Revista FUERZA NUEVA, nº 147, 1-Nov-1969
EL EJÉRCITO, en tiempo de los Reyes Católicos
La idea de Ejército con carácter permanente no llega a nuestra Patria hasta el reinado de los Reyes Católicos. Dice Almirante, acertadamente, que anteriormente la época de este glorioso reinado, en España existía como en todas partes, guerreros, pero no otra cosa.
Bien es verdad que los godos llegaron a nuestro país implantando su organización militar fundada en la jerarquía nobiliaria, pero esta organización murió con la extinción de la Monarquía goda. Posteriormente el Rey, el Señor o el simple Concejo de las distintas Villas, tenían sus propias huestes con obligación de “pechar” en ellas los ciudadanos, según unas determinadas condiciones. Obligaciones que, por otra parte, se fueron suavizando a medida que se incrementaba otras actividades. De estas huestes formaban parte las “mesnadas” y nacieron para definir y designar sus jerarquías los nombres de “Cabdillo”, “Adalid”, “Alférez” y el de Cabo de la hueste. Pero la hueste, excepción hecha de una pequeña fracción, destinada a guardia permanente del Señor, no tenía carácter permanente. Si el territorio, la villa o el término se sentían amenazados de invasión, entonces se publicaba el “apellido” o rebato, que consistía en el llamamiento de todos los vecinos con los que se constituía una especie de milicia obligatoria que era la encargada de defenderlo.
Este sistema forzosamente había de acarrear inconvenientes ya que, según fuera la pujanza económica del Señor feudal, así era la de su hueste, con lo que el Rey se veía constantemente amenazado por las intrigas y presiones de esos Señores feudales. Para obviar este inconveniente, mejor dicho, esta amenaza que menguaba la Autoridad Real, los Príncipes acudieron a estimular las milicias concejiles. Pero si, como ocurría siempre, tras la alarma se disolvían éstas y, en cambio, las mesnadas de los nobles, aunque fuera en tono menor, permanecían, resultaba que el inconveniente subsistía. Ello indujo a los Reyes a pensar en la constitución de una fuerza militar permanente que les era de todo punto necesaria para gobernar, dándoles un encuadramiento y una organización que contrarrestara aquella amenaza y al propio tiempo no restara ni quebrantara la vida de las villas y concejos quitando un número excesivo de brazos al trabajo.
Este fue el origen del primer embrión de Ejército permanente creado por los Reyes Católicos, al que llamaron fuerzas de “acostamiento” y que tenía su antecedente inmediato en la Santa Hermandad, pues su organización, aunque con reformas, se apoyó en ésta para crearla. Está claro, pues, que los Reyes Católicos decidieron acabar con un feudalismo que, en su aspecto político, representaba la negación de la soberanía estatal, ya que en el feudo no tenía poder el Rey. Al igual que con sus decisiones, Isabel y Fernando lograron aglutinar las clases populares creando esa fuerza militar con concepto de Patria, consiguieron que los soldados no fueran ya al combate defendiendo el interés de un terminado Señor y sí el beneficio del Trono, en proyección española.
Del concepto militar soberano feudal, apoyado casi exclusivamente en la Caballería, aunque esta institución seguía siendo, dadas las armas de la época, la más eficaz, los Reyes Católicos, con clara visión de lo que sería el porvenir bélico y dándose perfecta cuenta de la influencia que habrían de tener de inmediato las armas de fuego, dedicaron sus afanes a organizar una Infantería que tanto en Italia, a las órdenes del glorioso Gran Capitán y posteriormente, reinando ya su nieto Carlos I, habría de dar inaccesibles laureles en el apogeo de los Tercios a nuestra Historia.
La Santa Hermandad Nueva, que así denominaron, constituyó una verdadera fuerza militar. Con ella armonizaban la acción política con una fuerza coercitiva de garantías suficientes no sólo para vencer la influencia o rebeldía de los Grandes Señores, sino también buscando el apoyo en el verdadero pueblo, respaldar la acción de la Justicia y enaltecer la Majestad Real. En Madrigal, Cigales y Dueñas, en la primavera de 1476, reunidas las correspondientes Cortes, se acordaba respaldando el deseo de los Reyes, la creación de este primer Ejército. Alonso de Quintanilla, Montes de Oca y Alonso de Palencia, fueron sus promotores. Esta primera organización militar, que en un principio se pensó durase tan solo tres años, se prolongó, si bien más como fuerza de policía, durante veintidós, pese a la oposición que a ella hizo la nobleza constantemente.
Aunque tanto Doña Isabel como Don Fernando tenían la idea obsesiva de crear el Ejército nacional, no podían sustraerse, sin embargo, a la corriente que en la época de su reinado imperaba. En aquel tiempo, el soldado que más prestigio gozaba era el Suizo. Los campos de Francia y los de toda Europa habían sido testigos de sus hazañas como guerreros en la lucha que su pueblo había sostenido contra los Emperadores austríacos. Forzosamente, pues, en esa corriente de admiración habían de caer también los Reyes Católicos, y a los soldados suizos acudieron para encuadrar a la Infantería de su Ejército. Por ello, ordenaron en 1483 el enganche de un Cuerpo de Tropas mercenarias que proporcionó excelentes resultados.
Tras la conquista de Granada, dictaron un Decreto que impidió la disolución total de las Fuerzas que en ella participaron y, posteriormente, consiguieron de la Junta General, convocada y celebrada en Santa María del Campo, a finales de 1495, con asistencia de representaciones de todas las provincias, ciudades, señoríos, villas y lugares del Reino, que éstas aceptaran el pensamiento real. Tal Junta magna redactó lo que podríamos llamar un proyecto de Reglamento militar. En él se fijaba que:
-Todos los súbditos podrían, fuera cualquiera su condición, tener en sus casas armas ofensivas y defensivas. Los más ricos, deberían poseer coraza, mallas y armaduras, además de lanza y espada. Los de mediano estado, sobre esa armadura deberían estar dispuestos para tirar con espingarda y ballesta. Los de menor, sólo, espada, casquete y lanza. Se dispensaba de esta obligación a los clérigos.
-Dichas armas y equipo no podían ser vendidas ni enajenadas. Tampoco podían ser prestadas por plazos superiores a los diez días, bajo severas penas.
-El tiempo de servicio duraba tres años y, al terminar este plazo, los inscritos podían volver a sus hogares. Los gastos de incorporación a filas lo satisfacían por individuo todos los demás sujetos a dicha contribución de sangre, mientras que la Corona corría con todos los gastos del soldado tan pronto éste se incorporaba a filas. De cada Ciudad, Señorío, Villa o Lugar que saliera un recluta, al objeto de ayudar a la familia, se fijaban grupos o cupos de diez vecinos que tenían la obligación de arar la tierra que tuviera el llamado a filas y segar las cosechas.
-Las armas, escudos, corazas y armaduras no podían en modo alguno abandonarse de su estado de servicio y, para evitar además que se deshicieran, se dictaron penas que iban, desde la multa de mil maravedíes por la primera vez al herrero que lo hiciera, hasta ordenar a la tercera que se comprobase lo había hecho, cortarle la mano.
En 1496 se fija por Decreto Real el contingente del Ejército, cifrándolo en 83.333 hombres de infantería y 2.000 caballos de línea. La organización táctica era la siguiente:
La Infantería se articulaban en “Batallas” de 500 hombres que constaban de espingarderos, ballesteros y piqueros. Las “Batallas” se descomponían a su vez en Capitanías, y éstas en “cuadrillas” de 50 hombres, mandadas cada una por un jefe subalterno que se llamaba “cuadrillero”, que además de tener cierta altura y práctica militar, había de vestir, decía, a título de distinción, uniforme diferente. A cada “Batalla” se le agregaba, además, un cuerpo de cavadores, pedreros, albañiles y carpinteros, que venían a desempeñar una misión de Zapadores cerca de la Infantería. La reunión de varias “Batallas” constituía una Unidad superior de 6.000 hombres, precursora de la División.
Hemos dicho que, anteriormente a los Reyes Católicos y aún durante el reinado de éstos, la Caballería era el nervio de todos los Ejércitos. Los Reyes la reorganizaron dividiendo sus efectivos en: Hombres de armas o Caballería de Línea, articulada en Capitanías viejas, Provinciales y Nuevas, que tenían efectivos que oscilaban entre las 400 y 450 lanzas; y en Caballería ligera o jinetes con mayores efectivos, llegando estas últimas a las 750 lanzas, articulada también en Capitanías de los mismos nombres, Vieja, Provincial y Nueva. El total de lanzas era de 2.841. Aún en el año 1507, se añadió un nuevo Cuerpo de Caballería, el de “Estradiotes”, palabra derivada de la voz italiana “strada”, camino, que tenía la misión de explorador de la Caballería ligera.
La Artillería, que al empezar la guerra de Granada era todavía embrionaria y elemental, ante los éxitos obtenidos por ella en la citada guerra, donde en honor a la verdad su contribución a la victoria fue decisiva, por obra y gracia de su buen empleo, recibió al final de ella el cuidado y preferencia de los Reyes. Indudablemente, este éxito y buen quehacer de los artilleros, llevó a los Reyes a que tras la campaña ordenaran para reorganizar y dotar a su Artillería, la instalación de fundiciones de piezas en Baza, Málaga y Medina del Campo y, cito curiosamente, que los fundidores de estos cañones y culebrinas se reclutaban entre los campaneros que eran entonces, los únicos artesanos capaces de tal empresa.
Las Unidades se clasificaban según el material que empleaban y éste se dividía en dos especialidades principales. Las culebrinas y piezas pequeñas, de carácter típicamente ofensivo, por su movilidad; y los cañones y morteros, mucho más pesados, de carácter defensivo o de sitio y cerco.
Si el deseo de los Reyes Católicos era preferentemente -sin olvidar la consecución de la unidad española expulsando del territorio patrio los últimos vestigios de la dominación árabe- el acabar con la indómita nobleza encerrada en sus castillos y contraria al Poder supremo Real, no cabe duda que la organización del Ejército, y dentro de él, de su poderosa y bien adiestrada Artillería, contribuyó singularmente a este propósito.
No podían faltar en la organización del Ejército de los Reyes Católicos las fuerzas de Ingenieros, aunque en su origen no se conocieran con este nombre. La realidad es que esta especialidad la puso en práctica Ramírez de Madrid en el sitio de Málaga. Los Ingenieros o Minadores de aquel entonces formaban cuerpo único con los Artilleros. Se trataba de unos especialistas en el manejo de la pólvora que llevaban mediante la construcción de galerías o túneles hechos bajo las fortalezas para hacer saltar las cargas de explosivos correspondientes.
Semejante volumen de organización militar no podía sostenerse sin dotarlo de los correspondientes Servicios que la mantuvieran, y fue el propio Alonso de Quintanilla, anteriormente citado como artífice y promotor del Ejército, quien puede considerarse como el primer Intendente militar de España, pues fue él quien llevó a efecto los proyectos Reales para que las tropas no quedasen sin víveres y pertrechos. De su capacidad y espíritu organizador dará idea el hecho de que, cuando en 1482, se inicia la campaña de Granada con 80.000 infantes, 12.000 jinetes y 7.500 artilleros y “carruajeros”, organiza unas unidades de 200 mulos cada una que en todo momento tuvo abastecido al Ejército y al completo de dinero sus arcas, partiendo de unas bases que tenían sus cabezas de etapa en Córdoba y Jaén, sin dejar de organizar la explotación local de recursos.
La misma Reina Isabel organiza al mismo tiempo los Servicios de Sanidad y así proliferan los primeros Hospitales de sangre, que se llamaron de la Reina, y en ellos junto a galenos y personal auxiliar existían Oficiales contadores que se encargaban de su administración. El Servicio de Sanidad era tanto más necesario si se considera -y esto fue lo que impulsó a la Reina a tomarlo como si de cosa suya se tratase- que de los 20.000 hombres que en la campaña de Granada murieron, tan sólo 3.000 lo fueron a manos de los moros. Los demás lo fueron a cuenta de enfermedades y del rigor del clima. Allí, en la Vega de Granada, nació el primer Hospital de Campaña del que se tiene noticia en Europa. Allí fue donde por primera vez, heridos y enfermos dejaron de ser clientes de ineptos y de curanderos, para ser tratado solo por cirujanos y médicos. La misma Reina encargó de su dirección al que era Médico de la Casa Real, Julián Gutiérrez de Toledo.
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En esta síntesis que la limitación de espacio impone, he pretendido tan sólo apuntar lo que fue el primer ensayo serio de Ejército permanente que los Reyes Católicos dieron a nuestra Patria. Al dar entrada en sus filas a la clase intermedia social, acabando con la discriminación de que los Mandos estuvieran tan sólo en manos de la Nobleza, aumentaron el campo de selección de éstos y dieron paso a una serie de ventajas que años más tarde se traducirían en el florecer de las glorias castrenses.
En una palabra, a los Reyes Católicos, con su concepto de nación y subsiguiente idea de Ejército nacional como sustitutivo de las antiguas mesnadas particulares del Medievo, debemos las grandes repercusiones que para la organización y eficiencia de las Fuerzas Armadas tuvieron sus disposiciones sobre los Cuadros de Mandos y Tropas en general.
Luis CANO PORTAL
General de Brigada de Infantería y del Servicio de Estado Mayor.
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