Este trozo está tomado de su artículo Una primera representación (1935)
En los tiempos de Iriarte y de Moratín, de Comella y del abate Cladera, cuando divididas las pandillas literarias se asestaban de librería a librería, de corral a corral, las burlas y los epigramas, la primera representación de una comedia (entonces todas eran comedias o tragedias) era el mayor acontecimiento de la España. El buen pueblo madrileño, a cuyos oídos no habían llegado aún, o de cuya memoria se habían borrado ya las encontradas voces de “tiranía” y “libertad”, hacía entonces la vista gorda sobre el Gobierno. Su Majestad cazaba en los bosques del Pardo, o reventaba mulas en la trabajosa cuesta de La Granja; en la Corte se intrigaba, poco más o menos como ahora, si bien con un tanto más de hipocresía; los ministros colocaban a sus parientes y a los de sus amigos; esto ha variado completamente; la clase media iba a la oficina; entonces un empleo era cosa segura, una suerte hecha; y el honrado, el heroico pueblo iba a los toros a llamar “bribón” a boca llena a Pepe-Hillo y Pedro Romero cuando el toro no se quería dejar matar a la primera. Entonces no había más guerra civil que los famosos bandos y parcialidades de “chorizos” y “polacos”. No se sospechaba siquiera que podía haber más derecho que el de tirar varias cáscaras de melón a un “morcillero”, y el de acompañar la silla de manos de la Rita Luna, de vuelta a su casa desde el teatro, lloviendo dulces sobre ella. En aquellos tiempos de tiranía y de Inquisición había, sin embargo, más libertad; y no se nos tome esto en cuenta de paradojas; porque al fin se sabía por dónde podía venir la tempestad, y el que entonces la pagaba era poco avisado. En respetando al Rey y a Dios, respeto que consistía más bien en no acordarse de ambas Majestades que en otra cosa, podía usted vivir seguro sin carta de seguridad, y viajar sin pasaporte. Si usted quería escribir, imprimía y vendía cuanto a las mientes se le viniese, y ahí están si no las obras de Saavedra, las del mismo Comella, las de Iriarte, las de Moratín, las poesías de Quintana, que escritas en nuestro días no podrían probablemente ver en muchos años la luz pública. Entonces ni había espías, ni menos policía; no le ahorcaban a usted hoy por liberal y mañana por carlista, ni al día siguiente por ambas cosas; tampoco había esta comezón que nos consume de ilustración y prosperidad; el que tenía un sueldo se tenía por bastante ilustrado, y el que se divertía alegremente se creía todo lo próspero posible. Y esto, pesado en la balanza de las compensaciones, es algo sin duda.
(…)
Por nuestros escritos conocerán nuestros lectores que no debimos nosotros alcanzar esos tiempos bienaventurados. Pero, ¿quién no es hijo de alguien en el mundo? ¿Quién no ha tenido padres que se lo cuenten?
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