección de Napoleón III mantuvo segura Roma durante dos décadas. Pero la caída del Segundo Imperio provocó un cambio de guardia: las tropas de Víctor Manuel II.

    MIS MEMORIAS SOBRE LA INVASION Y TOMA DE ROMA POR LAS TROPAS ITALIANAS, EL 20 DE SEPTIEMBRE DE 1870, ESPECIALMENTE LO QUE TOCO A MI COMPAÑIA, LA 6ª, DEL 2º BATALLON DE ZUAVOS DE PIO IX




    Después que las tropas francesas marcharan de Roma a primeros de agosto de 1870[1], nunca dudé ya de que las tropas italianas vendrían a atacarnos. Luego que los últimos franceses se embarcaron en Civitá Vecchia, los italianos, bajo pretexto de proteger el Estado de Su Santidad, fueron reuniendo tropas en la frontera, y especialmente en Orvieto y Foligno. Los zuavos siempre estábamos deseando tener una ocasión de batirnos, y estábamos impacientes por marchar a la frontera. El Teniente Coronel de Zuavos, Charette[2], fue con un batallón y medio de Zuavos a ocupar la provincia de Viterbo, que acababan de abandonar los franceses.


    Desde entonces quedó en Roma muy poca tropa, y a pesar del servicio extraordinariamente pesado, no vi nunca a ningún zuavo quejarse de esto; antes al contrario, todo lo sufrían con paciencia y con alegría. Cada semana iban llegando a Civitá Vecchia muchísimos reclutas para los Zuavos; pero como el invierno último habían marchado unos 1.500 zuavos a sus respectivos países, así quedábamos todavía pocos para el mucho servicio que había. Desde los primeros días de septiembre de 1870 siempre estábamos esperando algo que nos diese que hacer.



    [1] Por orden de Luis Napoleón, tropas francesas protegían los Estados pontificios. Aunque el mismo Emperador francés auspició el risorgimiento, se opuso a la conquista de Roma, ya fuera por tratados o por las armas, como fue en Aspromonte (1862) o Mentana (1867). En julio de 1870, Franca declaraba la guerra a Prusia. Napoleón se veía obligado a trasladar sus tropas a la frontera francesa, desguarneciendo Roma. Ocasión que aprovecharon las tropas italianas para conquistar el último reducto de los Estados pontificios: Roma.

    [2] Charette, descendiente del general vandeano del mismo nombre, se distinguió en la defensa de Roma.

    Simancas tradicionalista: Alfonso Carlos

  2. #2
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    Re: Las Memorias de Alfonso Carlos

    Las Memorias de Alfonso Carlos: domingo 4 de septiembre de 1870

    DOMINGO 4 DE SEPTIEMBRE DE 1870






    Estando yo de servicio de semana y llevando la compañía a la Misa militar en Chiesa Nuova, recibí la orden de volver al cuartel, a hacer preparar las mochilas de mis soldados y quedar consignados en el mismo para estar prontos a cualquier orden. Se creía que las tropas italianas pasarían entonces la frontera; pero nada hubo todavía.

    Simancas tradicionalista: Alfonso Carlos

  3. #3
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    Re: Las Memorias de Alfonso Carlos

    Las Memorias de Alfonso Carlos: Lunes 5 de septiembre de 1870.

    Tras la retirada francesa, las tropas italianas sitiaron Roma.


    LUNES 5 DE SEPTIEMBRE DE 1870


    Supimos los movimientos republicanos[1] de Francia y todos creíamos que los italianos se iban a aprovechar de ellos para empezar sus infamias.


    [1] El dos de septiembre era derrotado el ejército francés en Sedán. Dos días más tarde, los republicanos daban un golpe de estado en París proclamando la III República.

    Simancas tradicionalista: Alfonso Carlos

  4. #4
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    Re: Las Memorias de Alfonso Carlos

    Las Memorias de Alfonso Carlos: Miércoles 7 de septiembre de 1870.


    MIERCOLES 7 DE SEPTIEMBRE DE 1870


    Un oficial de Dragones[1] pontificios, con unos veinte hombres, fue a la frontera para hacer un reconocimiento y dijo que los italianos habían construido un puente sobre el Tíber, al lado del pueblecito de Fiano.




    [1] Los dragones son soldados que hacen el servicio alternativamente a pie o a caballo

    Simancas tradicionalista: Alfonso Carlos

  5. #5
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    Re: Las Memorias de Alfonso Carlos

    Las Memorias de Alfonso Carlos: Jueves 8 de septiembre de 1870.

    Fiesta de la Natividad de la Virgen (De Zouaves Pontificaux)

    JUEVES 8 DE SEPTIEMBRE DE 1870

    Fiesta de la Natividad de la Virgen. S.S. el Santo Padre fue a Santa María del Pópolo; yo estuve todo el tiempo de servicio en la plaza del Pópolo, donde había un batallón de Zuavos. Al marchar nos dieron la noticia de que los italianos habían pasado la frontera. Nosotros, los oficiales, nos alegramos muchísimo; hicimos un almuerzo muy alegre en la pensión San Silvestre, pensando que ya nos batiríamos por la tarde. Pero luego se supo que no era verdad y que nada había de nuevo. Desde muchos días toda la tropa estaba consignada en los cuarteles con las mochilas hechas. No podían salir para corvés[1] menos de cuatro soldados juntos y siempre llevando sus carabinas.


    La Plaza de Santa María del Pópolo





    [1]Los corvés son trabajos duros y costosos.

    Simancas tradicionalista: Alfonso Carlos

  6. #6
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    Re: Las Memorias de Alfonso Carlos

    Carta de Víctor Manuel a Pío IX

    Víctor Manuel II


    (Entregada a S.S. por el Conde Ponza di S. Martino)

    “Beatísimo Padre: con afecto de hijo, con fe de católico, con lealtad de rey, con espíritu de italiano, me dirijo de nuevo, como lo he hecho ya otras veces, al corazón de Vuestra Santidad.

    Una peligrosa tormenta amenaza a Europa. Aprovechándose de la guerra que está asolando el centro del continente, el partido revolucionario cosmopolita cobra bríos y audacia, y prepara, especialmente en Italia y en las provincias gobernadas por Vuestra Santidad, sus últimos ataques a la Monarquía y al Pontificado.

    Pío IX
    Ya sé, Beatísimo Padre, que la grandeza de vuestro ánimo estaría siempre a la altura de los grandes acontecimientos que ocurriesen; pero siendo, como soy, católico y rey italiano, y en calidad de tal custodio y garante, por disposición de la Divina Providencia y por la voluntad de la nación, del destino de todos los italianos, siento el deber de tomar, a la faz de Europa y del catolicismo, la responsabilidad de la conservación del orden en la península y de la seguridad de la Santa Sede.

    Pues bien, Beatísimo Padre: el estado de los ánimos en los pueblos gobernados por Vuestra Santidad y la permanencia en ellos de tropas extranjeras, venidas con distintos fines de diferentes países, son un foco de agitación y de peligros que nadie desconoce. La casualidad o la efervescencia de las pasiones pueden conducir a violencias y a una efusión de sangre, que en mi deber y en el vuestro, Padre Santo, está el evitarlas de todos modos.

    Ya veo la indeclinable necesidad, para seguridad de Italia y de la Santa Sede, que mis tropas, acantonadas ya en las fronteras, se internen a fin de ocupar las posiciones indispensables para la seguridad de Vuestra Santidad y el mantenimiento del orden.

    Vuestra Santidad no ha de ver en esta precaución un acto hostil. Mi gobierno y mis fuerzas se limitarán absolutamente a ejercer una acción conservadora y tutelar de los derechos fácilmente conciliables de las poblaciones romanas con la inviolabilidad del Sumo Pontífice y su autoridad espiritual, y con la independencia de la Santa Sede.
    El Conde Ponza di San Martino

    Si Vuestra Santidad, como no lo dudo, y como su sagrado carácter y la benignidad de su corazón me dan derecho a esperarlo, se halla inspirado de un deseo igual al mío de evitar todo conflicto y el peligro de un acto de violencia, podrá tomar con el Conde Ponza di San Martino (que entregará a Vuestra Santidad esta carta y que tiene las instrucciones oportunas de mi Gobierno), los acuerdos que se crean más conducentes para conseguir el objeto apetecido.

    Su Santidad me permitirá esperar, además, que en los momentos actuales, tan solemnes para Italia como para la Iglesia y el Pontificado, aumentará la intensidad del espíritu de benevolencia, que nunca podrá extinguirse en vuestro pecho hacia este país, que es vuestra patria, y los sentimientos de conciliación que me he esforzado siempre con incansable perseverancia a traducir en actos, a fin de que satisfaciendo las aspiraciones nacionales, la cabeza del catolicismo, rodeado del afecto de los pueblos italianos, conserve en las orillas del Tíber una Sede gloriosa e independiente de toda soberanía humana.

    Vuestra Santidad, librando a Roma de tropas extranjeras y sacándola del continuo peligro de ser campo de batalla de los partidos subversivos, habrá dado cima a una maravillosa obra, restituido la paz a la Iglesia y demostrado a la Europa, asustada de los horrores de las guerras, que pueden ganarse grandes batallas y alcanzarse triunfos inmortales con un acto de justicia y con una sola palabra de afecto.

    Ruego a Vuestra Beatitud que se digne dispensarme su bendición apostólica, y reitero a Vuestra Santidad los sentimientos de mi profundo respeto.

    Florencia, 8 de septiembre de 1870.

    De Vuestra Santidad muy humilde, obediente y afectuoso hijo,

    Víctor Manuel”

    Simancas tradicionalista: Alfonso Carlos


  7. #7
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    Re: Las Memorias de Alfonso Carlos

    Contestación de S.S. Pío IX a la carta de Víctor Manuel

    "bendigo a Dios que me ha permitido que Vuestra Majestad colme de amargura el último período de mi vida"


    “Al Rey Víctor Manuel II,


    Majestad:


    El conde Ponza di San Martino me ha entregado una carta que V.M. ha tenido a bien dirigirme; no es digna de un hijo afectuoso que tiene a gloria profesar la fe Católica. No entro en los detalles de la carta misma, por no renovar el dolor que su primera lectura me ha causado.


    Yo bendigo a Dios que me ha permitido que Vuestra Majestad colme de amargura el último período de mi vida. Por lo demás, no puedo admitir las exigencias expresadas en vuestra carta ni asociarme a los principios que contiene. Invoco de nuevo a Dios, y pongo en sus manos mi causa, que es enteramente la suya, y le ruego que conceda a V.M. gracias abundantes, le libre de todo peligro y tenga con vos la misericordia que os es necesaria.


    En el Vaticano, el 11 de septiembre de 1870.


    Pío Papa IX.”

    http://elcaballerodeltristedestino.b...&by-date=false

  8. #8
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    Re: Las Memorias de Alfonso Carlos

    Las Memorias de Alfonso Carlos: Sábado 10 de septiembre de 1870.

    SABADO 10 DE SEPTIEMBRE DE 1870


    El Conde Ponza di San Martino llega a Roma con una carta infame de Víctor Manuel a S.S. en la que con la mayor hipocresía quería engañar al Papa para que dejase que sus tropas entrasen libremente en Roma. Su Santidad le recibió a mediodía y le contestó lo que debía decirle. Lo cierto es que el Sr. Ponza salió de los cuartos de Su Santidad sin colores y casi no encontraba la puerta, según me dijeron personas que le vieron.


    General Kanzler (ZP)
    Al mismo tiempo, S.S. dio orden al General Kanzler, proministro de las armas, de empezar a prepararse para la defensa de Roma. S.S. estaba firme en no ceder más que a la fuerza. Al despedirle, dijo S.S. a Ponza que, aunque no era profeta, él creía, sin embargo, que los italianos no entrarían en Roma, o a lo menos quedarían poco tiempo. A la una vino a verme en mi casa el Cap. Baumont del Estado Mayor, para decirme que S.S. no había querido ceder en nada, y que al contrario, había ordenado al General Kanzler preparar una buena defensa. El consuelo que me produjo esta noticia fue inmenso; pues siempre temía yo que llegasen a persuadir a S.S. de que no hiciese resistencia, para evitar derramamiento de sangre; y mucho más, que en la ciudad habían hecho correr estas voces.


    A las cuatro y media de la tarde S.S. fue a Termini para asistir a la apertura de la fuente del Acqua Pía, que venía desde Arsoli en conductos de piedra y de hierro que acababan de concluirse entonces. El gentío fue extraordinario. Yo asistí también con otros oficiales; soldados no había, pues estaban consignados en los cuarteles. Al llegar y al marchar S.S es increíble las manifestaciones que todos le hicieron y, entonces pensamos nosotros: “Dios quiera que no sea esto como la entrada de Jesucristo en Jerusalén pocos días antes de su Pasión”. Y, desgraciadamente, casi sucedió así.


    El castillo de San Ángelo, la ciudad leonina.
    A las siete de la tarde, desde Termini fui a la pensión de los oficiales, para comer, pero tuve que marchar enseguida, pues me mandaron ir al fuerte S. Ángelo para vigilar cuarenta hombres de corvés. Al momento llegue al fuerte, y vi trabajar esos cuarenta hombres. El trabajo consistía en cargar balas de cañones, bombas y granadas en carros y enviarlos a diferentes puntos de la ciudad y a las puertas. Además hubo que vaciar muchos almacenes de pólvora, pues estaban hechos de madera y con un bombardeo podían volar. Esa pólvora la llevaron de lo alto del fuerte a almacenes más seguros. Toda la noche se trabajó: y éste era muy pesado, pues había que subir y bajar escaleras, y por faltas de instrumentos, los pobres zuavos debían llevar las balas de cañón en las manos. Sin embargo, nadie se quejaba y, al contrario, estaban alegres y decía: “Travailler, volontiers, pour le Pape

    http://elcaballerodeltristedestino.b...&by-date=false

  9. #9
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    Re: Las Memorias de Alfonso Carlos

    Las Memorias de Alfonso Carlos: Domingo 11 de septiembre de 1870.

    DOMINGO 11 DE SEPTIEMBRE DE 1870


    Las puertas de Roma aumentaban sus defensas.

    A las dos de la mañana, poco más o menos, llegaron otros cuarenta hombres de cazadores indígenas para relevarnos y nosotros nos marchamos. Este fue el primer servicio de campaña que tuve, aunque muy ligero. Toda la noche no se hizo más que trabajar en las puertas de Roma; las unas para cerrarlas del todo y en las otras hacer delante un terraplén y unas aspilleras para poder poner piezas de artillería y soldados.


    Las tropas italianas preparan el asedio.

    Yo empiezo mi semana de servicio en la Compañía y no dudo ya que pronto tendremos algo que hacer. Por la tarde, a las nueve, fui al casino militar de Piazza Colonia, como de costumbre, y allí se recibió la noticia por telégrafo de que las tropas italianas, ya se habían puesto en movimiento hacia la frontera, y que en Orte había entrado buen número de ellos. Allí no había más guarnición pontifica que ocho o diez gendarmes; éstos, sin embargo, dispararon algunos tiros, pero los italianos los cogieron luego prisioneros y un gendarme pontificio quedó muerto. Esto fue el principio de la invasión italiana.

    Simancas tradicionalista: Alfonso Carlos

  10. #10
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    Re: Las Memorias de Alfonso Carlos

    Las Memorias de Alfonso Carlos: Lunes 12 de septiembre de 1870.

    LUNES 12 DE SEPTIEMBRE DE 1870


    Mapa de Roma. Clica para aumentar.

    En este día en que cumplí mis 21 años, hice mis devociones en el Jesús; y ya preveía que me faltaría el tiempo para hacerlas otro día. Recibí hoy la primera carta de María de las Nieves, la que me causó la mayor alegría. Casi toda mi Compañía tuvo que ir a la Puerta del Pópolo para trabajar en las barricadas y no la relevaron hasta el siguiente día por la mañana. Los trabajos se hacían con toda prisa, pues se creía que íbamos a ser atacados muy pronto.


    Yo di ayer una vuelta en coche con el Teniente Derely, saliendo de Puerta del Pópolo y entrando por Puerta de San Juan Laterano. La puerta Salara estaba cerrada y llenada de tierra por dentro. Delante de la Puerta Pía, la que quedó del todo abierta, se estaban concluyendo los terraplenes y las barricadas. Puertas San Lorenzo y Puerta Maggiore estaba ya cerradas y llenadas de tierra.


    Encontramos a varios paisanos que se veía que no eran romanos, sino oficiales italianos disfrazados que iban examinando las murallas por fuera. Fue la última vez que di un paseo. Por la noche supimos que todo el día habían estado pasando la frontera tropas italianas en gran número y en varios puntos. El Coronel Allet, que mandaba el Regimiento de Zuavos, recibió un parte telegráfico del Teniente Coronel de Charette, desde Viterbo, en el que le anunciaba que gran número de italianos marchaban sobre Viterbo, y decía que el Subteniente de zuavos de Kervin, que se hallaba con veinte zuavos en Bagnorea, había quedado prisionero de los italianos.


    El Subteniente Kervin tenía orden de no abandonar ese punto más que cuando estuviesen ya allí los italianos: y habiendo él cumplido la orden, se encontró rodeado por 15.000 hombres; se defendió por un poco de tiempo, pero al fin tuvo que rendirse, y creo que quedaron heridos algunos zuavos. Esta noticia nos dio mucha lástima y ya empezamos a temer que le sucediese lo mismo también a Charette, el que tenía orden de esperar que llegasen los italianos y sólo entonces retirarse sin hacer resistencia.


    Empezaron luego a llegar noticas de Civitá Castellana, donde había la quinta Compañía del cuarto Batallón de Zuavos (Capitán de Resimont) y la Compañía de disciplina, mandada por el Capitán Rufini, de línea indígena.


    Civitá Castellana
    Los telégrafos de Roma a Civitá Castellana ya estaban cortados; de suerte que nada de fijo pudimos saber entonces. Los italianos, según oímos después de muchos días, bombardearon el pequeño fuerte de Civitá Castellana por más de una hora y le rodearon con 20.000 hombres a lo menos. El comandante del fuerte resistió todo lo que pudo, causando bastantes pérdidas al enemigo, pero a lo último viendo que la población iba a ser destruida y sin provecho, y después, sabiendo positivamente que de Roma nadie iría a ayudarle y que toda resistencia sería inútil, se decidió a capitular por la tarde. La Compañía de Zuavos y la otra salieron del fuerte y entregaron las armas según todas las formalidades acostumbradas. Los zuavos tuvieron algunos hombres heridos y creo que algún muerto también. Muchos pensamos en Civitá Castellana, pues en Roma se contaban toda suerte de noticias, y no se podía saber la verdad.

    Simancas tradicionalista: Alfonso Carlos

  11. #11
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    Re: Las Memorias de Alfonso Carlos

    Las Memorias de Alfonso Carlos: Martes 13 de septiembre.

    MARTES 13 DE SEPTIEMBRE DE 1870



    Llegó un parte telegráfico desde Viterbo, en el que se decía que el Teniente Coronel Charette había marchado de Viterbo por la mañana y que las tropas italianas ocupaban dicha ciudad. Por la tarde llegó un telegrama del mismo Charette, en que decía que, marchando sobre Viterbo un gran número de italianos, había tenido que abandonar la ciudad, pero tenía consigo todas las Compañías de Zuavos en la provincia de Viterbo, exceptuando la de Valentano, que no había podido alcanzarle con una marcha forzada y gracias a una niebla muy espesa que les ocultó al enemigo; sin embargo, fueron atacados durante la retirada varias veces por lanceros italianos.


    Los zuavos que estaban de guardia en los diferentes puestos de Viterbo habían quedado prisioneros de los italianos; serían éstos unos 15 ó 20 zuavos. Charette envió este parte desde Vetralla, pueblecito a unas ocho o diez millas de Viterbo sobre el camino de Civitá Vecchia. Allí se encontraba con siete Compañías de Zuavos, dos piezas de artillería, una ametralladora y unos cincuenta dragones a caballo. La Compañía de Zuavos que estaba en Subiaco (la primera del primero Cap. De Moncuit), había llegado ya a Roma por la mañana.


    Por la noche llegaron también, aunque con bastante trabajo, la quinta Compañía del primero de Zuavos (Capitán Goutpagnon), que estaba en Tívoli, y la sexta del primero (Cap. Joubert), que estaba en Mentana. Todo el día se estuvo trabajando para concluir las barricadas de Roma. Un oficial de cada Compañía debía quedar en el cuartel toda la noche y el día. Yo, como estaba de semana, tuve que quedar gran parte del tiempo, y únicamente a las seis de la tarde me fui a comer a la pensión de los oficiales, y (lo que nunca hubiera creído) fue esa la última vez que estuve allí. Mucho se habló esa noche del Teniente Coronel Charette, pues creíamos imposible ya que pudiera retirarse hasta Civitá Vecchia o que viniese a Roma por Baccano, pues estaba rodeado de todos lados por fuerzas italianas considerables. Luego de comer volví a mi cuartel de San Agustín.


    Por la noche los soldados estaban muy alegres, pues ya comprendían que pronto irían a batirse. Hicieron un altarito en el cuartel, encendieron muchas luces y se opusieron a cantar canciones a la Virgen, y, por último, el himno de Pío IX, y dieron muchos vivas. En otro tiempo no se hubiera permitido tanto ruido, pero en estos momentos no se podía impedir. Hasta los frailes del convento vinieron allí y se alegraban en ver tan buenos soldados y tan animados del espíritu católico. A las diez, hora del silencio, todos fueron a acostarse, pero vestidos, pues ya desde algún tiempo las tropas debían dormir vestidas. La alegría de esa noche parecía que preveía lo que iba a suceder.


    ZP
    Poco después de las diez llegó al cuartel el Teniente Derely y me dijo que se había recibido orden para que la sexta del segundo marchase la misma noche al encuentro del enemigo, que venía por los caminos de Viterbo y Civitá Castellana. Fue mucha suerte y honor para mi Compañía el ser la primera elegida para marchar al frente, y fue indescriptible el consuelo que nos produjo esta noticia a todos nosotros. Enseguida fui al casino militar a tomar todas las órdenes de mi Capitán Mr. Gastebois.


    La hora de marcha fue fijada para la una y media de la noche. Yo volvía al cuartel. Allí estaba ya Mgr. Daniel, Capellán mayor de zuavos; todos querían confesarse con él (los que hablaban francés) y apenas logré yo hacerlo también. Nuestra Compañía parecía una Compañía de cruzados, pues llevábamos todos, cosidas sobre nuestros chalecos, unas cruces rojas, de paño, bendecido por Su Santidad. Después, todos los zuavos y demás soldados se las pusieron, pero hasta entonces nadie las tenía todavía y mi Compañía fue casi la primera que se las puso. Todos los soldados se pusieron a preparar sus cosas. A las diez y tres cuartos marché a mi casa, número 300, del Corso, con mi asistente Sánchez, preparé todas mis cosas y me eché sobre la cama para descansar una hora.

    Simancas tradicionalista: Alfonso Carlos

  12. #12
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    Re: Las Memorias de Alfonso Carlos

    Las Memorias de Alfonso Carlos: Miércoles 14 de septiembre de 1870.

    MIERCOLES 14 DE SEPTIEMBRE DE 1870


    A las doce y media de la noche ya estaba yo en pie, tomé mi revólver, mi manta y mis cositas, me despedí del buen Manuel Echarri, que estaba triste mientras yo estaba muy alegre, y marché al cuartel de San Agustín. A la una y cuarto de la mañana se tocó el “rappel sac au dos”, y a la una y media, el “rappel” en el patio del cuartel.


    En las caras de todos los soldados se veía la alegría. Todos llevaban la mochila, con capote, manta y tienda de campaña, bidones y 100 cartuchos por cada hombre. Teníamos allí 40 filas, es decir, 80 hombres y cuatro clarines. A la una y tres cuartos llegaron al cuartel el Capitán Gastebois y el Teniente Derely. El Capitán hizo un pequeño discurso, recomendando mucha obediencia a sus órdenes, mucho silencio durante la marcha y mucho ánimo, el que no nos hacía falta, a Dios gracias. Enseguida salimos del cuartel de San Agustín por el flanco, como siempre.


    Puerta del Pópolo
    A la Puerta del Pópolo esperamos algunos minutos para que nos dejasen salir. Allí estaba la tercera Compañía del tercer Batallón (donde yo había servido como soldado el año 1868). Supimos también que a la misma hora, por Puerta Angélica había salido la sexta Compañía del tercero de Zuavos (Capitán de Fabry), para ir al encuentro de los italianos por el Monte Mario. Salimos de Puerta del Pópolo en buen orden la sexta del segundo. La otra Compañía quedaba para defender la puerta. A las dos y tres cuartos de la mañana ya estábamos delante de la venta del Puerto Molle, al otro lado del Tíber. El Capitán envió enseguida al Teniente Derely con los 25 primeros hombres de la Compañía y un clarín, por el camino de Viterbo, y a mí (que era subteniente) me envío por el camino de Civitá Castellana con los siguientes 25 hombres (de los que doce eran españoles).


    El Capitán se quedó allí, cerca del puente, con lo restante de la Compañía. A cada uno de nosotros nos mandó marchar adelante por espacio de un cuarto de hora o poco más, y hallando un buen punto para dominar los caminos, debíamos pararnos, quedar allí en atención, como puestos avanzados, y en cuanto viésemos legar a las tropas italianas debíamos retirarnos al puente, sin tirar ni un tiro. Nos dio a cada uno de los oficiales un dragón a caballo para que después de parados se lo enviásemos a él para darle cuenta de lo que hubiésemos hecho y visto.


    Yo marche al momento con 25 hombres, el sargento Blevenac y el sargento Boissoreil. La noche era bastante oscura, y como yo casi no conocía ese camino me estaba siempre con un poco de cuidado. El camino era bastante accidentado, y en varios puntos encerrado por los lados, de modo que se veía muy poco adelante. Pasé a los diez minutos delante de un caminito que venía desde el camino de Viterbo, según parecía, y como sospeché que sería peligroso, dejé allí al cabo Hofmann, con seis hombres para que lo vigilase y guardase. Seguí adelante con los demás zuavos pero nunca se llegaba a un punto de donde se dominase el camino, y como yo me hallaba ya demasiado lejos del Capitán y en caso de apuro era fácil rodearme y cogerme prisionero, anduve pocos minutos más, y luego me paré.


    Envié adelante al dragón a caballo para ver dónde concluía la subida del camino. Éste fue al galope y volvió diciendo que todavía había mucho que andar; por lo cual, para seguir las órdenes recibidas, volví atrás unos cuantos minutos, y reuniéndome a los seis hombres que había dejado atrás, me paré. Puse un centinela avanzado sobre la carretera, a unos cien pasos, y luego, subiendo una pequeña altura al lado del camino, coloqué dos centinelas allí arriba con orden de mirar atentamente el camino y avisarle por cualquier cosa que viesen. Envié luego el dragón al Capitán para decirle que no había nada de nuevo y que ya había encontrado un punto para pararme.


    El Teniente había andado un poco más que yo sobre el camino de Viterbo, pero yo no sabía dónde estaba, pues los dos caminos estaban muy separados el uno del otro. Por buena dicha teníamos un poco de luna, de manera que se veía algo delante de nosotros. Los demás soldados se echaron en el suelo para descansar, pues las mochilas les pesaban bastante. Yo no paré ni un momento, pues de noche y sin conocer el terreno ni los movimientos de los italianos, no quedaba tranquilo. Todos los que pasaban por el camino los paraba y les hacía preguntas, pero los más venían de cerca. Después, a cada momento, subía yo sobre la altura para dominar la carretera. También había trabajo para impedir que los soldados durmiesen y no hablasen, pues debíamos escuchar atentamente todo ruido, y varias veces me puse al suelo para oír mejor.


    Mucho gusto me dio cuando, a las cinco y media, vimos el principio de la aurora. Sin embargo, entonces empezó a hacer bastante frío y una humedad terrible. Nos decidimos a cortar ramas y hacer un buen fuego, y allí al lado estuvimos todos muy agradablemente. Los soldados no podían ponerse el capote, pues había que tener las mochilas hechas. Sin embargo, viendo que no había nada nuevo, les permití quitárselas. Siempre quedaban tres zuavos de centinela, adelantados, como dije antes.


    Entonces encontramos un buen aldeano que nos trajo uvas, que comimos con gusto, juntamente con un poco de pan que teníamos en nuestros bolsillos. A las seis llegó un zuavo de los que estaban con el Capitán y nos trajo café para todos, que habían hecho en la venta de Puente Molle. Lo tomamos con gusto; luego oyeron un par de tiros que nos llamaron la atención, pues venían de la parte donde estaba el Teniente. Y yo tenía orden de replegarme adonde estaba el Capitán si oía un tiro en la dirección donde había ido el Teniente. Sin embargo, como no oí nada más, quedé allí y sólo envié al sargento Boissoreil con el zuavo Zimmermann, adonde estaba el Capitán. Después de algún tiempo volvió el sargento diciendo que no había nada, que todo estaba tranquilo y que quedase donde estaba. Entonces, con un poco de trabajo, logré poner un centinela en un punto elevado, desde donde podía ver el camino nuestro y al mismo tiempo oír si el Teniente disparaba un tiro. Ahí quedamos tranquilamente hasta las ocho y media, y creíamos ya tener que quedar allá todo el día, cuando vimos llegar a un dragón a todo escape, el cual apenas se paró un momento para decirnos que ya estaban allí cerca las tropas italianas y que apenas tendríamos tiempo para replegarnos.


    Puente Molle
    Entonces yo hice bajar y reunir los centinelas, tomamos las mochilas y a paso ligero volvimos al Puente Molle para cumplir con las órdenes recibidas. Llegamos allá bastante cansados. Pocos minutos después llegó el Teniente con sus hombres, también cansados, y dijo que se veían ya las tropas italianas. Desgraciadamente ya estaba cociendo la carne para la sopa y tuvimos que tirarlo todo al aire para recoger los bidones. El Capitán tomó el mando de la Compañía y pasamos el Puente Molle, al lado izquierdo del Tíber. Allí nos paramos, y como se creía que el enemigo llegaría de un momento a otro por el camino de Viterbo y de sorpresa, pues la venta cubría el camino, el Capitán hizo poner una media sección sobre el mismo puente, con bayonetas al cañón, bajo las órdenes del sargento mayor de Kersabieck. Lo restante de la Compañía quedó detrás del puente, como de reserva.


    En este tiempo el Capitán quería hacer saltar el puente, pues así le habían mandado la víspera; pero se habían olvidado de minar el puente, de suerte que nosotros hubiéramos debido hacerle saltar con fósforos, lo cual no era factible, como puede comprenderse. El sargento mayor Kersabieck y la media sección se condujeron admirablemente, con una serenidad inmensa y mucho valor, pues allí estaban seguros de morir todos si venían a ser atacados. En las primeras filas se encontraban muchos españoles y se condujeron muy bien. El primer rango tenía rodilla en tierra, el otro estaba de pie. El Capitán, el Teniente y yo íbamos de cuando en cuando sobre el puente para examinar la carretera, y aseguro que necesitaba valor para quedar parado allí. El Capitán de Gastebois había escrito un billetito, y lo había enviado a Roma por medio de un dragón, para pedir que le diesen órdenes fijas para defender el puente hasta lo último o para replegarse a Roma.


    A las nueve y media nada había llegado todavía, y el Capitán y todos nosotros, viendo que nos olvidaban, empezamos a perder la paciencia. Nuestra posición era muy peligrosa, pues en caso de que nos atacasen no teníamos más retirada que la carretera que va de Puente Molle a Porta del Pópolo, entre dos murallas y toda derecha, y si los italianos ponían un cañón al otro lado del puente destruirían muy fácilmente nuestra Compañía, sin que los artilleros pontificios pudiesen hacer fuego desde Puerta del Pópolo por causa nuestra. Este camino tenía cerca de tres cuartos de hora de largo, a pie. A las diez, viendo el Capitán que no le enviaban ninguna orden y juzgando imposible e inútil ya el defender un puente como ése, hizo reunir toda la Compañía y marcharnos hacia Roma por medias secciones en columna, con bayonetas al cañón, para poder, en caso de que la Caballería nos atacase, hacer media vuelta, parándonos, y resistir fuertemente.


    El Capitán estaba muy disgustado de no recibir órdenes y se puso sentado en el suelo, dejándonos retirar a nosotros, de modo que ya apenas le veíamos. Entonces vimos de lejos mucho polvo, y creyendo que fuese Caballería enemiga, ya temimos que el Capitán fuese prisionero; pero, el pobre, corriendo y cansándose mucho, logró alcanzar la Compañía nuestra, que estaba parada para aguardarlo. En lugar de enemigos eran dragones que venían desde el puente Molle, y nos dijeron que los italianos venían con artillería para hacer fuego.


    Osteria di Papa Giulio
    Entonces nos dividimos a los dos lados del camino, marchando uno detrás de otro, para dejar el camino libre a las balas. Fuimos marchando así hasta unos 200 metros de la Puerta del Pópolo. Los soldados, tan cargados como estaban y cansados por la marcha de la noche, no podían casi seguir. Sin embargo, el Capitán se arrepintió de lo que había hecho y mando hacer media vuelta y marchar otra vez hacia el enemigo. Llegamos así hasta la mitad del camino, cerca de la Osteria di Papa Giulio, de donde va un pequeño camino hasta La Fontana dell´ Acqua Accelosa. Allí no había nada para comer y los soldados tenían hambre. Quedamos esperando un ataque de un minuto a otro; pero los soldados estaban cansados, que poco hubieran podido defenderse ya. Los pobres habían tenido trabajos muy fuertes desde unos cuantos días y ya iban muchas noches que casi no podían dormir.


    A las once vino allí, en coche, Mgneur. Daniel (capellán mayor) para vernos. Nos dijo que Charette estaba salvo, pues había telegrafiado por la mañana, muy temprano, desde Civitá Vecchia, adonde había llegado sin perder un solo hombre, a pesar de ser perseguido todo el tiempo por numerosísimas fuerzas italianas, y esperaba legar cuanto antes a Roma por ferrocarril. Esta noticia nos animó muchísimo, pues ya creíamos a Charette y sus zuavos prisioneros, suponiendo que aquél viniese desde Vetralla a Baccano para tomar el camino de Roma a Viterbo, y nosotros ya sabíamos que los italianos acababan de llegar a ese mismo camino. El capellán volvió a marchar a Roma. A cada momento llegaba un dragón y nos daba otras noticias, que generalmente no eran exactas. Algunos lanceros italianos habían pasado el puente, y viendo que no había nada habían vuelto otra vez atrás.


    Quedamos así, siempre andando arriba y abajo por el camino, sin saber nada hasta las doce y media (después de medianoche). Entonces llegó para relevarnos la tercera Compañía del tercer Batallón (Cap. Du Reau, francés; Subteniente Taillefer, canadiense; Subten. Tucimei, napolitano). Quedamos juntos allí, pues creíamos ser atacados por los dos caminos: el del puente Molle y el Acqua Accetosa; pero viendo que nadie llegaba, nos marchamos, y a la una y media entramos en Roma por Puerta del Pópolo. Allí formamos los pabellones y nos pusimos a descansar. Nos alcanzaron allí unos diez zuavos de nuestra Compañía, que habían quedado la víspera de guardia, sin haberlos podido relevar; con ellos llegó el cabo Monginoux y el zuavo Hendrix, que salió del hospital para alcanzar a su Compañía sin estar todavía curado del todo. El zuavo español Ortiz, de mi Compañía, por el cansancio, cayó enfermo bastante gravemente y fue preciso enviarle luego al hospital.


    Allí, en la plaza del Pópolo, nos acostamos sobre las piedras y descansamos muy bien. La plaza no se reconocía; estaba llena de piezas de artillería y furgones militares y había centinelas en las embocaduras de las calles de Ripetta, del Corso y de Vía Babuino, para impedir a la gente pasar adelante. Todas las tiendas de Roma quedaron cerradas ese día, pues se creía sucedería algo fuerte. A las dos de la tarde, la Cuarta Compañía del tercer Batallón (Cap. Du Bourg, Subten. Pavy, Subten. Bouden), que estaba de guardia en Puerta del Pópolo, recibió la orden de salir para proteger a la Compañía de Mr. Du Reau. Entonces yo quedé de guardia a la puerta con treinta y cinco hombres, en lugar del Subteniente Boulen, y el Teniente fue de guardia allí al lado, con otros treinta y cinco, al Abatoire, donde habían hecho una barricada al lado del Tíber. Los soldados comieron un poco de carne fría, y nosotros, los Oficiales, nos hicimos traer alguna comida. Siempre estábamos con el anteojo para ver desde lejos las dos Compañías de Zuavos, que creíamos se batirían de un momento a otro.


    Ningún paisano ni militar podía entrar ni salir por la puerta, aunque llevase permiso escrito; ésa era la consigna que me dieron. Había dos piezas de artillería detrás del terraplén, delante de la puerta, que estaba abierta, y contra el terraplén, cubierto de sacos con tierra, estaban siempre unos quince zuavos, pronto a hacer fuego. Allí supe que, por la mañana, la sexta Compañía del tercer Batallón (Cap. De Fabry, Ten. Du Ribert y Subteniente Gasconi), que estaba de avanzada en el monte Mario, había visto las tropas italianas. La vanguardia de esta Compañía, que consistía en un sargento (inglés) y ocho zuavos, fue atacada por un regimiento de Lanceros italianos. El sargento se defendió con mucho valor, causó muchas pérdidas a los Lanceros, pero recibió dos heridas él mismo, y otros tres o cuatro zuavos fueron heridos y uno muerto; tuvieron que quedar prisioneros. Después supimos que había muerto el sargento a causa de las heridas. La Compañía también disparó algunos tiros y un Capitán italiano quedó muerto. Pero después, la misma sexta Compañía del tercer Batallón tuvo que retirarse por Puerta Angélica a la Plaza de San Pedro donde estaba destinada.


    A las tres de la tarde tuve el gusto de ver llegar en un coche, con M. Kanzler, al Teniente Coronel Charette, que, después de una magnífica y brillante retirada, había llegado a Roma a la una. Los italianos le habían perseguido hasta Vetralla, adonde llegó Charette por la noche. Los italianos le rodearon en ese pueblo, creyendo que dormiría allí, y hasta hicieron publicar en los diarios italianos que Charette, con toda su gente, estaban prisioneros suyos. Pero Charette fue más listo que ellos, y en lugar de irse por la carretera, como ellos creían, tomó pequeños caminos de campo y hasta veredas por medio de las montañas, de modo que los mismos zuavos tuvieron que llevar a veces a hombros los dos cañones, para subirlos por puntos muy montañosos, y así también para llevar la ametralladora, habiéndose roto una rueda de ésta. Pero llegó, por fin, feliz y gloriosamente a Civitá Vecchia. Y tomando un tren especial, aunque le dijesen que era muy peligroso volver a Roma porque los italianos por varios puntos venían para cortar el ferrocarril, él no tuvo miedo, se marchó y llegó felizmente a Roma, enteramente negro, pues quiso hacer todo el viaje de pie, sobre la locomotora, para dominar el camino, y en su caso, hacer parar el tren y defenderse contra las tropas que pudiesen atacarle. Como no había puesto en el tren, así dejó Civitá Vecchia el pelotón de Dragones a caballo y las dos piezas de artillería, que eran las mejores. La ametralladora llegó a Roma.


    La Compañía de Valentano (con el Cap. Kermoal, Ten. Van der Straten y Subten. Artz), no pudiendo alcanzar a Charette, sin mochilas ni estorbos, vino directamente a Civitá Vecchia por las montañas, y llegó pocas horas después de la marcha de Charette; pero esta Compañía ya no pudo volver a Roma, pues los italianos ocuparon el ferrocarril. Este mismo Capitán había enviado todas las mochilas directamente a Civitá Vecchia, sin escolta, por medio de un aldeano, en un carro cubierto de paja, y el buen hombre le entregó todo en dicha población, con mucha exactitud. Nosotros felicitamos muchísimo a Charette por su dichosa llegada a Roma, y en seguida de examinar los trabajos de la Puerta se marchó el Teniente coronel, pues estaba cansadísimo. Con la llegada de Charette teníamos ya 700 zuavos más en Roma, lo cual nos alegró mucho.


    Villa Ludovisi
    Luego hubo que poner de guardia a nuestro sargento Bossonil con 15 hombres a mitad de la subida del Pincio. A las cuatro y media de la tarde el Capitán Gastebois tuvo que marchar con la mitad de la Compañía a la Villa Ludovisi, donde debía pasar la noche sobre paja. El Teniente y yo quedamos allí con orden de alcanzar al Capitán con la otra mitad de la Compañía en cuanto llegasen las dos Compañías de Zuavos que estaban en el puente Molle. A las cinco los soldados lograron comer una sopa y se envió una parte a la otra mitad de la Compañía en la Villa Ludovisi. Yo tomé un pedazo de carne mala en la cantina de la caserna de gendarmes, allí al lado. Por la noche, a las ocho, el Teniente marchó a comer a la ciudad y me encargó a mí llevar la media Compañía a Villa Ludovisi. A las nueve y media de la noche la cuarta Compañía del tercer Batallón volvió desde puente Molle. Entonces me relevó, yo pasé la consigna de la Puerta del Pópolo al Subteniente Boulen, reuní los hombres de mi Compañía y marché, atravesando la plaza Barberini y la ciudad, a la Villa Ludovisi. Fue mucha casualidad el acertar yo el camino, pues nunca había sabido dónde estaba la Villa. Sin embargo, llegué felizmente a la Puerta y allí me alcanzó el Teniente Derely; entramos juntos en aquel inmenso jardín.


    La noche era muy oscura y empezaba a llover un poquito. Atravesamos gran parte del jardín por caminos desconocidos y oscuros; por último llegamos a una especie de casa o salón lleno de paja, en donde hallé a nuestro Capitán Gastebois con lo restante de la Compañía. Como llovía un poco hicimos entrar allí a todos nuestros hombres, aunque algo apretados, cada uno con su fusil y mochila, para pasar la noche. Dejamos unos veinte hombres con dos cabos y un sargento de guardia contra las murallas de la ciudad, pues la Villa Ludovisi, que ocupa muchísimo terreno, desde más allá de la antigua Puerta Pinciana hasta la Puerta Salara, está junto a las murallas de Roma. A las diez y media nos echamos sobre la paja; los Oficiales juntos en un rincón, y como si fuese la mejor cama del mundo, nos dormimos a los pocos minutos.


    Pero a las once y media me desperté al ruido de unos clarines, que parecían los de Puerta Pía, y que tocaban “De bout”, y luego “Garde a Vous”. Yo desperté al Capitán, que oyó la misma cosa, y mandó levantarse a toda la Compañía. Con mucho trabajo llegamos a despertar a los zuavos, ya cansados, y formamos la Compañía sobre dos rangos para estar prontos a marchar. Enviamos al cabo Almela, sobrino de Aparisi y Guijarro, valenciano, con el americano Torral y otros tres zuavos, a la entrada del jardín para que quedasen allí toda la noche, y el Teniente se paseó por el inmenso jardín, al lado de las murallas, para ver si oía o descubría algo. En el jardín había muchos obreros con hachas encendidas que estaban haciendo un largo foso y un terraplén detrás de las murallas, que eran tan débiles que hubieran caído a los primeros cañonazos. Luego volvió el Teniente diciendo que nada había y que en Puerta Pía todo estaba tranquilo. La noche era muy oscura y nosotros no conocíamos nada de todo aquel terreno, de modo que hubiera sido muy fastidioso tener que hacer algo así, a ciegas…

    Simancas tradicionalista: Memorias de Alfonso Carlos

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    Re: Las Memorias de Alfonso Carlos

    Oración a María Santísima

    ORACION A MARIA SANTISIMA





    Recitada en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, delante de la Santísima Virgen de la Columna, en el triduo que allí hizo S. S. Los días 12,13 y 14 de septiembre de 1870, y que se cree redactada por Su Santidad.


    Gloriosísima Reina del Cielo, María Madre de Dios, a Vos, que sois vida y esperanza, recurrimos. Vos, desde vuestra inmaculada concepción, aplastasteis la cabeza a la infernal serpiente, principalísimo enemigo de la Iglesia. Vos fuisteis por Dios establecida para perpetuo auxilio de los cristianos, y como fuerte campo de ejército, puesto en orden de batalla, cien veces libraste a los fieles que a Vos recurrieron de agresiones hostiles, contra todo cálculo de humana providencia. Volved, pues hoy vuestras piadosas miradas sobre nosotros, que formando un solo corazón os invocamos para nuestra defensa y protección. Salvad de la inicua opresión a la Iglesia; poned a cubierto de las armas sacrílegas al Vicario de Vuestro divino Hijo; libertad de todo peligro a este vuestro pueblo; bendecid a aquellos valerosos que exponen la vida por la defensa de la Santa Sede, e infundid en todos los cristianos sentimientos de paz, de justicia, de caridad.


    Si nuestros pecados han excitado contra nosotros la Divina Justicia, a la par de nuestro arrepentimiento, ofreced Vos misma vuestros méritos a Vuestro misericordiosísimo Hijo, y dad fuerza con vuestra potentísima mediación a las humildes súplicas de nuestros corazones. Todo el poder del infierno, todos los esfuerzos de los impíos caerán a la primera mirada de misericordia que el Señor dirija sobre nosotros, y esta misericordia, Vos sola, ¡oh Madre nuestra clementísima!, podéis obtenerla con vuestra intercesión. Rogad, pues, por nosotros, ¡oh María!, y seremos salvos, y publicaremos por el mundo esta nueva gloria de vuestro poderosísimo y santo auxilio. Así sea.


    (Su Santidad concede 7 años de indulgencia a todos los fieles que concurran una vez a este triduo, e indulgencia plenaria a los que asistan tres veces.)

    Simancas tradicionalista: Memorias de Alfonso Carlos

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    Re: Las Memorias de Alfonso Carlos

    Las Memorias de Alfonso Carlos: Jueves 15 de septiembre de 1870.

    JUEVES 15 DE SEPTIEMBRE DE 1870


    Quedamos allí fuera, sin poder casi estar de pie por el sueño. Se oían algunos tiros de cuando en cuando, y sobre todo silbar el ferrocarril toda la noche, lo que indicaba que los italianos reunían sus tropas cerca de Roma. A la una de la noche, viendo que nada había, entramos en el mencionado salón, nos echamos a dormir sobre paja, y después me dijeron que toda la noche estuve moviéndome, dando puntapiés y hablando, sin duda creyendo estar delante del enemigo. Todo esto no debió ser agradable para mis vecinos, pues estábamos muy cerca unos de otros. Por la mañana, a las cinco y media, nos despertamos con el día y tomamos un poco de café. Aquí vinieron a vernos algunos Oficiales. Supimos que ya estaban cortadas todas las comunicaciones con Roma desde la víspera y todos los ferrocarriles también, y por consiguiente, desde ayer estábamos completamente sitiados.


    Supimos que antes de llegar Charette a Roma había logrado llegar también a Roma el Coronel Azzanesi con el regimiento de línea indígena desde Velletri, por ferrocarril, y que además habían llegado 2.000 squadriglieri (voluntarios montañeses de las provincias) y la mayor parte de los gendarmes. Ayer mañana, en un pequeño combate que tuvo lugar en el monte Mario, la sexta Compañía del tercero de Zuavos (Capitán Fabry) contra Lanceros italianos, quedó prisionero un Teniente de Lanceros italianos (Conde Crotti, primo del C. de Maistre, Capitán de Estado Mayor pontificio). Le trajeron a Roma en coche, con unos dragones de escolta, y yo le vi llegar hallándome de guardia en Puerta del Pópolo. Pero en cuanto S.S. lo supo ordenó que se le pusiese inmediatamente en libertad, lo que se hizo ayer mismo; pero los periódicos italianos nada hablaron de este acto generoso de Su Santidad. Ayer fue el último día del triduo solemne celebrado en San Pedro por Su Santidad mismo para implorar el auxilio divino en las actuales circunstancias. Yo no pude asistir más que el primer día. El concurso fue inmenso; me dijeron que había unas 40.000 personas en la Basílica.


    Esta mañana, la Escuadra italiana, muy numerosa, por mar, y el Ejército italiano, por tierra, cercaron a Civitá Vecchia, y el Comandante de la fortaleza, Coronel Serra, tal vez por miedo (pero, según parece, por traición), capituló sin tirar un tiro, y toda la guarnición quedó prisionera de las tropas italianas. En Civitá Vecchia había de guarnición dos Compañías de Cazadores indígenas y cuatro Compañías de Zuavos (es decir, la segunda Compañía del cuarto Batallón, Cap. Kermoal; la segunda Compañía de Depósito, Cap. Martini; la tercera de Depósito, Cap. Guerin, y la cuarta de Depósito, Cap. La Torquenays). Además había dos pelotones de Dragones y un pequeño número de artilleros. Mucho tiempo no podían resistir, pero sí algunas horas habiéndose batido. Por algunos días no supimos nada de seguro de Civitá Vecchia, y hoy supimos únicamente que desde la mañana habían entrado en la ciudad los italianos, sin saber cómo.


    Pero lo cierto fue que algunos días antes el Ministro de la Guerra, General Kanzler, por sospechas contra el Coronel Serra, quiso quitarle el mando para dárselo al excelente Comandante D´ Albins, de Zuavos, que estaba en Civitá Vecchia. Pero el Coronel Serra lo supo y escribió al General Kanzler que él defendería la plaza de Civitá Vecchia hasta lo último y no caería más que con honor. Y, al contrario, parece que había firmado la entrega de la plaza, y dicen que a precio de dinero que le habían prometido los habitantes de la ciudad para que evitase el bombardeo. Estas noticias, que supimos poco a poco y muchos días después, nos dieron mucha pena, pues con esto nosotros habíamos perdido unos 500 zuavos, que cayeron prisioneros, y entre los que había quedado en Civitá Castellana, Bagnoera, Viterbo, etc., serían en todo 750 zuavos prisioneros. Así no quedábamos en Roma más que 2.250 zuavos, y con todas las demás tropas pontificias para defender la ciudad de Roma, había en total unos 8.000 hombres y 120 cañones, que, repartidos en la enorme extensión de las murallas de Roma, casi no eran suficientes.


    La tropa pontificia estaba bien repartida en toda la extensión de las murallas de Roma, las cuales estaban divididas en varias zonas, cada una bajo las órdenes de un oficial superior. La zona donde siempre me encontré estaba primero bajo las órdenes del Comandante Troussures, de Zuavos, que mandaba mi Batallón, mientras nuestro Coronel Allet tenía bajo su mando la zona de San Pedro, Puerta Angélica, Puerta Cavaleggiere y hasta San Pancracio. Pero desde que volvió a Roma el Coronel Azzanesi, éste tomó el mando de la zona de San Pedro y el Coronel Allet fue a mandar la zona que tenía antes el Comandante Troussures, quedando éste bajo las órdenes de Allet. Esta zona iba desde Porta del Pópolo, Porta Pinciana y Porta Salara hasta la Porta Pía. A las ocho y media de la mañana, mientras estaba mi Compañía haciendo la sopa, llegó el Comandante Troussures y nos la hizo suspender, mandándonos tomar alguna comida fría y prepararnos para marchar cuanto antes al puente Molle, sin mochilas ni capotes, para andar más ligeros. En ese intervalo nos reunimos todos los zuavos españoles bajo un árbol y rezamos el rosario, pues creíamos que en puente Molle tendríamos que batirnos fuertemente.


    Vista desde la Academia de Francia
    A las nueve ya estaba formada nuestra Compañía (teníamos 95 hombres); fuimos antes a Villa Médici, la Academia de Francia, al lado del Pincio; dejamos allí todas nuestras mochilas y sacos y los dos cocineros para preparar la comida para la tarde; fuimos por el Pincio a la puerta del Pópolo, en donde estaba de guardia la cuarta Compañía del tercero, y al pasar nos miraron con envidia por ir al puesto avanzado. Nosotros íbamos muy contentos y alegres, convencidos que nos batiríamos con fuerzas muchísimo mayores, y que, por consiguiente, pocos volveríamos a Roma. En el camino hizo muchísimo calor y había mucho polvo; pero anduvimos muy deprisa, de modo que a las diez y media o poco más llegamos al puente Molle, el que pasamos. Allí estaba la tercera Compañía del tercer Batallón (Cap. Du Reau) desde la noche anterior, y en cuanto llegamos con nuestra Compañía el Capitán Du Reau volvió a Roma con la suya.


    Enseguida el Capitán Gastebois repartió la Compañía en dos secciones, quedando él mismo con el Teniente y la segunda sección a la derecha y a la izquierda del puente Molle y enviándome a mí con la primera sección al lado izquierdo del río (al de Roma.). Allí repartí mi sección en dos medias secciones, poniéndolas a la derecha y a la izquierda del río, de frente a la segunda sección y hacer fuego mientras la otra sección iba pasando el puente. Estábamos todos muy bien colocados. Únicamente, en caso de ataque, la retirada por la carretera hasta puerta del Pópolo era peligrosísima para nosotros y casi imposible de efectuar. Entonces pensamos que tal vez habría medio de llegar hasta Roma atravesando unas grandes viñas que están al lado izquierdo de la carretera, saliendo de Roma, y por lo mismo, tomamos a un aldeano para que llevase a Roma al cabo Monginoux y al zuavo Gagné para que estos dos aprendiesen el camino.



    Así sucedió, y al mismo tiempo yo hice trabajar a los soldados de la media sección a la izquierda para hacer dos agujeros en el cercado de espinas que cerraba la viña, de modo que la compañía podía pasar por ellos, retirándose. Además hice traer piedras a algunos pasos delante de esos agujeros, de modo que se hubiera podido retirar la segunda sección sin peligro, pues la primera, detrás, desde las piedras, hubiera podido seguir tirando, y además, siendo pequeños los agujeros, no hubiera podido perseguirnos la Caballería, y una vez dentro de las viñas ya estábamos casi seguros. En caso de ataque, yo, con, mi sección, hubiera sido el último en retirarme de las viñas. Volvieron de Roma los dos zuavos diciendo que el camino por las viñas, aunque algo difícil, podría practicarse bastante bien y que se llegaba hasta al lado de la Puerta del Pópolo sin ser percibidos.


    Enseguida envió el Capitán a Roma a un dragón (pues teníamos siempre dos con nosotros) para avisar que en caso de ataque nos retiraríamos por la viña, y no por la carretera, y que, por consiguiente, los artilleros de Puerta del Pópolo podrían disparar los cañones en cuanto viesen a alguien en la carretera. Al principio del campo de maniobras de la Farnesina (a unos 200 metros del puente) había puesto el Capitán a un centinela para vigilar la montaña de frente y la carretera de Viterbo, porque delante del puente había una venta que hacía un recodo bastante grande en el camino y, por consiguiente, no dejaba ver a los del puente más que a unos cien pasos delante de sí. A la una, después de mediodía, el centinela de la Farnesina (un piamontés, zuavo Biliet) disparó un tiro de fusil, y poco a poco, según tenía orden, fue replegándose con mucha calma hacia la segunda sección. Tanto esa sección, al otro lado del río, como la mía a éste, se prepararon para el ataque, que creíamos indudable; cargaron los fusiles y pusieron bayoneta al cañón. Los dragones pontificios que estaban con nosotros, al ver esto, perdieron la cabeza, y sin reflexionar en nada ni esperar se escaparon a Roma a la carrera para decir que el enemigo estaba en el puente y que nosotros nos batíamos. Y esta alarma corrió de tal manera, que ya contaban en Roma que la sexta del segundo había sido atacada por el enemigo y destruida y no quedaban en pie más que el Teniente y tres o cuatro soldados. Medio minuto antes del tiro de fusil habíamos oído el toque del clarín de los italianos, que, sin conocerle, creíamos era la señal del ataque.


    Sin embargo, toda mi Compañía se condujo admirablemente y con la más grande sangre fría y orden. Yo me puse delante de la sección para impedir que mis soldados tirasen antes de mi orden y pusiesen matar a los de la segunda sección, que estaban al otro lado del puente. Al momento que se oyó el tiro yo me había sentado en un coche (que había traído un señor del Comité belga para traernos cigarros), y después de varios días que dormía y me sentaba en el suelo, me parecía delicioso descansar sobre los colchones del coche. Desde que se oyó el tiro no pasaron tres minutos hasta que se vieron aparecer al galope en el recodo de la carretera, delante de la venta, unos doce lanceros italianos a caballo.


    En ese momento se conoció la sangre fría y la grande disciplina de nuestros zuavos, que a pesar de estar ya en la mira, con los fusiles cargados, estuvieron aguardando la orden del Capitán para disparar. En el instante mismo se vio que el primer lancero llevaba en lo alto de su lanza un pañuelito blanco. Por eso el centinela de la Farnesina, siendo piamontés, conoció el toque parlamentario, y en lugar de disparar sobre el grupo de lanceros que veía correr hacia nosotros, disparó sólo un tiro al aire para ponernos en guardia. Con todo esto y con la sangre fría y valor de nuestros zuavos se evitó una catástrofe, que podía haber sido muy mala para nosotros y para las demás tropas.


    Delante de la venta se paró la escolta de Lanceros, y al mismo tiempo mi Capitán mandó descargar los fusiles y quitar las bayonetas, lo cual se hizo en el acto; lo mismo mandé hacer yo a mi sección, al otro lado del río, pues miraba lo que hacía nuestro Capitán. Entonces se adelantó solo, a caballo, hacia nosotros el coronel italiano Caccialupi (lombardo), Ayudante de campo del General Cadorna, Comandante de las tropas italianas, después de haberse adelantado solo, hacia él nuestro Capitán y haber puesto en la vaina el sable. Muy sorprendidos quedamos, pues nunca creímos que llegase un parlamentario.


    El Sr. Caccialupi se apeó al momento del caballo pidiendo poder ir a Roma como parlamentario para ver al General Kanzler. El Capitán le dijo que era preciso ir a pie hasta Roma para avisar que viniesen a buscar al parlamentario con un coche. Si hubiese estado allí un dragón hubiera sido muy cómodo. En su lugar el Capitán mandó al Teniente para avisar al General Kanzler. Este Teniente tuvo que ir a pie por las viñas, corriendo, con un calor muy fuerte. Entretanto, el Capitán se paseaba sobre el puente con el Coronel italiano. El Capitán me mandó (diciéndome “Monseigneur” expresamente, para que lo oyese el otro) que reemplazase al Teniente en la segunda sección, que estaba al otro lado del puente. Entonces vi que, a pesar de estar el parlamentario allí, las avanzadas de los italianos tomaban puestos sobre una altura a unos 300 metros delante y de frente al puente, y hasta cerca de una casa había trazas de que colocasen unos cañones. Yo fui a decirlo al Capitán, que pidió razón al parlamentario, y éste dijo que prometía, bajo palabra de honor, de que mientras él estuviera en Roma no atacarían; pero, con todo, envió a un lancero a prevenir que guardasen todas las posiciones que antes tenían, sin adelantar.


    El lancero fue despacio, y, a pesar de todo, al cabo de un cuarto de hora ya estaba de vuelta, lo cual nos probó que el Ejercito italiano estaba muy cerca de nosotros. Yo quedé con la segunda sección y no hablé al Coronel Caccialupi; pero mi Capitán habló bastante con él. El Coronel manifestó su admiración al Capitán por la disciplina de los soldados, que no tiraron sobre él, y dijo que no nos creía tan cerca del puente; si no, hubiese venido con más precauciones. A esto le contestó mi Capitán: “Mis soldados no tiran más que cuando les manda su Capitán.” El Capitán se sentó al lado del puente, en el suelo, con el Coronel, que hablaba muy bien el francés, y hablaron de la guerra de Francia y de otras cosas por ese estilo, pero nada de lo que se iba a hacer. Sin embargo, ya pensábamos nosotros lo que él pediría, y estábamos deseosos de saber que le hubiesen dado respuesta negativa a lo que iba a pedir. Dos lanceros con el caballo del Coronel pasaron el puente Molle y allí quedaron todo el tiempo hablando con nuestros zuavos. Dijeron que ellos venían a Roma porque se lo mandaban y sólo cumplían con su deber. Los caballos eran flacos y muy mal entretenidos. Entretanto, unos Oficiales italianos iban bajando de la altura, y el sargento nuestro, Serio, fue para ver lo que hacían, y ellos entonces se retiraron.


    El Capitán Gastebois hizo traer desde la venta un fiaschetto de vino de Viterbo y lo bebió con el Coronel italiano. También se dio a beber a los lanceros italianos. A las dos llegó por la carretera de Porta del Pópolo un coche cerrado con unos dragones para escolta, y dentro el Comandante de Estado Mayor pontificio Rivalta. Mi Capitán tenía preparado un pañuelo limpio; pero el Sr. Rivalta sacó otro que no lo era demasiado y con él cubrió los ojos del Coronel Caccialupi, que subió en el coche con el Comandante Rivalta, y fueron a Roma por Porta del Pópolo, a la casa del General Kanzler (creo fue al Ministerio de la Guerra, a la Pilotta) Nosotros quedamos allí esperando y descansado, pues teníamos confianza en la palabra del Coronel italiano. Poco después volvió nuestro Teniente Derely con el caballo de un dragón. El pobre estaba cansado, pues había corrido mucho para llegar a Roma y su traje estaba empapado de sudor. Dijo que la noticia del parlamentario había puesto mucho movimiento en Roma y que todos le preguntaban noticias de cómo se había pasado en puente cuando llegó. Querían enviar a buscarle por un oficial de Zuavos, como debía ser, habiéndole recibido los Zuavos; pero, por último, no lo hicieron. Después de haber visto al General Kanzler y haberle pedido, en nombre de S. M. el Rey Víctor Manuel, que en el término de veinticuatro horas sus tropas tuvieran libre entrada en Roma, porque sólo vendrían para tener guarnición en ella y asegurar el orden público, volvió a marcharse el Sr. Caccialupi, llevando la siguiente carta para el General Cadorna:


    He recibido la invitación de dejar entrar las tropas bajo el mando de V. E. Su Santidad desea ver Roma ocupada por sus propias tropas y no por las de otro Soberano. Por tanto, tengo el honor de responder que me hallo dispuesto a resistir con los medios que están a mi disposición y según me imponen el deber y el honor.” Firmado por el General Kanzler.


    A las tres de la tarde ya estaba de vuelta en coche el Coronel Caccialupi, acompañado por el Comandante Rivalta y el Capital Baumont, de Estado Mayor pontificio, y además el Teniente Franquinet, de Zuavos, y una escolta de dragones. El coche pasó el puente y se paró delante de la venta. Allí se apeó del coche el Coronel Caccialupi; le descubrieron los ojos y estuvimos un ratito juntos bebiendo vino de Viterbo. Luego el Coronel italiano se despidió de nosotros, nos dio las gracias por todo dándonos un apretón de mano, subió a caballo y marchó al galope por el camino de Viterbo.


    Los Oficiales pontificios nos dijeron entonces todo lo que había pasado en Roma y cómo Su Santidad mismo no quería ceder a todas esas amenazas. Este fue un momento de verdadero gozo para nosotros, pues así estábamos seguros de que tendríamos que batirnos. Nos mandaron estar prontos y dispuestos, porque ya de un momento a otro podían avanzar las tropas italianas, Entretanto, el Teniente Franquinet, de Zuavos, fue adelante a caballo para ver si había movimiento en el campo italiano. Al mismo tiempo volvieron a Roma los dos Oficiales de Estado Mayor. A las cuatro mi Capitán mandó al sargento mayor Kersabieck para que hiciese un reconocimiento. Éste marchó con los con los cuatro zuavos españoles Sánchez, Gutiérrez, Martí y Escribá, y además el francés de Gardonne, y Biliet. Este sargento mayor, que siempre se distinguió por su valor y sangre fría, se adelantó con estos seis hombres hasta cerca del campamento italiano, siempre andando por los campos y montes, entre el camino de Viterbo y el de Civitá Castellana. Fueron tan lejos, que ya no se distinguían casi, y yo, que estaba al otro lado del río, viendo sobre lo alto, a muchísima distancia, algunos puntitos negros que se movían, creía que fuesen ya los italianos, que se adelantaban.


    Entretanto, vinieron desde Roma unos cuantos soldados de Ingenieros para hacer una barricada delante del puente y cortaron uno o dos árboles; pero al momento se les figuró que llegarían los italianos y se escaparon a Roma sin haber hecho nada. Entonces, nuestros zuavos siguieron cortando algún otro árbol, y poniéndolos delante del puente formaron una especie de barricada. En estas operaciones se rompió el hilo del telégrafo, cayendo sobre él un gran árbol. El Capitán sintió mucho este percance; pero yo me convencí de que era una gracia de Dios, porque el telégrafo ya no servía para nosotros y únicamente podía hacernos daño si los italianos lograban comunicar con Roma. A las seis y media de la tarde volvió el Teniente Franquinet, diciéndonos que había encontrado allí cerca dos hombres sospechosos y los había entregado a los zuavos que iban de reconocimiento, y que cuando llegasen los guardásemos con nosotros. El Teniente Franquinet volvió a Roma. Y a la siete llegó el sargento Kersabieck con los seis zuavos y los dos espías. Dijeron que en el campamento enemigo se movían, pero parecía que no adelantaban. Dos dragones volvieron también y quedaron al lado izquierdo del río, a nuestra disposición. Todo el día lo pasamos sin comer y sólo tomamos algunas uvas y un poco de vino.



    Por la noche el Capitán envió un dragón a Roma para pedir que nos relevasen o, a lo menos, nos enviasen algo para comer y los capotes para cubrirnos, pues no teníamos ningún abrigo, y estando al lado del río, después de los calores del día además de padecer el frío, la humedad podía darnos calenturas. ¡Fue verdaderamente extraordinario cómo desdeque hicimos esta vida agitada no tuvimos casi ningún enfermo en la Compañía, mientras antes teníamos siempre muchos! Los dos espías los pusimos entre cuatro soldados, al lado izquierdo del río. Ellos no tenían tampoco capotes y se quejaban del frío y además tenían hambre. Esos dos iban a Roma para ser sometidos a un Consejo de guerra y probablemente ser fusilados, porque tenían verdaderamente trazas de espías. Uno era joven y otro viejo. Pero preguntándoles por separado a cada uno de ellos lo que había hecho, visto y cuándo se habían juntado los dos, cada uno contestaba de otro modo y se veía que querían engañar.



    A las nueve y media de la noche el Capitán, juzgando muy expuesto dejar el puente abierto con sólo una barricada por delante, mandó traer la barricada sobre el mismo puente, y así se hizo, empezando por poner debajo un coche volcado hacia tierra, y por encima los árboles cortados. Después pusimos dos soldados de centinela, y los demás, sobre las piedras del puente, descansábamos al fresco. Siempre quedó la segunda sección delante y contra la barricada, y la mía en lugar detrás del puente. A las diez, el sargento mayor se fue solo con Sánchez, sin armas, hasta la hostería, exponiéndose bastante al ir solos tan lejos y saltando por encima de la barricada. Yo le dije que no se expusiese tanto; y él me contestó: “Es preciso que alguno se exponga, para el bien de los demás ”. Y allá ordenó se hiciera café para todos, que tomamos con mucho gusto y que nos hizo mucho bien, para despertarnos un poco. Él Capitán dormía en el suelo; el Teniente, echado en el carro que formaba la barricada; pero yo no quise dormir, porque estábamos demasiado expuestos a que nos sorprendiese el enemigo. A pesar de lo que el Capitán había mandado decir a Roma, no llegó nada y ya adelantaba la noche oscura.

    Simancas tradicionalista: Memorias de Alfonso Carlos

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    Re: Las Memorias de Alfonso Carlos

    Las Memorias de Alfonso Carlos: Viernes 16 de septiembre de 1870.

    VIERNES 16 DE SEPTIEMBRE DE 1870


    Villa Médici
    Poco después de media noche salió un poco de luna, lo cual nos vino muy bien, para ver lo que pasaba delante de nosotros. Ya estábamos dispuestos a pasar toda la noche sobre el Puente Molle, cuando vino un dragón a anunciarnos que nos iban a relevar. Efectivamente, a la una y media de la mañana llegó la cuarta Compañía del primer Batallón, con el Capitán Desclée y el Teniente Mauduit, para relevarnos. Esta Compañía, que fue una de las que se salvaron con la retirada de Charette, perdió veinte hombres y el Subteniente, prisionero en Bagnorea, y así ya estaba reducida a unos setenta hombres apenas. En cuanto llegó esta Compañía, mi Capitán hizo reunir la suya y marchamos a Roma, llevando entre las dos secciones los espías cogidos.


    Llegando a Puerta del Pópolo entregamos los dos espías a otras tropas, de los que no supimos nada más; subimos a Villa Médici, cerca del Pincio, donde habíamos dejado nuestras mochilas y capotes la víspera por la mañana. Los soldados hallaron por toda comida una sopa, que los esperaba desde diez horas y que ya estaba más que fría. La tomaron muy bien, y enseguida se acostaron en la entrada de la Academia de Francia (Villa Médici), sobre un poco de paja, donde ya había otros zuavos. En esta Villa estaban el Coronel Allet, el Comandante Troussures y el Comandante Lambilly, y desde allí el Coronel Allet mandaba las Compañías que estaban en su zona militar. Como tenía hambre, y a esa hora no sabía donde ir a comer, aproveché del convite de un ataché de la Embajada francesa, M. d´ Emoy, y juntamente con el Capitán y el Teniente fui a comer a su casa, allí cerca. Aunque era una hora muy intempestiva (cerca de las tres de la mañana), el buen señor nos dio excelente comida. Enseguida volvimos a subir hasta la Academia de Francia, y las pobres rodillas, que no habían gozado con la comida, como el estómago, se quejaban del peso que llevaban.


    En fin: llegamos arriba y con mucho trabajo encontré un puesto que estuviese libre: me eché sobre la paja y, abrigándome con mi capote, enseguida me dormí. Me desperté cuando ya era completamente de día, y sufrí bastante frío, pues llevaba poco abrigo durante la noche. Vi a nuestro querido Coronel Allet, que me dijo que no había nada de nuevo por ese día. Por lo mismo, en cuanto tuvimos comida la sopa, a las nueve, el Coronel dio orden para que la sexta del segundo fuese a su cuartel para limpiarse y descansar un poco, pues había venido allí, en lugar suyo, otra Compañía. Recibimos esta noticia con mucho disgusto, y los mismos soldados decían: “El cuartel es una prisión.” Y especialmente temíamos que, una vez en el cuartel, no seríamos ya de los primeros en batirnos. Y además, estábamos ya acostumbrados a vivir al aire libre y nos gustaba mucho.


    Hube de obedecer, y las nueve y media, atravesando por la Plaza de España, el Corso y Ripetta, llegamos a nuestro cuartel de San Agustín, que habíamos dejado en la noche desde el 13 al 14.


    Marqués de Villadarias
    Pasando por las calles vimos que casi cada casa llevaba su bandera, y todo esto por miedo del bombardeo o de un saqueo. En el cuartel se mandó que todos quedaran consignados y que nadie pudiera salir. Además, un Oficial debía quedar, a lo menos, siempre en el cuartel. Como yo estaba de semana quedé en el cuartel. Entretanto los soldados se lavaron, mudaron de ropa y se arreglaron un poco. Yo me hice traer un almuerzo allí. El Marqués de Villadarias vino a visitarme en el cuartel, y también Manuel Echarri, que me trajo cosas que necesitaba. A las cuatro y media de la tarde vino al cuartel el Teniente Derely, y yo marché a mi casa, al número 300 al Corso, con mucho gusto. Allí me lavé y limpié, después de muchos días que no tocaba el agua, y me pareció renacer y quedar como si no hubiese hecho nada hasta entonces.



    A las cinco comí en casa con mucho gusto, y a las siete volví otra vez al cuartel. Entonces se marchó el Teniente. Por la noche, en el cuartel, los zuavos, casi todos holandeses, iluminaron un altarito delante de la Virgen, y hasta las diez no hicieron más que cantar. Después me puse yo sobre una cama para descansar; pero las muchas pulgas que había en el cuartel no me dejaban dormir, a pesar del sueño que tenía, y ya echaba de menos la cama del Puente Molle, sobre las piedras, y por cabecera, la acera del puente. Pero a las once y media el buen Teniente Derely vino al cuartel y dijo que iba a dormir allí y que yo me fuese cómodamente a mi casa, dejando a mi asistente Sánchez en el cuartel, con orden de llamarme si ocurría algo.


    En las calles no había nadie, y la ciudad estaba tan tranquila como siempre. En la plaza Colonna estaban acampadas dos compañías de zuavos y bastante artillería. Fui a casa, la que encontré cerrada; me abrieron y subí a mi cuarto, en donde estaba Manuel; me acosté en mi buena cama, lo cual me pareció delicioso, y dormí perfectamente.

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