RUTAS DE «MIO CID»
(y IV)
«A OJO HAN EL MAR»
HAY un momento, en la meseta turolense —verde y amarilla con festones de azules montañas a lo lejos—, un momento, apenas perceptible, en que las aguas do los ríos cambian de vertiente. Todavía el Jiloca, que recorremos aguas arriba, vierte sus aguas en el Jalón, camino del Ebro; pero ya aquí asoman las jóvenes linfas del Guadalaviar.
Galopó el Cid esta meseta —como ya hemos dicho—, desde Zaragoza, donde reinaba un rey amigo, musulmán, y que combatió aquí al conde de Barcelona, Ramón Berenguer, al que hizo prisionero. El Cantar pone un punto de caricatura benigna en la ira del conde, que no quiere comer; en su arrogancia y en su presunción —"el Conde era follón e dixo una vanidat"—; y en su despecho al saberse vencido por unos "malcalzados", adjetivo que marca gráficamente su desesperanza.
Por tierras del hontanar del Turia, pues, se acoge Rodrigo —como hemos recordado— al Poyo o Puig que aún lleva su nombre, y que es centinela avizor de la inmensa llanada.
"Non teme guerras, sabet, en nulla part",dice el "Cantar",
dice el “Cantar”:
La tierra se abre, luminosa y extensa y, por el camino cierto de las vías fluviales, se adelanta hacia el mar.
Leo el poema; veo los estudios eruditos. ¿Por qué el Cid toma la ruta del mar? ¿Por qué ese burgalés de tierra adentro marca en el litoral mediterráneo el hito final y capital de su existencia?
No me lo explica nadie. Aventurero genial, dueño de sus mesnadas, capitán de su propio destino, pudo caer sobre Toledo —que todavía sería cien años musulmán—, o intentar una razzia espectacular hacia Andalucía. ¿Temía penetrar en una zona potencialmente reservada al "rey su señor"? La hipótesis es verosímil, pero no necesaria. ¿Aprovecharía la derrota del conde de Barcelona para, por el contrario, interferir la línea de expansión que luego seguiría la monarquía aragonesa con Jaime I? Tampoco parece existir este adelanto de conciencia histórica.
En el "Cantar", el mar se empieza a citar obsesivamente. Y se empieza a hablar de tierras "para durar"; tierras para vivir. El nómada, el trashumante está buscando raíces. No es ya el águila altiva de rumbo cambiante, sino el árbol que quiere ser plantado y dar sombra.
Esto es lo que los comentaristas no ven, porque no entienden más allá de la letra. El mar es un hito nuevo en la geografía pedregosa y mineral del poema,
"contra la mar salada compecó a guerrear
a Orient exe el sol e tornós a essa part"
El juglar no puede ser más explícito. EI guerrero se vuelve hacia esa parte de Oriente, donde sale el sol. Porque por allí sale el sol. He aquí una sencilla y emocionante razón estética. El juglar, como Cervantes otro día, siente el goce de imaginar —como en el tríptico cervantino— "el mar alegre, la tierra jocunda, el aire claro". El meseteño, el hombre de los adentros esteparios siente el goce del aire salado de la llanura marina, como una ventana y un respiradero.
Sería bello simbolizar aquí la necesidad de horizonte de la mejor Castilla. Cuando el Cid muestra, desde la torre de Valencia, a su mujer y a sus hijas aquel espléndido botín, después de descubrir la huerta "espesa e gran", señala el mar, visible en la lejanía: "a ojo han el mar". Tienen el mar bajo sus ojos.
El poema termina junto al agua del Mediterráneo, hacia el mar de Denia, juntando simbólicamente el laurel final y la espuma salada. Castilla —el Cid— necesita de este mar luminoso y alegre. Cuando lo olvida, Castilla se entristece. Y entonces un poeta, el poeta Joan Maragall, escribirá estos versos clamantes:
"—Parleu-li del mar, germans! "
Guillermo DIAZ PLAJA
(1964)
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