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Tema: Hispanistas mejicanos al rescate de Franco y su Régimen tras la II Guerra Mundial

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    Re: Hispanistas mejicanos al rescate de Franco y su Régimen tras la II Guerra Mundial

    B) La catolicidad del régimen franquista

    En 1945, y ante presión internacional en contra de la España de Franco, buena parte de la mencionada operación cosmética del régimen franquista se sustentó en la idea de una defensa a ultranza del catolicismo, primero, y como se verá después, como ejercicio estratégico de distanciamiento del paganismo nazi y, entre otras motivaciones más, para aprovechar las redes católicas en el mundo y ponerlas al servicio de la propaganda y hasta legitimidad del régimen político franquista. Así, se hizo sentida la necesidad de reivindicar no sólo el franquismo católico, sino también el catolicismo franquista.
    22

    Por eso, y al respecto, no fue casual que lo que venía sucediendo en el escenario de la ONU fuese traducido desde Madrid como una afrenta misma no en contra de España, sino directamente en contra del catolicismo. Por momentos, aquello no era asunto de régimen político, sino de religión. Para el diario ABC, en esos años de clara filiación franquista, “las fuerzas reunidas contra la España católica son enormes, como ya se vio […] en la ONU”. Dicho de otro modo, España, la de Franco, estaba pagando su condición de gran defensora de la religión católica, y lo que estaba sucediendo a raíz de 1945 era una abierta conjura internacional contra España, con manifiestos “fines anticristianos”.23 En palabras del general Franco, estas de enero de 1945, “no es un Estado caprichoso el que salió de nuestra Cruzada, sino un Estado católico”, de ahí que “el inspirar un sentido católico a todas las actividades del régimen” pasó a convertirse en una “peculiaridad que nos caracteriza” (Pensamiento, 1975, p. 253). Por eso, y en este juego de apariencias, es donde encuentra su razón de ser el nombramiento de Alberto Martín Artajo como nuevo ministro de Asuntos Exteriores, un hombre de profundas convicciones católicas que, en su calidad de miembro de Acción Católica, acabó encarnando en su figura la calculada identificación entre la causa del régimen con la del catolicismo (Tusell, 1984, p. 130). En un momento histórico, donde ya se anunciaba la cercanía de la guerra fría, la España de Franco se posicionaba ante el mundo como católica y, en consecuencia, frontalmente anticomunista. Para la ocasión, la religión no era precisamente el opio del pueblo, y el de Franco pasaba a convertirse en un régimen edificado sobre la base de los valores católicos.24 Como era de prever, y habida cuenta de que desde Madrid se instaba a cada católico del mundo a defender la causa del régimen, esta estructura discursiva merecerá la aceptación por parte del hispanismo mexicano, formado por hombres fundamentalmente católicos. En palabras de Guisa y Azevedo (1946), “nosotros en México también queremos afirmar nuestra civilización católica” (p. 373). Por eso, y un mes después del fin de la guerra civil, el escritor guanajuatense tenía bien claro que el triunfo de Franco era “el triunfo de la fe”, entendido este como una restauración del cristianismo en un país tradicionalmente católico.25 Así, la victoria de Franco era “la victoria de Dios y la victoria de la verdadera noción del hombre”. Por eso, y he aquí su gran conclusión, Franco acababa de “modificar el mundo” (Guisa y Azevedo, 1946, p. 232).

    En consecuencia, su cerril defensa de Franco no se hacía “a la manera femenina, esto es, por motivos personales”, sino porque “nosotros defendemos su régimen y lo que significa”, en suma, porque el de Franco era, a su entender, “un régimen oficialmente católico y el único en el mundo” (Guisa y Azevedo, 1946, pp. 386 y 387). Su siguiente aforismo, como si de un verdadero silogismo se tratase, no dejaba lugar a las dudas: “Somos franquistas porque somos católicos” (p. 356).

    Amén de estas valoraciones, la propuesta del hispanismo mexicano también tuvo un claro sesgo ideológico y no sólo por el simple hecho de que la espiritualidad y la cultura de España estuvieran “entretejidas con el prestigio de los valores religiosos” (Guisa y Azevedo, 1946, p. 397). Aquello no era un asunto religioso o de religiosidad, sino también del tipo de ideología que se pretendía a toda costa defender. En palabras de Alfonso Junco (1939), “el liberalismo envejeció: el cristianismo sigue mozo. Caducará la novelería del comunismo; subsistirá la novedad del cristianismo” (p. 245).

    Para Guisa y Azevedo (1946), el verdadero hombre libre y el verdadero hombre humano era el católico, puesto que el liberalismo, tanto en lo religioso, en lo intelectual como en lo económico, “había ensoberbecido al hombre” (p. 403). Así, y con “la falsa teoría de una falsa dignidad humana y de una falsa exaltación del hombre, había hecho de este un ser egoísta, insociable, enemigo de los demás” (p. 230). De ahí que el catolicismo español venía a dar un claro ejemplo a todos, ya que, lejos de tener aspiraciones únicamente nacionales, “quiere ser y ha sido ecuménico” (p. 394).

    Estas premisas volvían a insistir en la idea de que Franco estaba dando un gran ejemplo al mundo, ya que su obra venía alcanzando un rango de verdadera universalidad, esto es, de validez para aquellos países que se vieran inmersos en situaciones políticas e ideológicas similares. En palabras de Guisa y Azevedo (1946), cuando recién se había cumplido un año del fin de la guerra civil española, “Franco y España nos dan la pauta. Su guerra fue una guerra de significación universal”. He aquí su argumentación a este respecto: “España, gracias al Caudillo, se sobrepuso a las negaciones, a las ignorancias, a la malevolencia. Con el triunfo de España sale una nueva Humanidad, la Humanidad que, al fin, quiere volver a ser cristiana” (pp. 258 y 259). Por eso, España se había convertido en “la nación del sentido católico” (p. 405).26

    De repente, y a tenor de estas valoraciones, el hispanismo mexicano de aquellos años cuarenta del siglo pasado se construyó en torno a dos grandes, y por momentos únicos, “ismos”: el catolicismo y el franquismo. De una parte, la referencia iconográfica de Cristo en la cruz y, de otra, la presencia de un caudillo como Franco postrado ante ella pero con la espada permanentemente desenvainada para hacer frente a los enemigos de la única religión, y hasta ideología, posible. En palabras de Junco (1946), Franco luchó en los campos de batalla en contra del bolchevismo verdadero “enemigo de Dios y de la civilización” (p. 72). Por eso, y a esta argumentación legitimadora de la acción de Franco y el franquismo en su totalidad, faltaba únicamente un tercer elemento: la negación de Hitler y su obra, así como la eliminación de toda vinculación del franquismo con el derrotado nazismo.

    https://www.redalyc.org/jatsRepo/319...tml/index.html
    Última edición por ALACRAN; 06/08/2020 a las 19:59
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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