Revista FUERZA NUEVA, nº 553, 13-Ago-1977
CONVIENE RECORDARLO
Por Jacques de Launay
Repasar las páginas de la Historia siempre es instructivo. En este caso lo ha hecho un periodista belga en aquellas que hacen referencia a la represión, en la España roja, de los comunistas. El artículo original lleva el título de “Les comunistes, bouchers de l’Espagne”. Muchos de los hombres de entonces son los mismos de hoy.
El lugar de concentración de los voluntarios de las Brigadas Internacionales era el castillo de Figueras (Gerona).
Maurice Thorez, secretario general del Partido Comunista francés, supervisaba (controlaba) toda la actuación de las Brigadas. Es él quien, el día 4 de septiembre de 1936, había, en Madrid, discutido con el nuevo jefe del Gobierno, Largo Caballero, las modalidades de actuación. Es él quien, el día 21 de septiembre, había, en Moscú, convencido a Stalin y al Politburó de la necesidad de una intervención masiva de voluntarios.
Dimitrov, secretario general del Komintern, se fue a París en octubre, donde, en el cuartel general, 128 de la calle La Fayette, armonizó las actuaciones de Thorez, flanqueado de los representantes del Komintern, Longo, Gottwald y Togliatti, este último delegado especial en España, con las del Politburó, el cual, oficialmente, hipócritamente, hacía el juego de la no intervención. El general Walter (Swierezewski), profesor en la Academia Militar de Moscú, ejercía las funciones de consejero militar y ocupaba asiento en un verdadero despacho de Estado Mayor, instalado en la calle de Chabrol.
Cada noche, el tren número 70, París-Perpiñán, estaba repleto (se llevaba vagones llenos) de voluntarios. En cuanto llegaban, sin problema, al castillo de Figueras, los voluntarios, cuyas filas estaban repletas de soplones del GPU (policía secreta soviética), eran interrogados, y los elementos dudosos desaparecían sin dejar huellas.
Para asegurar mejor el enmascaramiento de estos extranjeros, se les quitaba definitivamente sus pasaportes, los cuales, en llenas maletas diplomáticas de la Embajada soviética, salían todas las semanas para la sede del GPU, Lubianka, en Moscú. Dichos documentos iban a servir, durante años, a los agentes soviéticos en misión en todo el mundo.
El carnicero de Albacete
Después de los requisitos de alistamiento de Figueras, los voluntarios salían en un tren militar para Albacete, donde, con las armas procedentes de Rusia, por los puertos de Alicante, Cartagena y Valencia, iban a ser equipados.
La dirección de la base de Albacete la había confiado Thorez a André Marty, el antiguo “amotinado del Mar Negro”, quien, en 1919, se negó a combatir contra la Unión Soviética. Marty era un colérico exuberante cuyas palabras rebasaban siempre el pensamiento. Siempre partidario de las soluciones radicales y terroristas. No hay duda de que Thorez estaba más satisfecho de saberlo en Albacete que en París.
La misión secreta de Marty era doble: asegurar el encuadramiento de los voluntarios por comisarios políticos comunistas y extirpar de España el trotskismo.
Con la ayuda del Longo (Gallo) le fue fácil hacer frente a su primera obligación. “Ni una sola unidad -hecha de socialistas y comunistas-, ha contado con él, ha salido para el frente sin ser dotada, al lado de su comandante, hasta el nivel de la compañía, de su comisario político (comunista), provisto de poderes muy amplios”.
La extirpación del trotskismo era una tarea sobrehumana. Al principio de la guerra de liberación hay 30.000 comunistas, cerca de dos millones de trotskistas del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) y de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo). Marty tiene que purgar las Brigadas, mientras que el GPU limpia la retaguardia. Este terror será sangriento y Stalin desconfía de los comunistas españoles, los cuales, henchidos en poco tiempo por la ayuda extranjera, llegan a ser presuntuosos e insoportables.
Marty hizo caer las cabezas por centenas, y rápidamente los mismos republicanos le llamaron, hasta sus colaboradores más cercanos, el “carnicero de Albacete”. Al final de 1937, fue tal el escándalo que Marty tuvo que salir en dirección a Moscú, para rendir cuentas a Dimitrov y a Stalin en persona. No parece que fue desaprobado, pero, por razones de oportunidad táctica, fue retenido en Moscú algunos meses. Cuando regresó a España, la base de Albacete había sido despejada. El hombre encargado de la purga de los civiles era Antonov-Ovseenko. Volveremos a ello.
Los españoles dan su sangre, los rusos cogen el oro
Poco a poco, los republicanos pierden prestigio en el mundo occidental. El entusiasmo generoso de los voluntarios de las Brigadas, enfriado por las purgas, se ha reducido. Informaciones cada vez más precisas se filtran sobre el terror que los comunistas imponen desde Madrid hasta Valencia.
Los intelectuales occidentales enrolados en las Brigadas Internacionales, entre los cuales está André Malraux, quien ha dirigido la aviación republicana antes de ser eliminado en beneficio de los rusos, relatan estos horrores, y sus informaciones están por debajo de la realidad. Se sabrá más tarde que, el día 25 de octubre de 1936, Largo Caballero y su ministro de Hacienda, el doctor Negrín, habían mandado desde Cartagena para Odessa (URSS) las cuatro quintas partes del oro nacional, o sea, mil quinientos millones de pesetas. Se trataba, parece, de garantizar los pagos de entregas de armas pasadas y futuras, lo que aniquilaba de hecho, los “donativos” del Komintern a la República.
Así pues, la ayuda rusa no era nada desinteresada, hasta en el seno de la federación sindical internacional, ciertos dirigentes tenían mucho que hacer para impedir que el hijo de un ministro francés del frente popular o el hermano de un “leader” sindical francés, vinculado al hampa, saquen diezmos escandalosos sobre las compras de armas para la ayuda a los republicanos.
El terror rojo: torturas y asesinatos
Hemos dicho que el GPU había recibido la orden de exterminar el trotskismo en España. Era una tarea difícil, pues España era el único país que conservaba el recuerdo de la querella Marx-Bakunin y, en la opinión de izquierda, es Bakunin quien ha ganado y conservado el mayor número de discípulos, los cuales, hoy, se valen de Trotsky.
Para los comunistas se trataba de eliminar a los partidos anarquistas decapitándolos de sus élites, y conquistar los puestos de mando sin tener en cuenta su propia importancia real.
Es Antonov-Ovseenko, el antiguo jefe de la guardia roja, que, en el año 1917, tomó por asalto el palacio de Invierno de San Petersburgo, llegando a ser cónsul general soviético en Barcelona desde el día 25 de agosto de 1936, quien fue encargado de ser el gran inquisidor del GPU.
Antonov había sido, hacía poco, el brazo derecho de Trotski, y Stalin le ofrecía así la oportunidad de redimirse al exterminar a sus antiguos amigos.
La misión de Antonov durará un año. Consigue dividir los partidos obreros no comunistas de Cataluña en dos grupos: por una parte, UGT (sindicatos socialistas) y Partido Socialista Unificado de Cataluña; por otra parte, POUM (partido anarquista) y la CNT (sindicatos anarquistas). En el interior de cada grupo se suscita la oposición violenta de los pequeños grupos, y al final de 1936 no tiene más que desencadenar la guerra civil obrera en el interior de la guerra.
Habrá que destacar que los comunistas quedan fuera de la pelea, contando los puntos y listos para tomar el poder.
Provocadores comunistas suscitan los primeros asesinatos, luego la escalada de las represalias y de las contrarrepresalias se produce por sí misma. Los obreros no comunistas van a morir por decenas de millares. Un testigo, consejero militar del POUM, el joven alemán Willy Brandt -quien debía llegar a ser canciller de Alemania Federal, luego protector del espía soviético Guillaume-, presenció tales horrores que no ha querido hablar nunca de ello.
Nada fue escatimado por Antonov para fomentar este terror. Hasta acusar a los anarquistas de entendimiento con la Falange.
Entre otros, el joven secretario de Trotski, Erwin Wolf, quien cometió la imprudencia de acudir a Barcelona, fue detenido el 27 de julio de 1937, desapareciendo definitivamente. Su joven mujer es invitada a abandonar la ciudad si no quiere tener la misma suerte. Andrés Nin, secretario general del POUM, es detenido por orden de Antonov, el 16 de junio de 1937, en la misma sede de su partido. Se le reprocha a ser un “agente de la Gestapo” (¡) Su suerte está decidida. Le trasladan a una prisión clandestina del Partido Comunista, luego a Valencia, por último a la sede del GPU en Madrid. Su última huella: un chalé ocupado por el GPU en Alcalá de Henares, cerca de un aeródromo militar utilizado por los soviéticos.
Los amigos de Nin tienen buenas razones para pensar que ha sido largamente torturado.
Los abusos del terror rojo, las torturas, las ejecuciones sumarias, habían alcanzado tales cotas que hasta los republicanos estaban inquietos. El general Berzin, fundador y antiguo jefe de los servicios secretos soviéticos, entonces agregado militar en Madrid, se quejó de ello en un informe al ministro de la guerra Vorochilov, informe que fue interceptado por el jefe supremo del GPU, Iejov. Berzin expresaba las protestas de los republicanos y pedía la revocación del jefe del GPU en Madrid, capitán Orlof.
Fue Berzin a quien llamaron a Moscú, y... a quien liquidaron. Antonov fue invitado a hacer su informe delante de Stalin. Salió de España por Cartagena, en agosto de 1937. Stalin le recibió, le escuchó, luego le nombró comisario de Justicia. Algunas semanas más tarde, denunciado por trotskismo, fue detenido y fusilado.
Todo se decidía en Moscú
De hecho, los soviéticos pretendían hacer la ley en la República española.
El embajador soviético Rosenberg presenciaba los consejos de ministros y dictó sus órdenes, hasta el día en que Largo Caballero, harto, le invitó a salir. Aquel día, la salida de Largo Caballero fue decidida en Moscú. El 17 de mayo de 1937 tuvo que ceder el sitio el doctor Negrín, quien hizo de brazo ejecutor de la voluntad de Moscú.
En cuanto a Rosenberg, llamado a Moscú, desapareció definitivamente. Negrín, viendo la guerra perdida, intentó obtener una paz negociada. Redactó, a la manera de Wilson, una carta en trece puntos de los objetivos de guerra de la España republicana. Pero nadie le escuchó y los comunistas vigilaban en la sombra. En realidad, Stalin no estaba preparado todavía para aceptar, en España, el desencadenamiento de una guerra mundial para desviar hacia el Oeste el peligro alemán.
La huida de los extranjeros
El verdadero momento crucial diplomático de la guerra de España fue la conquista por los nacionalistas de las minas del Norte (piritas de hierro). Consumado este hecho, el 20 de octubre de 1937, el Foreign Office, sacando sus conclusiones, puso fin a la no intervención y se esforzó en normalizar sus relaciones con el gobierno provisional de Burgos, cerca del cual se hizo representar desde el 18 de noviembre.
Por su parte, Franco, siempre pragmático, dio un paso más: el 1 de febrero de 1938 formó un gobierno, el primer gobierno normalizado. El 30 de abril, los nacionalistas consiguen cortar en dos a la España republicana. Es en esta época cuando Europa se divide a propósito de la crisis de los Sudetes. Aquí, todavía Franco va a jugar la buena carta (obrar con habilidad); manda comunicar a Londres y a París que en caso de guerra quedará neutral.
El comité de no intervención sólo puede apresurar la conclusión de la guerra. Trabaja en el plan de retirada general de todos los voluntarios. Los italianos se marchan en octubre de 1938, las Brigadas, en noviembre, y entregado, asimismo, el pequeño ejército republicano del Nordeste sale hacia Francia en enero de 1939. El 14 de febrero, la guerra se acaba en Cataluña. El 30 de marzo, dos días después que Madrid, Valencia queda liberada.
Los líderes republicanos que tuvieron la buena idea de huir a Francia o a Méjico han muerto en su lecho: Azaña en Montauban, en 1940; Largo Caballero, en París, en 1946; Negrín, en París, en 1956; el general Miaja, en Nueva York, en 1958… Cincuenta mil españoles pudieron ganar el Nuevo Mundo. Trescientos mil se quedaron en Francia.
Los 5.823 comunistas que creyeron poder hallar refugio en la Unión Soviética no encontraron más que traiciones en un universo carcelero.
Dos mil niños refugiados españoles, de cinco mil, encontraron la muerte en el paraíso soviético. Los adultos fueron dispersados. Más de 4.600 murieron. Los más afortunados lucharon en el ejército rojo.
Dos supervivientes en la URSS. Dolores Ibárruri, especie de milagrosa, y Jesús Hernández, quien tuvo la habilidad de mostrar flexible el espinazo hasta el día que consiguió, en 1943, una misión en Méjico. En cuanto llegó a Méjico, pasó… al trotskismo.
En los tiempos de Stalin, todos los que habían participado en la guerra de España, personalidades idealistas y llenas de iniciativa, eran sospechosos a los ojos del “zar rojo”. Entre ellos, Tito y Rajk han hecho hablar mucho.
Marty, refugiado en la URSS durante la guerra mundial, permitió a Stalin, quien le utilizó para este fin por afán de emulación, hacer de Thorez un ejecutante incondicional.
Jacques DE LAUNAY |
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