Respuesta: Dos apellidos en España: ¿por qué?
El tema es lo suficientemente complejo como para eternizarnos en colgar mensajes al respecto. Todas las relaciones de parentesco pueden ser reconocidas y establecidas de diversos modos según sean las relaciones que se busquen en ellas: el Derecho privado establece sus grados que son coincidentes hasta cierto punto con los enfoques antropológico, sociológico, económico y de la propiedad, pero sólo hasta cierto punto .
El origen de todo ello radica, en mi opinión, en la forma de entender la familia que se tenía en las culturas que han ido conformando España, siendo la más común hasta el Siglo XIX (el de "Las Tinieblas" liberales), la familia extensa, en la que se reunían varias generaciones y distintos grados de parentesco. Aunque no es un tema por el que me haya interesado especialmente, entiendo como muy posible la existencia de unos requisitos de reconocimiento a la hora de establecer vínculos matrimoniales que reconociesen no los apellidos de la mujer (línea cognada o cognaticia) como tal, sino los de su linaje paterno. Como he apuntado antes, la propiedad ligada al suelo y mantenida a través del mayorazgo, también podía ser ampliada mediante el enlace de dos linajes diferenciados.
De ahí podríamos deducir que había que hacer constar tanto al linaje patrilineal o línea agnada o agnaticia, como al linaje matrilineal, y ello visto siempre desde el "ego" o sujeto que sirve como orientación hacia arriba (ascendientes) o hacia abajo (descendientes).
Naturalmente, a raíz de la derogación de la figura del mayorazgo que el constitucionalismo decimonónico liberal se encarga de eliminar, también surge la necesidad de codificar las relaciones parentales por grados, así expresadas ya en el primer texto del Código Civil español.
Pero a nivel antropológico perdura el sentimiento de pertenencia y es que cualquier persona proviene de un hombre y de una mujer. Mientras que en otros muchos países la mujer pierde el nombre en favor de el de su marido, no sucede así entre nosotros (y luego hablan de machismo), en donde la mujer no sólo conserva su linaje sino que, además, también lo transmite.
Quizás el caso vasco sea uno de esas situaciones paradigmáticas de lo que con tono despectivo algunos han llamado apellidismo. Pero hay que partir del hecho de que hay unos 1.500 apellidos euskaldunes (lo menciono de memoria y puedo estar equivocado en la cifra), y de un sentimiento ciertamente endogámico, tal y como se repite en una pluralidad de comunidades cuando no son muy extensas: comunicaciones difíciles, escasas relaciones comerciales, vecinos hostiles, climatología de inviernos severos que aislan, etc. unido a un deseo de no querer que se pierdan las raíces. Algo así ha sucedido en el ámbito de la cultura vasca caracterizada, además, por una gran dispersión del caserío que se organizaba en torno a la anteiglesia. Así se llegaba al punto de que podían darse frecuentes casos de consanguinidad.
Hoy en día, esas raigambres seculares siguen persistiendo en numerosas familias vascas. Muchos de los entronques no tienen valor legal, pero socialmente siguen estando reconocidos: "si tus apellidos coinciden con los míos, y la procedencia es la misma, seguro que somos primos". Entonces se busca el entronque buscando en ambas líneas de antepasados.
Respecto a cómo se organizan los árboles genealógicos, rigen unas normas iguales para historiadores, genealogistas, antropólogos, sociólogos, juristas, maestros de armas...etc.
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
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