Fuente: La Voz de España, 21 de Octubre de 1936, página 1.
No hay progreso sin tradición
Por Hernando de Larramendi
De dos maneras se usa políticamente la palabra “revolución”. Una, la más vulgar, quiere decir, el cambio de lo que existe por otra cosa diferente. Este significado es superficial e insignificante ya que en tal sentido la revolución puede ser para bien o para mal.
Pero cuando se habla de la revolución y del espíritu revolucionario, con alguna expresa referencia a la vida política y social desde fines del siglo diez y ocho hasta ahora, la palabra “revolución” se usa como la oposición y el ataque a toda la obra de las generaciones anteriores, a los principios sobre los cuales se formaron y engrandecieron durante decenas de siglos los grandes pueblos de la civilización cristiana: es decir que la “Revolución” se hizo y es lo contrario de la “Tradición”.
Por eso toda la “Revolución” es antitradicionalista y también por lo mismo no hay “contra-revolución” verdadera y eficaz más que en la Tradición.
Para enmascarar esta realidad tan clara se ha usado todo lo más manido y vacuo del ingenio humano.
La necedad que ha estado siempre al alcance de las inteligencias mediocres, consiste en atribuir a la “tradición” el significado de antigualla y vejez, y en cambio, inventar la palabra “progreso” como contraria y atribuirse todos los adelantos de la aplicación científica, tales como el telégrafo, el avión, etc., como novedades del progreso reñidas con la tradición.
En cuanto a vejez, nada tan viejo y tan fecundo como el sol. Y como el sol, de siglos, viejos y fecundos, son muchos principios fundamentales de la tradición.
Pero, además, tradición es todo lo contrario de estatismo y de quietud, porque tradición quiere decir “traer” el fruto de una generación y sus adelantos a otra, para que el esfuerzo de ésta, aumentando las perfecciones, “traiga” a su vez a la siguiente el conjunto de las aportaciones, repitiéndose así la “tradición” de generación en generación a través de los siglos, para beneficio creciente de la humanidad.
Como se ve, sin tradición no puede haber progreso. Es decir, que si se usa la palabra “progreso” es por el odio revolucionario a la palabra “tradición”.
Los revolucionarios pretenden, para establecer alguna diferencia, que el progreso es indefinido y se produce forzosamente cualquiera que sean las atrocidades que haga la humanidad. La tradición exige, por el contrario, que para no volver a la barbarie, se ha de eludir hacer tonterías, se han de respetar los principios inmutables y los esfuerzos útiles de las generaciones pasadas.
Y si el orden científico, natural y matemático, ha seguido en sus aplicaciones obteniendo adelantos, ha sido porque en esas disciplinas no se ha permitido opinar a los ignorantes y al que pretendiese sostener que en nombre del libre pensamiento dos y dos eran seis, se le hubiese echado a patadas.
Cosa que desgraciadamente no ha ocurrido en el mundo político, donde cualquier plagio y cualquier tontería se creen novedades.
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