(de José Antonio MARAVALL su obra “El concepto de España en la Edad Media”)
(…) LA OBRA DE LOS GRANDES HISTORIADORES DEL SIGLO XIII.
LA HISTORIOGRAFÍA CATALANA Y CASTELLANA EN LA BAJA EDAD MEDIA.
LA IDEA DE UNA HISTORIA ESPAÑOLA.
La obra del Tudense renueva el sentido hispánico de nuestra historiografía, aunque sea un poco por yuxtaposición, al entroncar materialmente con la labor isidoriana, reproduciendo a San Isidoro en el libro I de su Chronicon. La segunda de las grandes obras que antes mencionamos, la “Historia” del Toledano, dota sistemáticamente a ese objeto histórico que es España de una continuidad que no se quiebra desde los orígenes hasta su momento presente. Desde entonces, España aparece como un todo en el tiempo, como un largo proceso seguido, que tiene un mismo comienzo y un desarrollo común.
Ser españoles no es sólo, desde la gran creación del Toledano, habitar un mismo suelo, ni siquiera tener un lazo de parentesco con la comunidad actual de gentes, sino, a través de un largo desenvolvimiento, venir de una fuente única de la que incluso procede, para cuantos derivan de ella, el nombre común de españoles. Las leyendas e invenciones con que el Toledano construyó el sustrato remoto de la historia común de esos españoles se difundieron por todas partes. Por esta razón, se hace general en nuestros historiadores esa manera de componer sus obras, que consiste en presentar la primera parte de su narración unitariamente, desde los orígenes hasta los godos, abriéndose tras éstos, con la invasión árabe, un paréntesis que, por su propia condición de tal, postulaba que un día había de ser cerrado.
Creo, sinceramente, que la gran figura del navarro-castellano Jiménez de Rada es uno de los factores de integración de la unidad moderna de España.
Esta concepción histórica que el ilustre arzobispo expande, a causa de la irradiación de la influencia de su obra por toda España, da su primer fruto en la “Primera Crónica General”, con la que esa nueva visión historiográfica se solidifica. Alfonso X explica ese nuevo planteamiento de la historia: “Ca esta nuestra historia de las Espannas general la levamos, nos, de todos los reyes et de todos los sus fechos que acaescieron en el tiempo pasado, et de los que acaescen en el tiempo present en que agora somos, tan bien de moros como de cristianos et aun de judios si y acaesciere (41). Antes ha dicho que se ocupará de los reyes de Castilla y de León, de Portugal, de Aragón y de Navarra.
No cabe duda de que es mucho más que una razón de espacio o de proximidad la que lleva a hacer pensar que pueda escribirse y que efectivamente haya que escribir una historia conjunta de todos esos reyes y, en cambio, de ninguno de los otros que estén fuera de esa comunidad cuyo vivo sentimiento se nos revela en esa misma manera de ver. Sin embargo, esos reyes estaban entre sí tan separados, desde un punto de vista formal o legal, como pudieran estarlo cada uno de por sí respecto a los reyes de ultra puertos. ¿Por qué, pues, ese lazo?
¿Por qué constituían un ámbito unitario desde el punto de vista de la labor historiográfica?
Francamente me arriesgo a afirmar que porque se hacía luz una honda realidad de la que, con todo, hasta ese momento no se tenía clara conciencia, y que, dado el precedente estado de postración de las letras, no había podido ser alumbrada convenientemente: la comunidad de un grupo humano que aparece conjuntamente como objeto de la mirada del historiador. Esto no se había podido manifestar antes porque, sencillamente, la labor del historiador se reducía, primero, a prestar atención tan sólo a los reyes –aparte del caso de los santos con la hagiografía- y todo lo que estaba a su alrededor se minimizaba, a la manera de esos escultores y pintores románicos que representaban diminutos a los apóstoles y más aún a los demás hombres junto a un Cristo de grandes dimensiones. Relativamente pronto, es cierto, grandes personajes suscitan historias particulares, como Gelmírez la “Historia Compostelana” o el Cid la “Historia Roderici”.
Sólo más tarde, en ese fecundo siglo XIII, se cae en la cuenta, aunque sea mínimamente, de ese nuevo protagonista histórico que es el grupo como tal, el pueblo. Por eso entonces, y no antes, aparece Hispania como objeto historiográfico, y con ella los “hispani”. En una interesante enunciación de la materia historiográfica que hace el mismo Alfonso X –y la coincidencia apoya nuestra interpretación- aparece ya citado ese nuevo personaje colectivo, en una posición aun muy modesta; pero, con todo, atribuyéndosele un lugar propio: “Et fizieron desto muchos libros que son llamadas estorias e gestas en que contaron de los fechos de Dios y de los prophetas, e de los santos, et otrosí de los reyes, et delos altos omnes e delas cavallerías e delos pueblos” (42).
Es esta nueva visión del pueblo la que permite extender la concepción historiográfica más allá de los alrededores de un rey. No hace falta decir que la palabra “pueblo” no tiene ni lejanamente el sentido moderno, pero no deja de ser una comunidad, con algo que la une y algo que la separa de las demás. Esto quiere decir que no a todos los pueblos les acontece lo mismo; por tanto, que tiene cada uno su historia propia y que la labor del historiador, para ser completa, ha de extenderse al ámbito entero del que le ocupa.
No quiere sostenerse con esto que desaparezca, ante esta idea nueva, la manera anterior de hacer historia, en tanto que relato de los hechos de los reyes. Es frecuente, en cualquier orden de actividad humana, que de una imperfección salga precisamente una norma, un principio que se formula como rector en la esfera de esa actividad. Y así es como de la precedente insuficiencia en la labor de historiar, que no presta atención más que a lo que los reyes atañe, se desprende un principio que forma parte de la preceptiva a la que debe someterse el historiador…
A estos tres historiadores, el Tudense, el Toledano y Alfonso X, sobre todo al segundo, se debe la expansión por la Península de la nueva concepción. Por la inmediata influencia de ellos y singularmente, en gran desproporción a su favor, por la del arzobispo Jiménez de Rada, aparecen en todas partes manifestaciones de una historiografía española, cuyo objeto propio es España, cualquiera que sea el más o menos valioso resultado que en la ejecución de la obra se consiga, cualesquiera que sean las desviaciones en que se incurra, debidas a mayor o menor torpeza en el desenvolvimiento de aquella idea inicial o por otras razones.
Sánchez Alonso da la noticia de que, según Hogberg, en la Biblioteca Real de Estocolmo se encuentra un manuscrito que contiene una versión romance del Tudense, probablemente de fines del XIII o principios del XIV, que por los rasgos del lenguaje parece de procedencia catalana-aragonesa (44). La difusión e influencia del Tudense fue oscurecida por la del Toledano, a través del cual pasa aquél. Existe también, de Lucas de Tuy, una versión castellana tardía, publicada por Puyol (45), que prueba la directa utilización de la obra hasta fines de la Edad Media, lo que confirma el hecho de que determinados pasajes de Sánchez de Arévalo procedan de aquélla como fuente inmediata.
De la “Primera Crónica General” parte una serie de refundiciones, la cual es hoy bien conocida merced a las investigaciones del maestro Menéndez Pidal (46). Gracias a ella, la concepción historiográfica alfonsina, con los caracteres que hemos dicho, no se pierde, aunque sufra algún eclipse transitoriamente. El mismo M. Pidal estudió las versiones portuguesas de la “Crónica General”, que derivan, no de su versión primitiva, sino de la por él llamada “Crónica del año 1344”.
Lo curioso es que estas versiones portuguesas, aunque sus variantes muestren que son independientes entre sí, coinciden en un especial interés por la historia castellana más reciente, prolongándose hasta los reinados posteriores (47).
En manos de Pedro IV de Aragón estaba la “Crónica Alfonsina”, y a ella se refiere, tal vez, cuando, junto a otros libros de Historia (Tito Livio, Plutarco, una crónica de Grecia y un libro sobre los Emperadores), cita una “Chronicam magnam Hispaniae” (48). El hecho de que Pedro IV fuese buen aficionado, y aun traductor de algún fragmento, de otras obras de Alfonso el Sabio y, sobre todo, la circunstancia de que esos libros habían pertenecido al maestro Fernández de Heredia (1310-1396), que tan ampliamente se sirvió de la Crónica alfonsina, permiten aventurar esa identificación. Con todo, puede tratarse de la propia Crónica de Fernández de Heredia, y el caso es casi igual, puesto que esta Crónica, directamente, pertenece a la familia de las derivadas de la Historia de Alfonso X.
Incluso los historiadores hispano-musulmanes conocen y utilizan la “Primera Crónica General”, de la que se ha podido señalar la existencia de una traducción al árabe, estudiada por el P. Antuña (49).
historiografía catalana y castellana en la baja edad media
De la “De Rebus Hispaniae” (de Jiménez de Rada) hay una abundante serie de versiones parciales o completas, más o menos interpoladas, de abreviaciones, de adaptaciones y de continuaciones, que se prolongan a reinados posteriores de los que esa Historia comprende. Y hay, finalmente, un gran número de obras que han recogido muchos de los elementos que aquélla ofrece. Todo ello en leonés, castellano y catalán (50).
Massó Torrents señaló y dio interesantes datos, por lo que al catalán se refiere, de muchos de los casos de esa influencia del Toledano. De su estudio destaca la “Crónica de Espanya”, de Ribera de Perpejá, y la versión extractada de los seis primeros libros de aquél, titulada “Crónicas de mestre Rodrigo de Toledo”, continuada hasta el XV (51). Barrau-Dihigo hizo observar que la primera parte del prólogo de los “Gesta Comitum Barcinonensium”, y también otros muchos pasajes del texto de la misma obra, proceden del “De rebus Hispaniae”, influencias que se dan no sólo en la redacción latina definitiva, sino, en parte ya, en la primitiva (52).
Creo que en estrecha relación con esto se halla la concepción de España que se revela en los “Gesta”, a la que volveremos a aludir a lo largo de nuestras páginas. En esta gran creación historiográfica catalana que es la redacción definitiva de la Crónica en cuestión, España y sus varios reyes aparecen en una vinculación de la más íntima familiaridad, distinta por completo del tono de cosa extranjera que presenta cuanto se encuentra más allá de los Pirineos –de ahí la ardiente polémica con los galos, de tan distinto carácter en comparación con las que se consideran disensiones de Alfonso II o de cualquier otro rey catalano-aragonés, con “los otros reyes de España”, discordias fraternales que en los “Gesta” no alcanzan nunca a los pueblos; de ahí, también, que dejando aparte los Reyes y Condes de la tierra, sólo para los reyes de Castilla hay calificativos, como algo que interesa y que por ser próximo y en cierta medida propio, exige opinión (en el texto catalán se les llama reiteradamente, el gran, el noble, el bo). Y creo que esta concepción de España venga del Toledano, en la medida en que éste haya podido fortalecerla, mas no en el sentido de que él sea la causa, puesto que hay que observar que si se utiliza el Toledano es porque la concepción histórica previa de que se partía lo hacía así posible, y aun lo exigía.
La influencia de una obra es, por lo menos al empezar, más bien efecto, que no causa, de una situación social.
Un excelente estudio de Coll y Alentorn precisó los varios e importantes puntos en que la “Historia” del arzobispo don Rodrigo repercutió en la “Crónica” de Desclot, debiendo tenerse en cuenta que, por lo menos indirectamente, los elementos que en esta última proceden de Ribera de Perpejá hay que ponerlos también en la cuenta de aquél, del cual el trabajo de Ribera, como llevamos dicho fue una adaptación (53). En otro estudio enumera el mismo Coll las obras en las que la influencia del Toledano se observa, y a las ya indicadas añade la “Crónica Pinatense” o “Crónica dels reys d’Aragó e comtes de Barcelona” –la cual ,como ya vimos antes, postula expresamente ser completada por las crónicas castellanas, a las que de forma explícita remite- y las obras de Doménech, Francesc, Tomich, Marquilles (54).
Encuentro todavía un recuerdo del Toledano en la “Passio Sancti Severi episcopis barcinonensis”, que figura en un breviario impreso en Barcelona en 1540, y que fue publicado por Flórez (55). Todavía en su prólogo se utiliza el que puso el Toledano al frente de su “Historia gótica”, expresión de la teoría historiológica de la baja Edad Media: “Fidelis antiquitas et antiqua fidelitas, primaevorum doctrix, magistraque posterum” (56).
Esta idea, en el fondo, es antigua y se recoge en el momento en que los que escriben los recuerdos del pasado superan la forma analítica y aun cronística de los primeros siglos medievales, para volver a hacer Historia. Por eso se encuentra ya en la “Historia Compostellana” (57); pero es del arzobispo don Rodrigo de donde arranca su renovación y transmisión en la forma concreta que hemos citado.
El interés de la difusión del Toledano no está en préstamos singulares –cuyo inventario en las obras de los historiadores posteriores sería inacabable-, sino en una influencia más de conjunto. En el último estudio suyo que hemos citado, Coll escribía: “El arzobispo Rodrigo… atraía por primera vez la atención de los catalanes hacia los episodios, ciertos o imaginarios, de nuestra Edad Antigua”. Es decir, proporcionó a todos la visión de una continuidad, y sobre esa base se va a construir la historiografía en los distintos reinos peninsulares. Por el lado de Castilla, la Historia de España de Alfonso X y la secuela de Crónicas generales que derivan de ella son su fruto.
Por el lado de Cataluña, aun a trueque de repetirnos en parte, veamos cómo presenta el tema tan experto conocedor del mismo como lo es Jorge Rubió: terminada en el año 1243, rápidamente la Historia del arzobispo Rodrigo “fue no sólo conocida, sino adaptada a Cataluña”; fue traducida y arreglada en catalán en el siglo XIII, se seguía utilizando y fue interpolada en el XIV y se empalmó con la Historia de los Reyes-Condes de Barcelona, que en unas versiones llega hasta el rey Martín y, en otras, hasta Alfonso V. “Por tanto, las historias del arzobispo fueron utilizadas como soporte de una historia de Cataluña”. Cuando se trata de hacer de la Historia una cosa más completa que una simple cronología, la idea inspiradora se basa en el prólogo de don Rodrigo y el estímulo de éste repercute aún en la gran obra historiográfica de Pedro IV, no sólo prestando materiales, sino hasta la concepción de una verdadera Historia general, muy alejada del viejo cronicón y superior a él (58). Ello inclina, pues, en todas partes, a nuestros historiadores hacia la concepción de una continuidad y comunidad de la historia peninsular.
Tenemos un testimonio fehaciente de cómo es vista la obra del Toledano y del interés que en ella se pone. Tomich escribe este párrafo: “Segons alguns savis philosophs han scrit en especial lo gran Archabisbe Toledà que molt treballaba en scriure veritat de les historias spanyolas, lo primer poblador de Hispanya fou Thubal” (59). Tomich busca, pues, en él –y vemos la elevada estimación que su obra le merece –la “historia espanyola”.
La Historia de Cataluña se escribe, como la de las restantes partes, sobre el tronco de la historia de España.
Es cierto que en un momento dado los historiadores catalanes –y esto viene también del Toledano- establecen una relación con la historia franca, concretamente con el episodio carolingio. Se trata de un injerto en el tronco español. Y significa lo mismo que la referencia a los romanos, por ejemplo, en todos los historiadores españoles.
Veamos cómo se presenta el hecho en Turell –por elegir uno de los menos claramente hispánicos, aunque en definitiva no lo sea menos que los demás-. Se ocupa, nos dice, de cuatro grandes temas: población de España, reyes de España y Francia y condes de Barcelona (60). La referencia a los reyes francos se contrae a los orígenes de Carlomagno, a éste y a Luis el Piadoso, para enlazar con la restauración cristiana de la propia tierra. ¿Por qué, en cambio, presentar la línea de los reyes de España? Porque es el tronco al que corresponde esa rama restaurada. Y por ello, Turell, desde el punto de vista humano, se ocupa sólo de la población de España; y este último es, naturalmente, nombre de una tierra, pero de una tierra con una misma historia de población, lo cual no deja de ser decisivo para su concepto (61).
Este esquema es normal en cuantos ejemplos de una historia completa de Cataluña se producen, desde la Crónica Pinatense, a Tomich, a Turell –aunque sea de todos el menos favorable a nuestra tesis-, a la obra anónima que el conde de Guimerá, poseedor del manuscrito, llamó “Memoriales historiales de Cataluña” (62), y a cuantos con carácter análogo citó Massó.
Esto lleva consigo el desarrollo de un sentimiento de honor de la propia historia conjunta, de la historia de España que afirmativamente se quiere conservar y realzar. En este sentido los testimonios de los historiadores catalanes son sumamente expresivos y toman un aire de empeño honroso y hasta polémico. La Crónica llamada “Sumari d’Espanya”, del pseudo-Berenguer de Puigpardines –escrita, contra lo que apócrifamente se asegura en su texto, durante la segunda mitad del XV-, se declara compuesta por el acicate de querer exaltar esa historia del tronco común, a la vez que de la rama particular catalana; es a saber, por la razón de que “los actes seguits en Espanya hi en lo principal de Catalunya se van oblidant, posat ni haja alguns llibres”, en los que la noticia de esos hechos se conserve (63).
Sólo un sentimiento de implicación en su existencia, en su destino, puede llevar a esforzarse por evitar que no se tengan presentes los hechos de España. Y no es este el único caso. Más enérgico aún es el propósito, y más solidaria aún su fundamentación, en el anónimo autor del “Flos Mundi”.
Se lamenta de que la “Historia de Spanya”, por haber estado en manos de extranjeros, no se haya hecho, como era de esperar, más que superficialmente: “Yo empero, qui son spanyol, texiré e reglaré la dita istoria” (64).
Todavía el estudio de Massó Torrents nos permite recoger unos datos secundarios que tienen interés innegable. Escrita en la primera mitad del XV (la dedicatoria se fecha en 1438), la obra de Tomich se conoció con el título de “Histories y conquetes del reyalme d’Aragó e principat de Catalunya”. Sin embargo, uno de los manuscritos conservados que Massó estima de fines del XV, comienza así: “Esta es la taula del present libre lo quall es appellat les Conquestes despanya, en lo qual libre resita largament tots los actes fets per aquells gloriosos comtes… etc.”.
Y otro manuscrito de la misma obra, algo posterior a juicio del mismo erudito, se titula “Les Histories de Espanya”. Ello nos hace advertir que el sentido hispánico de la obra no escapaba a las gentes de la época y, por otra parte, que un texto que se ocupaba preferentemente de Cataluña y de sus condes-reyes se consideraba propio llamarlo Historia de España. Este último hecho se repite en el “Dietario de un capellán de Alfonso V”, que empieza bajo la rúbrica “Canoniques (es decir, crónicas) de Espanya dels Reys de Aragó e dels Comptes de Barcelona (65).
(continúa)
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