LA TRAGEDIA GRIEGA

JUAN MANUEL DE PRADA





ES, en verdad, trágico que los griegos, que convencieron al mundo de la inmortalidad del alma, tengan ahora que humillarse, tratando de convencer a unas viragos tan anafrodisíacas como Merkel o Lagarde de que no los declaren en quiebra. ¡Y luego dirán que el mundo moderno no ha traído la decadencia a nuestra civilización! Paseando entre viñedos y mármoles, los griegos se pusieron hace casi tres mil años a hablar de todo lo divino y lo humano; y, sin darse importancia, descubrieron la filosofía. Pero aquellas charlas que sirvieron a los griegos, allá en el alba de la civilización, para descubrir que había un Logos que regía el mundo no les sirven ahora, en esta noche oscura, para convencer a las viragos Merkel y Lagarde, unas capataces de la secta plutocrática armadas de látigo que sólo entienden de números.


Los ñoños repiten que Europa es hija de la filosofía griega, el derecho romano y la religión cristiana; cuando lo cierto es que es hija de su abolición. Pero no deja de tener su miga que esas tres patas del banco floreciesen entre pueblos meridionales, amantes del vino y de las charlas chispeantes que alargan la sobremesa, lo mismo en el banquete de Platón que en las bodas de Caná. Contra estas delicias de la sobremesa protestaron los pueblos septentrionales, imponiendo la acción sobre la conversación y exaltando la solicitud terrena, aquella sacra auri fames (¡maldita hambre de dinero!) que había execrado Virgilio, mientras se dejaba arrullar por el zumbido de las abejas. El triunfo de aquella protesta consiguió que, incluso entre los pueblos meridionales, la gente dejase de retozar a la orilla del río y se desazone urdiendo modos de allegar dinero. Esta solicitud terrena destruiría a los dispendiosos pueblos meridionales, sometiéndolos a los septentrionales, que actúan al modo de un hormiguero y fomentan que los ricos inmorales se hagan inexpugnables, hasta convertirse en secta plutocrática.


El método de enriquecimiento y dominación de esta secta lo explica a la perfección Quevedo en su sátira «La isla de los monopantos». Consiste en animar a los Estados a que gasten sin tasa, prestándoles dinero para luego reclamárselo; sólo que el dinero que los Estados gastan es un dinero que nunca existió, creado taumatúrgicamente por la secta plutocrática, mientras que el dinero que los Estados tienen luego que devolver es dinero amasado con el sudor, las lágrimas y la sangre de los pueblos expoliados. A los griegos, el despojo se lo hacen de manera salvaje, porque sus gobernantes osaron sacar pecho, siquiera de pico, contra la secta plutocrática; y, para ponerlos de rodillas, la secta permite la fuga de capitales y otras perrerías financieras que están convirtiendo Grecia en un páramo ruinoso, saqueado como en tiempos de lord Elgin y acechado por los leones de la avaricia, prestos siempre a lanzar su dentellada.


A los españoles, el despojo nos lo hacen (¡de momento!) de manera fina, porque nuestros gobernantes no han osado rechistar a la secta plutocrática y se han mostrado muy serviciales caniches de sus directrices, bajando sueldos, aumentando impuestos, rapiñando ahorros, racaneando servicios, etcétera. Y todo ello para satisfacer la sacra auri fames de la secta plutocrática, que exige los pagos puntuales de los intereses de la deuda, mientras comprueba regocijada cómo la deuda sigue creciendo sin parar. Así se garantiza que los españoles sigamos esclavizados hasta que San Juan baje el dedo.


Que lo bajará. Y entonces veremos arder en el lago de fuego y azufre a la secta plutocrática, junto a sus capataces, las viragos Merkel y Lagarde. Pero hasta que llegue ese día nos van a comer las asaduras.







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