Revista FUERZA NUEVA, nº 85, 24-Ago-1968
“Consumatum est”
Por Blas Piñar
El día 12 de octubre, Fiesta de la Raza, Guinea Ecuatorial recibirá su independencia. Todo se dice maduro y listo para ese acontecimiento. Pero no todos los juicios son positivos. El del articulista Blas Piñar en este caso, queda claramente expuesto.
Es un tema delicado el que hoy nos ocupa. Quisiéramos mantener, al enfocarlo, la máxima serenidad de juicio, para no dejarnos arrastrar ni por la euforia de la descolonización reinante, ni por el dolor profundo que supone para nosotros la separación de la Guinea Ecuatorial.
Pero el tema hay que tocarlo, aun con el riesgo de que nuestra postura no sea entendida en ciertos ambientes y de que, aun siendo entendida, no resulte agradable. “Ab initio”, tal postura ha sido distinta a la que ha concluido el pasado día 11 con el referéndum celebrado en Río Muni y en Fernando Poo. En diversas circunstancias, de palabra y por escrito, hemos dado a conocer nuestro punto de vista. Ahora que las soluciones adoptadas siguen un cauce diferente al que hemos propugnado, creo que es lícito dejar constancia de algunas consideraciones que estimamos fundamentales.
Ha habido, por mucho que quiera encubrirse con palabras fáciles, un cambio en redondo de nuestra política con relación a la Guinea Ecuatorial. Entre la ley de equiparación de 30 de julio de 1959, que reconoce a los naturales de aquellos territorios los mismos derechos que a los demás españoles, y la ley de 20 de diciembre de 1963, que ahora aparece como un portón abierto la independencia, hay algo que merece no el calificativo de incongruente, sino el de contradictorio. Si se reconoció como provincias españolas, integrantes de la unidad de la Patria, a Rio Muni y a Fernando Poo, no fue, sin duda, con el propósito, precisamente, de desgajarlas de esa unidad, pues tal conducta viene tipificada de manera harto conocida por nuestro ordenamiento jurídico vigente.
La ruptura del camino de la equiparación pudo producirse por dos razones, la voluntad inequívoca del pueblo guineano o las presiones de la O.N.U.
El procurador que exponía ante las Cortes los fundamentos del dictamen de la Comisión alegaba, justificando el nuevo punto de vista, que España pasó de la provincialización a la autonomía y pasaba, al revelarse esta insatisfactoria, a la independencia.
Ahora bien, nosotros nos permitimos con todo respeto preguntar: insatisfactoria ¿para quién? ¿Para los españoles de Guinea? ¿Para todos los españoles? ¿Para la ONU? ¿Para “los buitres que revolotean sobre el pueblo guineano, al acecho de sujetarle entre sus garras”?
El ministro de Asuntos Exteriores, en su discurso de 24 de julio de 1968, ante las Cortes españolas, hizo referencia a varias razones que conviene traer a colación: la voluntad libremente expresada por nuestros hermanos de Guinea; no quedarnos al margen del tiempo histórico que nos ha tocado vivir, es decir, al gran fenómeno de la descolonización; las resoluciones cada día más apremiantes de las Naciones Unidas; la fidelidad a aquella antigua tradición que configura a España como “raíz de una gran familia de pueblos”.
El argumento de la voluntad libremente expresada por nuestros hermanos de Guinea nos daría, como solución, la del régimen administrativo autónomo para unas provincias que, por su alejamiento geográfico, lo precisaban con urgencia. Eso fue lo que el pueblo de Guinea aprobó en el plebiscito que se celebró en 1963. El hecho de que, en diciembre de 1966, el Gobierno español se encontrara con “un estado de evidente inquietud en la población guineana”, que existiera con anterioridad “un fuerte nacionalismo” y de que hubieran abandonado aquellos territorios unos dos mil exiliados políticos, no prueban nada. La inquietud entre la población de Guinea vino motivada no por su deseo de obtener la independencia, sino por su perplejidad y asombro al enterarse de que el Gobierno español la había comprometido. El “fuerte nacionalismo” debe ser de muy escasa consistencia cuando a pesar de conocer el propósito deliberado de nuestro Gobierno de mantener “su compromiso de otorgar la independencia dentro del año 1968”, es decir, de un hecho inevitable, más de un tercio de la población ha votado en contra de la misma. La circunstancia del “exilio”, por último, es de valor todavía más escaso, ya que si hubiera de ser tenida en consideración para arbitrar soluciones graves, su traspaso a otras esferas más cercanas nos llevaría a modificaciones radicales de nuestro sistema político.
La obsesión de no quedarnos al margen del tiempo histórico que nos ha tocado vivir es ambivalente. Así, cuando se produjo la reforma, el tiempo histórico pudo llevarnos a compartirla, pero también, como afortunadamente lo hicimos, a colocarnos en línea contra ella. Los llamados “signos de los tiempos”, hoy tan en boga, no son caminos inexorables que los hombres o los pueblos deben seguir como una sentencia de los dioses. No se trata de un sino inesquivable, sino de un “signo” que ha de estimular a los individuos y a las naciones para encontrar fórmulas que no contradigan su pensamiento, estampado, a veces en textos fundamentales. De no entenderlo así, podríamos dar la razón a aquellos que entienden como “un retraso insalvable de quien ha perdido el ritmo de su época” no aceptar de inmediato al régimen comunista, que hoy se ha adueñado de una gran parte del mundo.
Si la descolonización es “el gran fenómeno de nuestro tiempo”, ello no quiere decir que no sea, al menos en algunos casos, un error profundo; y ahí están, para demostrarlo, las guerras sin fin del Vietnam y de Nigeria. En nuestro caso, además, y como señaló Castiella, no se ha seguido en Fernando Poo y en Río Muni “la cínica regla colonialista”, sino la amorosa tarea de formar una clase dirigente que, a nuestro juicio, hubiera y debiera haber sido integrada en las tareas responsables de toda índole y de todo el país.
La clave, según nuestro parecer, de la nueva política con respecto Guinea está en lo que Castiella llama “resoluciones que cada vez iban siendo más apremiantes” de las Naciones Unidas. España, indicó el ministro, pertenece a esa organización por un acto de expresa y libre voluntad con el que asumimos todas las responsabilidades que llevaba inherentes y aceptamos todas las obligaciones que la adhesión traía consigo. O las cumplimos o nos colocamos al margen de la comunidad internacional, lo que, además, resultará, en último término, prácticamente imposible.
La argumentación, en el plano de los principios nos parece absolutamente correcta. En orden de las realidades, la consideramos de una ingenuidad extraordinaria. Que sepamos(1968), la U.R.S.S., que ha asumido también de un modo expreso y libre, idénticas obligaciones que España, mantiene la ocupación, aparte de otros territorios, de Letonia, Estonia y Lituania, en los que ejerce, sin escándalos internacionales, su plena soberanía. Que sepamos, igualmente, los Estados Unidos asumieron tales obligaciones y responsabilidades, y transformaron Alaska y las Islas Hawai, países colonizados y alejadísimos geográfica, étnica y culturalmente de la metrópoli, en nuevos Estados. Que sepamos, de igual modo, Portugal asumió las mismas responsabilidades y obligaciones y, fiel a su filosofía política, mantiene de un modo gallardo sus provincias africanas.
En el campo jurídico, hay unos postulados sobre los que descansan la asunción de responsabilidades y el cumplimiento de obligaciones. Es el famoso “sinalagma” o principio de la reciprocidad o equivalencia de las prestaciones. Sobre esta doctrina se ha construido en el Derecho privado la teoría de la cláusula “sic rebus stantibus”, y en el Derecho público, la denuncia de los convenios entre naciones. Es decir, que o lo acordado se cumple por todos o nuestra obligación queda liberada o al menos suspendida. De no ser así, la equidad y la justicia padecen, como ocurre en el caso de España, según confirma nuestro ministro de Asuntos Exteriores al referirse a “los ejemplos de cinismo de quienes, confiando en su fuerza, acatan y defienden, cuando les conviene, esos mandatos y se permiten, en caso contrario, desafiarlos”.
Tal es el supuesto de Inglaterra, que ha asumido las mismas responsabilidades y obligaciones que nosotros, que ha sido requerida para que nos devuelva el Peñón, pero que ello no obstante, y ya en “abierta rebeldía a las decisiones de la Organización Internacional”, con el “inútil aspaviento de la metamorfosis de la colonia en dominio, que es una simple pirueta verbal”, sigue reteniendo bajo su soberanía un pedazo entrañable de España, sin que, de hecho, se haya colocado al margen de dicha Organización, cuyas decisiones España obedece e Inglaterra rechaza.
El resultado es que con lesión de la justicia y de la equidad, España pierde sus provincias de Guinea y no recobra el Peñón de Gibraltar.
El último de los razonamientos a favor de la independencia de Río Muni y Fernando Poo consiste en la fidelidad a aquella tradición que concibe a España como “raíz de una gran familia de pueblos”. Nadie que sienta la vocación hispánica en su dimensión universal se atrevería a oponerse a esta afirmación incontrovertible. Pero de esa afirmación no puede deducirse la consecuencia que ahora se impone, porque le faltan sus presupuestos esenciales y porque ser raíz de pueblos no puede ser estímulo para la descomposición de esa misma raíz.
En el caso de Guinea faltan los presupuestos, ya que no existe en aquellos territorios conciencia histórica nacional propia. Para concederles la independencia ha tenido que aducirse que “en el hacer cosas juntas se unen los hombres y se forjan las patrias. Así se irá haciendo la nueva patria guineana” y se irá “fraguando esa unidad nacional”. En suma, que se hace independiente a un país sin otra base que un “territorio” sin historia, como no sea la que abre su primer capítulo con la incorporación a España, y sin más aliciente que una invitación para formular y realizar “un programa sugestivo de vida en común”.
Pero no sólo faltan los presupuestos esenciales para la independencia y para su viabilidad, sino que estimamos que la misma pone en trance de discusión la línea divisoria entre la raíz y los frutos, o sea, hasta dónde llega España como raíz inconmovible y dónde comienzan los territorios “cuya madurez política requiere ya el reconocimiento de su soberanía frente al futuro”. Dejamos a la conciencia de quienes han tomado la grave decisión de reconocerla a los territorios guineanos, la responsabilidad de las deducciones que de ello puedan seguirse.
De otro lado, en el proceso de “descolonización” a que asistimos existen lagunas muy graves, que trataremos de enumerar:
• los guineanos no han sabido si en el último referéndum votaban a favor o en contra de la independencia, y en el supuesto de que votaran a favor de la misma, si de lo que se trataba era de aceptar o rechazar la Constitución que se les ofrecía;
• los procuradores en Cortes, afectados también por una cierta interpretación del “secreto oficial”, no han conocido el proyecto de Constitución para Guinea;
• el “denodado esfuerzo del contribuyente español”, con aportaciones a aquellos territorios que han rebasado los mil millones de pesetas al año, no ha merecido una información amplia al respecto, ni se le han dado garantías de que inversiones tan importantes, que hubieran bastado para fertilizar algunas de nuestras estepas o elevar el nivel de vida de Las Hurdes, no pasarán a manos extrañas para lucrarse con nuestro sacrificio;
• la Constitución, según parece y los hechos rubrican, establece una democracia inorgánica, con partidos políticos y sufragio universal, y como sería un fraude no querer lo más óptimo para un Estado que nace de “un acto positivo y fecundo”, con el que estamos “convencidos de haber prestado un servicio a la futura convivencia de todos los guineanos”, habremos de entender que se condena implícitamente para el resto de España un sistema que viene considerando como un mal el voto indiscriminado y la lucha partidista. Por eso, si “abandonar es fácil y crear un Estado puede resultar difícil”, no llegamos a entender cómo, falto de los presupuestos esenciales que la nacionalidad exige, todavía se elabora una Constitución en la que se legaliza lo que ha sido, y sigue considerándose especialmente como anatema entre nosotros;
• por último, abierta la vía de la llamada “descolonización”, ¿cómo evitar la separación de Ifni, del Sahara, que siguen siendo (1968) provincias españolas? Y ¿qué argumentos se emplearán cuando se hagan más apremiantes las resoluciones de la ONU para seguir estimando españolas a Ceuta y Melilla?
Creemos, con toda sinceridad, que nuestra postura pasó de acertada a equivoca, y de equívoca a errónea. Nuestra presencia en el Golfo de Biafra no fue “producto del azar”, sino un hecho importante que no escapó al plan de la Providencia. Creemos también que la fórmula del Estado asociado libre, que inventó Norteamérica con relación a Puerto Rico, hubiera sido perfectamente viable en el caso de Guinea, si es que la presión de la O.N.U. sobre España ha sido, en realidad, irresistible. Creemos, finalmente, que la alusión a Cuba, hecha en el discurso oficial, pese al hecho de dejar a salvo el heroísmo del Ejército y de la Marina, fue poco afortunada, pues oscurece tanto la intervención decisiva en aquel conflicto de una gran potencia, como una norma de nuestra tradición moral que hemos aplicado sin vacilaciones en el curso de nuestra historia: “Más vale morir con honra que vivir con vilipendio”.
Pedimos perdón a quienes hayan podido parecer duras las frases escritas; pero si “bastó la presencia extranjera (la de los ingleses en Santa Isabel) -la idea de que se estaba sufriendo una usurpación- para que se despertase el sentimiento nacional”, parece lógico que ese mismo sentimiento se despierte y aflore cuando Río Muni y Fernando Poo se amputan de la patria.
No queremos terminar este artículo sin hacer nuestras las palabras del Jefe del Estado español a los habitantes de Guinea: “En un continente convulsionado por las luchas raciales, tribales y sociales, en el que determinados pueblos han caído en ciertos momentos en niveles próximos a la anarquía, las provincias de Guinea han vivido en paz, en trabajo y en orden, en una línea constante de progreso y de confianza, sin los que todo intento de mejoramiento hubiese sido imposible”.
Dios quiera que en ese clima de paz y de progreso, la Guinea Ecuatorial, como dijo el alcalde de Santa Isabel, siga siendo española por los lazos morales que la ligan con España. Y Dios quiera también que se cumpla la profecía de nuestro ministro de Asuntos Exteriores cuando anunciaba el nacimiento de un joven Estado cuyos representantes hablan -y esperemos que sigan hablando- la vieja lengua universal de Castilla”.
Blas PIÑAR |
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