Reseña de “Sociedad de masas y derecho”
Ed. Taurus, Madrid, 1969, 660 páginas
Por Gonzalo Fernández de la Mora (ABC, 10 de Julio de 1969)
Juan Vallet de Goytisolo, barcelonés de 1917, es un jurista autor de numerosos estudios y de varios libros, entre los que destaca su “Panorama de Derecho Civil” (1963). Pero su formación humanística le ha llevado a enfocar los problemas jurídicos desde niveles éticos apoyados en la filosofía tradicional. Así, esta dilatada obra suya que es, por ahora, el benjamín de su copiosa bibliografía y que constituye una crítica de la sociedad actual, una visión que, como admite el autor, “va contra las opiniones más generalizadas y contra las orientaciones más recientes”. La temática abordada es muy extensa e intentaré ceñirme a las opiniones más definitorias y axiales.
Primero: la nuestra es una sociedad de masas. Precisemos el concepto: “Son características de la masa humana su uniformidad, su carencia de estructura propia jerarquizada, su manipulación desde fuera y su falta de responsabilidad”. A la masificación actual se ha llegado a través de un largo proceso del que son momentos “la formación de grandes ciudades, la industrialización y la pasión por la riqueza”, así como el capitalismo con la obsesión económica y la producción en serie. Pero el socialismo no ha estado ausente: aunque con otra ideología, también ha contribuido a la masificación actual. En definitiva, el crecimiento del Estado (“desaparición de los cuerpos intermedios…, la extensión de las funciones…, los progresos de la técnicas de propaganda”) ha sido el gran determinante del fenómeno.
Segundo: causas profundas de la masificación. Nuestro autor cita tres. La más radical es “el desarraigo religioso” a que han conducido la “destrucción de las tradiciones”, el “materialismo dialéctico” y, sobre todo, la eliminación de lo trascendente. Otra causa profunda es lo que Vallet llama “la mediatización racionalista del mundo”, que entraña de “pérdida de la interioridad…, de la unidad psíquica…, del sentido de lo real”. En el campo del Derecho, este racionalismo da lugar al “liberalismo”, al positivismo jurídico y, a la larga, al totalitarismo. La última causa profunda es “el dogma de la igualdad”. Nuestro autor afirma las desigualdades reales y relaciona el igualitarismo con “el adocenamiento y la estandarización”.
Tercera: consecuencias de la masificación. Las más graves son “la pérdida de la libertad e independencia de pensar”, la “sociedad de consumo”, la “vulgarización” de la cultura, la tecnocracia y “el consiguiente empobrecimiento y degeneración interior del hombre”.
Cuarto: posiciones concretas de política social. Vallet afirma “el derecho a participar todos en el uso de los bienes de este mundo”; pero sin que ello implique “el reparto de la propiedad privada, ni su abolición, ni la redistribución por el Estado de la renta nacional”. Condena la “tributación excesiva”, especialmente en el caso de las transmisiones hereditarias. Cree que “la verdadera cogestión puede y debe realizarse partiendo de aceptar que existen diversidad de condiciones y una jerarquía de funciones”. Rechaza las soluciones económicas del socialismo y del capitalismo en sus diferentes formas y también el híbrido del “intervencionismo”. También censura las deficiencias de la planificación tecnocrática y acusa a los “Polos de Desarrollo” de provocar “verdaderas deportaciones económicas y sociales”. Vallet critica duramente la generalización de la seguridad social y es partidario de que “se estreche”. Considera la inflación como “el más torpe de los errores” e injusta. Por eso postula que el Banco emisor sea “independiente del poder público”. Rechaza la congelación de los arrendamientos. Propugna la estabilidad monetaria y desea que “las posibilidades de ganancia en empresas y negocios estén menos reducidas fiscal y socialmente”. Enumera los inconvenientes de la “democratización de la enseñanza “media”: “rebaja el nivel de los profesores al aumentar su número”, “restará los mejores años para la preparación de muchas artes y oficios”, etc.
Quinto: esquema conceptual del autor. Lo que viene a preconizar Vallet es el retorno al iusnaturalismo clásico y a la sociedad tradicional. Es lo que él llama el “orden jurídico natural” y el “pluralismo de las sociedades naturales” o intermedias dentro del cual el Estado debe limitarse a cumplir el “principio de subsidiariedad”; o sea, a llenar los vacíos que dejen dichas entidades naturales.
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Esta obra comienza por poseer unos rasgos formales muy poco comunes. La mayor parte de su texto, acaso más del ochenta por ciento, está compuesto por largas citas de otros autores. Y, sin embargo, el número de ellos es relativamente restringido. Hay nombres que comparecen con reiteración. Casi todos pertenecen al campo antiprogresista y predominan los escritores de este siglo que se han esforzado en la refutación ya del liberalismo, ya del socialismo. Las tesis del autor suelen estar formuladas en los epígrafes o se supone que se identifican con las de los testimonios aducidos. Esta técnica es de una excepcional modestia intelectual, pero resulta difícilmente defendible. Por su carácter antológico y sectorial, el libro de Vallet es primariamente una antología de las ideas políticas antiprogresistas, dispuestas con orden, nitidez y rotundidad.
Desde el punto de vista técnico, la mayor virtud de esta obra es que reconstruye sistemática y comprensivamente un sector muy minoritario, habitualmente postergado del pensamiento contemporáneo. Desde el punto de vista moral hay que reconocer en Vallet la asombrosa intrepidez de quien se enfrenta, a derecha e izquierda, con casi todo el mundo y, desde luego, con las opiniones más representativas de nuestro tiempo. Vallet es un campeón de la antidemagogia y se sitúa en las antípodas del oportunismo. Pero a pesar de la extraordinaria simpatía que me inspiran su valentía y su independencia tengo que declarar que mis reservas conceptuales son numerosísimas. La clave de todas ellas está en mi concepción racionalista del mundo. No insistiré en este punto, que requeriría dilatados desarrollos y, para los lectores de esta página, no pocas repeticiones. Me limitaré a contraponer algunos puntos de vista.
La llamada masificación, aunque no exenta de connotaciones negativas, me parece un avance en el proceso de socialización de la especie y de configuración política de la Humanidad. El ensanchamiento del campo de acción del Estado permite una mayor racionalización de la convivencia. Lo que Maeztu llamaba “el sentido reverencial del dinero” es fecundo. La seguridad social debe ser completa. La igualdad de oportunidades es uno de los objetivos primarios de la acción de gobierno y para alcanzarlo se imponen, entre otras medidas, una fortísima limitación de la herencia y una política fiscal decididamente redistribuidora. La planificación económica es un instrumento de eficacia probada e indispensable para los países en vías de desarrollo. El expediente de los polos de desarrollo permite una rápida homogeneización económica del territorio y, consiguientemente, de la población. No sólo deseo la generalización de la enseñanza media, sino también de la superior, hasta convertir la vida entera de todo ser humano en educación permanente sin techo en el nivel de conocimientos y capacitación. Creo, finalmente, que para el hombre medio cualquier tiempo pasado fue peor y que la utilización sistemática y generalizada de la razón acelerará el proceso de hominización, del que es claro testimonio el último medio siglo de Occidente. Nada de operaciones de retorno. La Historia, no la anécdota, es una avasalladora invitación al optimismo.
Fuente: HEMEROTECA ABC
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