En sus memorias, el mismo General Pinochet reconoce que fue siempre simpatizante del Partido Radical, que es el partido de la masonería chilena por excelencia. Sin embargo, parece que se convirtió o volvió al catolicismo, principalmente por influencia de su esposa, Lucía Hiriart. Eso explicaría incluso que, tras su tardía incorporación al golpe de Estado que puso fin a la revolución de Allende, Pinochet fuese el hombre de consenso entre el Ejército --dominado por la masonería-- y la Armada --tradicionalmente católica--.
[Aprovecho para decirle a Degrelle que quien sí fue masón e hijo de masón fue el General Miguel Primo de Rivera, padre de ese José Antonio cuya supuesta cita usa de firma. Aunque al propio José Antonio y sus hermanos los criaron todo lo católicamente que pudieron su tía "Ma" y el resto de su familia materna, lo cual explica buena parte de las flagrantes contradicciones de su trayectoria política y religiosa; trayectoria con tendencia a peor, truncada por una muerte que permitió mitificación y mixtificación en su favor.]
Ya puestos, inserto el despacho de FARO sobre el asunto, y copio entero el artículo de Tetralema - Bitácora Lealtad que en él se cita, y que aconsejo leer antes de seguir opinando.
[FAROagencia] Chile: Pinochet. Osvaldo Lira
- Ha fallecido Augusto Pinochet
- Conmemoración 10 años de la muerte del P. Osvaldo Lira
Santiago de Chile, 11 diciembre 2006. Ayer domingo a las 14:15 (hora local) rodeado por su familia, falleció en el Hospital Militar el General Augusto Pinochet Ugarte (quien fuera presidente de la república entre 1973 y 1990, y comandante en jefe del Ejército hasta 1998), a consecuencia de un fallo cardíaco, a los noventa y un años de edad.
Tetralema - Bitácora Lealtad ha publicado el artículo "Pinochet: un balance mesurado desde el tradicionalismo carlista", que entendemos de lectura obligada para evitar la desmesura y demagogia con que la inmensa mayoría de los medios y los políticos del sistema se están refiriendo al General Pinochet y a su trayectoria política.
S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón ha enviado su pésame a la viuda, Lucía Hiriart (quien precisamente ayer cumplía ochenta y cuatro años) y a los hijos del fallecido general.
Requiescat in pace.
Santiago de Chile, diciembre 2006. El miércoles 20 (D.m.), a partir de las 19:00, tendrá lugar la conmemoración de los diez años de la muerte del reverendo padre Osvaldo Lira Pérez SS.CC. (Caballero de la Orden de la Legitimidad Proscrita). Se celebrará en la Casa Central de la Pontificia Universidad Católica de Chile, con el siguiente programa:
19:00 Capilla de la Casa Central: Misa
19:30 Salón de Honor de la Casa Central:
20:15 Audición de trozos escogidos de conferencias y charlas del padre Osvaldo Lira
- La figura del padre Osvaldo Lira
- Su influencia
- Su obra
20:30 Entrega de regalo a los asistentes
Intervendrán:
Juan A. Widow. Ha sido profesor de Filosofía en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y director de las revistas Tizona y Philosophica.
José Joaquín Ugarte. Profesor de Filosofía del Derecho y Derecho Civil de la Pontificia Universidad Católica.
Raúl Madrid. Profesor de Filosofía y Secretario General de la Pontificia Universidad Católica.
Más información: correo electrónico
Despachos anteriores sobre el Padre Osvaldo Lira en el área Mensajes de las páginas para suscriptores de FARO.
PINOCHET: UN BALANCE MESURADO DESDE EL TRADICIONALISMO CARLISTA
En la muerte del General Augusto Pinochet no podría prescindirse de un balance sumario y sosegado hecho desde el Tradicionalismo carlista. Hélo aquí en apretada síntesis.
Su procedencia masónica o cuando menos masonizada parece haber sido seguida de una conversión (personal) al catolicismo. Que, sin embargo, no llegó a cuajar ni en una doctrina ni en un gobierno católicos, quizá por la condición castrense, quizá por la pervivencia de las limitaciones de origen, quizá por la propia situación de la Iglesia en el último tercio del siglo XX. Accedió al poder, es cierto que adhiriéndose a última hora a la conspiración en marcha, legitimado por el estado de necesidad, como ante litteram escribió nuestro Francisco Elías de Tejada en las páginas de Tizona (monumento de resistencia católica al marxismo allendista, que dirigía el querido amigo Juan Antonio Widow). Pero confundido por la doctrina gringa de la seguridad nacional acometió una represión irregular que necesariamente, por lo tal, había de ser excesiva. Y promovió un gobierno dictatorial de progreso, con éxito, tras algunos desajustes iniciales que hicieron dudar a los cerebros monetaristas de la Escuela de Chicago. Recuerdan: «Nuestra receta presenta disfunciones en un contexto no democrático». Pero no. Hubieron de rectificar. Pues la «receta» funcionó al final y sin «contexto democrático».
Pero era, claro está, la receta liberal. No buscó, por lo tanto, una institucionalización original y acorde con la tradición hispánica (que deshonró con algún gesto mezquino, como su apoyo al inglés en la guerra de las Malvinas, fueran cuales fueran los agravios del hermano rioplatense). Ni en economía, ni en política. Así, si el Estado se eclipsaba en la primera era para aparecer campante y crecido en la segunda. Y la Constitución de 1980 no salía (como horizonte de futuro, por lo demás cercano) de la democracia de partidos, con algunos correctivos, aunque de relieve, como la garantía institucional (que hubiera dicho Carl Schmitt) de las Fuerzas Armadas.
Pero debe reconocerse que no era empresa fácil una reconstrucción más honda. Pues, en primer lugar, faltaba (y no podía sino faltar) el gran motor que encauza las verdaderas reformas sociales, y que no es sino la monarquía (como ya viera von Stein), que la «legitimidad carismática» de tipo militar sólo suple parcialmente. Faltaba también, a continuación, una fuerza que acompañara y sostuviera esa continuidad (aun limitada) del caudillaje militar: los sectores católicos del Partido Conservador, esto es, los no-liberales, los más cercanos a lo que aquí es el tradicionalismo, no tenían suficiente arraigo social, ni peso político, y además (o por lo mismo) el General no contó con ellos sino marginalmente. Véase si no la nómina de los altos cargos y no se encontrará a casi ninguno de los (permítaseme) «tradicionalistas» chilenos más conspicuos. Excepcionalmente algún ministro. Otros en puestos de segunda fila o incluso fuera de formación. Apenas una Embajada, por importante que fuera la del Vaticano, pero normalmente agregadurías culturales, en Madrid o en París, póngase por caso. Y un cupo de almirantes. La desilusión pronto fue creciendo conforme se desarrollaba el régimen, incluso desde bien temprano, y podría colacionarse el caso de Mario Góngora, figura relevante del pensamiento tradicional, al que llegó en su madurez desde otros predios. Pero quizá también el de Osvaldo Lira, patriarca del tradicionalismo chileno, creado por S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón pocos meses antes de su muerte, en 1996, Caballero de la Orden de la Legitimidad Proscrita, quien se afirmaba pinochetista sobre todo por encararse semper et ubique con el mundo liberal: pinochetista, pues, por haber sido antiallendista y ser «anti-antipinochetista» (los aplausos en política, decía Vázquez de Mella, son con frecuencia contra alguien). En tercer lugar, y esto debe recordarse en descargo de nuestro hombre, fallaba la Iglesia, convertida desde el Concilio en un factor «progresista» (es decir, delicuescente) cuando no en fuerza derechamente revolucionaria. No creo, por desgracia, que en este punto sea preciso ampliar el rubro. Y claro, para terminar, la coyuntura internacional de los setenta no permitía tampoco grandes originalidades ni autarquías. Excomulgado por la «ortodoxia democrática», bastante había con mantenerse en el poder.
Por todo ello, en parte culpable y en parte inocente, el General optó por lo más fácil. Con el paso del tiempo intentó hacerse perdonar de la izquierda (por lo menos de la internacional, ya que no de la autóctona), sin el menor éxito, pues la izquierda por definición es despiadada —como en su declive tuvo ocasión de experimentar él mismo en sus carnes y en su espíritu de modo particularmente cruel—, máxime con quien la derrotó. Por eso, Pinochet, más que ningún otro de los dictadores del período, ha sido perseguido con particular saña. (Persecución que ahora, también con buenas razones, mejores razones, esa misma izquierda ha extendido al extraordinario Juan María Bordaberry, que —católico consciente y hombre tradicional y arraigado— quiso además romper, sin conseguirlo, con el «sistema», saliendo derrotado del trance, pero de pie. Con el tiempo, como es sabido, esa tersa ejecutoria le ha llevado incluso al hispanismo tradicional íntegro, al carlismo, como tuvo ocasión de manifestar en persona al propio Abanderado de la Tradición, S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón). El General Pinochet llegó a vacilar hasta el punto de convocar un plebiscito que no podía (tal era la presión de los medios de comunicación internacionales) no perder. La derrota no le impidió, sin embargo, pilotar una transición controlada, inicialmente con cierto éxito, pero que pronto ha destruido casi todo lo que de bueno había sin añadir sino lo malo que no había. Parece un sino fatal de nuestro tiempo que cuanto más tarde se produce la transición a la democracia más aceleradamente se muestran sus potencialidades corruptoras. A la larga, el desarrollo económico y social impulsados por su gobierno, que han consentido el rápido establecimiento de la democracia y la consiguiente «normalización» de la vida chilena, han terminado por volvérsele en contra, y los beneficiarios de su acción ven cada vez con más distancia y despego la figura del autor.
Algún lector malévolo estará quizá tentado de evocar a Plutarco. Pero hará bien si evita interpretar lo anterior en clave de «vidas paralelas». Porque en ese otro lar que es el nuestro, o por mejor decir, en esta vieja orilla oriental de nuestra común nación, había un Rey, Don Javier, con cualidades óptimas para encarnar la continuidad venerable que permite abordar las reformas. Había también una Comunión Tradicionalista, cuyo concurso (en buena parte) convirtió en Cruzada lo que de otro modo hubiera quedado en una guerra más, dispuesta a reatar el hilo de la tradición interrumpida por la revolución liberal. Porque la Iglesia, anclada en la doctrina tradicional, no había iniciado la svolta trágica del modernismo. Y porque en 1939, tras tres años de cruenta guerra civil, España era un papel en blanco en que haber trazado algo mejor.
El Abanderado de la Tradición conoció y estimó al General Pinochet, a quien visitó en todo tiempo, del esplendor santiagueño a la detención londinense. Lo mismo puede decirse de algunos miembros de su Secretaría Política. Buenos amigos, muchos buenos amigos, han perseverado en su defensa. Nosotros no podíamos dejar de dedicarle unas líneas. Sine ira et studio. En la difícil tarea de cernir su obra. Como no podemos dejar de elevar una oración por su eterno descanso. Dios Nuestro Señor le habrá juzgado.
M. ANAUT
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