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España como parque temático |
- JUAN MANUEL DE PRADA
DICEN en el «New York Times» que en España las reuniones de negocios terminan con una visita al burdel, que es como antaño terminaban las veladas poéticas ultraístas. A un jovencísimo Jorge Luis Borges, veraneante a la sazón en Mallorca,
sus amigos ultraístas lo llevaron de farra a un lupanar llamado Casa Elena, para celebrar el manifiesto poético que juntos acababan de escribir; y Borges dedicaría luego una estampa a aquella descangallada Casa Elena, en la que se entraba «por una puerta que cede con esa sumisión de los libros que se abren en la misma página manoseada»; y donde las mujeres se ofrecían «con la porfía intermitente de un albarán demasiado alto», antes de entregarse a la «trabazón carnal».
España es hoy esa Casa Elena que pintó Borges, sometida a la porfía intermitente de una prima de riesgo demasiado alta. El «New York Times» la proclama «paraíso de la prostitución», donde —a falta de poetas ultraístas— las mafias del proxenetismo hacen su agosto y las agencias de viajes europeas hallan su particular Eldorado, organizando
expediciones prostibularias de fin de semana para una chusma cosmopolita que ha hallado en nuestra patria el mejor meódromo para sus borracheras y el mejor desaguadero para sus apretones venéreos. Una piojosa película belga de gran éxito, «Hasta la vista», abunda en esta imagen de España como un inmenso lupanar bullicioso de vulvas oferentes.
De modo que hay que aprovechar el tirón, que la ocasión la pintan calva. Tal vez por ello llevan varios meses cantándonos las bondades de la sucursal de Las Vegas que un millonario americano pretende instalar en Alcorcón; un «parque temático para adultos» —Esperanza Aguirre
dixit— que, según nos repiten machaconamente, creará muchos «puestos de trabajo» y atraerá a millones de «turistas». ¡Pero que nadie piense que Las Vegas es hoy lo mismo que hace cuarenta años! La presidenta Aguirre nos ha recordado que quienes a ella acuden lo hacen atraídos por su «oferta cultural»: congresos, obras de teatro, etcétera; y, en efecto, basta echarle un vistazo a películas como
Showgirls o Resacón en Las Vegas, para que podamos apreciar que, hoy por hoy, Las Vegas es lo más parecido a la Academia de Atenas que subsiste en el orbe cristiano. Y una sucursal de tal Academia, con congresos a tutiplén (que es como en la neolingua gubernativa se llama a las timbas) y obras de teatro a mansalva (que es como en la neolingua gubernativa se llama a los espectáculos de
strip-teasey a la «trabazón carnal» de la que hablaba Borges), es lo que nos quieren montar en Alcorcón, para que los ludópatas y puteros de medio mundo (¡o del mundo entero, oiga!) retocen a gusto, mientras aligeran la cartera y los testículos.
¡Se crearán doscientos sesenta mil nuevos puestos de trabajo! —cacarea la propaganda—. ¡Y nos visitarán cada año once millones de turistas! Vamos, que
ni Babilonia en sus mejores tiempos. Con razón nos anuncian reformas en educación y sanidad: pues para que semejante «parque temático para adultos» funcione a todo trapo, es preciso que nuestros hijos aprendan gramática parda y que nuestras hijas extremen la higiene. Y así, convertidos en putas y tahúres, no les faltará trabajo, ni turistas beodos y verriondos a los que camelar. ¡De algún modo habrá que salir de la crisis, oiga! Aunque sea haciendo de España una Casa Elena en la que se entra por una puerta que cede con esa sumisión de los libros que se abren por una misma página manoseada: la página donde está escrita la historia de nuestra degradación.
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