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Tema: La mente colmena y la muerte de la religión

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  1. #1
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    Re: La mente colmena y la muerte de la religión

    «Vivir sin redes» por Juan Manuel de Prada para la revista «XLSEMANAL» publicado el 27/V/2018.

    ______________________

    Aunque mis amigos conocen sobradamente (y espero que mis lectores también) mi aversión a las redes sociales todavía me tropiezo con gentes a las que sorprende que no tenga cuenta o perfil o como se diga en ninguna ‘red social’, tampoco guasá o guasó en el móvil. He descubierto, además, que el grado de estulticia o majadería de una persona puede medirse con exactitud milimétrica con tan sólo reparar en la reacción que muestra cuando sabe que no podrá encontrarme en ninguno de esos quilombos: el botarate sin remisión hace aspavientos, se carcajea, espanta o escandaliza; el mostrenco me mira con perplejidad, como si yo fuese un marciano; pero entre las personas inteligentes descubro siempre, tras la sorpresa inicial, un fondo de melancólica envidia.

    Y no es para menos, porque la realidad es que sus vidas se han deteriorado mucho, desde que quedaron atrapadas en esa engañifa de las ‘redes’. Y no sólo sus vidas. Hay que empezar a llamar a las cosas por su nombre: las redes sociales afectan a la inteligencia, la vuelven nerviosa y saltimbanqui, le impiden fijarse en la contemplación y en el estudio de las cosas. Tal vez por haberme quedado en la orilla, puedo distinguir mejor los efectos idiotizantes de estas redes o enredaderas en la conducta de las personas que me rodean: su atención está siempre distraída y como zarandeada por súbitas premuras; y su carácter se ha alterado, siempre para peor, tornándose más ansioso y desquiciado. Tengo amigos, durante décadas lectores empedernidos, que ahora son incapaces de mantener la concentración en la lectura durante más de media hora, acuciados por el timbre del cacharrito que les advierte que han recibido un nuevo mensaje, o que les han contestado al que mandaron. También conozco a personas de temperamento antaño bonancible (algunas muy famosas) que hoy están siempre crispadas, enredadas en trifulcas peregrinas y grotescas con sus seguidores u odiadores de Twitter, o frenéticas por no sé qué chuminadas politiquillas que antes les importaban un bledo (y ahora los tienen prendidos de la pantalla de su móvil). En los programas de televisión veo a los participantes prestando más atención a los merluzos que les dejan mensajes en su Twitter que a lo que en el programa se está discutiendo; e, inevitablemente, sus participaciones denotan distracción y despiste, a veces una absurda alteración (porque lo que el merluzo les ha escrito los ha sacado de sus casillas), amén de una expresión más tópica y mazorral (como inevitablemente ocurre cuando tenemos la cabeza en otra cosa).

    Resulta, en verdad, muy llamativo que nadie hable seriamente de los efectos arrasadores de estas redes o enredaderas en el carácter y en la conducta. Basta viajar en tren o autobús y tener unas elementales capacidades de observación para comprobar que hay gente por completo rehén de estas hijas de Circe. He visto a perfectos imbéciles viajar al lado de chicas guapísimas con las que no cruzan una sola palabra, ocupados en atender compulsivamente toda la morralla que les llega al móvil o bien no dignarse siquiera alzar la vista para contemplar por la ventanilla unas cumbres nevadas que a cualquier persona con una mínima sensibilidad invitarían a la meditación gozosa; y, en fin, constantemente veo a personas que, aunque se esfuerzan por leer, son incapaces de mantener la atención quieta en la lectura y constantemente –como si de un acto reflejo se tratase– necesitan distraerse con su móvil, consultar compulsivamente los puñeteros guasás o tuits y responderlos, o aguardar respuesta a los que han escrito. Es un espectáculo doloroso que mueve a la piedad; porque, aunque se trate de ocultar, detrás de estos comportamientos hay muy probablemente trastornos nerviosos no diagnosticados y tal vez también recónditas alteraciones en las sinapsis neuronales. De lo que no hay ninguna duda es de que la adicción a estas redes o enredaderas cambia el carácter de las personas, las desazona e incapacita progresivamente para actividades que exigen sosiego; y tampoco cabe duda de que detrás de su uso hay muchas inseguridades enfermizas, mucho morboso afán de notoriedad y protagonismo, mucho complejito sublimado y rebozado de jactancia o pavoneo. Lo he comprobado en diversas personas a las que conozco desde hace décadas y no necesito que ningún científico me lo confirme (mucho menos que ningún apologeta zascandil de estas redes o enredaderas me lo rebata). Pero esta evidencia gigantesca se oculta con oscuros propósitos.

    Vivir sin redes es una gozada. Las chicas guapas (vale, y los chicos), las cumbres nevadas y los doctos libros están pidiendo a gritos que abandonemos esa cochiquera.

    https://www.xlsemanal.com/firmas/201...uel-prada.html
    Última edición por Pious; 30/05/2018 a las 22:53
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  2. #2
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    Re: La mente colmena y la muerte de la religión

    «Letrina del resentimiento» por Juan Manuel de Prada para la revista XLSEMANAL, artículo publicado el 28/X/2018.
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    En su ensayo sobre Tiberio, Gregorio Marañón señala que, siendo muy parecido al odio y a la envidia, el resentimiento es mucho más nocivo para quienes lo padecen. Pues el odio o la envidia, aunque son pasiones igualmente nefastas, tienen una proyección estrictamente individual (se odia o envidia a una persona en particular) y, por lo tanto, invaden tan sólo una parte del alma (y, si desaparece el motivo del odio o la envidia, el alma puede restablecerse). En cambio, el resentimiento es una pasión más nebulosa o impersonal, que se dirige con frecuencia contra el mundo entero; pues el resentido no se considera agraviado por tal o cual persona en concreto, sino por una confabulación de circunstancias que convergieron en su fracaso. Y, así, el resentimiento gangrena el alma por completo, teniendo una curación más ardua y dolorosa. Marañón no niega que un resentido pueda liberarse de la pasión que lo destruye, pero reconoce que tal curación exige un empeño de perfeccionamiento moral mucho mayor que cualquier otra pasión perniciosa.

    Uno de los recursos más habituales del resentido –nos explica Marañón– es la redacción de anónimos. «Un anonimista infatigable que pudo ser descubierto, hombre inteligente y muy resentido, declaró ante el juez que al escribir cada anónimo ‘se le quitaba un peso de encima’», escribe. Naturalmente, la percepción de este ‘anonimista’ era errónea; pues la escritura de anónimos alimenta siempre el resentimiento, que como la adicción a las drogas necesita de constantes rendiciones que el drogadicto experimenta eufóricamente como si fuesen alivios… que no hacen sino derrotarlo más. Siempre ha sido hábito del resentido –«calumnia, que algo queda»– recurrir a los anónimos injuriantes, que le brindan un momentáneo desahogo a la vez que gangrenan cada vez más su alma. Y siempre ha sido hábito de las sociedades saludables perseguir y combatir los anónimos, que no hacen sino envilecer el ambiente espiritual de la época. Así ocurrió, al menos, hasta la nuestra, en la que los anónimos han encontrado no sólo protección y estímulo, sino también legitimación, a través de la tecnología.

    ¿Qué son, sino resentidos, esos trolls que infestan las redes sociales, los foros de discusión virtuales, los comentarios de las noticias publicadas por los medios digitales? Se amparan en el anonimato para disparar insidias, ofensas y zafiedades, dicen que con una intención «provocadora»; pero a todos los guía el resentimiento más aciago, a veces expuesto desnudamente a través del exabrupto, a veces disfrazado con los andrajos de un patético gracejo (que, sin embargo, otros trolls celebran como si fuese un rasgo de ingenio). Millones de cuentas en las redes sociales están dedicadas a la difusión de anónimos biliosos que, a su vez, otros resentidos difunden, en una marea de orgullosa y solidaria satisfacción. Y no hay más que asomarse a los comentarios que ilustran, a modo de gargajos, cualquier noticia o crónica periodística publicada en un diario digital para enfrentarse a un hormiguero de inmundicia rencorosa. Sabemos que interné es una letrina de resentimiento, pero hemos llegado a aceptarlo como si tal cosa. Nadie se detiene a considerar que todo ese vómito de bazofias dictadas desde la oscuridad del anonimato está delatando una grave enfermedad social de muy difícil cura. Más bien parece aceptarse que esta forma de envilecimiento colectivo fuese inevitable, incluso… conveniente.

    A veces, conversando con personas habituadas a desenvolverse en estos ámbitos de inmundicia, he llegado a la conclusión de que conviene a nuestra época una letrina donde los perversos, los fracasados y los descontentos puedan desahogarse. Conviene que una multitud creciente de personas con conciencia de agravio (a veces fundamentada, a veces imaginaria) tenga a su disposición un desaguadero que disminuya su peligrosidad. Conviene, en fin, que interné sea una jaula de monos agitados que gritan hasta quedarse afónicos, ensordecidos por el tumulto ambiental. Pero esta solución, amén de ingenua, nos parece repugnantemente cínica. Pues el resentimiento nunca se ‘desahoga’, sino que queda preso al fondo de la conciencia, donde incuba y fermenta, infiltrando todo nuestro ser; y acaba siendo el motor de nuestras acciones, hasta convertirnos en alimañas. Que es lo que terminará ocurriendo, si no reaccionamos: construiremos una disociedad sin lealtad ni amor, un enjambre de alimañas heridas, prestas a lanzar su dentellada. Pero quizá esto también convenga a quienes permiten que interné sea una letrina del resentimiento.

    https://www.xlsemanal.com/firmas/201...-de-prada.html
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  3. #3
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    Re: La mente colmena y la muerte de la religión

    «Transhumanismo» por Juan Manuel de Prada para la revista Misión, artículo publicado el 21/XII/2018.
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    Siempre hallamos en el hombre, desde la noche de los tiempos, el anhelo de salirse de la casilla de su naturaleza, anticipando el destino glorioso que le ha sido prometido. Hay en nuestra naturaleza mortal una nostalgia de divinidad, pues no en vano fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, hemos participado de los beneficios de la Redención y sabemos que nos aguarda una existencia eterna y “transhumanada”, una metamorfosis misteriosa que nos hará resplandecientes e inmortales, sin renunciar a nuestros cuerpos.

    Esta vocación plenamente humana, alimentada de promesas divinas, encontró su parodia en aquella promesa que la antigua serpiente lanzó a Eva en el Paraíso: “Seréis como dioses”. Es decir, podréis disfrutar de esa naturaleza “transhumanada” revelándoos contra el acto creador de Dios, rechazando los beneficios de la Redención, anticipando el disfrute de una gloria imperecedera al margen de los planes divinos.

    Todas las triquiñuelas luciferinas se resumen, a la postre, en la promesa de un Paraíso en la Tierra que anticipe los gozos ultraterrenos y glorifique nuestra carne mortal, a costa de privarla de la gloria eterna. Y entre todas estas triquiñuelas ninguna tan sugestiva y perturbadora como hacernos dioses revolviéndonos contra nuestros límites como seres biológicos. Así, el hombre deja de ser criatura, para convertirse en creador de sí mismo.

    El transhumanismo promete que nos dotará de capacidades superiores: una mayor longevidad, una inteligencia superior, una invulnerabilidad ante las enfermedades o las pasiones más torpes, etcétera. Así hasta convertirnos en dioses. Aquí podríamos recordar aquella frase de Lewis Mumford sobre los utopistas: “Al pretender que Falstaff sea como Cristo, estos fanáticos impiden que los bribones de nacimiento sean capaces de alcanzar al menos el nivel de un Robin Hood”.

    Frente a las pretensiones utópicas, la visión católica le pide a Falstaff que mire a Cristo, que trate de imitarlo, para que así, desplazándose dentro del ámbito de su naturaleza caída, logre ser Robin Hood. Esta es la única transformación a la que podemos aspirar en vida. El transhumanismo, en cambio, pretende saltarse de un brinco nuestra naturaleza caída; y, a diferencia de la gracia, que favorece la conversión de Falstaff en Robin Hood, pretende grotescamente que Falstaff se convierta en Cristo. Algo tan grotesco como saltar sobre la propia sombra o tratar de alzarnos tirando de nuestro pelo.

    Contra la utopía transhumanista, se alza la idea cristiana, tan escandalosa y subversiva hoy como hace dos mil años. Nuestro cuerpo, tan tentado por las debilidades, tan acechado por los padecimientos y los achaques, guarda una semilla de divinidad que germinará después de nuestra muerte, para inundarnos de divinidad.

    Nuestro cuerpo lleno de arrugas y michelines, cólicos del riñón y deficiencias respiratorias, humores malolientes, secreciones y excrementos; nuestro cuerpo que se lastima y se duele, que se muere y se pudre y que, sin embargo, ha sido elegido como recipiente necesario de nuestra plenitud, nuestro cuerpo ha nacido para la gloria. Esta es la transhumanización que nos aguarda, a la vuelta de la esquina y para siempre.

    https://www.revistamision.com/transhumanismo/.
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  4. #4
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    Re: La mente colmena y la muerte de la religión

    «Noosfera tecnológica» por Juan Manuel de Prada para la revista XLSEMANAL, artículo publicado el 31/VII/2016.
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    Cuando viajo en metro, me fijo en los pasajeros de mi vagón; casi todos están prendidos de sus cacharritos de pantalla táctil, con gesto absorto y a veces un poco zombificado, como si los cacharritos les susurrasen a todos la misma canción, una emisión alienígena que los obligase a actuar al unísono. Una de las frases más fofas y características de nuestra época consiste en repetir machaconamente que la tecnología no es en sí misma buena o mala, sino tan sólo un instrumento al que se puede dar el uso que queremos. Se trata, naturalmente, de un argumento grotesco que pretende hacer de la debilidad virtud. tal vez una rueda o un cuchillo sean, en efecto, artefactos neutros, pero todos sabemos que la sofisticada tecnología que hoy nos rodea no lo es. Escribía Marcuse en El hombre unidimensional que «la tecnología sirve para instituir formas de control y de cohesión social que resulten más efectivas y agradables». Y, rebelándose contra la resobada «neutralidad» de la tecnología, afirmaba que «la sociedad tecnológica es un sistema de dominación que opera ya en el concepto y la construcción de técnicas»; y cuyo fin último no es otro sino «determinar la vida» de la gente.

    No hace falta ser marxista como Marcuse para advertirlo. En toda época, la tecnología ha sido con frecuencia una fuerza de abrumadora fascinación y muy difícil control; pero en ninguna época como la nuestra se ha convertido de forma tan descarada en un medio idóneo para la manipulación social, política y psicológica. Hubo un tiempo allá en la lejana revolución industrial en que los hombres soñaron ingenuamente que el poder sobre los artefactos disminuiría el poder sobre las personas; hoy ya sabemos que el poder sobre los artefactos multiplica exponencialmente el poder sobre las personas. Los avances vertiginosos de la tecnología han creado un desarraigo mayor que en ninguna otra época, paradójicamente bajo una ilusoria apariencia de mayor vinculación. un desarraigo que afecta a nuestras relaciones familiares, que nos aleja de las generaciones que nos precedieron, que nos aísla intelectualmente (porque perdemos sentido de lo real) y nos invita golosamente a vivir al margen del misterio y la trascendencia. Y, a la vez que nos desarraiga, la tecnología nos homogeneiza; pues la pérdida de interioridad y del sentido de lo real acaba formando mentalidades estandarizadas y fácilmente manipulables que confunden la propaganda, las consignas y los pensamientos inducidos que reciben a través de sus artefactos con lucubraciones propias. Quizá la magia más peligrosa de la tecnología sea el espejismo de liberación de las viejas ataduras que nos produce; cuando lo cierto es que no hace sino cargarnos con nuevas cadenas, a la vez que nos aísla de aquellas realidades que nos constituyen y vertebran, para llevarnos por los canales que convienen a sus fines, como las cintas transportadoras nos llevan, inertes y estólidos como fardos, por los aeropuertos. Con razón decía Huxley que la dictadura perfecta tendría la apariencia de una cárcel sin muros donde los prisioneros no soñarían con evadirse, donde los esclavos llegarían a sentir amor por su esclavitud, gracias al consumo y el entretenimiento.

    Y, en nuestra época, esta homogeneización disfrazada de liberación de las viejas ataduras se ha vuelto mundialista, logrando una «humanidad nueva» golpeada por la misma propaganda, moldeada por los mismos paradigmas culturales, cuyos anhelos e ilusiones, miedos y recelos son, en realidad, reflejos condicionados provocados por su dependencia tecnológica. Aquel anhelo protervo de lograr una «mente colmena» en la que los seres humanos fuesen deglutidos y convertidos en átomos o insectos intercambiables, de racionalidad puramente funcional, empieza a hacerse realidad, tal vez a mayor velocidad de lo que nunca hubiésemos imaginado. No deja de tener su gracia siniestra que esta «humanidad nueva» producida por la tecnología se parezca monstruosamente a la «noosfera» del teólogo visionario Teilhard de Chardin, que imaginó (lo suyo era la ciencia-ficción con guarnición de setas alucinógenas, más que la teología) una época futura en la que un vasto tejido nervioso o «envoltura pensante» uniría el pensamiento de todos los hombres, hasta lograr la «planetización humana». Teilhard pensaba que esta «noosfera» era el paso previo a la delirante fusión de una Humanidad de superhombres con Cristo en el Punto Omega (que así imaginaba este jesuita genialoide y lisérgico la Parusía). Hoy ya sabemos que la noosfera tecnológica nos conduce a otra parusía muy distinta, en la que una humanidad de infrahombres, ya para entonces un enjambre o nube de insectos, se funden con el Señor de las Moscas.

    https://www.xlsemanal.com/firmas/201...cnologica.html
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  5. #5
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    Re: La mente colmena y la muerte de la religión

    «Transhumanarse» por Juan Manuel de Prada para la revista XLSEMANAL, artículo publicado el 13/01/2020.
    ______________________

    Siempre hallamos en el hombre, desde la noche de los tiempos, la tentación de salirse de la casilla de su naturaleza, anticipando el destino glorioso que le ha sido prometido. Hay en la naturaleza humana una nostalgia de divinidad, un ansia de una existencia eterna y ‘transhumanada’. Esta vocación plenamente humana encontró su parodia en aquella promesa que la antigua serpiente deslizó a Eva en el Edén: «Seréis como dioses». Es decir, podréis disfrutar de esa naturaleza ‘transhumanada’ al margen de los planes divinos. Todas las triquiñuelas de la serpiente se resumen, a la postre, en la promesa de un Paraíso en la Tierra que anticipe los gozos ultraterrenos y glorifique nuestra carne mortal, a costa de privarla de la gloria eterna. Y entre todas estas triquiñuelas ninguna tan sugestiva y perturbadora como hacernos dioses desembarazándonos de los límites biológicos de nuestra naturaleza. Así, el hombre deja de ser criatura, para convertirse en creador de sí mismo.

    Si volvemos la vista atrás, hasta los relatos mitológicos, comprobaremos enseguida que este anhelo de alcanzar una existencia ‘transhumanada’ se expresa de las formas más pintorescas. El pagano no podía sino vislumbrar confusamente su destino, de modo que concibe su participación en la divinidad de forma tosca y escabrosa (o, si se prefiere, folletinesca), mediante coyundas que funden el linaje mortal con el linaje olímpico. Para ello, imagina a unos dioses promiscuos y asaltacamas, deseosos de expandir su genealogía engendrando una prole innumerable en todas las mujeres que se cruzan en su camino. Pero la mitología pagana también nos procura, junto a estas poéticas ensoñaciones olímpicas en la que los dioses descienden de su trono para participar de la aventura humana, visiones de pesadilla en la que la transgresión de las barreras biológicas adquiere perfiles tenebrosos y horrendos. Todas las mitologías paganas burbujean de seres híbridos, a veces desdichados, a veces protervos, animales parcialmente humanos u hombres parcialmente animalescos. Pensemos, por ejemplo, en la Medusa, con su cabellera de serpientes ondulantes; pensemos en las sirenas, ninfas marinas con cabeza de mujer y cuerpo de ave; pensemos en la temible Esfinge, con cabeza y pechos de mujer, cuerpo de león y alas de pájaro.

    El transhumanismo aspira a dotar a los seres humanos de capacidades superiores: una mayor longevidad, una inteligencia superior, una mayor resistencia ante las enfermedades, etcétera. Se trata, en fin, de parodiar el acto creador de Dios, ignorando los condicionantes de la naturaleza humana, empezando por la caída que expulsó al hombre del Edén. Como decía Lewis Mumford, refiriéndose a los utopistas políticos (pero vale también para los utopistas científicos): «Al pretender que Falstaff sea como Cristo, estos fanáticos impiden que los bribones de nacimiento sean capaces de alcanzar al menos el nivel de un Robin Hood». Mumford dirigía su crítica contra las corrientes revolucionarias, obsesionadas con la creación de un hombre nuevo, como condición de todo cambio estructural. La visión cabal del hombre le pide a Falstaff que mire a Cristo, que trate de imitarlo, para que Falstaff se desplace trabajosamente, con ayuda de la gracia pero siempre dentro del ámbito de su naturaleza caída, hasta lograr convertirse en Robin Hood. El transhumanismo, por el contrario, pretende un salto ilusorio de la naturaleza; a diferencia de la gracia, que favorece la conversión de Falstaff en Robin Hood, aspira grotescamente a que Falstaff se convierta en Cristo. Algo tan demente como tratar de alzarnos tirando de nuestro pelo.

    En el fondo de la utopía transhumanista subyace la vieja y errónea idea de considerar el cuerpo una cárcel que conviene convertir en un aposento suntuoso. Contra esta vieja y errónea idea, sólo se alza la nueva idea cristiana, tan escandalosa y subversiva hoy como hace dos mil años. Nuestro cuerpo, tan acechado por los padecimientos y los achaques, guarda una semilla de divinidad que está a punto de germinar. Nuestro cuerpo, cuyo destino aparente es la muerte, se hace partícipe de la naturaleza divina cuando descubre que su destino auténtico es otra vida más plena. Nuestro cuerpo lleno de arrugas y michelines, cólicos del riñón y deficiencias respiratorias, humores malolientes, secreciones y excrementos; nuestro cuerpo que se lastima y se duele, que enferma y se muere y se pudre, ha sido, sin embargo, elegido como recipiente de nuestra gloria. Esta es la única transhumanización que merece la pena.

    https://www.xlsemanal.com/firmas/202...uel-prada.html
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  6. #6
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    Re: La mente colmena y la muerte de la religión

    La viñeta del mes: miniadictos.




    https://saldelamaquina.wordpress.com/2020/04/28/la-vineta-del-mes-miniadictos/.

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  7. #7
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    Re: La mente colmena y la muerte de la religión

    La viñeta del mes: fabricantes de ego.



    https://saldelamaquina.wordpress.com...antes-de-egos/.
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  8. #8
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    Re: La mente colmena y la muerte de la religión

    El teatro, también interferido por los smartphones.

    La delirante fiebre de los smarphones no ha dejado espacio sin colonizar (comenzando por nuestras mentes). Las bibliotecas públicas están invadidas, como denunciaba un lector afincado en Barcelona. Recientemente, nos describían también la escena presenciada en una parroquia de barrio: cinco chicos y chicas jóvenes, sentados en un banco en el interior del templo, frente al altar, mirando sus smarphones y comentando entre risas ahogadas los contenidos de las pantallas. Ahora nos llega también la noticia de una obra de teatro en la que la actriz Lola Herrera se vio obligada a interrumpir su actuación… a causa de un móvil.

    Ya nada es sagrado… salvo la hiperconexión.

    https://saldelamaquina.wordpress.com...s-smartphones/.
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  9. #9
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    Re: La mente colmena y la muerte de la religión

    La viñeta del mes: una nueva especie.



    https://saldelamaquina.wordpress.com...nueva-especie/.

  10. #10
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    Re: La mente colmena y la muerte de la religión

    La viñeta del mes: la pesca en el siglo XXI.



    https://saldelamaquina.wordpress.com...-el-siglo-xxi/.
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  11. #11
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    Re: La mente colmena y la muerte de la religión

    Antonio (Taipei): “fue doloroso decir adiós a Facebook”.

    Para mí siempre ha sido complejo el tema de la desconexión. He pasado por dos etapas en relación a esto. En un primer momento alternaba meses de alta en ciertos servicios como Facebook o WhatsApp con momentos de rebeldía en que los dejaba de usar. Eran mis años de estudiante de psicología en que ya me di cuenta de cómo ciertos compañeros de profesión utilizaban el conocimiento en aprendizaje, procesos psicológicos básicos, personalidad, neurología y psicología social para el beneficio empresarial. Eran años en que empezó a ponerse de moda la “programación neurolingüística”. En mi opinión todo esto sólo reflejaba la falta de moralidad de empleados que simplemente querían ganar dinero. No obstante era difícil desconectarme puesto que no somos entes aislados de nuestro entorno social. Siempre acababa sintiéndome aislado o falto de recursos. (¿Cuántas veces vamos a realizar tareas administrativas y nos dicen lo típico de “debe ir usted a nuestra página web para solicitar cita o registrar sus documentos”?).

    Posteriormente conseguí desconectarme sin demasiados problemas. Especialmente me pareció algo doloroso decir adiós a Facebook y ciertos servicios donde mantenía contacto con personas especiales que conocí mientras viajaba. Aunque tomé la decisión de decir adiós a aquellas maravillosas personas (ejercicio que no todo el mundo parece capaz de hacer en la actualidad). No obstante, ahora vivo en el extranjero y necesito de servicios de videollamada y mensajería para mantenerme en contacto con mi círculo cercano. Lo cual, bien pensado y organizado, no supone demasiados problemas. El problema llega en el ámbito profesional. Trabajo como estudiante de doctorado y hace tiempo que pienso en que mi futuro no estará en el ámbito académico dado que los niveles de estrés y adicción a “la máquina” son tremendos. En un lugar asiático como Taiwan uno se da cuenta de lo difícil que les resulta pensar calmada y profundamente sobre temas si no les acompaña una tarea concreta que realizar con un dispositivo electrónico. Si hay alguna comunidad necesitada de [desconexión] es la taiwanesa, que ha dejado hace tiempo de vivir un sólo día sin algún divertimento electrónico conectado a la red.

    Antonio (Taipei)

    https://saldelamaquina.wordpress.com...os-a-facebook/.
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  12. #12
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    Re: La mente colmena y la muerte de la religión

    “El móvil es más que una adicción: nos acapara las 24h del día”.

    La mayoría de la población tiene un móvil de última generación en el bolsillo. Pero Sergio Legaz es un ‘rara avis’. Este librero madrileño, que vive aquí desde hace dos años, se ha desenganchado de los ‘smartphones’. Vio cuán preocupante es la situación y decidió escribir Sal de la Máquina en el cual explica su experiencia y pone de relieve esta problemática

    Revista de Ripollet: ¿Cuando ves que los ‘smartphones’ son un problema y nace la idea del libro?

    Sergio Legaz: Ante todo he de decir que el libro no es ningún alegato en contra de la tecnología ni en contra de los ‘smartphones’. Pero un día que iba en metro caí en la cuenta de que me encontraba en medio de una escena apocalíptica, cuando entras en el vagón y ves a todo el mundo enganchado a la pantalla de su móvil. Hace pocos años esto no sucedía. Es una escena que si la ves en crudo resulta impactante, evoca la típica escena de distopía de ciencia ficción: “todos controlados por pantallas”. Es algo muy al estilo de George Orwell o de Un mundo feliz de Aldous Huxley. Fue algo espontáneo, ese día, a diferencia de cualquier otro, no iba mirando mi móvil y al observar a mi alrededor me encontré la escena y me quedé impactado. Esto me movilizó para empezar a desintoxicarme digitalmente y a encontrar momentos de desconexión. A partir de aquí comenzó un periodo de reflexión, análisis e indagación [que se acabó extendiendo durante tres años] para desarrollar los contenidos del libro.

    RdR: Cómo dejas de estar enganchado al móvil?

    S.L: Lo primero que hice fue, simplemente, desactivar las notificaciones de Telegram y Whatsapp. Yo seguía consultando el móvil para ver las noticias, los mensajes, los correos… Al desactivar las notificaciones me di cuenta que aparte de las notificaciones sonoras también las hay vibratorias y lumínicas; cuando recibes un mensaje te aparece un pequeño aviso parpadeante en el borde de la pantalla que inconscientemente te hace mirar y te incita a coger el móvil. Entonces desactivé los tres tipos de notificaciones, en el libro explico cómo aunque la mayoría de usuarios seguro que sabe hacerlo. La ventaja de esto es que es uno mismo quien decide cuándo quiere consultar el móvil en lugar de estar continuamente contestando todos los mensajes que nos llegan a cada minuto. Esta continuidad al final se convierte en invasiva y acabamos respondiendo de forma automática, reaccionamos como un resorte. Si desactivamos las notificaciones podemos parar esto, tomamos el control y se reduce el tiempo que miramos aquella aplicación.

    RdR: Los ‘smartphones’ son una adicción?

    S.L: Son mucho más que una adicción. Ninguna adicción te acapara las 24 horas del día. Y lo más importante, ninguna adicción es capaz de afectar potencialmente a toda la población de forma completamente transversal. Por la calle puedes ver desde bebés que ya van con el móvil en su carrito hasta personas jubiladas que han aprendido a utilizarlo, pasando por toda la población restante. No importa cuál sea tu nivel de ingresos o tu ideología política, siempre estamos utilizando esta tecnología a todas horas. Esto lo diferencia de cualquier otra adicción, por eso pienso que está en otro nivel. Decir que es una adicción es un tópico que le resta importancia y hace que no nos preocupe lo suficiente. Es un fenómeno acaparador que invade nuestra conciencia.



    RdR: En el fondo haces activismo. ¿Se puede revertir la situación actual?

    S.L: Por supuesto, yo me he quitado el ‘smartphone’, mucha gente lo ha hecho, y hacemos vida completamente normal (trabajo, familia, relaciones…). Sigo utilizando móvil, uno de los antiguos, pero a veces utilizo el ‘smartphone’ de mi pareja y no pasa nada, lo importante es evitar que todo esto nos invada. Hay muchos pasos intermedios para desconectar: quizás no utilizar internet o desinstalar algunas aplicaciones. Cada cual puede escoger hasta qué punto quiere depender del móvil. Por supuesto que se puede. Yo vivo más tranquilo, tengo más tiempo, me concentro más, estoy más relajado… me encuentro más yo mismo, centrado en mí y con la mente más clara.

    RdR: ¿Tanto nos quita el móvil?

    S.L: El problema principal es que nos roba tiempo, cantidades enormes de tiempo, y lo que nos da a cambio no es algo profundo, no es nada que nos aporte algo relevante a nuestra vida. Todo son contenidos superficiales, pequeños fragmentos de información. Es una especie de catálogo infinito que miramos continuamente y en el cual buscamos un contenido detrás de otro sin cesar. Y esto nos ocupa toda la atención y a la vez nos roba todo el tiempo que podríamos emplear en otras cosas. Por ejemplo ya nadie se aburre, en cuanto te aburres rápidamente coges el móvil. Antes la gente se aburría y del aburrimiento salían cosas muy interesantes como el juego, el amor, la ciencia, la poesía, la filosofía… o simplemente compartir tiempo con la familia o amigos. Poniéndolo todo en una balanza creo que estamos entregando mucho a cambio de insulsos contenidos multimedia.

    RdR: Con todo esto, ¿en qué se basa el libro?

    S.L: Hice un proceso de desconexión que he dejado reflejado en el libro en forma de ocho sugerencias prácticas, para que quien lo desee comience a desconectar. Además hago una reflexión sobre diferentes aspectos de esta tecnología. Hablo de cómo nos roba tiempo, conciencia, imaginación, descanso o como afecta nuestras mentes. También de la mochila social y ecológica que un ‘smarphone’ lleva a cuestas. Otro capítulo trata del control que hay sobre los perfiles de la gente, cómo recopilan datos sobre nosotros. Y así desgrano capítulo a capítulo como nos afecta esta tecnología en distintos aspectos. Es un trabajo de recopilación de tres años. La segunda edición es la definitiva porque he terminado de recopilar toda la documentación y he dicho todo lo que creo que había que decir sobre este tema. Recojo testimonios de personas que han trabajado en Silicon Valley y se arrepienten de aquello que han contribuido a generar, como el creador del botón ‘me gusta’ de Facebook o el desarrollador del mecanismo ‘pull to refresh’, que admiten que todo esto es un monstruo que se les ha escapado de las manos y ellos mismos en sus vidas personales están practicando un proceso de desconexión.

    https://saldelamaquina.wordpress.com...s-24h-del-dia/
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    Re: La mente colmena y la muerte de la religión


  14. #14
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    Re: La mente colmena y la muerte de la religión

    ‘Papá está conectado’: un cuento infantil para regalar a adultos.


    Papá pingüino se pasa el día y la noche conectado a su ordenador portátil. Mamá pingüino está harta y a Hijo pingüino no le queda más remedio que asumir que tiene un “padre virtual”. Pero algo sucede y, de manera inesperada, el portátil de papá termina sirviéndole para volver a conectar con la realidad.

    Lo novedoso de este cuento infantil ilustrado es que huye de aleccionamientos facilones sobre el uso que hacen niñas y niños de las pantallas, y redirige valientemente el foco hacia el verdadero origen del problema: los adultos. Nos atreveríamos a apostar que la inmensa mayoría de las familias con hijas e hijos pequeños se sentirían identificadas con el contenido de este libro. Un libro que molesta e incomoda (según a quién) pero que puede provocar un sano debate en casa para reflexionar y corregir excesos.

    https://saldelamaquina.wordpress.com...lar-a-adultos/.
    Kontrapoder dio el Víctor.

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