LA ESPERA IV
Invoco la paciencia divina por madrina
quiero medrar con lenta parsimonia de encina.
No dudaré en entrar, a mi hora, de la suerte
de un nublado que esparce relámpagos y muerte,
y tras relampaguear el mensaje que es mío
Vírulo sonreirá como cielo de estío.
Meridional y fina y vieja muchedumbre
que recorta siluetas perfectas en la lumbre
contoneando caderas que ensombrecen los chales,
¡oh, raza!, volverán los días imperiales,
porque el sueño de perfección que congelara
en piedra musical, teológica y clara,
El Escorial, está de nuevo en mi alma. ¡Casas
que vivís en cenizas de siglos, de unas brasas
a medio arder de fe, sobre las que no late
el águila bicéfala del imperial combate,
se encenderán en llama romana vuestros leños,
porque soy conductor del fuego de mis sueños!
(De Vírulo I, Mocedades; Madrid, 1924, recogido por Gerardo Diego en Poesía española contemporánea, Madrid, 1962)
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