15. Monarquías integradoras


Revista FUERZA NUEVA, nº 147, 1-Nov-1969

Monarquías integradoras

La unión de Castilla y Aragón constituyó el más claro ejemplo del fenómeno histórico de la integración. Es un hecho conocido que cuando los pueblos se integran históricamente, por una coincidencia de valores espirituales que les proyectan en común hacia una meta, la fecundidad es su natural consecuencia; no hay fecundidad sin unión integradora.

De las uniones, alianzas, federaciones o de cualquier otro tipo asociativo supranacional, cuyo único nexo es el jurídico y su fin primordial el económico o el militar, no cabe esperar otra cosa que un resultado práctico temporal, sin arraigo ni garantía de permanencia, pues esto requiere una motivación y un trasfondo espiritual mucho más hondo. A los pueblos no les integra lo que en su territorio pasa ni lo que necesitan para subsistir, sino lo que en ellos queda como consecuencia de sus vicisitudes históricas.

No podemos negar que, por mero accidente, de ciertas fórmulas jurídicas internacionales, motivadas en su inicio por razones comerciales o de defensa, se hayan derivado en algunos casos valores espirituales con fuerza vinculativa. Son casos excepcionales de los que hay ejemplos históricos que no desvirtúan al principio, como también de la prostitución puede derivarse, por accidente, la maternidad con cuanto de espiritual representa esta palabra, sin ser su consecuencia natural y lógica. Para que exista la fecundidad nacional, como consecuencia de la Nación se requiere que los pueblos que la integran se sientan afines en convicciones y responsables en común de su destino, de ahí la importancia de la unidad religiosa en la unidad política, aun cuando puedan darse integraciones nacionales sin unidad religiosa.

Los pueblos se integran en algo que es más y superior a ellos mismos y les dispone potencialmente a seguir una trayectoria histórica. El verdadero sentido nacional de sentirse en esta trayectoria. Una Nación perece si no tiene conciencia plena de su propio dinamismo.

Por eso los pueblos necesitan una profunda comprensión, una convicción presupuesta de su dinamismo nacional. No están para contemplar pasivamente el paso del tiempo aniquilador, sino son Nación para transformar ese tiempo en su historia. La integración es un manantial energético que garantiza la existencia de lo permanente, de lo fundamental. La integración es en sí un potencial de integración.

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Nuestra misión actual es mantener viva la conciencia y proponer la existencia de ese potencial en las circunstancias que nos brinde el momento histórico. España es diferente, pero no indiferente a cualquier destino supranacional que pudiera llamársela. Si algún día fuese Europa una realidad como unidad política, seguramente España se integraría más en su destino que las naciones que componen hoy su núcleo económico central.

Mirando hacia el interior esa integración nacional y el instinto de defensa de sus valores, ha hecho que España instituya la monarquía, aun cuando la mayoría de los españoles no nos sentimos monárquicos, afectados por el recuerdo reciente de monarquías liberales desintegradoras. La propuesta a las Cortes por la persona que representa la reacción violenta ante los brotes de desintegración y unas fórmulas instauradoras que garantizan para el futuro la permanencia de lo esencial, unieron a los representantes de la Nación con un voto indiscutible. La nación eligió la fórmula política más eficaz para el mantenimiento de sus valores espirituales como condición necesaria para existir como Nación.

Por eso quienes, a falta de mejores voceros, venimos asumiendo la tarea de recordar desde las páginas de FUERZA NUEVA que ese destino histórico es algo más que una frase poética y que tiene que prevalecer sobre cualquier otra preocupación de orden social o económico, por fuerte que esta sea, sentimos como propia la responsabilidad del voto de nuestro más caracterizado representante. Su voto fue un voto sin vacilación por cuanto de integrador tiene la instauración y ante un futuro de contraste de pareceres, asociativamente elaborados, abogamos por la asociación que una e integre a sus miembros en una conciencia nacional colectiva y tememos a aquellas que signifiquen la infecunda propuesta de soluciones a los diversos problemas políticos que puedan presentarse con olvido de lo que es fundamental, que es el sentirnos verdaderamente integrados en una realidad nacional, depositarios de un potencial energético del que tenemos que responder.

Osvaldo J. Escosa