El sufrimiento de la mujer que ha abortado se expresa en una sola palabra y no hace falta tanto discurso: es lo que en cristiano se llama remordimiento. Pero el remordimiento es bueno, porque conduce a la confesión y al perdón. Es importante tener dolor de corazón, horror de haber pecado. Pero una vez que se ha confesado y cumplido la penitencia, no debería quedar trauma, sino un horror mayor al aborto y más deseo de combatirlo. Sólo así se cura el trauma (es decir, la herida) que queda en el alma. Las soluciones humanas, como la terapia o acompañamiento por parte de un psiquiatra, que además cobra un ojo de la cara, no es muy eficaz. Lo mejor es recurrir al sacramento de la penitencia y, una vez obtenido el perdón, combatir activamente el aborto por todos los medios posibles.