En vida, ante sus contemporáneos, Campoamor gozó de una gran fama y prestigio. Aquí, una parte del estudio de su escéptica "filosofía" ("...nada hay ni verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira") que hizo un famoso crítico de la época:
Campoamor es un poeta sin ideal. Hijo fiel del presente siglo, la duda es su musa predilecta y la negación escéptica el alma de sus cantos. No hay poeta que con él compita en [528] pesimismo y desaliento, y el hecho de que poesías inspiradas en tales sentimientos logren popularidad tan extraordinaria, es sin duda elocuentísimo signo de los tiempos.
III
El escepticismo poético no es nuevo en España. Casi todos nuestros poetas románticos, señaladamente Espronceda, en él se inspiraron; pero en Campoamor ofrece caracteres originales que merecen estudiarse. El escepticismo de Espronceda revela una época en que la duda era un tormento para él espíritu; el de Campoamor anuncia un estado social en que ya nos hemos connaturalizado con la duda. Aquel arranca del corazón, y es hijo de los desengaños; éste nace de la cabeza, y es fruto de serena y fría reflexión. El primero denuncia una existencia atormentada y dolorosa; el segundo la vida tranquila de un espíritu a quien no molesta gran cosa la falta de creencias.
El escepticismo de Campoamor es más amargo, más desconsolador y más peligroso que el de Espronceda, por lo mismo que es más sereno y razonado. Los desesperados gritos de Espronceda conmueven y repelen a la vez; el estado psicológico que revelan pone miedo en el ánimo. El tranquilo escepticismo de Campoamor no produce iguales efectos; antes su plácida calma es señuelo que convida a reposar la cabeza sobre aquella almohada agradable al espíritu, como a la duda apellidaba Montaigne.
Campoamor no tiene motivos personales para ser escéptico. La experiencia de la vida no ha podido causar profunda mella en su alma infantil y candorosa; su plácida y feliz existencia, antes que a la duda, debiera invitarle a la fe. En su serena fisonomía, en su constante buen humor, es imposible adivinar el escepticismo que le devora; nadie quizá tiene menos derecho que él a ser escéptico.
Y sin embargo, lo es, con mayor universalidad y trascendencia que los escépticos románticos. No se limita a renegar de los hombres, sino que su duda alcanza a las ideas; no se circunscribe a negar el amor, la poesía y la amistad por virtud de añejos desengaños, sino que lo niega todo, inclusa la realidad del conocimiento. Y lo niega con imperturbable calma, con serenidad pasmosa, a veces nublada por ligero tinte de tristeza. Tranquilamente, sin los apasionados arrebatos de [529] Espronceda, los alaridos de dolor de Byron, o la desesperación intensa de Leopardi, afirma
que humo las glorias de la vida son.
se pregunta melancólicamente:
La dicha que
el hombre anhela,
¿dónde está?
Sostiene que vivir es olvidar; que tarde o temprano es infalible el mal; que todo es sombra, ceniza y viento; que vivir es dudar; que todo se pierde; que el bienestar del hombre es la muerte; que al hombre sólo le afectan el calor y el frío; que él es quien regula la conciencia; que no hay honor ni virtud más que en la lengua; que fuego es amor que en aire se convierte; que gloria y fe para el hombre son un sueño; que el placer es la fuente del hastío; que la belleza sólo está
en los ojos del que mira;
que
todo espectáculo está
dentro del espectador;
que
sobre arena y sobre viento
lo ha fundado el cielo todo.
que el variar de destino sólo es variar de dolor; y después de dudar si tendrá razón Cabanis, concluye afirmando
que en este mundo traidor
nada hay verdad ni mentira;
todo es según el color
del cristal con que se mira.
No cabe escepticismo más universal y profundo, ni es posible exponerlo con mayor y más implacable impasibilidad.
Y sin embargo, esta poesía escéptica en más alto grado que la de Espronceda es saboreada con deleite por una sociedad que de creyente se precia. Damas aristocráticas, que contribuyen al dinero de San Pedro y son enemigas del artículo II; gentes que se cuentan en el número de las personas sensatas que tienen qué perder; niñas románticas y llenas de ilusiones devoran con placer estas máximas que en otros labios les parecieran impías, escandalosas y dignas de anatema. ¿A qué se debe este singular fenómeno? ¿Cómo este poeta revolucionario y heterodoxo es el niño mimado de las altas clases? A nuestro juicio, a la perfidia de Campoamor, que semejante a la serpiente bíblica sabe revestir de bellos colores el fruto envenenado que entrega a las Evas y Adanes de esta generación.
Un ligero toque de sentimentalismo, tal cual nota piadosa y mística, alguno que otro alarde de respeto a las creencias tradicionales, que recuerda involuntariamente las reservas de Montaigne, los distingos de Descartes y la devoción de Rabelais, bastan para que Campoamor pueda deslizar impunemente sus venenosas doctrinas. Il connait son public, ce gaillard-la y no le cuesta gran trabajo rociar con agua bendita sus audacias volterianas y sus arranques escépticos y pesimistas, dignos de Kant y de Schopenhauer.
En tal concepto, Campoamor es a la vez reflejo exacto de su época y de su país. Esa poesía escéptica, pesimista, amarga e irónica, es la única propia de estos tiempos de crisis y de duda. El poeta de hoy no puede tener ideal, porque el siglo tampoco lo tiene; su canto ha de ser desconsolador y negativo, amargo y desesperado, o indiferente y frío, según su temperamento. Si su escepticismo lucha con el deseo de creer y de esperar, sus acentos serán protestas enérgicas y sollozos penetrantes y desesperados; si por el contrario, se aviene a no creer en nada, su canto reunirá a la impasibilidad del estoico la indiferencia del cínico, si por ventura no lanza la irónica carcajada de Mefistófeles. Y si vive en una sociedad descreída en el fondo, hipócrita en la forma como la nuestra, fácilmente se hará perdonar sus temeridades si sabe deslumbrar a los ignorantes con alardes místicos y hacerles creer que es posible tener fe en lo divino cuando se reniega de lo humano, y que en un mismo espíritu pueden reunirse la fe de Schopenhauer y la de Santa Teresa de Jesús. (...)
(Manuel de la Revilla)
Don Ramón de Campoamor, boceto literario por Manuel de la Revilla, 28 febrero 1877 (filosofia.org)
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