Fuente: El Correo Español, 28 de Julio de 1905, página 1.



El derecho a formar partidos


Voy adelante con las observaciones de los días pasados sobre los partidos. Entre los liberales, según su principio, su sistema y su fin, el derecho de cualquier político, más o menos pelagatos, a formar partidos es una cosa indudable. Parten los liberales del principio de la razón autónoma o independiente, desligada de toda suerte de disciplinas y respetos, fuera de aquéllos que la misma razón acepta voluntariamente, porque se acomodan a su manera de ver las cosas públicas. Y con ese principio, si cada cual es árbitro de pensar como le dé la gana, es evidente que a cada cual le asiste el derecho de fundar los partidos que quiera, y sin condición ni limitación alguna. Podrá fundar partidos con programa ancho o con programa estrecho, o sin programa alguno; partidos para asaltar el Poder o para derribarlo, o para sostenerlo; partidos para esta forma de gobierno o para la otra, o para pasar el rato simplemente. Así son, en efecto, todos los partidos que forman los liberales alrededor de un personaje más o menos despierto y vivo.

Pero nadie dirá que en el terreno católico las cosas sean de la misma manera. Los católicos, mientras verdaderamente lo seamos, lejos de partir del mismo principio de la razón independiente, o razón endiosada, o razón rebelde, alma del liberalismo en todas sus fases y colores, partimos del principio diametralmente opuesto. La razón dentro de la doctrina católica vale mucho, tanto, que hasta para someternos a la fe se pide su venia, su obsequium rationabile; pero no vale tanto que desligue al individuo de deberes religiosos y sociales, o lo constituya en árbitro para señalárselos. Lo mismo sucede con la libertad. La libertad de los católicos es amplísima, pero nunca es licencia, nunca se sale del campo de la autoridad y de la justicia, nunca se sobrepone a las leyes ni al orden. Esa condición de la libertad y de la razón católicas regula las iniciativas y los actos de todos, exigiéndoles motivos justos, hechos lícitos y fines honestos para obrar. Doy por delante estas reflexiones, y nadie dirá que carecen de fundamento. Ahora bien: a la luz de ellas se pueden juzgar los supuestos partidos católicos en España.

Unidos estábamos todos dentro de la Comunión tradicionalista, y para formar partidos nuevos, por lo menos se necesitaban tres cosas: 1.ª Que hubiera un hombre o varios hombres con autoridad bastante para constituirlos. 2.º Que fuese posible hacer partidos católicos-españoles con programa distinto de la Comunión católico-monárquica. 3.º Que fuese conveniente a la Religión y a la Patria la división de las fuerzas católicas en partidos.

Enunciar esas condiciones solamente, basta para juzgar a los partidos y para resolver la cuestión que estoy estudiando. Que no convenía dividir en partidos a los católicos, lo dijo León XIII en su carta admirable al Cardenal Casañas, entonces Obispo de Urgel [1]; lo han dicho después y siempre todos los católicos, lo mismo leales que desleales; lo proclaman a voces el sentido común y el corazón de los buenos, que por la unión y concordia suspiran siempre, considerando el mayor dolor y el mayor mal las divisiones y los partidos. Pues si la división era un mal y el fundar partidos nuevos una cosa nefanda, ¿cómo es posible pensar y creer que esos partidos nuevos se consideren de otra manera que como malos, o como no existentes, o como no católicos? Cuando la túnica de la Iglesia se escinde o por algún cisma o por alguna herejía, aunque la escisión arrastre a muchos hombres y a muchos pueblos, ¿hay nadie tan falto de sentido que afirme la existencia de dos o más Iglesias?

Claro que la Iglesia es cosa divina y la política es cosa humana que en gran parte mira a los intereses materiales, terrenos y discutibles de los pueblos, y que de todo en todo no se puede equiparar ni comparar la una con la otra. Sin embargo, tratándose de la política católica bien se ve que en lo que tiene de católica a lo menos, tiene de similar con la Iglesia e invariable. Pero en España hay una cosa singular, un fenómeno especialísimo. Y es que no ya en lo católico, no ya en el programa religioso, los disidentes del carlismo no han inventado absolutamente nada nuevo, sino que ni aun en las cuestiones temporales y opinables han sabido salirse de los principios carlistas. Véase a los nocedalinos, véase a los mestizos, véase a los de acá o los de allá. Todo lo que tienen, todo lo que defienden, o no es nuevo, o no es bueno.

Lo nuevo seguramente es liberal, o sabe a liberalismo, o es una necedad tan insignificante como las que está sosteniendo ahora El Universo, dando bombos a la Constitución de Bélgica y lamentándose de que en España no haya unidad entre los católicos y haya escrúpulos en muchas almas ¡para conformarse con lo presente y aceptar la Constitución! ¿Pero es que hay, por ventura, algún mal y algún pecado en que los católicos españoles quieran para su Patria cosas mejores y más perfectas que la librecultista Constitución belga y que el catolicismo de aquel país, que no está a mayor altura que el catolicismo de Maura? ¡Triste caída la de esos mestizos, que ya tienen por ideal español y por remedio de esta Nación católica las ideas y la política del cuñado de Ribot y de Gamazo [2]!

Y bien: todo esto, ¿no es la más palpable prueba de que si no son posibles más programas buenos que el de los carlistas; si al programa carlista tienen que acudir los disidentes, como a la fuente de sus ideas, si quieren conformarlas con la «Constitución escrita por el dedo de Dios a través de los siglos»; si hasta para los problemas sociales que parecen nuevos se buscan soluciones de gremios y de intervencionismos antiguos, es decir, soluciones carlistas; si todo esto es así, no se pueden los católicos amantes de su fe y de su Patria dividirse en partidos distintos y apartarse del carlismo? ¡Por algo los liberales tienen ese instinto de apellidar siempre carlistas en España a todas las personas religiosas, a todos los hombres de fe! Es que no pueden comprender otros partidos, porque no son, porque en cierta manera van contra el sentimiento español y contra la naturaleza de las cosas…

Y todavía lo veremos más claro examinando este asunto en otro último artículo.


ENEAS





[1]
Carta de 20 de Marzo de 1890.

[2] Es decir, de Maura.