DON RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL: LA EPOPEYA CASTELLANA A TRAVÉS DE LA LITERATURA ESPAÑOLA
(Conferencias del año 1909)
1 - ORÍGENES DE LA EPOPEYA CASTELLANA
A) Importancia de la poesía heroica castellana en la literatura española.
La edad media ha cesado definitivamente de ser considerada como una época bárbara, como una solución de continuidad abierta en la historia de la cultura entre la antigüedad clásica y el renacimiento.
Hace más de un siglo que la ciencia introdujo en su recinto a la literatura medieval; ha publicado cuidadosamente los textos de ésta, ha creado una filología especial a ellos consagrada, mostrándolos dignos de la atención y de los esfuerzos de la crítica, antes reservados exclusivamente a los monumentos de las épocas clásicas. La espontaneidad profunda de la literatura medieval, la originalidad con que expresa el carácter de una sociedad en formación, le dan el valor de un precioso documento artístico y cultural, que debe ser interrogado atentamente.
Entre las ramas de esa vieja poesía en España, hay una dotada de atractivo particular, porque no sólo ha sabido como las otras, aunque la última de todas, conquistar un puesto en el panteón literario, sino que el espíritu que la animaba desde su primera encarnación poética, no ha dejado de transmigrar de generación en generación, adoptando necesarias metamorfosis que no le impidieron conservar siempre el claro recuerdo de sus existencias anteriores. Tal es la epopeya. Si la seguimos en sus maravillosas emigraciones, la veremos animar todos los géneros literarios: los poemas, los romances, el teatro, la novela, la lírica.
Es una materia poética creada por indoctos genios allá en los tiempos más remotos del arte moderno, a veces en una edad prehistórica del mismo. Pero sus poetas supieron comunicarle algún destello del alma nacional, de modo que el pueblo la recibió y la conservó siempre como suya. Después, los más grandes poetas de la edad áurea de la literatura española cubrieron con espléndidas vestiduras esa vieja poesía y la levantaron, como sobre grandioso pedestal, mediante el prestigio de una lengua cuyo imperio se dilataba prodigiosamente sobre el globo.
Más tarde, los poetas románticos infundieron nueva vida a esa misma materia épica, tomando jirones de ella como bandera revolucionaria. Por último, en nuestros días, los modernos artistas descubren también en esos viejos temas nuevos rumbos y nuevas formas de ideal.
Por eso la historia de la materia épica castellana nos permite considerar la historia entera de la literatura española, uno de cuyos caracteres distintivos es precisamente esta armoniosa unidad de inspiración. Pío Rajna tenía razón cuando observaba que en ningún otro país, fuera de España, podía hallarse la materia para un libro como La gesta del Cid, de Antonio Restori, que, ciñéndose a una sola tradición poética, reúne obras que pertenecen a todos los siglos y a la mayor parte de los géneros literarios; y Heinrich Morf hace una observación semejante de la Leyenda de los Infantes de Lara.
Intentaré aquí trazar sumariamente un cuadro del desarrollo de este arte nacional español que pueda interesar a un público extranjero. Difícil es despertar la emoción artística de un pasado muy lejano, aun en el alma de aquellos que se sienten ligados a él por comunidad de raza o de tradición; la dificultad aumenta cuando tal comunidad falta. Que la curiosidad de mis lectores, abierta a todas las impresiones y ávida de las que le son más extrañas, logre adivinar, en lo que yo deje entrever, aquello que no acertaré a decir.
B) Carácter nacional de esta poesía.
España es el país que con más perseverancia ha continuado su primera tradición poética. Esta tradición, en todas las grandes épocas de su literatura, ha producido alguna manifestación artística popular o, mejor dicho, nacional.
Para que se practique una poesía que se dirija a la nación entera no es preciso, contra lo que algunos afirman, que sea dentro de un estado primitivo de cultura en que se desconozca la profunda distinción entre letrados e iletrados. Los términos del problema no se refieren a la mayor o menor ilustración de las diversas clases sociales, sino al destino que el poeta quiere dar a su obra.
En una misma época pueden coexistir un género de poesía destinada a todas las clases de la sociedad y otro que sólo se dirija a las gentes más cultas. Un mismo poeta, Lope de Vega por ejemplo, puede escribir sus comedias para todos y su Jerusalén para los más selectos.
Por otro lado, la distinción entre letrados e iletrados existe siempre más o menos, lo mismo que la distinción entre ricos y pobres existe tanto en esas edades felices en que unos y otros llevan en común una vida patriarcal, como en aquellas en que los unos se apartan de los otros con desconocimiento y odio. Por lo común, el divorcio es completo entre la clase educada y la inculta; la una y la otra quedan extrañas en sus gustos, ignorándose o despreciándose. El poeta literato no se dirige nunca a gentes de nivel cultural inferior, hasta desdeñaría el agradarles, pues son incapaces de apreciar las finuras técnicas de cuyo dominio él se precia. La clase ignorante, por su parte, tiene también sus poetas; pero éstos, sin contacto con las clases letradas, encerrados en su ineducación, no pueden producir sino obras de arte vulgar e ínfimo, que ni merecer suelen el nombre de obras de arte.
Caso especial muy diverso es cuando el arte se dirige a una nación entera. Aunque la distinción entre cultos e incultos existe, no divide y aísla completamente a los unos de los otros, sino que hay entre ellos una fraternal participación en algún ideal común, y éste a todos comunica tendencias, gustos, sentimientos y entusiasmos comunes, de donde con facilidad puede brotar una forma determinada de arte. El artista entonces no se esmerará en exquisiteces de estilo, sino que se animará con las grandes ideas y grandes pasiones que conmueven a todas las clases sociales, de donde resultará un arte que, si bien inferior en corrección y refinamiento, será superior por su espontaneidad, por sus aspiraciones y por su alcance social a ese arte que, con altivo menosprecio, se desentiende de las clases inferiores.
El poeta que cultiva este arte nacional posee en más alto grado que el pueblo un tesoro de ideas y de imaginación; es, de ordinario, mucho más instruido; pero no desdeña el poner su riqueza intelectual al alcance de los iletrados, y así produce obras que agradan a la vez a los doctos y a los ignorantes, aunque estos últimos no lleguen a ver en ellas todo lo que los primeros perciben. El mismo Poema de Mio Cid, que se cantaba en las plazas de Castilla, donde entusiasmaba a nobles y plebeyos, era leído con veneración en la corte de Sancho el Bravo por los sabios maestros que lo utilizaban como documento histórico al redactar la Crónica general de España. El mismo romance que regocijaba a “las gentes de baja y servil condición” (para emplear la frase desdeñosa del Marqués de Santillana, mal avenido con esta patriarcal comunidad de gustos) es el que endulzaba las melancolías del Rey Impotente o el que recreaba los oídos de la Reina Católica.
La misma comedia El Mágico prodigioso, que Calderón escribía para la oscura villa de Yepes, podía ser después representada en Madrid ante Felipe IV.
Esta comunidad de sentimientos y de gustos produjo en la poesía española, mejor que en ninguna otra, monumentos de valor secular, y dio origen sucesivamente a tres géneros principales muy relacionados entre sí: los Cantares de gesta, el Romancero y el Teatro, que son las más hermosas joyas poéticas de la nación. Otros pueblos han tenido producciones análogas, pero en ninguna parte la vitalidad de estos géneros ha sido tan persistente, ni los tres se han desarrollado tan conformes en sus temas y en su espíritu.
En España (al contrario que en Francia, por ejemplo), las gestas, los romances y el teatro mantienen entre sí estrechas relaciones y conservan por mucho tiempo su carácter nacional originario. Por esto la epopeya, en el curso de su desenvolvimiento, lejos de remontarse como la francesa a formas refinadas, conservó las formas primitivas, y buscó pervivencia en el pueblo, en la nación entera; para perdurar entre ese pueblo se refugió en el romancero, y después animó al teatro.
Estas varias formas de un mismo arte nacional, que adentra sus raíces tan profundamente en los recuerdos y sentimientos del pueblo, son las que me propongo exponer.
C) Descubrimiento reciente de la epopeya castellana.
La primera de todas estas manifestaciones, la epopeya medieval, es un descubrimiento reciente de la ciencia.
Hace poco más de medio siglo (1) el estudio de la poesía épica se reducía al estudio de Homero, de Virgilio, del Tasso, del Ariosto y de sus imitadores; esto es, a la epopeya de tipo clásico. Sólo cuando la ciencia moderna fue sacando a luz toda una literatura caballeresca de la edad media, se renovó completamente la crítica de la epopeya, distinguiendo con claridad dos categorías: de un lado una epopeya primitiva, más espontánea, de carácter popular, o mejor dicho, tradicional (2), como la Ilíada, la Chanson de Roland, los Nibelungos; de otro lado una epopeya más tardía, más docta y artificiosa, escrita en un estilo más personal y erudito; por ejemplo, la Eneida, el Orlando furioso, la Araucana, la Henríada. Los poemas de vida tradicional son anónimos o debidos a autores sin una personalidad literaria bien definida, se escriben y se difunden dentro de un ambiente cultural poco especializado y están destinados a ser cantados en público; los poemas eruditos, al contrario, son obra de un literato perfectamente individualizado, celoso de su reputación, que escribe pensando habrá de ser leído en privado por un círculo reducido de personas entendidas.
Muchos pueblos tienen una poesía tradicional lírica o lírico-épica, pero muy pocos han logrado esa forma más desarrollada y compleja que constituye un poema narrativo de alto vuelo. Se pretende que la epopeya es una creación propia de los pueblos llamados arios, y más precisamente, de unos pocos de ellos, a saber: la India, la Persia, la Grecia, Bretaña, Germania y Francia. A éstos pudo añadirse el nombre de España sólo desde 1874.
Antes de esa fecha, aun los que conocían más a fondo la edad media española, como Fernando Wolf y R. Dozy, afirmaban no sólo que España no había tenido poesía épica, sino que no había podido tenerla, y aducían para ello buenas razones históricas. España podía darse por contenta con la universal admiración que despertaba el romancero, en particular por sus originales romances fronterizos, y se repetía en todos los tonos que España, como Servia y Escocia, no había dado un desarrollo completo a estos esbozos de cantos épicos. Entonces se conocían ya dos poemas extensos: el de Mio Cid y el de las Mocedades de Rodrigo; pero Wolf veía tan sólo en ellos rudos y desdichados intentos para imitar un género francés, cuya aclimatación en España resultaba imposible.
En 1874 la crítica comenzó a descubrir y a estudiar toda una poesía épica castellana. Se probó que los dos poemas recién mencionados, de Mio Cid y de Rodrigo, no eran un caso aislado, sino que habían existido otros referentes a ese mismo héroe, dos por lo menos sobre Fernán González, tres sobre los Infantes de Lara, más de uno sobre Bernardo del Carpio, otros sobre Garci Fernández y sobre el Infante García… Se ha probado, en fin, que hubo en Castilla una gran actividad épica, cuyo apogeo ocurre en los siglos XI y XII, seguido de una decadencia, notable aún y fecunda, en los siglos XIII y XIV; se ha probado, además, que varios de los más viejos romances no son sino fragmentos desgajados de largos poemas de la decadencia (3).
Si quisiéramos asistir a la proclamación de esta conquista de la ciencia, nada mejor que escuchar la completa contradicción que existe entre dos afirmaciones hechas con treinta años de intervalo por el venerable maestro de la filología romántica Gastón Paris… En 1865 decía él: “España no ha tenido epopeya...” ; …después, en 1898, …reconoce que Milá y Fontanals ha probado la existencia de una epopeya castellana y que muchos de los romances del siglo XV “son esencialmente fragmentos desprendidos, y con frecuencia alterados, de antiguos cantares de gesta”; reconoce que los descubrimientos posteriores han probado además: “que la vida de la epopeya castellana ha sido más larga, más rica y más variada de lo que se había creído hasta aquí”;y después de exponer la opinión de que esta rica epopeya nació por imitación de la epopeya francesa, el maestro continúa en estos términos: “No es en modo alguno por despreciar la epopeya española por lo que yo afirmé su originaria dependencia de la francesa. Ésta, a su vez, tiene muy probablemente sus raíces en la epopeya germánica, lo que no le impide ostentar su valor propio y ser plenamente nacional. Lo mismo sucede con la epopeya española: jamás un retoño trasplantado a otro suelo se ha impregnado más ávidamente de los jugos de la tierra en que arraigó, ni ha producido flores y frutos más diferentes de los del tronco nativo (4).
D) Teoría sobre el origen francés de la epopeya castellana.
La tesis del origen francés de la epopeya castellana que Gastón Paris enucia en el pasaje citado, fue aceptada por el eminente crítico español Eduardo de Hinojosa, y mucho antes ya había sido expuesta por el hispanoamericano Andrés Bello (4).
Gastón Paris apoya su presunción sobre dos consideraciones. La forma métrica en las gestas francesas y en las españolas ofrece muchas semejanzas, “y no es probable que esta forma naciese espontáneamente e independientemente al sur y al norte de los pirineos”. Ahora bien, el examen de la métrica española nos revela que no nació con la perfección o semejanza que pudiera esperarse en una imitación de una métrica ya perfeccionada, sino que fue evolucionando lentamente por sí misma, siempre aparte de la evolución seguida por el metro francés, y que además ofrece desde sus comienzos un procedimiento fundamental, la –e paragógica, desconocido de las chansons de geste (5).
El otro argumento de Gastón Paris establece “que la producción épica comenzó en España cuando ya la epopeya francesa existía hacía mucho tiempo y estaba en toda la fuerza de su plena floración, y que no parece haberse cantado ningún suceso histórico español antes de la introducción de las gestas francesas”. Sin embargo, el hecho es que el primer contacto activo de la brillante civilización francesa con la española se produjo a fines del siglo XI bajo la iniciativa de Alfonso VI, y que las primeras noticias que se tienen de la introducción de canciones de gesta francesas en España datan de comienzos o mediados del XII, en la Historia Silense y en el falso Turpin; pero, en cambio, los sucesos que son asunto de los cantares de Fernán González y de los Infantes de Lara pertenecen al siglo X, y si se tiene en cuenta la sorprendente exactitud que hoy se descubre en esos cantares respecto a ciertos pormenores históricos, geográficos y genealógicos, se llega al convencimiento de que estos poemas hubieron de recibir su primera forma muy poco después de ocurrir los sucesos que cantan. Gastón Paris no puede menos de considerar esta contemporaneidad respecto al cantar de los Infantes de Lara, pero la rechaza al fin, porque no puede ponerla de acuerdo con su hipótesis del origen francés de la epopeya castellana.
El crítico alemán H. Morf, que no admite este origen francés, admite sin vacilación que existió en el siglo X un cantar contemporáneo sobre la muerte de los Infantes de Lara (6).
En suma: El poema del Cid en el siglo XII y otros poemas en el XIII revelan indiscutiblemente persistente influencia de la epopeya francesa, influencia posterior a la primera gran invasión de gentes y costumbres francesas en tiempos de Alfonso VI, y a las primeras noticias relativas a la introducción de las gestas francesas en España; pero mucho antes de la penetración francesa se compusieron cantos relativos a Fernán González, a los Infantes de Lara y al Infante García, que por su fecha no podemos suponer inspirados en la épica extranjera, y más observándose en ellos una manera de concebir y de tratar poéticamente los asuntos muy diversa de la manera francesa.
Si es, pues, indudable el influjo de la épica de Francia en una época avanzada de la epopeya castellana, no hay motivo alguno para afirmarlo de sus orígenes...
(continúa)
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