Tras las elecciones, los vecinos europeos suelen celebrar los 100 días de los nuevos presidentes, pero los belgas -y no es la primera vez- cumplen hoy ese aniversario sin Gobierno y con un debate cada vez más serio sobre cómo partir el país y qué hacer con Bruselas.

Yves Leterme, el nacionalista flamenco democristiano que logró más votos en los comicios del 10 de Junio y ha fracasado en su primer intento de formar un Ejecutivo, dijo que los belgas sólo compartían "el rey, el equipo de fútbol y algunos tipos de cerveza". En realidad, y vistos los disgustos de algún escándalo real, las pocas alegrías futbolísticas y el escaso marketing de su cebada, lo que mantiene juntas a Valonia -la región francófona- y Flandes -la neerlandófona y más rica- es Bruselas. La sede de la UE y de la OTAN, el único punto del país oficialmente bilingüe, aunque dominado por el francés y el inglés, sería motivo de una disputa irreconciliable si alguna de las dos partes quisiera integrarla en su territorio. Hasta ahora, la autonomía de Bruselas parecía tan irreal como la división del país. Cuando, el pasado Diciembre, la televisión pública francófona, RTBF, montó un docudrama con la falsa noticia de que los flamencos habían declarado la independencia, Bélgica había muerto y Alberto II había huido al Congo, la ocurrencia parecía sólo otra belgada (como llaman otros europeos a la mezcla local de inflexibilidad y torpeza). Pero el escenario de la separación ha dejado de ser una broma por la crisis para formar un Gobierno donde, por ley, debe haber el mismo número de ministros de partidos valones y flamencos, una complicación dada la inexistencia de un grupo nacional.

Leterme no consigue convencer a los francófonos sobre la reforma federal que separará aún más los dos bandos. Hasta Béatrice Delvaux, la directora de Le Soir, diario conservador francófono, reconoce que la fractura es "plausible". "La cruda realidad es que hay buenas razones para un divorcio y las tensiones y los conflictos están enraizados", escribe Delveux, que aún confía en que Bruselas ate el país, al menos en los próximos cinco años. Su diario, cuando se cumplen 100 días de Gobierno interino, dedicaba la portada de ayer a los posibles escenarios para Bruselas con titulares como "Bélgica muerta". Valones y flamencos sólo llegarían a un acuerdo si la ciudad se convirtiera en un Estado independiente, con un estatus similar al de Washington DC, o se redujera a un distrito europeo gestionado, en parte, por la UE y con el presupuesto comunitario. Es difícil imaginar a la Comisión Europea organizando la recogida de basuras, pero su administración, más grande y en coordinación con una autoridad local, podría hacerse cargo de la nueva ciudad-estado. Leterme ya sugirió la idea -o, al menos, no la descartó- en sus negociaciones en Agosto, y varios miembros del Partido Socialista flamenco han apostado por un estatus especial para la capital. "Sería un cambio enorme. Se necesitaría más personal. Y habría que convocar una conferencia intergubernamental para modificar el Tratado de la UE e introducir este tema", explica un experto administrativo de la Comisión.

Bruselas produce cerca del 20% de la riqueza belga y podría ser aún más rentable si funcionarios y diplomáticos -más de 30.000- pagaran más impuestos a la ciudad (la mayoría están exentos durante, al menos, tres años). Sin embargo, una vez abierto el debate, y con 27 países deseosos de conseguir el negocio comunitario, Bruselas podría perder instituciones y se plantearían peliagudos dilemas, como el coste de la triple sede del Parlamento en Estrasburgo, Bruselas y Luxemburgo, que los viejos Estados miembros no quieren tocar. Tal vez por ello, los colegas de Karel de Gutch, el ministro interino de Exteriores, no quisieron echar limón a la herida en su última reunión cerca de Oporto, hace 10 días. Los diplomáticos belgas también callaban, incluso con el The Economist de esa semana y su editorial sobre "por qué ha llegado el momento de abolir" Bélgica. En un despreciativo artículo, el semanario angloamericano aseguraba que el país ya ha cumplido su función vital y, tras haber producido Tintín, Magritte y chocolate, puede divorciarse a gusto.

Los jefes de las instituciones que acoje Bruselas también prefieren la discreción. Interrogado durante una entrevista sobre la tardanza belga, José Manuel Durâo Barroso, presidente de la Comisión, sólo alabó la "democracia" y subrayó la "dificultad de tomar decisiones en un federación", incluso cuando se trata de un pequeño país, en contraste con lo rápido que funciona la UE de los 27.