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08:05 | 22 de noviembre, 2009

Adios, Uriarte, adiós.

La gran noticia de ayer no fue el nombramiento de monseñor Munilla como obispo de San Sebastián, que me parece espléndido, sino que por fin aquella diócesis y la Iglesia española se libran de Uriarte. Juan Mari para los amigos. Entre los que evidentemente no me encuentro.
Guipúzcoa era una provincia católicamente ejemplar. En sus costumbres, en la práctica religiosa, en el número de vocaciones que abarrotaban su seminario, llenaban las órdenes y congregaciones religiosas y abastecían las misiones de todo el mundo.
Hoy de eso no queda nada. Es un auténtico yermo eclesial. Gracias sobre todos a dos pontificados nefastos y suicidas. El de Setién y el de Uriarte.
Se quiso poner la religión al servicio de la política, y de una política que ignoraba el quinto mandamiento de la Ley de Dios, y la religión casi ha desaparecido.
Han sido muchísimos años de vergüenza eclesial y de desastrosos resultados. Por fin se han dado cuenta de que así no se podía seguir. Esa es la gran noticia. Todavía cabe la esperanza. Aunque levantar todo lo que han hundido parezca tarea sobrehumana.
Uriarte se despidió ayer de sus diocesanos con un mensaje tan cicatero, tan cabreado, que demuestra palmariamente su irritación y su fracaso. Lo encontráis en Ecclesia Digital.
Ecclesia Digital - Mensaje de Uriarte a la diócesis de San Sebastián: José Ignacio Munilla nuevo obispo
Os recomiendo que entréis en el vídeo. Vaya careto de enfado. Lo dice todo.
Dos brevísimos párrafos iniciales dedicados al nuevo obispo. Y después, a darle lecciones. Toma Lumen Gentium: "Cada uno de los obispos es principio y fundamento visible de unidad en sus iglesias particulares o diócesis". Rostro de cemento armado. O consejos vendo que para mí no tengo.
Porque si alguien dividió una diócesis ese fue Uriarte siguiendo los pasos de su antecesor Setién. Él fue sólo obispo de unos. Y de los peores. De los que habían abandonado la Iglesia. Y no sólo porque ignoraran el No matarás sino porque se habían ido. No querían saber nada de ella.
Las víctimas del terrorismo no encontraron nunca en Uriarte al padre cariñoso que se volcaba con las viudas y los huérfanos. Aunque no es suya sino de Setién la repugnante frase de que un padre no tiene por que querer igual a todos sus hijos, su sucesor la siguió al pie de la letra. Era evidente que no quería igual a todos. Y que sus amores estaban con lo peor. A los otros, a los que sangraban por las heridas y a los que ya no sangraban porque los habían desangrado, como mucho los soportaba. Con manifiesto disgusto.
Se cierra una triste página de la Iglesia en Guipúzcoa. Una página que jamás se debió abrir y que casi ha acabado con ella. Ayer fue un día glorioso.
Adiós, Uriarte, adiós.