La lengua en la época de los mártires hispano-cristianos.
Proviene de aquí: http://hispanismo.org/historia-y-ant...spanizado.html
Gracias a la providencial difusión del latín por todo el Imperio pudieron en seguida los discípulos directos o indirectos de Jesús predicar una nueva fraternidad y un reino ultraterreno. “Los pueblos hablaban lenguas diferentes, los reinos tenían distintas religiones. Dios quiso hacer de ellos una sociedad, someter sus costumbres a un solo Imperio, uncir su cuello a un mismo yugo, a fin de que la religión del amor acercara los corazones de los hombres... De este modo se ha preparado el camino para la venida de Cristo y se han zanjado los cimientos para la construcción del edificio de la paz universal bajo el gobierno de Roma. El mundo, oh Cristo, te posee a Tí, congregado bajo su cabeza que es Roma” (Prudencio. C. Symn. II).
El Estado, sin embargo, opuso contra la propagación del cristianismo una resistencia tenaz, y una multitud de conversos, de hombres nuevos, hubieron de ofrecerse voluntariamente al martirio para sufrir, sobre todo en el siglo III, terribles persecuciones.
Mas al fin, después que Constantino dio la paz a la Iglesia, otro emperador, Teodosio, español nacido en Coca, prohibió el culto pagano e hizo cristiano al Imperio: él fue quien en el año 389 derribó el templo de Serapis en Alejandría para erigir en su lugar la Basílica de San Juan Bautista.
Los hispanocristianos pudieron ya entonces libremente dar culto a los apóstoles y a los innumerables mártires que acababan de ser sacrificados en España por Diocleciano, cuyos nombres andaban en boca de todos los creyentes, que recordaban las escenas de dolor y de heroísmo de sus martirios.
Para eternizar la memoria de estos mártires se pusieron bajo su advocación los antiguos templos romanos o se construyeron iglesias que dieron luego vida a poblaciones nuevas. La acción del tiempo, que ha hecho desaparecer las piedras de aquellos primitivos santuarios, no ha podido, en cambio, suprimir los nombres de los santos a los cuales fueron dedicados (tan sólo quedan los muros y el mosaico de la basílica de Mérida, dedicada seguramente a Santa Eulalia, o ruinas insignificantes de otras en Elche, Játiva o Mallorca).
Hoy denominamos todavía a ciudades y pueblos de España con palabras que no suenan a nada conocido, pero que, bien estudiadas, revelan en su etimología los nombres de los santos venerados allí en los primeros siglos.
Todo el mundo sabe por qué se llama Santiago, de Sant Yago (Sanctus Jacobus), una de las más famosas ciudades de la cristiandad; en cambio, pocos reconocerán en Seoane (frecuentísimo toponímico gallego) una Eclesia Sancti Joanis, cuya s final, propia del genitivo, se conserva en Seoanes (Po). Hasta en varios de esos pueblos se han olvidado, no ya de lo que Seoane significa, sino del propio santo, bajo cuya advocación estuvo dedicada, en tiempos remotos, la parroquia; y así se da el caso de que un pueblo se llame San Salvador de Seoanes (Lu), es decir, “San Salvador de San Juan”, y otro, San Juan de Seoane (Lu).
Pocos santos han sido, por cierto, tan venerados en España como San Juan: el mapa peninsular revela un culto extendidísimo: Asturias está llena de pueblecitos llamados Santianes; y Santibáñez es frecuentísimo: en Santander, León, Segovia, Salamanca, Valladolid, Burgos, Palencia, Zamora y Cáceres.
Los nombres de los mártires son también los más extendidos por la Península, sobre todo el de Santa Eulalia, la joven mártir de Mérida, cuyas cenizas se conservaban en un relicario del siglo XI guardado en la catedral de Oviedo. Iglesias a ella dedicadas hubo en los pueblos siguientes: Santalle (As), que procede de Eclesia Sanctae Eulaliae, y cuya e revela el conservar todavía el genitivo latino; Santalla, toponímico corrientísimo en Lugo y León; Santa Olaria (Z); Santa Olaja (Va); Santolalla (Le, Sn, Va, Bu, Te, To, Sa, H y Al).
A San Emeterio, natural de León, compañero de San Celedonio, mártires en Calahorra el año 300 fue dedicada la Eclesia Sancti Emeterii donde hoy se levanta Santander. Al mismo santo deben su origen Santo Medero (As), San Mederi (Alava), San Medel (Bu), San Medir (Gr).
A Sanctus Tyrsus (mártir toledano en el año 286 se consagraron los santuarios de Santiso (en toda Galicia), Santotis (Gu, Bu, Va, Sn) y Santiz (Sa).
A Sanctus Fructuosus, obispo de Tarragona, muerto en 259, se dedicó la iglesia de San Frechoso (As).
A Sanctus Facundus, muerto a orillas del río Cea en 304, la de Sahagún, donde precisamente fue martirizado.
Una Eclesia Sancti Victoris, que bajo Diocleciano, sufrió el martirio en Braga, es Sahechores (Le) y San Vitores (Sn).
Al niño Justo (Justus), de la misma época, martirizado con Pastor en Complutum (Alcalá de Henares) se dedicaron las iglesias Sancti Justi o Santiuste (Gu, Av, So, Sg), así como la de Yuste (lugar donde murió el emperador Carlos V).
A Sanctus Zoilus, mártir español ensalzado por Prudencio, corresponde el pueblo de Sansol (Na) cuya iglesia conserva reliquias del santo, y Sanzoles (Za).
A San Ananías, despeñado al mar con ocho compañeros el año 300 corresponde el lugar de su martirio: Santoña (Sn).
San Cugat (B) es san Cucufate, que con San Félix predicó el cristianismo por aquella zona a fines del siglo III.
Santorcaz (M) y San Trocate (Po) corresponden a Sanctus Torcuatus, de quien Guadix (Gr) conserva tradición de haber sido allí martirizado.
A San Félix, en su forma de genitivo Sancti Felicis se consagraron muchos santuarios, como los de Santelices (Bu), Saelices (Cu, Gu, Va, M, Sa y Le), San Felices (Sa, So, Bu, Sn), Safiz (Lu), San Fiz (por toda Galicia).
Pero España no solo veneró a los mártires que habían derramado su sangre en el territorio peninsular. Y es que a los cristianos de entonces les impresionaba más quizá que el sentimiento nacional, el imperial de la grandeza de Roma. El cristianismo agrandaba además ese ideal universalista, y por eso la fama de otros santos del Imperio romano llegó aquí también y bajo su advocación se levantaron nuevas iglesias.
Al soldado Miniatus, martirizado en Florencia el año 250, se le dedicó la iglesia de Senmenat (B). A Pontius, muerto en Roma el año 250, debe su nombre Santiponce (sobre Itálica, Sevilla), del genitivo Eclesia Sancti Pontii.
San Quirce (Bu y Va) y San Quirse (Ge) son el genitivo del nombre de un mártir que en 304 fue sacrificado en Asia menor, llamado Sanctus Quiricus.
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