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Tema: Locos por el fuego

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    Locos por el fuego

    Un pirómano y un incendiario no son lo mismo, aunque sus acciones tengan idéntico resultado. Elena Borges, una tinerfeña que compagina estos días su labor de psicóloga clínica con la indignación por los incendios que han convertido 11.000 hectáreas de bosque canario en la mayor reserva nacional de ceniza, acota los límites de la patología: "Una persona que tiene intereses económicos o personales en un incendio no es un pirómano". "El pirómano", describe, "es un enfermo incapaz de controlar sus impulsos y que actúa movido por su pasión por el fuego y sus consecuencias, a menudo, envalentonado por el alcohol". La de incendiario es una categoría más amplia, que incluye a los que buscan venganza, pastos o compensaciones económicas.

    Todavía no se sabe si él lo es, pero en un rasgo típico de los pirómanos, Juan Antonio Navarro, el vigilante incendiario de Gran Canaria, dio la alarma del fuego que había provocado. Avisan "después de haber disfrutado de la contemplación de su obra, que es lo que más les complace", explica Borges. Tras la satisfacción nace la culpa, porque no son psicópatas insensibles. El tratamiento es difícil. La psicóloga considera que los enfermos son a menudo caracteres frágiles que "suelen carecer de la voluntad de curarse". De ahí la importancia de la prevención, sobre todo en la infancia, y del estricto control de los diagnosticados.

    Pirómanos o no, los incendiarios se sienten dueños de los montes en verano. Fuentes del Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil (Seprona) estiman a partir de pruebas periciales que el 60% de los incendios forestales son premeditados. Pese a ello, ni la Fiscalía de Medio Ambiente ni el Ministerio de Justicia tienen un listado de condenas. Sólo existe uno, oficioso y no exhaustivo, de Greenpeace, que recoge 70 sentencias por incendios cometidos desde 1993. Únicamente 29 de ellas son condenas por quemar intencionadamente. Miguel Ángel Soto, responsable de Bosques de Greenpeace, denuncia la situación de impunidad que transmite la estadística: "Presumimos desde 1994 del Código Penal más moderno de Europa, pero no se aplica en todo su rigor".

    Celso Rodríguez, teniente de la brigada de investigadores forestales de la Guardia Civil de Galicia, afirma que es sencillo demostrar que un fuego es intencionado. Pero no es fácil condenar a un incendiario: las llamas destruyen las pruebas inculpatorias. Las autoridades insisten en la importancia de la colaboración ciudadana. "Los fuegos surgen en pequeñas poblaciones, aisladas, donde todos los vecinos se conocen y evitan los problemas; además, el deterioro de la memoria también juega a favor de los incendiarios", explica el teniente Rodríguez. En el caso de Serafín Pardiñas Pérez, de 53 años, no hubo olvidos, sólo silencios y miedo. Pardiñas, un alcohólico de la aldea pontevedresa de Bugarín, se convirtió en el 2006 en responsable de un incendio que dejó atrás tres víctimas mortales y 8.500 hectáreas de carbón. El testimonio de sus vecinos, que hasta entonces se habían resistido a delatarle, sirvió para imputarle 92 incendios más.

    Álvaro García Ortiz, el fiscal de incendios de Galicia, reconoció el miércoles que Pardiñas es el único de los 194 incendiarios detenidos el año pasado que continúa en prisión. Otros tres están en psiquiátricos. Desde el Seprona consideran que el dato es "engañoso" porque "el 98% de los detenidos están implicados en procesos judiciales, pero no se les puede tener en la cárcel indefinidamente". Por el momento, de los 20 detenidos este año en Galicia por fuegos premeditados, dos están en prisión preventiva, y otros dos bajo vigilancia. Miguel Ángel Soto considera que "pirómanos e incendiarios reincidentes deberían estar sometidos a una vigilancia intensa" que vaya más allá de las visitas de control actuales. La Fiscalía de Medio Ambiente está de acuerdo con ello. El fiscal responsable considera que internar a los reincidentes durante el verano "es parte de la solución". Por lo pronto, el fiscal coordinador de Medio Ambiente, Antonio Vercher, ha anunciado que el detenido de Gran Canaria será el primer incendiario que se someta a una prueba psicológica voluntaria destinada a crear un retrato robot del criminal.

    Los casos de empleados en la lucha contra el fuego que se revelan incendiarios son los más impactantes, y no escasean. En el 2003, un vigilante de una torreta incendió unas 20 hectáreas de monte en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) para perjudicar a la empresa administradora de las tierras, con la que tenía una disputa familiar. Un trabajador del retén de extinción murió de un infarto y el vigilante ahora espera sentencia. El Código Penal castiga el delito con penas que se deciden en función de la gravedad del fuego y el peligro en que pongan la vida de personas. La más alta es de 20 años, pero se aplica raramente porque implica que el acusado reconoce su culpa y que era consciente de las consecuencias de sus actos. Hasta el momento, la condena máxima son los diez años de prisión de Juan José Cosín, de 39 años, que destruyó 5.300 hectáreas de pinos en 1994 en Los Serranos (Valencia). Al acusado no se le pudieron imputar más incendios a pesar de que la Guardia Civil identificó en fuegos anteriores un vehículo idéntico al suyo, una furgoneta roja cargada de latas de combustible.

    La policía busca al incendiario que redujo a carbón 3.000 hectáreas en Los Realejos, Tenerife. El jueves, el Cabildo de la isla presentó el arma del crimen bajo el misterioso nombre de "dispositivo de ignición". La ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, apostilló que "casi, casi" se conocía al culpable. Los vecinos de la zona describen a un pirómano de manual y confiesan que desde hace años temían la llegada del fuego: las brigadas forestales ya habían sofocado "cien conatos" en el mismo punto en que nació el incendio, explicaba el miércoles el presidente del Cabildo, Ricardo Melchior. Los rumores insisten en la imagen de un enfermo con dedos de fuego. Si finalmente la Benemérita lo detiene, sin duda será un certero golpe de efecto. Pero harán falta pruebas para condenarle.

    "Yo conozco el logaritmo del fuego"


    Es lo que pregonaba en su pueblo el guarda forestal causante de la mayor catástrofe ecológica de Gran Canaria. Según sus vecinos, es un pobre loco que se dejó barba larga para ser Bin Laden. Su tío: "Es inocente. Los culpables son los que le contrataron estando así". Y después decían en el pueblo: "A ese muyayo siempre le faltaron tres lunas". "Ni él ni ella nacieron muy completos". Pero nunca nadie dijo ni en el pueblo de Tejeda ni en la empresa Gesplan que lo contrató ni en el Cabildo que un hombre nacido incompleto por falta de tres lunas neuronales no podía ser el responsable de velar por la seguridad del monte grancanario. Juan Antonio Navarro decidió el viernes arrojar unas cerillas sobre el matojo que se secaba bajo el pinar del Pajonal. Había advertido que cualquier día lo iba a hacer, que era su forma de exigir un contrato estable, pero como andaba escaso de lunas, absolutamente nadie le hizo caso. Cosas de El Pariente, que así le llaman. Cuando el viernes 27 de Julio cumplió su amenaza provocó una de las catástrofes ecológicas más grandes de la Historia del archipiélago: 8.000 hectáreas quemadas, infinidad de animales muertos y cuatro ancianos canarios fallecidos por una ola de calor sobrealimentada de llamas...

    Al hombre, encargado desde hace una década de vigilar el pinar del Pajonal, le faltaban más que lunas. Desde hace una década, las sucesivas empresas (subcontratadas por el Cabildo) que le renovaron la confianza en los tres meses de verano para cuidar el monte le concedieron también un coche equipado. A nadie se le ocurrió pedirle a aquel joven de extraños andares, barba de seis años hasta el ombligo (que hace poco se cortó) y obvias carencias intelectuales, el carnet de conducir. Juan Antonio Navarro nunca tuvo el permiso. Jamás hubiera pasado una prueba psicotécnica. El hombre encargado desde hace una década de vigilar el pinar del Pajonal tampoco tenía voluntad. Desde pequeño, intentaba paliar sus carencias relacionales con un exceso de complacencia hacia lo que le pedían aquellos a los que él consideraba amigos. Eran en el pueblo muy aplaudidas algunas de sus más excéntricas habilidades. El Pariente sabía fanar platos a mordiscos, comía carne cruda para regocijo de la pueblería y se lanzaba en bicicleta por las pendientes suicidas de la montaña canaria a freno suelto sin matarse de milagro, que los ángeles protegen mucho a los tarados y a los niños.

    ¿Fumaba o bebía? "No, jamás, a no ser que alguien le dijera que fumara o que bebiera. Entonces sí fumaba y bebía más de lo que nadie se pueda imaginar". Lo dice uno de sus primos, que prefiere que su nombre no aparezca. Pero pasó la infancia y la adolescencia en Tejeda con Juan Antonio. "Si le animabas, era capaz de todo". ¿Tú crees que lo hizo él? "Sí", responde sin dudar. Nadie lo duda en Tejeda. "Por eso es mejor que al chaval lo metan en la cárcel muchos años. Si el muyayo vuelve por aquí, lo linchan". Lo advierte un vecino que se sienta en un banco de la gasolinera al lado de uno de los tíos de Juan Antonio. Éste no quiere hablar. "Lo único que te voy a decir es que mi sobrino es inocente", afirma con ceño deshumorado. "¿Cómo inocente? Ha confesado", replica el paisano. "Aquí los culpables son los que lo contrataron estando así, y no voy a decir nada más".

    La juez que conduce la investigación, María Auxiliadora Díaz, oyó la confesión. Él asegura que cuando comprobó que el fuego se extendía rápidamente intentó frenarlo con ramas. Sin embargo, en su vehículo había dos extintores que ni siquiera llegó a desprecintar. El miércoles, la juez Díaz visitó con Juan Antonio la zona afectada. Y se quedó sorprendida por la frialdad con la que El Pariente observó los resultados de la catástrofe que había ocasionado. La magistrada llegó a decir a miembros del concejo que nunca había visto a un acusado comportarse tan flemáticamente. Y no es porque no le importe nada. Las lunas ausentes de su cerebro le permiten aislarse de todo, pero era un amante de la naturaleza. "Se crió en un ambiente bohemio de gente muy vinculada a esta tierra. Mientras vivió su tío Antonio Jesús, siendo él aún muy joven, se dedicaba con él a la cría de caballos. Después, se le veía siempre con su padre trabajando las tierras de la familia. Incluso, cuando le tocaba librar, se iba de paseo al Pajonal a seguir vigilando".

    Los Navarro Armas son una familia "buena de las de siempre". El abuelo de Juan Antonio había sido alcalde del pueblo cuando Franco. Su padre, Juan, era un hombre de notable cultura. Estudió en su adolescencia con Alfredo Krauss, con quien mantuvo una estrecha amistad hasta que la enfermedad lo acabó postrando. Su madre, Teresita, y sus hermanas mayores, Pino y Fela, nunca quisieron reconocer que Juan Antonio, que hoy tiene 38 años, no era un chico del todo normal. Decían que El Chito -así le llamaban- tenía "prontos". Aunque en alguna ocasión sí llegaron, según fuentes cercanas a la familia, a llevarlo a un psicólogo. "No estoy seguro, pero creo que nunca le descubrieron nada ni estuvo a tratamiento". Juan Antonio no pasó de los estudios primarios. Su talante errabundo y solitario le hacía poco afecto a las aulas. Prefería andar por el campo, con los caballos y los árboles. "Sin embargo leía. En su casa había muchos libros de matemáticas. Se los leía pero no comprendía. Luego decía que entendía el logaritmo del fuego y cosas así", dice su primo. Tras su adolescencia, su madre tenía que llevarlo a la fuerza a las oficinas del Inem para intentar que Chito hiciera algo de provecho.

    Hasta que hace algo más de una década, fue empleado como vigilante por las sucesivas empresas que subcontrata el Cabildo para la prevención de incendios, no había trabajado nunca. "No es que lo cogieran a él. Es que las exigencias que tenían las empresas hacían que se fueran retirando de la oferta los chicos más normales que querían ganarse unos cuartos cuidando el monte en verano", señala un agente de las fuerzas de seguridad locales que participó activamente en la extinción del incendio. Pero ese primer y único trabajo que Juan Antonio desarrolló en su vida cambiaría otras cosas, aparte de su situación laboral. Allí, entre sus compañeros, conoció hace nueve años a la que aún hoy es su compañera sentimental. Carmen fue también vigilante forestal hasta hace un año, cuando consiguió un trabajo sometido a menor temporalidad como limpiadora de un cementerio. "Les falta un poco a los dos. No son completos". El padre Luis catequizó a Carmen para su primera comunión, hace ya más de 20 años. "Era demasiado extrovertida. Cogía siempre la voz de mando, pero sin rumbo". Y también, años más tarde, se le delegó a ella la responsabilidad de cuidar los montes. Por mucho que todo el pueblo también supiera que la chica no es del todo equilibrada.

    A los pocos años de conocerse y estabilizar su relación, la familia de Juan Antonio les cedió una vivienda en Las Casas del Lomo, una barriada aislada a menos de dos kilómetros de Tejeda. La pareja nunca salía. Jamás visitaban el pueblo, a no ser para las compras. No frecuentaban bares ni visitaban a los vecinos. Juan Antonio empezó a abandonarse. Durante cerca de seis años, dejó de afeitarse y cortarse el pelo. Llevaba barba hasta el ombligo y una descuidada melena hasta las nalgas. "Es para parecerme a Bin Laden", se mofaba.

    "Dejo el monte lisito como una tabla"


    casa de Serafín Pardiñas

    El primer aniversario del incendio más letal que se recuerda en Galicia lo sobrelleva Serafín Pardiñas en la prisión pontevedresa de A Lama. Este hombre solitario, de 54 años y con graves problemas de alcoholismo, es el único de los 194 detenidos durante la oleada de fuegos de Agosto del 2006 que permanece encarcelado. El atestado policial relata cómo Pardiñas prendió con su mechero el margen derecho de la angosta carretera de San Estevo de Pedre en Cerdedo (Pontevedra), muy cerca de la chabola en la que malvivía. El viento que sopló aquel 4 de Agosto a 44 kilómetros por hora, la temperatura por encima de los 30 grados y la humedad hicieron el resto.

    Cuando Pardiñas se enteró por la televisión de que sus llamas habían provocado la muerte de dos mujeres que habían sufrido un accidente en una carretera secundaria de Cerdedo, decidió señalar como culpable a uno de los pocos vecinos que le dirigían la palabra. Días más tarde confesó a un redactor del diario El País que su acusación era falsa y cuando volvió a recibir la visita de los agentes del Seprona se declaró culpable. El pueblo, que siempre había callado, habló largo y tendido. Un vecino lo había visto años atrás arrojando papeles quemados al monte y otra vecina recordó que una de sus frases preferidas era: "Con el mechero dejo el monte lisito como una tabla". Esos y otros muchos testimonios sirvieron para imputarle 93 incendios además del de Cerdedo. Como el resto de los sospechosos se encuentra a la espera de juicio.

    En los ficheros de las fuerzas de seguridad que investigan los incendios abundan este tipo de perfiles. En 14 de los detenidos se han encontrado desequilibrios mentales, en 10 adicción al alcohol y en otros 15 una mezcla de ambos problemas. Manuel G. contó a la pareja de la Guardia Civil de Negreira (Coruña) que acudió primero a socorrerlo y después a detenerlo como presunto autor de un incendio que arrasó varias decenas de hectáreas en A Baña que le gustaría mucho trabajar en los servicios de extinción. El expediente de su caso lo zanjó el Seprona con un diagnóstico lapidatorio: "Existe la posibilidad de que el autor de los hechos actúe para ver cómo se organizan las cuadrillas". Por las mismas fechas, a mediados de Agosto, un agente del grupo contra el crimen organizado de la policía de Vigo echó a correr tras una sombra que vio salir de entre la maleza que rodea a la Autopista AP-9 en las inmediaciones de esa ciudad. Una vez identificado y después de reconocer que no fumaba, el sospechoso explicó que portaba un mechero para soldar cobre en un taller del que no recordaba ni la dirección ni el nombre. Cuando la policía le preguntó el motivo de su huida, respondió que perdía el autobús para llegar al trabajo. Durante el verano del 2005, un joven de O Banco de Valdeorras sospechoso de provocar más de 50 fuegos se comprometió a no hacerlo nunca más si alguien le dejaba subirse a un helicóptero para ver los incendios desde arriba.

    Los historiales de los detenidos al otro lado de la frontera peninsular contienen historias igualmente surrealistas. En una de las reuniones de coordinación entre las policías española y portuguesa, un agente recordó que el incendio más grave que se recuerda en el centro de Portugal tuvo lugar en Coimbra y fue provocado por un empresario que admitió haber quemado su finca para que su ex mujer sintiese pena y volviera con él. La fiscalía portuguesa estima que el 95% de los fuegos los causan personas perturbadas. La española sigue investigando y este año, por primera ver, realizará entrevistas psicológicas a los detenidos. En lo que va de año en Galicia ya son 121.

  2. #2
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    Re: Locos por el fuego

    Sea por ser pirómanos o por incendiarios, a las dos categorías las tendría largo tiempo entre rejas.

    Esos bastardos, nos están desertizando el país.

  3. #3
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    Re: Locos por el fuego

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    Cita Iniciado por DON COSME Ver mensaje
    Sea por ser pirómanos o por incendiarios, a las dos categorías las tendría largo tiempo entre rejas.

    Esos bastardos, nos están desertizando el país.
    No sólo es un atentado contra el medio, sino que atenta contra la propiedad y arruína familias, y, por locura o por pecado, merece castigo YA.

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