El SITIO DE BALER.

"CAMINO ES DERROTA, Y DERROTA ES CAMINO"...

-¡Dejamos estas tierras!, -gritó el Sargento Mayor en la gran explanada en la que nos encontramos .
El silencio en el que acostumbrados vivimos, se hallaba presente tras la noticia, pues guerreando callamos mientras las ordenes cumplimos. La repentina noticia suponía dos cosas, las penalidades presentes llegaban a su término, mientras que las futuras, por desconocidas se antojaban aún peores.
Los más jóvenes y menos avezados - que el adjetivo en este caso primero que segundo igualmente válido es -, animados por la gallardía propia de su edad, mostraban su alegría augurando nuevas gestas con las que alimentar su hambrienta mocedad. Ya se sabe que el soldado joven siempre anda corto de pan pero largo de espada.
Yo, que por viejo me tengo, pues aquí un año se torna en lustro y llegando a éste pareciera que la década hubiera pasado, solo me turbaba la primera consecuencia, el largo viaje al infierno que seguro nos esperaba.

Comenzamos así a desarmar lo armado, rehacer lo deshecho, pues nada acaba, nada termina, por cuanto todo lo que se inicia ya es concluso. Hasta tres días pasamos organizando la partida y eso que aquí cada uno tiene claro su cometido, el caballero a su caballo, el piquero a la pica, y el muerto al túmulo. Hasta algunos soldados que criados sustentan, van y vienen organizando lo suyo.
Por fin comenzamos la marcha hacia el lugar que se nos había preparado, quedaban atrás como siempre las tierras regadas de sangre, humeantes cementerios que la patria demanda.
Al alba marchamos, siempre lo mismo, ruido de aceros, cuero, madera y cuerdas, a mi lado siempre Cano, siempre renegando y siempre cerca de los pellejos de vino. Mirando tras de mí lo que el ala del sobrero me permite, embozado y prevenido en mi actitud, vigilo la conducta inquisitiva de un menudo soldado que cargado de aperos no cesa en observarme, y que al ser descubierto pone en fuga su mirada. Desde ya tiempo parece querer decirme algo, pero yo finjo no entender más de lo que pasa a mi lado y me divierto asiendo de vez en cuando la empuñadura de mi espada haciendo notar mi preventiva actitud, lo cual intimida aún más a mi joven acompañante.



Le conozco, lo he visto al igual que ahora tras de mí, tras las primeras escuadras. Su figura me recuerda cuando yo mismo andaba por esos lugares de capacetes prestados, roña, sudor y hambre. En un momento la columna cesa en su camino para abrevar las caballerías en un canto del río. Es entonces cuando se acerca y de manera temerosa se descubre y sin mirarme dice – ¿es cierto señor, que usted tuvo el honor de servir en Empel? –
La osadía de la pregunta invadió a ambos. Enseguida Cano que presto al quite salió, hizo ademán de apartar al muchacho, pero yo sólo pude pararlo a él, y no a mi curiosidad, a cuál más rauda si cabe.
-Señor, he podido oír de soldados viejos, que vuesa merced se hallaba donde Nuestra Señora obró el prodigio de Empel, ¿es cierto?-
Varios soldados y criados que nos acompañaban quedaron atónitos más con la pregunta, que con la inminente respuesta, la cual llegaría, pero a su tiempo...


2 DE JUNIO DE 1.899, IGLESIA DE BALER (FILIPINAS).


Un grupo de soldados harapientos sale del interior del templo portando sus armas enmohecidas, sin municiones, algunos desdentados. La formación, que parecía salir del mismísimo infierno desfilaba con marcialidad mientras recibía el homenaje de las tropas Zagalas. Eran los últimos, algunos dirían que de Filipinas, yo afirmaría que serían los últimos en la defensa del que fuera el mayor imperio hasta entonces conocido, y que otros como ellos habían defendido durante más de 400 años.
Habían transcurrido 337 días desde que el Teniente Saturnino Martín Cerezo y sus hombres se habían hecho fuertes en ése lugar, resistiendo las acometidas del ejército revolucionario Filipino apoyado interesadamente por la entonces emergente potencia de los Estados Unidos de América.


En el siglo XIX el Imperio Español languidecía, comenzaban a perderse las posesiones de ultramar, Guam, Cuba, Puerto Rico y las colonias americanas. Todas ellas se presentaban sumamente apetecibles a los intereses de los Estados Unidos. España entraba así en la mayor crisis que jamás conoció.
La situación de Cuba y Puerto Rico, entonces españolas, hacía que los intereses expansionistas americanos fueran frenados. Era necesario un golpe de efecto que hiciera desequilibrar la balanza.
El 25 de Abril de 1.898 sería el comienzo por el cual la balanza quedaría orientada del lado americano, es en ésa fecha cuando un buque atracado en Cuba salta por los Aires, se trataba del Maine. El incidente fue el pretexto ideal para acusar a España del sabotaje y así declararle la guerra.
El Buque Maine tras la explosión en Cuba.
Se iniciaba una contienda que sería el inicio del desastre del 98, donde los jóvenes españoles se veían forzadamente alistados en un ejército donde el ser pobre y no poder pagar la cantidad de dinero estipulada para librarse del servicio militar, era suficiente mérito para que los mozos menos adinerados dejaran sus humildes trabajos y se marcharan hasta lejanas tierras para convertirse en héroes. LOS HÉROES DEL 98.




FILIPINAS, LA ANSIADA PERLA DEL PACÍFICO.


Filipinas, el archipiélago bautizado así en honor de Felipe II en 1542, quedaba demasiado cerca de los intereses Norteamericanos que veían en este grupo de islas un lugar ideal desde donde abastecer de carbón a sus colonias en Asia.
Para entonces, la vida en Filipinas transcurría de un modo tranquilo, las hostilidades que en otros tiempos la sacudieron habían cesado de forma momentánea. Las guarniciones se reducían, tan sólo 28.000 soldados se encontraban a finales de 1897 destinados en el pacífico, los cuales si se comparan con los 100.000 destacados en Cuba, nos dan una idea de los reducido del contingente.
En abril, el líder rebelde filipino Emilio Aguinaldo volvía de su retiro dorado en Hong Kong y apoyado por la Marina Norteamericana reorganizó la revuelta contra los españoles, que inferiores en número, se veían incapaces de frenar sus acometidas.




En mayo las fuerzas españolas recibirían la que sería la derrota naval más importante de su historia contemporánea, el desastre de Cavite. La flota hispana quedaba aniquilada y diezmada, más de 800 bajas fue el precio a pagar.


Para entonces en la pequeña isla de Luzón, y concretamente en una pequeña población al sur de la bahía de la que tomaba su nombre, Baler, un pequeño grupo de Guardias Civiles (1 Cabo, y 4 Guardias indígenas) se encargaba de su defensa y administraba el orden. La tensa situación haría que hasta ésta pequeña localidad, y a modo de refuerzo, llegaran un grupo expedicionario de Cazadores del Ejército comandados por un joven Teniente de tan sólo 18 años, el Teniente Mota. Únicamente 50 soldados le acompañaban, tal y como veremos no serían suficientes.
Y es que la superioridad numérica de los insurrectos filipinos haría que en poco tiempo la unidad del Teniente Mota fuese aniquilada, dejando un reguero de muertos que el propio Oficial no pudo asimilar, por lo que decidió quitarse la vida antes de rendirse y entregar su posición. Nuevamente las ordenanzas se habían llevado hasta sus últimas consecuencias, y no sería la única.
Con la plaza al descubierto, el mando Español decidió en febrero destacar a otro grupo expedicionario de Cazadores, así otros 54 soldados llegarían al mando del Capitán Enrique de las Morenas, acompañado de los Tenientes Saturnino Martín Cerezo, Juan Alfonso Zayas y el también Oficial Médico Rogelio Vigil.
Ultimos de Filipinas
Llegados desde Manila, sus ordenes serían estrictas, defender la plaza de Baler a toda costa.
Al llegar a esta pequeña población de la isla de Luzón, la Unidad militar comenzaría a preparar su defensa, para lo cual se iniciaron los trabajos de fortificación de la Comandancia y logística. Con buen criterio se eligió la pequeña Iglesia del pueblo como lugar donde refugiarse en última instancia en el caso de empeorar las cosas. La menuda Iglesia era toda una fortificación, con muros fuertes y anchos así construidos para soportar los fuertes vientos y huracanes tan frecuentes en esas latitudes. El Cura Párroco, el Padre Carreño accedió de buen modo a la petición del Capitán de las Morenas.
Comienzan los ataques contra los españoles comandados por Emilio Aguinaldo y Novicio Luna, ataques que se producen con un fuerte desequilibrio de fuerzas, miles de soldados atacan la posición de Baler que a duras penas puede mantenerse, es entonces cuando los defensores deciden refugiarse en la pequeña iglesia. Todo esto sucede el 27 de Julio de 1898, comenzaría el sitio de Baler.

LA ENCAMISADA