¡Odio! qué término más feo, más demoniaco. Es lo opuesto al amor, es por ello lo opuesto a lo que nos pide el Señor cuando nos insta a que amemos a nuestros enemigos (Mt., 5, 44). Y es que resulta muy fácil amar a nuestros amigos y muy difícil a quienes odiamos. Una cuestión es rechazar el mundo moderno, rechazar sus tentaciones y sus errores, y otra odiarlo por cuanto ese mundo está constituido por esos "enemigos" que no nos gustan, que nos molestan, que no queremos en nuestras vidas, pero a los que Jesucristo si ama a pesar de todos sus errores. Amar es la fuerza primordial del espíritu dotado de actividad volitiva, fuerza afirmadora y creadora de valores (Dic. de Filosofía W. BRUGGER. Edit. HERDER) y yo añadiría demostración e intención de ejemplaridad, modelo a seguir para convencer. ¿Y el odio? ¿qué es el odio? Justamente lo contrario de lo que se acaba de exponer: vacío inconmensurable. Vaciedad e inutilidad para el espíritu, frío de panteón para el alma. Escrito está, el mundo se salvará con amor, con el amor de Dios cuando nuevamente venga Nuestro Señor, no con odio.