Verdadero asco, pena, dolor y horror es lo que he sentido hoy viendo los abrazos que se daban los infanticidas en el Congreso y escuchando los "argumentos" en defensa de esta atrocidad de "ley". Claro que hay que tener misericordia con algunas (y digo algunas) madres abortadoras, pero no tienen perdón de Dios ni de los hombres los que lo permiten, los que lo legislan y sobretodo los que lo llevan a cabo: esos matarifes carniceros con bata blanca que avergüenzan al gremio médico. Que Dios se apiade de sus almas porque yo no me apiadaría de sus cuerpos. Y lo que ya es de risa -si no fuera tan trágico el asunto- son las elucubraciones grotescas del tal Bono para autoconvencerse de la justicia de esta ley criminal y para convencer a sus votantes de esta ignominia... ¡nada menos que citando a Santo Tomás! ¿Cabe más desvergüenza? En fin, soseguémonos para no cometer una barbaridad que nos pondría a su altura.
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