Yo sabía que usted lo era, pero no tanto como para hablar así de una gran mujer a la que probablemente no le llegue ni a la suela de los zapatos.Y siento sonar duro, pero su arrogancia está injustificada.La función del feminismo no es otra que hacer sentirse a la mujer inferior por el hecho de serlo, de tener una feminidad y unas cualidades que le son propias y le diferencian del hombre.De tal manera que la mujer, para redimirse, ha de imitar a este.Un profesor mío decía que con el feminismo, las mujeres copiaron las virtudes de los hombres, pero también sus vicios.
En este vídeo, el filósofo francés Alain Soral ahonda en el tema:
https://m.youtube.com/watch?v=oGeS6ZvkokU
Otros grandes líderes en contextos totalmente diferentes, como el burkinabé Thomas Sankara o el libio Muamar el Gadafi, respectivamente, tenían igual opinión:
Sin embargo, conviene tener una comprensión justa delproblema de la emancipación de la mujer. No se trata de una igualdad mecánica entre el hombre y la mujer. No significa adquirir hábitos reconocidos al hombre: beber,fumar, llevar pantalones. Eso no es la emancipación de la mujer. Tampoco es la adquisición de diplomas lo que va a tornar a la mujer igual al hombre o más emancipada. El diploma no es un pase hacia la emancipación.
La verdadera emancipación de la mujer es la que le confiere responsabilidades a la mujer, que la vincula a las actividades productivas, a los diferentes combates que enfrenta el pueblo. La verdadera emancipación de la mujer es la que conmina el respeto y la consideración de parte del hombre. La emancipación, como la libertad, no se otorga,se conquista. Atañe a las mujeres mismas impulsar sus reivindicaciones y movilizarse para conquistarlas.
La mujer
La mujer es un ser humano. El hombre es un ser humano. En esto estamos de acuerdo, de esto no cabe duda. Por lo tanto, resulta elemental decir que la mujer y el hombre son humanamente iguales. La discriminación entre hombre y mujer, en el plano humano, constituye un injusticia flagrante e injustificada. La mujer come y bebe al igual que el hombre come y bebe. La mujer odia y ama al igual que el hombre odia yama. La mujer piensa, aprende y entiende así como el hombre piensa, aprende y entiende. La mujer necesita de hogar, vestimenta y transporte al igual que el hombre. La mujer siente hambre y sed así como el hombre siente hambre y sed. La mujer vive y muere al igual que el hombre vive y muere.
Pero, ¿por qué hombre y mujer? Sí, porque la sociedad humana no está integrada sólo de hombres o sólo de mujeres, sino de hombres y mujeres. Es decir, de hombre y mujer, por naturaleza. ¿Por qué no fueron creados sólo hombres? ¿Por qué no fueron creadas sólo mujeres? Luego, ¿qué diferencia hay entre hombres y mujeres? Es decir, entre hombre y mujer.
Al existir el hombre y la mujer, y no sólo el hombre o sólo la mujer, es porque inevitablemente hay una necesidad natural de que exista el hombre y de que exista la mujer y no sólo el hombre o sólo la mujer. Es decir, que uno no es el otro, con lo cual existe una diferencia natural entre el hombre y la mujer, como lo demuestra el hecho de que fueron creados hombres y creadas mujeres. Esto significa que hay un papel para cada un de ellos, distinto, al igual que lo son el hombre y la mujer. Por lo tanto debe haber una circunstancia que viva cada uno de ellos en la que pueda desarrollar su papel distinto al papel del otro y al de la circunstancia del otro, en función de la diferencia natural del papel de cada uno en sí.
Para que podamos conocer ese papel debemos saber cuál es la diferencia entre la naturaleza de la creación del hombre y de la mujer, es decir, las diferencias naturales que hay entre ellos:
La mujer es una hembra y el hombre un varón. De acuerdo con esto, el ginecólogo dice que la mujer tiene un médico para enfermedades de la mujer (ella menstrúa cada mes mientras que el hombre no lo hace. Esta menstruación periódica, mensual, es una hemorragia, es decir, que la mujer por ser hembra está expuesta de forma natural a esta enfermedad de hemorragia mensual. Si la mujer no menstrúa se embaraza, y si se embaraza, por la naturaleza misma del embarazo se halla enferma durante cerca de un año. Es decir, paralizada respecto a su actividad natural hasta el momento del parto y cuando da a luz o aborta se ve afectada por la enfermedad del puerperio, que es una enfermedad inherente a todo proceso de parto o aborto. El hombre no queda embarazado y por lo tanto no es afectado naturalmente por esas enfermedades de la mujer que la afectan por ser hembra. Después, la mujer amamanta al fruto de su embarazo. El amamantamiento natural dura cerca de dos años. Este amamantamiento natural supone que la mujer esté apegada a su hijo, de modo que se halla paralizada su actividad al convertirse en responsable directa de otro ser a quien ayuda a realizar todas las funciones biológicas y quien sin ella moriría). El hombre no se queda embarazado ni amamanta. Fin de la explicación del ginecólogo.
Estos hechos naturales constituyen diferencias de creación en las que no pueden ser iguales el hombre y la mujer. En sí mismas son una realidad que justifica la existencia de un varón y una hembra, es decir, de un hombre y una mujer. Y que cada uno de ellos tenga un papel o una función en la vida distintos a los del otro, en los que, en ningún caso, el varón puede reemplazar a la hembra. O sea que el hombre no puede desempeñar las funciones naturales de la mujer.
Conviene destacar que esas funciones biológicas constituyen una carga pesada para la mujer, que le cuestan esfuerzos y dolores nada desdeñables. Pero sin estas funciones que la mujer desempeña la vida humana se vería paralizada. Se trata de una función natural que no es optativa ni obligatoria. Luego, es necesaria y solamente puede ser reemplazada por la total parálisis de la vida humana. Existe una intervención voluntaria contra el embarazo, pero es la negación de la vida humana. Existe una intervención voluntaria parcial contra el embarazo. Existe una intervención contra el amamantamiento, pero todas ellas son eslabones de una cadena de acciones contrarias a la vida natural, acciones que culminan con el asesinato. O sea, el asesinato de la mujer misma para que no se quede embarazada, para que no dé a luz y para que no amamante. Son acciones que no se diferencian de aquellas interferencias artificiales contra la vida representada por el embarazo, el amamantamiento, la maternidad y el matrimonio. Esa diferencia es una diferencia de degradación.
Prescindir del papel natural de la mujer en cuanto madre, esto es, reemplazar ese papel por el de los jardines de infancia es tanto como empezar a prescindir de la sociedad humana para transformarla en una sociedad biológica y en una vida artificial. Separar a los niños de sus madres y hacerlos ingresar en jardines de infancia equivale a transformarlos mediante un proceso similar al de la incubación de los polluelos, puesto que los jardines de infancia se asemejan a las incubadoras de pollos. Esto no es válido para el ser humano, ni corresponde con su naturaleza, ni está a la altura de su dignidad.
La maternidad natural es la cría del niño junto a su madre, y su desarrollo en el seno de una familia donde haya maternidad, paternidad y fraternidad, no en una estación incubadora de pollos. Las gallinas tienen también necesidad de la maternidad al igual que todos los miembros del reino animal, por ello su desarrollo en centrales parecidas a jardines de infancia va en contra de su desarrollo natural. Hasta su carne sabe más a carne artificial que a carne natural. La carne de las aves de incubadora ni es apetitosa, ni, quizá, alimenticia porque no tuvieron un desarrollo natural, es decir, que no crecieron en un ambiente de maternidad natural. Son mucho más exquisitas y alimenticias las aves salvajes puesto que tuvieron su desarrollo en medio de una maternidad natural y se alimentaron con alimentos naturales. La sociedad pasa a tutelar a aquellos que no tienen familia ni hogar, y solamente para aquellos la sociedad establece los jardines de infancia y similares.
Es preferible que la sociedad los tutele a que lo hagan individuos que no son sus padres. Si se realiza un experimento para conocer la tendencia del niño a elegir entre su madre y un centro de educación de niños veremos que el niño se orienta hacia la madre. Y como quiera que la tendencia natural del niño es hacia su madre esta es, por lo tanto, la sombrilla natural y correcta de la infancia. Encauzarlo hacia un jardín de infancia en lugar de hacerlo hacia su madre es tanto como coaccionarlo y oprimirlo contra su libre tendencia natural. El crecimiento natural de las cosas es el crecimiento correcto en libertad. Transformar en madre a un jardín de infancia es una acción coercitiva y contraria a la libertad del crecimiento normal. Los niños conducidos a jardín de infancia se ven sometidos a hacerlo coercitivamente, o bien por engaño o bien por razones puramente materiales, no sociales. Pero si se levantasen esos medios coercitivos y desapareciera la ingenuidad de los niños, ellos rechazarían el jardín de infancia, se apegarían a sus madres y no habría justificación ante este proceso antinatural y antihumano.
Pero la mujer no está situada en la posición adecuada con su naturaleza, es decir, que se ve obligada a desempeñar deberes antisociales y antimaternos. De acuerdo con su naturaleza, que le impone un papel distinto al del hombre, la mujer debe tener una posición diferente a la de este para poder desarrollar su papel. La maternidad es una función que corresponde a la hembra y no al varón, por lo que no es natural separar a los hijos de la madre. Toda acción tendente a ello es una coacción y una conducta dictatorial. La madre que abandona su función materna hacia sus hijos desempeña a su vez un papel antinatural en la vida. A ella se le deben proporcionar los derechos y circunstancias adecuados, absolutamente exentos de la coacción que hace que la mujer desempeñe su papel natural en medio de circunstancias no naturales. Si la mujer abandona su función de parto y maternidad es porque está obligada a ello, es decir, porque está sometida a la coacción y a la dictadura.
La mujer necesitada que realiza un trabajo que le impide el desarrollo de su función natural no es una mujer libre, sino una obligada a hacerlo en función de la necesidad. En la necesidad radica la libertad. Entre las circunstancias adecuadas, además de necesarias para que la mujer pueda desempeñar su función natural distinta a la del hombre, están aquellas que corresponden con un ser humano enfermo de embarazo. Embarazo es llevar en las entrañas a otro ser humano, por lo que sería injusto colocar a la mujer que se encuentre en una de las fases de maternidad en medio de una circunstancia no adecuada con ese estado, tal como es el trabajo físico, que representa un castigo a la mujer por su traición humana hacia la maternidad, así como un impuesto que ha de pagar para poder entrar en el mundo de los hombres.
La mujer que cree que desempeña trabajos físicos por su propia voluntad ha de saber que, de hecho, no es así porque los realiza debido a la sociedad material y cruel que le ha colocado en circunstancias coercitivas ante las que no tiene otra opción que someterse, pero en la creencia de que lo hace libremente. No es libre en cuanto la afirmación que establece que el hombre y la mujer son iguales en todos los sentidos. Esta frase “en todos los sentidos” es un grave engaño para la mujer, y es la que destruye las circunstancias necesarias y adecuadas que ella debe disfrutar a diferencia del hombre, dada su naturaleza, que le proporciona un papel natural a desempeñar en la vida.
La igualdad entre hombre y mujer en cuanto a cargar con pesos mientras ella está embarazada no deja de ser una injusticia y una crueldad. La igualdad en el ayuno, mientras ella está amamantando, es otra injusticia y otra crueldad. La igualdad en el trabajo sucio supone la deformación de su belleza, una injusticia y una crueldad. Enseñarla un trabajo que se contradice con su naturaleza es también una injusticia y una crueldad.
No hay diferencias entre el hombre y la mujer en todo aquello que es humano. Ninguno de los dos debe casarse en contra de su voluntad. Ninguno de los dos puede divorciarse sin previo juicio o sin previo acuerdo voluntario. La mujer es la dueña de la casa porque la casa representa una de las circunstancias adecuadas y necesarias para la mujer embarazada que da a luz y ejerce su maternidad. La mujer es la dueña del hogar y de esa maternidad que desempeña. Privar a los hijos de su madre o a la mujer de su hogar es tanto como cometer una injusticia.
La mujer es hembra. Y su condición de hembra supone que tiene una función natural y biológica distinta a la del hombre, que es macho. La naturaleza biológica de la hembra hace que la mujer tenga cualidades distintas a las del hombre, en su forma y contenido. La forma de la mujer es distinta a la del hombre por ser hembra. Esto es aplicable a toda hembra, sea humana, sea planta o sea animal. Todas son distintas a los machos de su especie. Se trata de una realidad natural incuestionable. El macho en el reino animal y en el mundo de las plantas suele ser fuerte, rudo. Pero la hembra suele ser, en todas las especies, bella y delicada. Son hechos y verdades inherentes a la creación de los seres vivos, sean humanos, animales o plantas.
En consecuencia, y de acuerdo con las leyes de la naturaleza, el macho ha venido desempeñando el papel del duro, de fuerte y rudo, sin coacción de ninguna clase. Más aún, el macho ha sido creado para la práctica de tales papeles mientras que la hembra siempre ha desempañado el papel de la delicadeza y de la belleza, puesto que para ello fue creada. Tal es la regla natural y tal el juicio justo. Todo aquello que se interponga es contrario a las normas de libertad y constituye una coacción. La no observancia de estos papeles naturales y la negligencia cuando se trata de guardar sus limitaciones equivale a un desprecio de la vida en sí, una desvirtuación de la misma. La naturaleza, que así lo dispuso, ha establecido una armonía entre la condición y la obligación. La supervivencia y el período entre la vida y la muerte son hechos basados en la normativa de la creación natural, no son, por tanto, ni optativos ni obligados.
En el mundo de los animales, de las plantas, y de los hombres debe existir machos y hembras en función de la misma vida en sí. No sólo es necesaria su existencia sino también el ejercicio de sus papeles naturales —para los que fueron creados— y, además, del modo más perfecto posible. De lo contrario se produciría un desequilibrio en la marcha de la vida. Tal es la condición que atraviesan las sociedades ahora en casi todas partes del mundo, como producto de la mezcla entre los papeles del hombre y de la mujer, lo cual es un intento de transformar a la mujer en hombre. Toda tendencia contraria al orden natural de las cosas es contraria a la vida y a la propia supervivencia. Cada cual debe ejercer el papel para el que fue creado, sin renunciar al mismo. Hacerlo, es decir, renunciar a todo o a parte de este papel no debe darse sino en los casos de obligada necesidad.
Por ejemplo, la mujer que se abstiene de quedar embarazada, de casarse, de embellecerse o arreglarse por razones de salud, lo que hace de hecho es renunciar a su papel natural en la vida, pero bajo tal circunstancia coercitiva de salud.
La mujer que se abstiene del embarazo, del matrimonio o de la maternidad por razones de trabajo, lo que hace es renunciar a su papel natural bajo circunstancias igualmente coercitivas. Y la mujer que se abstiene del embarazo, del matrimonio, de la maternidad sin ninguna razón material también renuncia a su papel natural bajo una circunstancia coercitiva, por tratarse, en este caso, de una desviación moral del orden natural de la creación. Así, la renuncia al papel natural correspondiente al varón y a la mujer en la vida no suele efectuarse si no es bajo el peso de una circunstancia antinatural, coercitiva y contraria a la libertad que, por lo tanto, amenaza a la propia supervivencia. Es necesario el estallido de una revolución universal que ponga fin a todas las circunstancias materiales que impiden el desarrollo del papel natural en la vida y que, en cambio, hace que la mujer desempeñe obligaciones correspondientes al hombre para que pueda igualarse a él en sus derechos.
Tal revolución llegará necesariamente, sobre todo en las sociedades industrializadas, como reacción instintiva ante la necesidad de supervivencia e, incluso, sin necesidad de ningún factor que le favorezca, como lo puede ser, por ejemplo, El Libro Verde.
Todas las sociedades consideran a la mujer ahora como un bien de consumo, sin más. En Oriente se la considera objeto de placer, apto para la compra y la venta. Y en Occidente no se la considera mujer como tal.
Impulsar a la mujer para que desempeñe el trabajo del hombre es una agresión injusta contra su condición femenina, que la naturaleza le ha proporcionado para una finalidad necesaria para la vida. El trabajo del hombre desvirtúa los bellos rasgos de la mujer, a quien la naturaleza dotó de cualidades que no corresponden sino a su condición de hembra. Es exactamente como la función de la flor, creada para atraer al polen. De desvirtuarse esta función, su papel de planta tocaría a su fin. Y las plantas son el adorno natural.
Cuando la mujer realiza el trabajo del hombre se ve obligada a renunciar a su papel y a su belleza. A las mujeres les corresponden derechos plenos, sin necesidad de recurrir a su transformación en hombre o de renunciar a su condición de hembra.
La propia construcción física es totalmente distinta entre hombre y mujer, lo que hace que las funciones de las partes de la mujer sean distintas a las del hombre. Ello conduce, a su vez, a una diferencia de funciones para los diversos órganos del hombre y de la mujer, que deriva, consiguientemente, en otra diferencia de temperamento, psicosis, nervios e, incluso, forma de cuerpo. La mujer es tierna, es bella, es de fácil llorar, tiene miedo y normalmente, naturalmente, la mujer es delicada y el hombre rudo.
Ignorar las diferencias naturales entre hombre y mujer, mezclar sus papeles, constituye una tendencia no civilizada contraria a las normas de la naturaleza, destructora de la vida humana y verdadera razón para la existencia de la miseria en la vida social del hombre.
Las sociedades industriales modernas, que han obligado a la mujer a adaptarse a los mismos trabajos de fuerza que los de los hombres en detrimento de su feminidad y de su papel natural en lo que concierne a su belleza, su maternidad y su tranquilidad, no son civilizadas. Estas sociedades son sociedades materialistas. Quererlas imitar es tan absurdo como peligroso para la civilización de la humanidad.
Así, la cuestión no es que la mujer trabaje o deje de trabajar, pues esto sería un planteamiento material despreciable. El trabajo debe ser proporcionado por la sociedad a todos sus miembros capacitados y necesitados, sean hombres o mujeres. Pero para que cada uno trabaje en aquello que más adecuado resulte, sin verse obligado a realizar bajo coacción aquello que no le resulte adecuado.
Que los niños se vean obligados a atravesar circunstancias de trabajo correspondientes a adultos es una injusticia y una dictadura. Que la mujer se vea obligada a atravesar circunstancias de trabajo correspondientes a los hombres es también una injusticia y una dictadura.
La libertad es que cada ser humano adquiera el conocimiento que le resulte adecuado y que le habilite para el desempeño del trabajo que le conviene. La dictadura es que el ser humano adquiera conocimientos que no le convienen y que le conducen al ejercicio de un trabajo que no le es adecuado. El trabajo adecuado al hombre no lo es siempre para la mujer. El saber que conviene al niño no es aquel que resulta adecuado al adulto.
No existen diferencias entre los derechos humanos del hombre y de la mujer; del adulto y del niño. Lo que ciertamente no se da es una igualdad total entre ellos en cuanto a los deberes de cada uno de ellos.
Saludos en Xto.
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