Trastorno bipo-smart (o esquizofrenia 2.0).
Dos funcionarios atendían en el mostrador de la oficina de Correos, mientras nueve personas esperábamos nuestro turno. La sala no era muy grande: casi daba la impresión de estar en una reunión de vecinos o un encuentro familiar, pero en compañía de desconocidos y en completo silencio.
De pronto una joven mujer, coqueta, chispeante y artificialmente bronceada, irrumpe sosteniendo el móvil a la altura de la cara para mantener una videoconferencia con su prima. Y entre carcajadas y chillidos histéricos, todos los demás, desconcertados, mudos como una tumba, nos vimos obligados a ponernos al corriente de toda la conversación, mantenida a voz en grito por nuestra única protagonista mientras recorría exaltada la oficina de arriba abajo.
“Ay, tíaaaaaaa! ¡Qué bien que te sienta el rojo! ¡No me extraña que te los traigas a todos loquitos… ja, ja, ja, ja…!”
“¿Qué tal, guapis, has comido bien…? No me digas tía… ¿en serio? Jodeeeeer…”
Tras cinco o diez minutos de insufrible cháchara íntima aireada sin tapujos, la mujer se acerca al mostrador y, sin tan siquiera mirar al funcionario que la atiende, comienza a preparar la documentación con una sola mano, sosteniendo todavía el smartphone con la otra.
“Venga tía, te dejo, que ya me toca… ¡Que te quiero, te quiero mucho guapa! ¡Un besoteeeeeee… mmmmmmmuuuuá! ¡Buen viaje! Hablamos cielo, adiós, adiós…”
Con toda la parsimonia del mundo la joven guarda su teléfono móvil en el bolso y se dirige al funcionario en tono confidencial, tramitando su pedido con toda discreción, hablando con el rostro serio y relajado, entre susurros apenas audibles.
¡Gracias por la deferencia, guapa!
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