Da gusto leer la verdad de los hechos acaecidos en la Catedral de Buenos Aires. Da gusto que alguien con autoridad moral ponga los puntos sobre las íes y llame a las cosas por su nombre. Un ladrón es un ser mezquino, el avaro es un ser miserable, el traidor es un cobarde, y así podríamos asociar muchas condiciones con su adjetivo correspondiente. Por tanto, el arzobispo y el sacerdote que promovieron este sacrilegio, son, efectivamente, indignos. Del resto ¿qué decir? ¿qué credibilidad tiene esa Prensa amarilla? ¿Acaso la mayor parte de la gente no ha dudado y puesto en solfa muchas veces lo que se lee en la Prensa, porqué pues han de creer a estos farsantes y su bufonada catedralicia? Así pues, a los que no son católicos, a los que no son tradicionalistas, un voto de confianza en que esos chavales defendían la verdad frente a los chapuceros, a los marrulleros, los titiriteros de turno. No deja de sorprender que mucha gente apoye a esta chusma a la que luego pone a caer de un guindo.