A la leyenda negra antiespañola que empezaron a forjar los protestantes a finales del siglo XVI, pretenden añadirle otro capítulo que podría titularse así: “en la zona nacional se fusiló como en la zona republicana”; son palabras copiadas textualmente, nada menos que del periódico «Ya» (quién lo dijera), en su número de 14-1-1976 y en un artículo firmado por F. García Pavón, que hace suyas las palabras entrecomilladas tomadas de Laín Entralgo. Como se ve, el infundio empieza a extenderse demasiado.
En realidad, no existe una estadística rigurosa ni aproximada de las víctimas de ambas zonas. Por eso hemos de guiarnos por cálculos y conjeturas seguras; esto es lo que ciertamente podemos asegurar.
En la zona nacional, nunca se asaltó una cárcel para exterminar a sus indefensos ocupantes; en la zona roja (que no republicana, pues la República quedó ahogada muy pronto) el populacho asaltó la Modelo, de Madrid, la de Guadalajara, los Ángeles Custodios, de Bilbao, el barco-prisión “Alfonso Pérez”, de Santander, etcétera.
En ambas zonas, los odios políticos desataron venganzas que acabaron en sangre; pero en la roja, a esos odios políticos se sumaron la vesania y furor anticristiano, con lo que el número de víctimas se amplió enormemente; hubo, además, un acompañamiento de sadismo increíble, como lo demostró monseñor Montero en su «Historia de la Persecución Religiosa en España» [1961], libro agotado y no reeditado [1976], inexplicablemente.
En la zona nacional no se da un equivalente de lo sucedido en Madrid: 222 checas bajo control de Santiago Carrillo, en las que se derramaron torrentes de sangre, para culminar en el gigantesco genocidio de Paracuellos, con un balance de 8.000 a 13.000 víctimas, según apreciación de Luis Emilio Calvo Sotelo, en el periódico «ABC» (“Piel de cordero”, 9-2-75), (http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigat...02/09/003.html ) recogida por «Iglesia-Mundo» (primera quincena de enero de 1976).
En la zona nacional hubo perfecta unidad entre diversas fuerzas, como Requeté, Falange, Renovación, Albiñanistas, etc., que solo pensaron en España, mientras en la roja las diversas denominaciones volvieron sus armas unas contra otras. Basta recordar la Barcelona roja, rojísima (no “republicana”), de mayo de 1937, con sus batallas callejeras entre el Gobierno y comunistas, por un lado, y los anarquistas, por otro, y la sublevación de Casado en Madrid, en marzo de 1939; todo esto suponía luego represión feroz y fusilamiento de los antiguos aliados.
Conviene añadir la crueldad de expulsar de sus domicilios conventuales, y robo (se llamaba “incautación”, en honor a la hipocresía) de todos sus bienes, a miles de religiosas, muchas de ellas ancianas, que hubieron de buscarse un techo. Lo encontraron porque muchas familias católicas, aun sabiendo que se jugaban la vida por ejercer este acto de caridad, las acogieron. Aun así, cerca de 300 religiosas fueron fusiladas.
Es una injusticia, un atentado a la verdad histórica y una tremenda falta de juicio escribir alegremente: “se fusiló por igual en ambos bandos”.
Revista FUERZA NUEVA, nº 483, 10-Abr-1976
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