Revista FUERZA NUEVA, nº 95, 2-Nov-1968
TRIUNFALISMO LIQUIDADOR
Por Blas Piñar
Presagiábamos no hace mucho que a la “descolonización de Guinea” seguiría la liquidación de nuestras provincias africanas. El discurso que el 16 de octubre (1968) pronunció nuestro ministro de Asuntos Exteriores en el debate general de la XXIII Asamblea de las Naciones Unidas, y que ha gozado de tan amplia difusión, viene a confirmar lo que entonces no era más que un rumor y un corolario lógico de nuestra política de entrega.
Refiriéndose a la provincia de Ifni, el señor ministro reconoce que no existe “la menor duda sobre la legitimidad y validez de nuestros títulos en aquel territorio”, y que tales derechos “son plenos y perpetuos”. Ello no obstante, y so pretexto de que el mundo ha cambiado y de que las razones que antiguamente motivaron la cesión hecha a nuestro favor por Marruecos han sido superadas…, se encuentran muy adelantadas las negociaciones diplomáticas… que esperamos conduzcan pronto a un resultado satisfactorio”; resultado satisfactorio que, según la línea de pensamiento de nuestro canciller, no puede consistir en otra cosa que en la pérdida de Ifni por parte de España.
En un libro que estudié al cursar mi doctorado en Derecho y que se titula “Reivindicaciones de España”, se refiere cómo, el 6 de abril de 1934, bajo un régimen (II República) que se califica de “abyecto -cifra y compendio del más hondo sentido antinacional”-, fue ocupado el territorio de Ifni. Iba al frente de la expedición un hombre de prestigio, el coronel Capaz. La ocupación obedecía, entre otras razones, se arguye en el libro a que hacemos referencia, a la “seguridad del archipiélago canario”.
Hoy, por lo visto, esta seguridad ha sido garantizada, el esfuerzo español realizado en aquella zona carece de valor y nos disponemos a su entrega.
¿Con qué autorización se ha contado para iniciar tal negociación? Si Ifni es una provincia española, ¿cómo se puede transigir sobre un asunto que escapa a la competencia del Gobierno y posiblemente a la de las Cortes? ¿Se nos va a presentar el hecho consumado, sometiéndolo con un trámite breve y formal a los procuradores? ¿Cuáles son los términos en que las conversaciones se están desarrollando? ¿También va a dictaminarse que se trata de un asunto amparado por el secreto oficial?
Sea de ello lo que fuere, la verdad es que un sistema político que había hecho un lema de aquella frase ardorosa y juvenil “por el Imperio hacia Dios”, está deshaciéndose, sin ninguna compensación, de cuanto en África tenía y tiene. Hemos sacrificado la historia a la geografía, los ideales a la presión de la O.N.U. y de los grupos de poder que la manejan, y vamos a cumplir ahora la orden que los franceses nos dieron hace ya algunos años y que recuerdan los autores de “Reivindicaciones de España” refiriéndose a Ifni: “Los españoles…, que se vayan”.
Hay suertes adversas en la Historia en las que a un pueblo le toca el papel doloroso de la capitulación. Cuando ello sucede, la dignidad exige aceptar el trance con hombría y con enojo contenido. Lo que no cabe es lo que podríamos llamar “triunfalismo liquidador”: el júbilo alborozado de perder en la jugada, la frívola torpeza de considerar como una victoria lo que ha sido una batalla perdida.
¡Con qué claridad nos lo dicen los autores del libro mencionado al ocuparse del Tratado de París de 1900! Allí se habla de los “optimismos paternales” de sus negociadores y se les califica de “políticos sumisos, humillados y tristes”, con los cuales los autores del libro -y nosotros también- “nos sentimos rotundamente insolidarios” porque no podemos consentir que se mida “nuestra capacidad por el rasero de las dejaciones y de los desfallecimientos decimonónicos”. “Jamás -concluyen los autores del libro- una fortuna desbaratada se rehízo con moral de derrota. Y esto, la moral, es lo que precisamente ahora -quiérase o no- en España ha cambiado de signo”.
Precisamente porque creemos que España, “la España de la victoria, no puede renunciar a lo que su economía y sus necesidades presentes y futuras exigen”, es por lo que se nos hace muy difícil adherirnos a esta política de renuncia, que aparece incontenible en tantos órdenes y aspectos de nuestro quehacer nacional. Si “estábamos a la sazón -es decir, cuando se firmaba el “dictat” del Muni- servidos por una diplomacia mediocre” (que “es el calificativo más suave que se nos ocurre”, se agrega en una nota), no podemos entender cómo una diplomacia surgida en un sistema que fiel al espíritu de “la Falange” se alzó contra un modo de ser nacional perezoso y aséptico”, auspicie y aplauda un derrotero como el que acaba de iniciarse en Guinea y va a proseguirse con el abandono ya negociado de la provincia de Ifni.
Es verdad que entonces, y como subrayan los autores de “Reivindicaciones de España”, regía nuestros destinos un político inteligente, pero débil, que años más tarde tuvo la elegancia de retirarse de la vida pública por su falta de carácter. Fue un retiro -el de don Francisco Silvela- que le ennobleció, pero que nada hizo para evitar a nuestro país que la reducción superficial de la Guinea española fuera “el exponente clarísimo de una humillante imposición”.
Joaquín Costa -un notario, por cierto- “fustigó con trallazos hirientes el Tratado funesto”. “La batalla de Cavite -escribía Joaquín Costa- representa la liquidación de España en Asia; la batalla de Santiago de Cuba, la liquidación de España en América; el convenio Delcassé-León y Castillo, la liquidación de España en África”. Y ahora (1968) no se trata de reducir nuestra presencia, sino de estar ausentes, de una pérdida total del sentido del espacio como ya antes habíamos perdido el sentido del tiempo”.
El triunfalismo liquidador, acompañado de un silencio casi unánime, no puede coaccionarnos, como no coaccionó a Joaquín Costa, impidiéndonos levantar nuestra voz insolidaria con la política de abandono.
Espigando al azar en las crónicas que nos llegan de lo que fueron hasta hace poco provincias españolas de Guinea, leemos: “Gran cantidad de ciertos trabajadores extranjeros pretenden imponer el idioma inglés”. Y preguntamos: ¿desaparecerá o languidecerá el español en Guinea, como hoy languidece y se halla a punto de extinguirse en Filipinas?
En otro lugar, comentando la jornada de la independencia, se dice: “A las doce y diez minutos, aproximadamente, unos jóvenes de color atraviesan el jardincillo que existe en el centro de la plaza y suben al pedestal que sirve de base a la imagen del bronce del almirante Barrera, uno de los gobernantes españoles más significados, sobre todo en tiempos de la colonización… Dan golpes al almirante Barrera… Ahora es un joven el que, en solitario, nuevamente sube al pedestal. Reanuda los golpes. Con una navaja que se rompe, golpea la cabeza del almirante Barrera. Impunemente prosigue su acción durante unos minutos. Al final se le obliga a bajar… A la mañana siguiente, la estatua del almirante Barrera había desaparecido del pedestal. Las autoridades españolas decidieron su traslado para evitar incidentes. Y el almirante Barrera, que tanto tiempo había estado en la plaza de España, a estas horas, posiblemente, en el barco de guerra “Malaspina”, que estuvo anclado en la bahía, irá rumbo a algún puerto español”.
¡Como síntoma es estimulante! Como lo es igualmente que “tres mil españoles han abandonado la isla hasta ver lo que pasa”.
Recomiendo, a quienes nos siguen a través de estas páginas, la lectura de la pastoral publicada por el obispo de Bata, doctor en Nzé Abui, y que nos hace recordar la exclamación de los autores de “Reivindicaciones de España”, comentando la presencia en Fernando Póo de pastores anabaptistas, allá por el año 1845: “¡En tierras de la corona española propagaban libremente la herejía extranjeros de la heterodoxia! A esto había llegado en lo espiritual la nación de Felipe II, que prefería perder sus reinos a imperar sobre paganos. Este detalle muestra cuán profundamente habían calado el enciclopedismo y el liberalismo en la médula del ser esencial de España”.
Pues bien: el obispo de Bata, en la pastoral aludida, destaca que “la Constitución aprobada por y para el país desconoce la realidad católica del pueblo de Guinea”, negándose a la Iglesia “representación en la futura Asamblea legislativa…, precisamente cuando se trata de que la Iglesia cumpla con la misión recibida de Cristo, de Iluminar e instruir a los fieles acerca de su responsabilidad en el orden temporal y recordar las condiciones del desarrollo humano, y los principios de la ley natural de la doctrina y moral cristianas, sobre todo en un país católico en vías de desarrollo”.
Dejamos el pedestal vacío, sin el monumento a Barrera. Los españoles se marchan. El reconocimiento especial de la Iglesia católica en un país cristianizado por España no aparece en su Constitución. Anunciamos la retirada de Ifni. ¡Y encima nos aclamamos a nosotros mismos!
Entonces, cuando el Tratado de París, Francisco Silvela se retiró de la política y Pedro Jover y Tovar se pegó un tiro. Los autores de “Reivindicaciones de España” dicen que Silvela tuvo la elegancia de retirarse, y que el tiro que se disparó Jover significó la protesta de “un español que prefirió la muerte al deshonor de su Patria”.
Pero ni el suicidio es admisible, por noble que sea la causa que lo motive, ni a estas alturas puede ser aconsejable la dimisión. Lo que sí es aconsejable es que la liquidación emprendida, de seguir haciéndose, se haga con tono severo y adusto y no con los versos sonoros de una marcha triunfal.
Blas PIÑAR
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