Re: Por la verdadera memoria histórica
El artículo siguiente forma parte de una serie de ellos que provenientes de un diario digital, ha sido reproducida aquí en Hispanismo.org, sólo que otro sub-foro. El sacarlo del contexto de la secuencia de los otros que su autor ha ido publicando es porque adecuándose a cualquiera de los dos hilos, sin embargo, por razón de su contenido parece que aquí viene mejor al caso. De cualquier manera, se pueden visitar los otros pinchando en el enlace.
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[B]El humo de Satanás (2): Terror rojo en los claustros de España (y ni una sola apostasía)[/B]
Por Laureano Benítez Grande-Caballero.-
¡Lector! Ante lo que vas a leer, regístralo todo en tu corazón, pero refrena el espanto y la cólera, porque es lo mismo que hicieron con nuestros antepasados Nerón, Diocleciano, Enrique VIII, Calvino, Robespierre, Lenin y Stalin: ¿no beberemos también nosotros el cáliz que bebieron nuestros padres? La corona que fue de espinas para ellos ¿para nosotros solo será de rosas? ¡La sal que antaño nos pusieron en la lengua era el sabor de este nuevo bautismo!
Con todas sus entrañas te aborrece la Sinagoga de Satanás, España, que todavía no ha agotado en ti todos los tesoros del odio, el rencor y la rabia. Con todo su furor llegó hasta ti la humareda de Satanás, y fuiste embestida por la cornamenta del Señor de las Moscas, entre tamborradas de milicianos salvajes que devastaron los solares al grito de «¡Viva Rusia!», colgando carteles de los genocidas comunistas en la mismísima puerta de Alcalá. Primero fue Rusia, cuyo cristianismo quiso extirpar la plutocracia globalista dirigida por la banca sionista. Después, vinieron a por ti, como era de esperar, pues por algo fuiste siempre el baluarte de la Cristiandad.
¿Cómo describir el horror causado en España por el humo de Satanás? Paul Claudel (1868-1955) poeta y dramaturgo francés, escribió un famoso poema dedicado a los mártires españoles de la Segunda República, como prefacio al libro «La persecución religiosa en España» (París, 1937). El verso más famoso de este poema ha pasado a la leyenda: «Hermana España, santa España: tú ya elegiste: once obispos, (diez) y seis mil sacerdotes asesinados, y ni una sola apostasía». Estas palabras son el mejor resumen, la esencia del apocalipsis católico que desencadenó la República luciferina.
Sí, Santa España: 11.500 mártires, y ni una sola apostasía. Las puertas del Cielo ya no bastan para ese tropel avasallador.
El paroxismo luciferino del horror republicano comenzó desde la misma proclamación de la República en 1931, pero se desencadenó en toda su crueldad durante la Guerra Civil, cuando los milicianos frentepopulistas asesinaron a 4.184 sacerdotes, 13 obispos y 2.365 religiosos, 3.911 seglares ―masacrados por motivos como asistir a Misa, llevar un escapulario, o estar afiliado a la revista católica «El debate»―, y casi 1.000 seminaristas.
Al igual que ocurrió durante la persecución del año 1931, las autoridades republicanas dejaron hacer a milicianos y anarquistas, sin mover ni una ceja. «El pueblo ―decían― siempre tiene razón».
El horror de estas matanzas puede comprenderse con un simple dato: en agosto de 1936 se mataba una media de 70 curas al día. Y NI UNA SOLA APOSTASÍA.
En la diócesis de Barbastro, por poner un ejemplo, se asesinó al 90% del clero. ¿Quién estuvo al frente de este tremendo holocausto?: pues un tal Buenaventura Durruti, el sanguinario héroe anarquista.
Además de las matanzas, la persecución arrasó muchos edificios religiosos: en Valencia, 800 fueron totalmente devastados, mientras que la destrucción parcial afectó a todos en ciudades como Almería, Tortosa, Ciudad Real, Barbastro, etc. En Madrid, de los 220 edificios religiosos que había, 45 fueron totalmente destruidos, 55 seriamente dañados, y el resto fueron robados y profanados. Y NI UNA SOLA APOSTASÍA.
Como señala Vicente Cárcel Ortí en su magnífico libro «La persecución religiosa en España durante la Segunda República», ―del cual hemos extraído parte de la información para este artículo― este asalto a los edificios religiosos también incluía todo tipo de blasfemias y profanaciones: «En este contexto se explican hechos violentos y sacrílegos tan graves como la profanación directa de la Sagrada Eucaristía, realizada de mil formas: vaciando los sagrarios, destruyendo las formas consagradas, disparando contra el Santísimo Sacramento, comiendo sacrílegamente cuanto contenían los copones y bebiendo con cálices, arrojando y pisoteando por las calles las sagradas Hostias, convirtiendo las iglesias en cuadras y los altares en pesebres, destruyendo con especial ahínco las aras del altar, pues decía un cabecilla de los milicianos: “Romped aquella piedra del altar, porque sin ella no se puede decir misa” . Todo lo que tenía carácter sagrado fue destrozado. Tesoros históricos y artísticos de incalculable valor fueron pasto de las llamas: retablos, tapices, cuadros, custodias, vasos sagrados, ornamentos, libros, imágenes sagradas de grandes pintores y escultores.
Monumentos insignes como el del Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles (Madrid), la estatua de bronce del Tibidabo de Barcelona y otros numerosos ejemplos de la arquitectura y escultura religiosas quedaron abatidos».
Milicianos anarquistas profanaron los esqueletos de religiosos y religiosas, colocándolos en posturas obscenas en el interior de algunas iglesias, conformando un museo del horror cuya entrada cobraban a las hordas anticatólicas.
Ante este apocalipsis de destrucción, Paul Claudel escibía: «¡Y a vosotras, oh piedras, también os saludo desde lo más hondo de mi alma, santas iglesias exterminadas! Y a las estatuas rotas a martillazos, y a todas esas venerables pinturas, y a ese copón en donde uno de la C.N.T, antes de pisotearlo, gruñendo de gusto, revolvió baba y hocico».
Fue tal la magnitud del desastre, que el historiador de nuestra guerra Hugh Thomas afirmaba que «En ningún momento de la historia de Europa, y quizás incluso del mundo, se ha manifestado un odio tan apasionado contra la religión y todas sus obras».
En la pastoral colectiva de 1937, los obispos afirmaban: «Casi no hallaríamos en el Martirologio Romano una forma de martirio no usada… sin exceptuar la crucifixión; y en cambio hay formas nuevas de tormento que han consentido las sustancias y máquinas modernas». Todo ello, según palabras de Pío XI, «con un odio, una barbarie y una ferocidad que no se hubiera creído posible en nuestros días». Y NI UNA SOLA APOSTASÍA.
Porque, además de por su gran número de víctimas, la persecución destacó especialmente por su extremada crueldad, ya que gran parte de las matanzas estuvieron precedidas por torturas psicológicas y físicas, por horribles tormentos que constituye una verdadera antología del horror, de la barbarie y de la degeneración humana. Una verdadera antología de la crueldad, título de un capítulo del libro de Vicente Cárcel, donde se exponen casos perfectamente documentados, referidos a Valencia en su mayoría.
Parafraseando a Claudel, «Mata, camarada, destruye, emborráchate y goza de mujer. ¡Eso, eso es la revolución proletaria, la feliz Arcadia marxista, la república de la democracia y la libertad! Desentierra los cadáveres de tus víctimas, camarada, ponles un cigarrillo entre los dientes, y después que traigan petróleo: que hay que abrasar a Dios.
¡Salve, iglesias destruidas! ¡Es hermoso para la iglesia de Dios subir entera al cielo en el incienso y en el holocausto!» Y NI UNA SOLA APOSTASÍA.
En Madrid echaron a varios sacerdotes vivos a la jaula de los leones que había en la Casa de Fieras que había en Parque del Retiro; en Camuñas, pueblo de Toledo, arrojaron vivos a tres sacerdotes a un pozo de 20 metros de profundidad, al que después se lanzaron objetos pesados para machacarlos cuando todavía estaban vivos; de las 283 religiosas asesinadas, fueron violadas 124. Y NI UNA SOLA APOSTASÍA.
Al capellán de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Valencia, Ángel Olmedo, le sacaron un ojo, le cortaron una oreja y la lengua, degollándole a continuación; el párroco de Santa María del Mar, Vicente Selfa, fue llevado al Saler, en las cercanías de Pinedo. Allí le ataron a un árbol, le rociaron con gasolina y le quemaron; el beneficiado de San Agustín, Vicente Peretó, fue llevado a la plaza de toros, en la que, además de sacarle los ojos, sufrió horribles mutilaciones, incluso la del sexo. Y NI UNA SOLA APOSTASÍA.
El anciano coadjutor de Jesús Pobre, Vicente Borrell, después de sufrir malos tratos durante la detención y conducción al lugar del suplicio, en la Garganta de Gata, en término municipal de Teulada, fue desnudado totalmente y martirizado de mil suertes y, vivo aún, le mutilaron, metiéndole a viva fuerza en la boca las partes viriles, para, segundos después, rematarle a descarga de fusil.
El coadjutor de Castalia, Silvino Prats, junto a un pino fue obligado a levantar los brazos, disparándole contra las manos y los pies primero, después contra distintas partes del cuerpo, salvando el corazón y la cabeza, un total de veintidós tiros de pistola; en todo este tiempo fue objeto de burlas, escarnios y crueles sevicias; tuvo una agonía muy lenta; al cura de Parcent, José Llompart, antes de asesinarle le pincharon con un hierro afilado, intentaron sacarle los ojos con la cruz de su rosario y le arrancaron tiras de su piel. Y NI UNA SOLA APOSTASÍA.
El capellán del Ave-María de Benimámet, José Pelluch Escrivá, fue detenido en Albal, atado vivo a un tranvía y muerto. Cuando unos amigos preguntaron dónde estaba su cadáver, se les contestó: «Id a buscar los trozos con una espuerta».
El anciano párroco de Navarrés, Vicente Sicluna Hernández, a pesar de hallarse enfermo en cama y casi moribundo, fue asesinado en Bolbaite y después su cadáver arrastrado por las calles del pueblo entre burlas y gritos; el director espiritual del reformatorio de Godella, Pascual Tatay Sanjulián, después de haber sido torturado en una mazmorra, fue arrojado atado de pies y manos a un horno de cal, que estaba ardiendo. A los pocos minutos se había consumido totalmente, después de haber gritado: «¡Viva Cristo Rey!». Y NI UNA SOLA APOSTASÍA.
El cura de Albalat de la Ribera, Carlos Giner Martínez, fue torturado en su mismo pueblo —seguido por su anciana madre, que pedía lastimosamente compasión para él—y, después de haberle atravesado el cuerpo con agujas saqueras y cortada la lengua, fue colgado de un árbol; todo ello entre insultos soeces y burlas obscenas.
El párroco de Cheste, José González Huguet fue paseado por toda la población entre los gritos de la gente, que le lanzaba improperios e insultos, e invitando a las «beatas» a que salieran a verle, rasgaron los vestidos y sus carnes de la forma más espantosa, pinchando su cuerpo a navajazos y toreándole con escarnio, como si fuera un toro. Después le cortaron y le sometieron públicamente a los mayores tormentos en la plaza mayor del pueblo, mientras el párroco callaba, sufría y oraba por sus verdugos. Finalmente, dispararon sobre él 18 tiros.
En la iglesia de San Elías de Barcelona, convertida en la cheka más temible, su director arrojaba a sus perros los cadáveres de los cuerpos masacrados ―con hierros candentes, picanas eléctricas en genitales, levantamientos de uñas, palizas, ahogamientos con agua, mutilaciones― pero después de arrancarles los dientes de oro, por supuesto… Y NI UNA SOLA APOSTASÍA.
Mención especial merece el martirio del obispo de Barbastro ―Florentino Asensio Barroso―, torturado salvajemente en la noche del 8 agosto, ferozmente castrado, y cuyos testículos fueron paseados de bar en bar por toda la ciudad. Fusilado, le dejaron con vida encima de un montón de cadáveres, para que sufriera más, hasta que finalmente le dieron el tiro de gracia. Durante todo su martirio, el obispo no cesaba de otorgar su perdón a los torturadores, bendiciéndoles con su mano derecha, que fue atravesada por balazos.
En la inmensa mayoría de los casos, se dio elegir a las víctimas entre la apostasía o el martirio, pero todos prefirieron derramar su sangre antes que renunciar a su fe.
¿Quién disfrutaba de estos dantescos espectáculos? ¿Quién se entronizaba en los templos calcinados, en las fosas repletas de cal viva, en las dantescas chekas del horror? ¿Quién se bebía ávidamente la sangre de los mártires? ¿Quién arrojaba los cuerpos torturados a los perros bolcheviques, a los lobos esteparios de la hoz y el martillo, a los gusanos rojos hambrientos de carne católica? Pero el Señor de las Moscas, a pesar de sus siniestras carcajadas, fracasó, porque NI UNA SOLA APOSTASÍA.
La tierra española por todos sus poros ha bebido de la sangre de que estaba sedienta.
Pero, de la carne que fue martirizada y estrujada, de la sangre fue derramada a espuertas, ni una sola partícula pereció, ni una sola gota se perdió, porque respetuosamente los ángeles han recogido todo cuanto fue derramado, y lo han trasportado a las mansiones celestiales.
Mas aquello no fue el final, ya que ahora somos nosotros quienes estamos en su lugar para arrimar el hombro, porque ésta es la hora en España del príncipe de este mundo, de Iscariote y de Caín… la hora de la crucifixión, Santa España: Tú, que blandiste la espada junto a la cruz, debes ahora desenvainar el alma, porque aquí está de nuevo el Señor de las Moscas, revolcándose en sus muladares, dirigiendo a sus mesnadas satánicas desde su Palacio de la Muerte en Monte Pelado, disfrazadas de otro Frente Popular que se presagia en lontananza.
Aquí están de nuevo las Ritasmaestres, las «madresnuestras», las brujas-que-no-pudimos-quemar, los coños insumisos, los titirietarras violamonjas, las femens asaltacapillas, los leninistas puñoenalto, los marxistas quemaconventos, los politicastros entregados al NOM preparando sus leyes anticatólicas, los milicianos del Averno, amenazando a los creyentes con su matonería.
Ahora que la «memoria histórica» se ha convertido en la excusa para quitar cruces de los caídos y exhumar cadáveres con el esperpéntico fin de que el rojerío pueda sentirse ganador de la guerra que perdieron, convendría hacer un llamamiento a los católicos para que también nosotros recuperemos nuestra memoria histórica, y pidamos responsabilidades e indemnizaciones por tantos progroms, tantas profanaciones, tantas vejaciones, tantos apocalipsis de los que hemos sido víctimas bajo la feroz guadaña de la que el rojerío ha llamado «revoluciones», las cuales se hicieron solamente con la intención de que los pretendidos revolucionarios fueran el brazo armado del Señor de las Moscas, hordas luciferinas cuyo objetivo final es entronizarle definitivamente en nuestra sociedad.
Nos amenazan diciendo que arderemos como en el 36, pero ellos perderán como en el 39.
España y Cristo Rey en el corazón. Y NI UNA SOLA APOSTASÍA
El humo de Satanás (2): Terror rojo en los claustros de España (y ni una sola apostasía) – Alerta Digital
MEMORIA HISTÓRICA de un GENOCIDIO QUE NO HA PRESCRITO Y HABRÁ QUE JUZGAR.
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
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