El burquini transgresor
En su día mi queridísimo abuelo montó su propia cruzada personal anti-biquini, con visita al obispo incluida, en la playa que él frecuentaba. Sin mucho resultado.
Unos años después y a unos cientos de kilómetros más al norte, mi padre hizo lo mismo (esta vez sin visitar al obispo, pero si con algún memorable arranque de extraordinario cabreo) respecto a las vacas lecheras empeñadas en que el personal contemplara sus ubres. Tampoco tuvo mucho éxito.
Poco tiempo más tarde y en el mismo lugar, el que suscribe se vio obligado a pedir amablemente a un sujeto que cubriera, si no era mucha molestia, sus vergüenzas que estaban a la vista de todo el mundo. Me llamó franquista, pero de momento no ha vuelto. Vamos progresando.
Como la gente que vive en el mundo se ha vuelto decididamente gilipollas, este verano se ha armado la marimorena en un par de piscinas públicas europeas porque a unas señoras les ha dado por ir cubiertas de la cabeza a los pies.
¡Menudo escándalo!¡Donde se ha visto tal desfachatez!¡Manuela, trae las sales que me da el soponcio!.
Demostrado queda: la mojigatería y el beaturrismo no es un problema religioso, es un problema de simple falta de sentido de la vergüenza y sentido del ridículo. Porque verdaderamente hace falta tener poca vergüenza para hacer el vehemente ridículo de protestar porque a una señora le da por cubrir sus carnes.
Y esta es la Europa que hay que proteger de la invasión islámica. No creo que merezca la pena el esfuerzo de proteger a quien ni siquiera sabe, ni quiere, custodiar su propia intimidad.
Embajador en el Infierno: El burquini transgresor
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