La entrevista me ha gustado muchísimo, tanto que me he tomado la molestia de traducirla para que se entienda mejor:


Entrevista a Juan Manuel de Prada
Un escritor libre contra las ideologías

Andrea Monda


Ha venido a Roma para presentar su última novela (El séptimo velo), recién traducida por la editorial Longanesi. Juan Manuel de Prada no desaprovecha la oportunidad para hablar también de problemas aparentemente ajenos a su profesión de escritor. Para el joven niño prodigio de la literatura española, escribir no es una profesión sino una misión. Pero eso no quiere decir que aprecie la definición de literatura comprometida.


«No me convence esa palabra --dice--, y desde cierto punto de vista prefiero la ocurrencia de Borges, que sostenía: “No escribo para una minoría selecta, que para mí no significa nada, ni siquiera para esa entidad platónica adulada conocida como `las masas’. Ninguna de ambas abstracciones, tan queridas para los demagogos, en las que no creo. Escribo para mí y para mis amigos, así como para pasar el rato"».

Entonces, ¿para qué escribe Juan Manuel de Prada?

Diré que siento, que advierto en mi interior la necesidad de escribir para explicar y expresar lo que me preocupa, lo que me angustia. Tal vez resida ahí el milagro de la literatura: escribes para desahogar tus obsesiones y descubres que hay personas que las comparten, que reflexionan sobre lo que escribes. Pero el escritor no escribe para adular o lisonjear a sus lectores; sería absurdo. Su misión consiste, por el contrario, en expresar por escrito sus inquietudes y ser leal a los elementos que lo caracterizan en los planos estético y ético.

¿En qué consiste la ética para el escritor? ¿En escribir bien o en escribir sobre el bien? ¿En la forma o en el contenido?

Es difícil responder a eso. Se ha hablado de escritura comprometida y de compromiso ético en la escritura, pero a veces ha resultado ser falso, porque que esos escritores estaban comprometidos en el sentido de estar orgánicamente insertos en partidos políticos. Eran escritores que habían asumido compromisos relativos a su partido; escritores lacayos sometidos a visiones ideológicas de fuerzas políticas concretas, por lo general comunistas. Creo, por el contrario, que el compromiso del escritor debe ser para con el hombre. En este sentido, estoy convencido de hay una misión ética en la escritura como en todas las modalidades del arte. Eso no quiere decir que el artista deba ser una especie de buenista que solo represente lo que hay de bueno en el mundo. En realidad, el artista debe observar la naturaleza humana, tanto por lo que tiene de luminoso como por sus aspectos tenebrosos. El problema surge a la hora de ver cómo aplicar este principio ético, de ponerlo luego por escrito en la práctica.

Entonces, ¿la misión del escritor consiste en luchar contra la reducción ideológica del hombre?

Hay realidades que son parte constituyente de la naturaleza humana. Una de ellas es la religión, mientras que otras --como las ideologías—son creaciones artificiales que inevitablemente se convierten en sofocantes camisas de fuerza, anteojeras impuestas a los hombres que reducen su campo visual. Históricamente, las ideologías han demostrado una capacidad funesta para empobrecer y reducir a la humanidad, volviendo a los hombres menos abiertos y más sectarios, y llevándolos a eliminar todo lo que es ajeno a la pureza de la ideología en sí.

Pero, ¿acaso no se ha producido hoy en día un empobrecimiento precisamente por el fin de las ideologías?

Una cosa son los ideales y otra las ideologías. Estas últimas, por ser creaciones humanas, están destinadas a desaparecer. No obstante, mientras duran, generan continuos conflictos y contradicciones en la historia de la humanidad. Pensemos, por ejemplo, en la izquierda, el ecologismo o el feminismo, que parten de ideales y valores comunes, como la protección del medio ambiente y la mejora de la condición femenina. Sin embargo, han dado lugar a consecuencias inhumanas como las legislaciones abortistas. Pero la derecha tampoco es inmune al riesgo fatal de las ideologías, por el que el valor del orden y el respeto también ha llevado a aprobar en algunos países leyes inhumanas. Como escritor y periodista, lucho por derribar los muros de las ideologías y me dirijo a lectores que ante todo son seres humanos. No de derecha ni de izquierda, sino todavía humanos.

¿No cree que la religión también puede degneenrar en ideología?

Eso también puede suceder en nuestros tiempos a causa de la elevada temperatura ideológica, y es un riesgo terrible. También quien es religioso puede volverse víctima de la ideología. Los Evangelios condenan constantemente el fariseísmo, que para mí es la forma más sutil de religión reducida a ideología. De hecho, el fariseísmo es una especie de esclerosis de la fe. Algo que se parece al cristiaismo, pero solo desde fuera, mientras que por dentro está vacío y se puede llenar con cualquier cosa. En los últimos cincuenta años se han dado varios ejemplos de esa clase de fariseísmo: por ejemplo, en algunos sectores de la Iglesia influidos por el marxismo, y había quienes estaban convencidos de haber encontrado la solución a todos los problemas sociales. Curiosamente, en la España actual el peligro está en la ideología de derechas. En el ámbito católico, algunos han creído en las ideologías liberales y llenado con ese sustituto el hueco dejado por la fe. A modo de ejemplo, me gustaría subrayar el caso de la COPE, la cadena de radio que se presenta como católica y cuyas principales voces son anticatólicas o incluso ateas; y en algunos casos, rabiosamente abortistas y con una filosofía de la vida totalmente anticristiana. Es paradójico: una radio católica en apariencia que se opone al Gobierno actual se convierte en terreno fértil para la difusión de ideas y mentalidades antirreligisas. En resumidas cuentas, una versión moderna del recurrente fariseísmo.

¿Cómo ven en la España y la Europa actual su misión antiideológica?

Digamos que no es nada tranquilizador. La verdad es que me han marginado por ser como un cazador furtivo que se opone al pensamiento único dominante y empapado de ideología. Por lo tanto, soy más vulnerable a la vez que más libre. Como un francotirador que se enfrenta a la cultura dominante. Sin embargo, creo que el escritor debe ser coherente con su visión del mundo y de la realidad. Desde hace un tiempo me mantengo un poco al margen del juego ideológico: me he declarado contrario a la izquierda y a sus valores, y sin embargo considero a la izquierda más insidiosa porque ha conseguido imponer por toda Europa sus valores en la sensibilidad y la mentalidad dominante; y últimamente también he adoptado una actitud muy crítica hacia la derecha. En particular, he intervenido en el diálogo sobre el liberalismo y el neoliberalismo y sus diversas aplicaciones. Las ideologías son perjudiciales para el ser humano. Son a la vez invasoras y excluyentes, no se limitan al campo político, sino que colonizan todos los sectores de la realidad y de la sociedad con consecuencias nefastas. Pienso por ejemplo en la
«muerte del derecho»»: la crisis y la negación del derecho natural es en efecto una deriva ideoólogica que lleva a afirmar que el derecho, todo derecho, es obra del hombre, una convención de la ideología imperante en el momento. La ideología se extiende como una mancha de aceite, y corroe y corrompe hasta la literatura; desde este punto de vista, me siento como un extraño en el panorama literario europeo, como un extranjero en tierra hostil. Me viene la memoria un relato de Herbert George Wells en el que un hombre llega a un país habitado solo por ciegos, y se convence de que se convertirá en el guía de sus habitantes, pero no tarda en descubrir que los ciegos solo se proponen una cosa: de repente lo toman prisionero y le sacan los ojos porque no soportan que vea.

El hecho de que lo hayan marginado, ¿se deberá a su fe católica?

Yo creo que actualmente hay un pensamiento único dominante en el que la voz de los católicos suena desafinada. Por ejemplo, se oye decir que los católicos son retrógrados en la moral y progresistas en cuanto a los problemas sociales. Obviamente, se trata de una perspectiva distorsionada por la ideología. Al contrario, se podría decir que asistimos a un extraño contubiernio entre derecha e izquierda por el cual esta última ha renunciado a sus aspiraciones sociales y la derecha, para imponerse, ha hecho suya la visión ética de la izquierda. Una claudicación en la que cada uno ha asumido lo peor del otro. Cuando alguno se alza en defensa de un derecho natural se lo tilda de conservador. Por consiguiente, en este sentido todo verdadero católico es signo de contradicción.

Según el novelista italiano Luca Doninelli, no tiene mucho sentido hablar de escritores católicos, porque sería como decir
«escritores rubios». ¿Qué piensa de esta declaración?

Estoy de acuerdo con Doninelli; se querría dar a entender que hablar de escritores católicos equivale a decir que el problema ya existe; en realidad, si se dice
«escritores rubios», lo que se quiere es subrayar que son pocos los escritroes rubios, y lo mismo se puede decir de los escritores católicos. Es como decir que quedan pocos. En los siglos XV o XVI a nadie se le habría ocurrido definirlo con esas palabras. Esto puede llevarnos a pensar que se está dando una retirada por parte de los católicos en el ámbito literario. Por eso, no me gusta esa definición, además de que se debe aclarar qué significa católico. Como se sabe, esta palabra quiere decir «universal», definición perfecta también para todo escritor en el sentido de que, como decían los latinos, nada que es humano me es ajeno. En el hombre se centra la investigación de todo escritor. El hombre con su infinita debilidad y su inconmensurable grandeza. El hombre en su condición contradictoria de quiene vive «en un territorio ocupado más que nada por el diablo», en palabras de la gran escritora estadounidense Flannery O'Connor; territorio del que constantemente es rescatado. La mirada del católico hacia el hombre es una mirada de piedad y misericordia que no debe desaparecer jamás de las páginas de la literatura.

EnEl revés de la trama, Greene hace decir al protagonista que, conociendo sus peores aspectos, se podría amar a los seres humanos casi tanto como los ama el propio Dios...

Este podría ser el lema toda mi obra literaria. Por regla general, mis personajes son sufrientes, débiles, dolientes... pecadores en el sentido evangélico del término, ovejas descarriadas que se debaten en el fango del pecado y aun así están destinadas a la grandeza. La mayor parte del mis personajes, a pesar de la oscuridad en que se mueven, pueden en un momento dado ser iluminados por algo que les imparta nobleza, que los vuelva valiosos, así como todo pecado tiene un valor especial a los ojos de Dios, un Dios que ama de un modo particular a cada ser humano. Este es el hilo conductor de toda mi obra literaria, a partir sobre todo de una novela titulada Las máscaras del héroe, donde represento el retrato de un escritor algo inmoral y bohemio que llega a redimirse. Esta misma temática la encontramos en mi última novela, El séptimo velo, en la que aparecen personajes sometidos a las peores debilidades humanas, inmersos en situaciones en que prácticamente se está a la merced de un espíritu demoniaco, como fue el caso de experiencias inhumanas como el nazismo y el comunismo. No obstante, aun en esos momentos oscuros hay en el hombre un destello de grandeza, incluso en personajes que han abrazado ideologías terroríficas.

Se diría que usted es casi un pensador. Sin embargo, es ante todo un escritor exquisitamente literario...

Así es. A través de mis personajes muestro el misterio de la vida que no quiero explicar sino desplegar. Son un reflejo ambulante de mi cosmovisión, pero encarnados, no expesados de un modo intelectual. Por tanto, soy ante todo escritor, y me gustaría decir que también soy defensor de los géneros literarios, incluso de los considerados menores, como la ciencia-ficción, la novela policiaca, la de terror... En realidad, estoy convencido de que en sus convencionalismos y lugares comunes siempre podemos encontrar algo original. Un error del arte contemporáneo es la búsqueda frenética de originalidad a toda costa. El arte verdaderamente original es el que acepta las propias convenciones y límites pero renueva desde dentro esas convenciones. Por ejemplo, Chesterton, con sus relatos del Padre Brown ha aceptado las convenciones de la novela policial pero la ha renovado desde dentro. Una revolución es siempre algo interno; de lo contrario sería estéril. En este sentido, modestia aparte yo también me podría considerar un escritor clásico.