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Tema: Artículos de temática religiosa de Leopoldo Eulogio Palacios

  1. #1
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    Artículos de temática religiosa de Leopoldo Eulogio Palacios

    LA MISA TRADICIONAL (3ª de ABC, 16/04/1976)

    Uno de los espectáculos que ofrece el mundo religioso contemporáneo es el empeño que tienen algunos laicos en hacer entrar por las puertas de la iglesia las cosas que los clérigos han arrojado por la ventana. Ved lo que pasa con la misa tridentina latina de San Pío V, alma y centro del catolicismo, hoy tirada al desamparo para dar lugar a un nuevo rito en lenguas vernáculas. La defenestración de la misa tradicional ha suscitado un plantel de personas fervientes, en su mayor parte laicos, que piden con vehemencia su restauración. Quizá esto sea una compensación divina al desvío con que han tratado la misa tradicional los hombres que debían custodiarla. ¿Es así como se trata un modo de orar consagrado por una tradición de siglos? Primero han babelizado su lengua, después han deformado su rito. La caída del latín les ha dejado indiferentes. Era la pérdida de la unidad católica en beneficios de las divergencias nacionales, y además arrastraba consigo las maravillas del canto gregoriano y de la polifonía sagrada. ¡Qué importa!

    Antes de que fuera asestado este golpe, preparado desde hace tiempo en la sombra, un presentimiento de infortunio cruzó la frente de la intelectualidad europea, y algunos hombres de letras y algunos artistas, no todos adictos a la Iglesia católica, unieron su voz para pedir a Roma la conservación del latín y del canto gregoriano, que encerraban inestimables valores de nuestra cultura. Ingmar Bergman, Pablo Casals, Giorgio de Chirico, Carl Theodor Dreyer, Julien Green, Gertrud von Lefort, Salvador de Madariaga, Gabriel Marcel, Jacques Maritain, François Mauriac, Luigi dalla Piccola, Salvatore Quasimodo y otros no menos ilustres abogaban por la conservación de «uno de los mayores legados culturales de Occidente».

    Desconocer lo que pedían estas voces fue un crimen de lesa cultura. Pero los reformadores de la liturgia cayeron en un error todavía más grave, perpetraron un desafuero contra la religión. Pues además de su valor cultural y humano las palabras litúrgicas tienen para el católico otra valía superior: la eficacia de impetrar el bien que pedimos de los poderes sobrenaturales del cielo. Aquí ya no se mira la lengua litúrgica a la manera de un lenguaje literario o como la letra de una música excepcional, sino como un conjunto de fórmulas públicas que tienen la virtud de hacer que los cielos nos sean propicios y nos colmen de dádivas sobrenaturales. Por eso hay que proteger esta lengua contra toda posible variación, hay que inmunizarla contra la locura de los tiempos, hay que tenerla por vehículo fijo e inmutable, incluso sacrificando a esta seguridad la facilidad de ser entendida de las muchedumbres. Y también por eso ni para la misa ni para las fórmulas sacramentales (salvo en el matrimonio y en casos excepcionales del bautismo) sirven las lenguas vulgares, que son mudables, están en evolución y son inalcanzables por la autoridad, siquiera sea por la razón meramente cuantitativa de su número. En nuestros días, a fuerza de traducir el latín litúrgico a los idiomas de todas las gentes ya se ha empezado a perder el sentido de la lengua original, y hay sobrado peligro de que las fórmulas religiosas vayan perdiendo insensiblemente su misteriosa eficacia sobrenatural.

    Este escollo era uno de los que más frenaban a la Iglesia para no dar el paso fatal que hoy han dado sus reformadores. En el Concilio de Trento (sesión 22, capítulo 8) se prohíbe que la misa sea celebrada de ordinario en lengua vulgar, es decir, se prohíbe la misma cosa que ahora se hace.

    Mucho después de Trento el Magisterio condenó varias veces por boca de Clemente XI y de Pío VI, la proposición de introducir lenguas vulgares en las preces litúrgicas: proposición que «es falsa, temeraria, perturbadora del orden prescrito para la celebración de los misterios y fácilmente causante de mayores males».

    Nunca como en nuestros días las circunstancias daban tanto la razón a la praxis secular de la Iglesia. Nunca como hoy ha sido tan necesaria una lengua nacionalmente neutra para el comercio espiritual de los hombres. Además, habiendo hoy muchos menos analfabetos que en la edad postridentina, un libro con el texto latino y la traducción era accesible a casi todos los fieles. Hoy se viaja también muchísimo más. Un libro con el texto latino y la traducción en una sola lengua podía servir para recorrer los templos católicos del mundo entero. Ahora nada de esto es posible, ni siquiera en España, donde las misas se dicen en cuatro idiomas: castellano, vascuence, catalán y gallego. Antes de la reforma los católicos peregrinantes se sentían extranjeros en todas partes, menos en el templo; y ahora, sin salir de su patria, se sienten extranjeros hasta en los templos de su propia nación.

    La caída del latín litúrgico, que arrastró consigo el canto gregoriano y la polifonía sagrada, tenía un móvil clandestino: facilitar con la excusa del cambio la imposición del nuevo rito de Pablo VI. A primera vista nada puede decirse contra el nuevo rito considerado en absoluto. Pero comparado con la misa tradicional se ve que es cosa distinta. El canon de la misa original es único; en la nueva ceremonia es cuádruple. Y aun escogiendo de los cuatro cánones el más favorable a la equiparación se notan las diferencias. El resto es labor de tijera sobre la misa originaria, y a la poda se ha unido a veces la intromisión. Fueron cortadas a cercén las más bellas preces del ofertorio y otras que vienen detrás del «Pater nostre» y de la comunión. Y ya al principio se han suprimido también las oraciones introductorias al pie del altar, «al Dios que alegra mi juventud», sin duda porque el altar ha cambiado de signo y ha sido sustituido por otra mesa, a la manera de los oficios protestantes. Ante esta mesa nos muestra sin cesar su rostro, no siempre placentero, el «presidente de la asamblea», que ya no da la cara a Dios, sino al pueblo.

    John Eppstein, en su bello libro titulado «¿Se ha vuelto loca la Iglesia católica?», pone de relieve «la extrema vaguedad de las nuevas rúbricas comparadas con las exactísimas reglas de la misa tridentina, las cuales, de acudo con el sagrado carácter y función del celebrante, dirigían todos sus gestos y ademanes, adaptándolos a la expresión simbólica de la oración, la alabanza, el recogimiento o la adoración». Y recuerda la espléndida elevación de los brazos del sacerdote cuando, a la cabeza de su pueblo, entonaba el «Gloria in excelsis».

    Son innumerables las personas que advierten la superioridad de la misa tradicional sobre el nuevo rito, pero que no se atreven a decirlo por acatamiento al orden vigente. Luego vienen los otros y les motejan de pusilánimes. Quizá el caballo de batalla del actual catolicismo galopa por un círculo vicioso: unos dan a entender que hay que aceptar el nuevo rito porque lo ha promulgado este Papa, y otros contestan que no hay que aceptar este Papa, puesto que ha promulgado el nuevo rito.

    Es claro que los descontentos anteponen su propio juicio al juicio de la autoridad. Pero responden que, a pesar de la infalibilidad pontificia, los Papas sólo tienen derecho a la obediencia cuando transmiten inalterado el depósito de la fe. Además citan la palabra de Cristo relativa a los falsos profetas, «Por sus frutos los conoceréis» (Mt. 7, 16), señalando los males en que paran las reformas posconciliares: liturgia deformada, clima de confusión, catecismos ambiguos, seminarios que se cierran, congregaciones religiosas que languidecen.

    Los descontentos aguantan con tesón estos males que consideran castigo de la Providencia. Su postura no es fácil. Desamparados de la mayor parte del alto clero, pero obedientes al mandato de Dios manifiesto en la tradición sagrada, procuran estar firmes en medio del espiritual cataclismo, apoyados en las escasas columnas de la Iglesia que todavía resisten a los embates del infierno.

    Es una noche horrible. La cólera del cielo se desata y el huracán arrecia, y ya se han derrumbado preciosos techos y columnas vivas. Se dice que hay fuertes muros que aún pueden resistir hasta que asome la aurora, y estos católicos esperan con paciencia el amanecer, aunque tengan que pernoctar entre ruinas.

    Fuente: HEMEROTECA ABC
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  2. #2
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    Re: Artículos de temática religiosa de Leopoldo Eulogio Palacios

    MONSEÑOR LEFEBVRE (3ª de ABC, 29/10/1977)

    La posición que sustenta Marcel Lefebvre podría ser calificada de catolicismo puro, en contraposición a otro catolicismo que acepta ingredientes extraños y que ya no es puro, sino mezclado de liberalismo: se le ha llamado catolicismo liberal. Para el concepto de catolicismo puro me remito al libro clásico de Karl Adam, «La esencia del catolicismo». Para el concepto de catolicismo liberal recuerdo la «Historia del catolicismo liberal», de Emmanuel Barbier, en cinco volúmenes. Lo que suele entenderse por catolicismo liberal es un movimiento que aspira a conciliar la Iglesia y la Revolución (con mayúscula), maridaje que correría a cargo de los que viven dentro de la ciudadela eclesiástica. No todos han mirado este movimiento con simpatía. Sus hombres pretendían dar un sesgo favorable a los principios revolucionarios opuestos al catolicismo, y trabajaban dentro de éste con la aspiración de trazar planes de poder, ganar adeptos entre el clero, captar la voluntad del episcopado y elegir un papa a su gusto, que, convocado un concilio, impusiera a todos los fieles, merced al firme aparato disciplinal de la Iglesia, la nueva concepción religiosa, coronando con la cruz de Cristo el gorro frigio de la Revolución.

    El liberalismo católico del siglo XIX halló en nuestro tiempo fervientes continuadores y paladines, entre cuyas manos se transformó en humanismo católico. Y con el advenimiento de Pablo VI esta tendencia doctrinal, que había sido en más de un punto discutidísima, comenzó a ejercer una influencia avasalladora. El Concilio Vaticano II no se hizo famoso por la exposición y defensa de innumerables verdades tradicionales, sino por el asombro que causaba en las gentes verle admitir ideas que se consideraron siempre enemigas de la tradición católica.

    Terminado el Concilio, el seguimiento de las ideas triunfadoras desconcertó la vida de la Iglesia de Cristo. Eran ideas diferentes de las que habían imperado hasta entonces, sobre todo en lo más característico de la nueva concepción: su manera de mirar al mundo y la modernidad. Desde la Revolución francesa, los grandes pontífices -Pío VI, Gregorio XVI, Pío IX, León XIII, San Pío X, Pío XII- habían enseñado sobre el mundo moderno todo lo contrario de lo que se enseñaba ahora. Pero no por eso variaba el tono autoritario de las enseñanzas, ni se evitaba desazonar a sacerdotes y fieles, como se vio en la imposición despótica de las reformas litúrgicas. No es maravilla que el descontento cundiera por doquier y que surgieran movimientos de resistencia católica. Uno de ellos -no el único- es el representado por el obispo Lefebvre, fundador del Seminario Internacional de Ecône (Suiza) y de la Hermandad Sacerdotal San Pío X.

    Hay personas que no pueden vivir más que apoyadas moralmente por un jefe espiritual: si son católicas, este jefe es el Papa. Pero cabe la posibilidad, ya estudiada por los teólogos, de que este jefe pierda la confianza de sus fieles, por no defenderles de los enemigos de la Iglesia o por favorecer dentro de ella a un partido unilateral. ¿Qué hará entonces el católico ajeno a dicho partido? No le queda otra posición más digna que la de Lefebvre, el cual se siente en perfecta comunión con el Papa, pero solamente cuando el Papa sigue en unión con sus predecesores y transmite el depósito de la fe. También acepta Lefebvre las novedades íntimamente conformes a la tradición y a la fe, pero no se siente vinculado por la obediencia a novedades que van en contra de la tradición y que amenazan la fe. En lo que toca al Concilio, cuando le preguntan si no es un concilio como los demás, responde: «Por su ecumenicidad y su convocatoria, sí; por su objeto, y esto es lo esencial, no. Un concilio que no es dogmático puede no ser infalible; no lo es más que en la medida en que repite verdades dogmáticas tradicionales.»

    Lefebvre advierte que los tres principios de la Revolución: Libertad, Igualdad, Fraternidad han tenido reciente entrada en al Iglesia. La libertad, con la suplantación de la tolerancia por la libertad religiosa, que otorga los mismos derechos a la verdad y al error. La igualdad, con la práctica de la colegialidad, que debilita la autoridad del obispo en cada diócesis y la del Romano Pontífice en toda la Iglesia, subordinando derechos de origen divino a la decisión de asambleas puramente humanas, reunidas para discutir y votar, y en las que triunfa la autoridad del número. La Fraternidad, con la idea del ecumenismo, que para agradar a los «hermanos separados» ha elaborado reformas litúrgicas de marcado sabor protestante, que no han unido a los cristianos y han desunido a los católicos. Con ninguna de éstas tres cosas transige monseñor Lefebvre, porque al parecer la Iglesia conciliar no ha hecho un uso acertado ni de la libertad, ni de la igualdad, ni de la fraternidad. Y donde se trasluce mejor esta intransigencia es en la celebración de la misa. Rechaza las variaciones introducidas en la ceremonia por el nuevo rito de Pablo VI, y celebra castizamente, de cara a Dios y en latín, según el rito inmemorial que San Pío V legalizó para siempre.

    Es explicable que los prelados que simpatizan con las «ideas modernas», como las llamaba Nietzsche, obedezcan a las nuevas orientaciones posconciliares: es su inclinación y su gusto. Pero que también hagan lo mismo los prelados conservadores ya no es tan fácil de explicar. En religión, la obediencia a la autoridad puede convertirse en «obediencia indiscreta» cuando pone en peligro la supervivencia de la fe divina tradicional de los fieles. Ahora bien, esta fe católica tradicional está hoy muy debilitada por la atmósfera enervante del nuevo clima vaticano, que se refleja en la catequesis, en los seminarios, en la liturgia de la misa y de los sacramentos, en la noción del sacerdocio y hasta en la constitución de la Iglesia. Por eso se han vuelto tantos ojos hacia monseñor Lefebvre, el fundador del Seminario Internacional de Ecône, que da respuesta a un gravísimo problema. «Porque el problema de Ecône -afirmaba una vez Lefebvre- es el problema de millares y millones de conciencias cristianas destrozadas, divididas, trastornadas por este dilema martirizante: u obedecer arriesgándose a perder la fe, o desobedecer y conservar la fe; u obedecer y colaborar a la destrucción de la Iglesia, o desobedecer y trabajar por la preservación de la Iglesia; o aceptar la Iglesia reformada y liberal o mantener su pertenencia a la Iglesia católica.» Por eso, cuando el 29 de agosto de 1976 monseñor Lefebvre, dando testimonio de una fortaleza singular que después le ha asistido siempre, celebró contra viento y marea la histórica misa de Lille, se ensanchó el corazón de millares de católicos, que encontraban por fin un pastor que entendía sus problemas espirituales.

    Este gran galo que es monseñor Lefebvre, hijo de Francia, la primogénita de la Iglesia, es un «gallus» en el sentido cabal del término, que en latín significa, a la par, galo y gallo. Le vemos como un gallo valeroso al que han querido dar en la cresta; y le oímos hablar de la separación de la luz y las tinieblas que hoy se entremezclan en el catolicismo posconciliar como oímos al gallo cuando canta limpiamente esa disociación de la luz y las tinieblas que es el amanecer.


    Fuente: HEMEROTECA ABC
    Hyeronimus, juan vergara y Xaxi dieron el Víctor.

  3. #3
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    Re: Artículos de temática religiosa de Leopoldo Eulogio Palacios

    ¿Quién es Leopoldo Eulogio Palacios?

  4. #4
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    Re: Artículos de temática religiosa de Leopoldo Eulogio Palacios

    Es (era) un filósofo madrileño. La verdad es que sé poco sobre él, pero he de reconocer que lo poco que he leído de su obra (trabajos y artículos acerca de la prudencia política y acerca de Louis de Bonald) está bastante bien. Parece ser que fue uno de los pocos filósofos que se atrevió a contestar a las insensateces del "humanismo integral" que empezó a predicar Maritain cuando se volvió loco en su segunda etapa intelectual.

    Hace pocos años la revista VERBO publicó unos artículos suyos con motivo del XXX aniversario de su fallecimiento.

    Aquí le dejo la necrológica que D. Antonio Millán-Puelles escribió en ABC.

    También le dejo la que escribió Álvaro D´Ors.


    LEOPOLDO-EULOGIO PALACIOS

    (1912-1981)

    ALVARO D'ORS


    El 22 de noviembre de 1981 ha muerto uno de los pensadores españoles más destacados de nuestra generación: Leopoldo-Eulogio Palacios Rodríguez. Nos unía una vieja amistad de juventud, que, a pesar de la prolongada distancia geográfica en que discurrieron después nuestras vidas, pudo mantenerse, y consolidarse por una profunda afinidad en la ideas. Este es el motivo de que la Dirección de esta Revista, al punto de ir a aparecer este número, me haya pedido improvisar esta rápida noticia, en espera de que en un número futuro pueda alguien hacer una reseña más cumplida de lo que ha significado para la historia de nuestro pensamiento filosófico la obra de este universitario y académico (de la Academia de Ciencias Morales y Políticas).

    Palacios nació en Madrid el 31 de enero de 1912. Cursamos estudios de Bachillerato en el Instituto-Escuela, y de allí procede nuestra amistad; coincidimos después en la Facultad de Filosofía y Letras —en la época del Decano García Morente—-, aunque él cursaba Filosofía y yo Filología Clásica; a la misma Facultad vino a estudiar Carmen García Parra, antigua compañera también del mismo Instituto y persona excepcionalmente dotada de todas las virtudes, en la que él encontró la esposa ideal, que supo hacer posible, amable y fecunda su existencia intelectual por excelencia.

    El temperamento meditabundo de Palacios se había manifestado ya desde su juventud, así como dio él también pronto pruebas de su talento literario, y de una gran sensibilidad poética. En 1944 ganó la cátedra de Lógica de la entonces Universidad Central, y esto le permitió permanecer para siempre en Madrid, en tanto yo había emprendido ya un rumbo provincial. Su primer libro, sobre La Prudencia Política (1945), es una joya literaria, a la vez que un estudio profundo y clásico; aclara allí Palacios, con singular clarividencia, cómo la Política, en su más esencial sentido, es ante todo una manifestación de la virtud cardinal de la Prudencia, y a esa lección suya debo yo el haber incluido la Ciencia Política, junto a la Jurisprudencia, en el grupo de las ciencias humanísticas «prudenciales», presididas por la Etica. Poco después, aparece otro libro suyo sobre El mito de la Nueva Cristiandad (1951), en el que, siguiendo la línea de DE KONICK, hace una severa pero acertada crítica del «Humanismo cristiano» de MARITAIN, una obra, aquella suya, que también tuvo en mí una poderosa influencia. La orientación general de su enseñanza universitaria puede encontrarse principalmente en su libro titulado Filosofía del Saber (1962).

    Palacios supo acomodar también su magisterio al nivel de los que van a iniciarse en el estudio universitario, como puede verse en su colaboración —Sobre la Persona humana: tema XVIII, páginas 477-499— en el libro colectivo La Filosofía en el B.U.P. (1977). Pese a la aparente modestia de esta publicación escolar, esas páginas de Palacios son, en mi opinión, cuanto mejor se ha escrito sobre el concepto de persona; se encontrará allí un criterio muy claro y fundado para detectar el equívoco de los llamados «derechos humanos», que si se pretende atribuir a la naturaleza y no a la persona, no pueden entenderse como realmente «derechos»; en efecto, lo que con «derechos humanos» se quiere realmente formular son los deberes naturales de las personas. Esta posición de Palacios es congruente con aquella su primera crítica del individualismo personalista de MARITAIN, y con un pensamiento católico tradicional que ha tenido varias ocasiones de brillar en sus escritos.

    El día que se haga un análisis justo de las corrientes de pensamiento de la España de la segunda mitad del siglo XX, no podrá menos de destacarse el papel singular y principal que correspondió a Leopoldo-Eulogio Palacios. Ha dejado en el mundo intelectual español un hueco difícil de suplir.

  5. #5
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    Re: Artículos de temática religiosa de Leopoldo Eulogio Palacios

    MARITAIN (3ª de ABC, 26 de Mayo de 1974)

    Por Leopoldo Eulogio Palacios



    En el último conflicto mundial, Jacques Maritain, el gran pensador desaparecido, no pronunció palabras de paz sobre los contendientes ni les invitó jamás a la concordia. El pacífico filósofo tomó partido por la guerra, y hasta hizo equilibrios dialécticos para demostrar que la política de alianza con Rusia no adolecía de maquiavelismo. El buen éxito coronó sus arengas, y pronto comenzaron a ir de vencida los ejércitos germánicos y pronto la victoria de los aliados puso al filósofo en términos de tener que aceptar del Gobierno francés una casaca de embajador cerca de la Santa Sede, a hurto de toda abstracta filosofía.

    Años antes no fueron así las cosas. Frente a la guerra española del 36 el filósofo tomó postura pacifista y además no tuvo próspero suceso. Enemistóse con varios escritores de nuestra patria, tuvo que contradecir públicamente al episcopado español, se querelló con el poeta Claudel, con el teólogo Garrigou-Lagrange, con buen número de jóvenes que le seguían en Francia, en Argentina y en el mundo entero. La victoria de los nacionales abatió su figura en España y por aquellos años Maritain fue en lo político un dios muerto. Yo, que antes de nuestra guerra había dado a conocer desde las páginas de “Cruz y Raya” la primera exposición del humanismo teocéntrico, hecha por este autor en sus “Problemas espirituales y temporales de una nueva cristiandad”, intenté una nueva salida en favor del preterido pensador y la publiqué como prólogo a una traducción de “Tres reformadores”. En torno a ese prólogo hubo censuras y aplausos, y estas circunstancias contribuyeron a que me pusiera a estudiar con más ahínco una cuestión que se anunciaba apasionante.

    Fruto de estos estudios fue un librillo mío titulado “El mito de la nueva cristiandad”, del que se tiraron tres nutridas ediciones por los años cincuenta. En esta obra intenté demostrar, con argumentos que el tiempo ha confirmado, que el humanismo geocéntrico de Maritain es una síntesis de lo profano y lo cristiano superpuestos artificialmente, mixtura que no resulta aceptable como ideal posible de civilización. No se puede enarbolar como enseñanza de progreso la secularización de la vida y la autonomía del hombre, nacida del humanismo moderno, y conservar al mismo tiempo la primacía de lo espiritual y la sujeción cristiana a la vocación de Dios.

    Con todo esto, a la muerte de Pío XII la estrella del humanismo teocéntrico emprendió una espectacular ascensión hacia los tejados del Vaticano y, entrando por una claraboya, vino a clavarse en el pecho de su patrón más encumbrado. A su atrayente resplandor acudieron de todo el mundo más de dos mil optimates, convocados allí con la curiosa consigna de modernizar la Iglesia. Arrebatado poco después el capitán por la común resaca de la muerte, le sucedió en el mando otro piloto, ya abiertamente maritainiano, cuyo ascendiente sobre la mayoría conciliar hizo triunfar una tras otra las tesis del filósofo. Y hoy me invade el estupor cuando veo que unas tesis fragilísimas sobres las relaciones del Estado y la Iglesia o de la política y la religión, sacadas de libros como “Humanismo integral”, “Los derechos del hombre” y “Cristianismo y democracia”, tesis que ya andaban maltrechas por mis papeles con mucha anterioridad al Concilio, son ahora poco menos que atribuidas al Espíritu Santo y presentadas por próceres insignes como verdades caídas del cielo.

    Entiéndaseme bien: la doctrina maritainiana es fragilísima desde el punto de vista católico, no desde el punto de vista liberal. Y ambos puntos de vista llevan a posiciones que no se pueden casar: sólo se pueden liar entre sí por un compromiso inestable, y ese compromiso es el lío posconciliar.

    Los teólogos católicos habían conseguido, tras una labor de siglos, plasmar las relaciones entre el poder civil y el poder eclesiásticos en una doctrina bastante sólida, difícil y exigente. Maritain consiguió en pocos años urdir una teoría brillantísima, pero muy diferente de la anterior. La postura tradicional se basa en los derechos de Dios al culto de la religión verdadera, que es única. La postura de Maritain se basa en los derechos del hombre a elegir la religión más conforme con la dignidad de la persona humana. Ambas doctrinas se mueven en perspectivas diferentes: son, en cierto modo, antagónicas, y ni los mismos padres conciliares las han podido conciliar.

    Hoy vemos que, gracias al apoyo oficial, una doctrina que no fue en su origen más que un brillante ensayo político-religioso ha logrado desbancar la labor de muchos siglos de teología. Tuvo el apoyo poderoso y constante que le faltó a Platón cuando quiso reformar el Estado siciliano con las normas emanadas de sus libros sobre la “república”. El ideal de la nueva cristiandad ha sido puesto en ejecución por Pablo VI, gobernante amigo que estaba en el pináculo de la más dilatada comunidad espiritual de Occidente. Dios ha permitido que se hiciera esta experiencia, que ha resultado ¡ay!, triste experiencia. El fracaso está a la vista. Más de 20.000 sacerdotes han abandonado su ministerio. Otros van disfrazados de seglares. La tradicional misa latina ha sido babelizada y sometida después a podas e injertos de estilo protestante. Se cierran, faltos de alumnos, los seminarios. Yace descaecida la flor del ascetismo cristiano, decrece el sentido escatológico de la vida y muchas veces parece que la Iglesia no tiene ya más misión que la de ponerse arreglar este mundo. Cosa nada extraña, pues la novedad del catolicismo posconciliar consiste en su voluntad de incorporar a la religión geocéntrica el caudal del humanismo secularizador adquirido por el hombre moderno, y esta incorporación pone tierra en las alas de la paloma divina.

    Y como suele suceder en estas cosas, el maestro es excedido siempre por sus epígonos indiscretos. Maritain denunció no pocas desviaciones en el camino de la verdad, que nada tenían que ver con su obra. Además, en unión de otros sabios, hombres de letras y artistas, entre los que figuraba Salvador de Madariaga, pidió que se conservase la misa tradicional, el canto gregoriano y la polifonía sagrada, que sólo pueden ejecutarse en latín. Pero, aunque coincidían aquella vez los intereses de la tradición religiosa y los del arte, no fueron escuchados ni Maritain ni sus compañeros, que representaban la opinión de una gran parte de la cristiandad, y la deformación de la misa fue impuesta sin miramientos a todo el orbe, con una celeridad verdaderamente americana y con un despotismo verdaderamente asiático.

    Ha muerto Maritain y es de esperar que muera también lo que parece más vivo de su obra, porque los errores históricos de la Iglesia denunciados por él certeramente, no se borran haciendo otros mayores. Paradójicamente, perdurará lo que hoy parece menos al uso: todos sus libros de metafísica y de lógica, gran parte de su labor sobre el Doctor Angélico y ese magno ardimiento de su espíritu, por el que las entrañas de la filosofía escolástica han renacido de sus cenizas, en prodigiosa emulación del ave fénix.


    Fuente: HEMEROTECA ABC
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  6. #6
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    Re: Artículos de temática religiosa de Leopoldo Eulogio Palacios

    Leopoldo Eulogio Palacios fue uno de los primeros filósofos que supo ver los graves errores de Maritain, posteriormente lamentablemente aceptados por el V-II, y mas tarde por su disimulo Paulo VI, y sus continuadores.
    En la guerra civil Española se jugo por los "republicanos".
    Con la victoria de los tres puntos, bolcheviques y demás yerbas, en la II-G, delato a los Franceses de Petain y Vichy, y se acomodo con el engendro nefasto del mejunje socialdemócrata, judeocristiano, democratacristiano,etc.
    Desgraciadamente -hoy día- las cosas han empeorado sustancialmente.
    Palacios lo supo ver de lejos y dejo constancia de las consecuencias nefastas que traerían las actitudes y los escritos de Maritain.

  7. #7
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    Re: Artículos de temática religiosa de Leopoldo Eulogio Palacios

    En el texto sobre Maritain hay dos erratas:

    - En el párrafo tercero donde dice "humanismo geocéntrico", debe decir "humanismo teocéntrico".

    - En el párrafo séptimo donde dice "religión geocéntrica", debe decir "religión teocéntrica".

  8. #8
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    Re: Artículos de temática religiosa de Leopoldo Eulogio Palacios

    Fuente: ABC, 2 de Noviembre de 1977, página 19.


    Críticas al Papa

    El equipo de formación de Antiguas Alumnas del Sagrado Corazón nos envía una carta de la que recogemos a continuación los párrafos fundamentales:


    Como equipo de formación de una asociación de la Iglesia con explícita adhesión a su jerarquía, nos sentimos en el deber de hacer público nuestro desacuerdo con el artículo del señor Palacios titulado «Monseñor Lefebvre».

    Todos los argumentos del señor Palacios en pro de lo que denomina «catolicismo puro» convergen en la crítica al Papa. Así, llega a afirmar que «cabe la posibilidad, ya estudiada por los teólogos, de que este jefe pierda la confianza de sus fieles», y enumera los motivos de esa pérdida. Es significativo que la frase en cuestión sea lugar común de los que, desde las antípodas del señor Palacios, propugnan una Iglesia-Pueblo de Dios democrática y sin jerarquía que –según ellos– es la carcasa de que habría que desprenderla para recuperar su eficacia en el desarrollo de las comunidades populares.

    Lefebvre se declara en perfecta comunión con el Pontífice, «pero solamente cuando el Papa sigue en unión con sus predecesores y transmite el depósito de la fe»: con lo que resulta que monseñor Lefebvre –cuya persona nos merece absoluto respeto– se convierte en última instancia para decidir qué sea «el depósito de la fe».

    El Vaticano II, fiel en su contenido al Vaticano I, proclamó la absoluta primacía del Romano Pontífice no sólo sobre los fieles –tan miembros, por otra parte, de la Iglesia como el propio Papa–, sino incluso sobre el colegio o cuerpo de los obispos: «El Señor estableció solamente a Simón como roca y portador de las llaves de la Iglesia y le constituyó pastor de toda su grey». (Lumen Gentium, 22).

    Critiquen, en hora buena, desde un extremo los posibles excesos que en la aplicación del Concilio se hayan cometido, y desde otro las posibles insuficiencias. Pero admitamos todos, como núcleo de unidad, el contenido del Concilio Vaticano II y la palabra del representante de Cristo; al cual, por otra parte, nos sentimos vinculados no por la necesidad «del apoyo moral de un jefe» como afirma el señor Palacios, sino por libre asunción del dogma fundamental y primordial del cristianismo: reconocimiento como valor absoluto de la presencia de Dios en Jesús Nazareth.

  9. #9
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    Re: Artículos de temática religiosa de Leopoldo Eulogio Palacios

    Fuente: ABC, 13 de Noviembre de 1977, página 19.


    Monseñor Lefèbvre


    Sr. director:

    En la primera página editorial del diario de su dirección apareció un artículo firmado por el señor Eulogio Palacios, titulado «Monseñor Lefèbvre».

    Ha sido proverbial en ese diario el dar cabida a una amplia variedad de opiniones, sin que por ello el periódico se sintiera necesariamente de acuerdo con ellas. Pero esta libertad de expresión se ha movido siempre dentro de ciertos límites, como son la fidelidad a la institución monárquica y a la Iglesia Católica. Por eso llena de asombro el leer el mencionado artículo, tan contrario a la Iglesia, en cuanto que es una pura crítica al Papa Pablo VI y un justificar a un cardenal que, aunque guiado quizá por un amor a la clásica liturgia de la Iglesia, ha incurrido –¡que Dios le perdone!– en una manifiesta desobediencia al Romano Pontífice, sucesor de San Pedro, o sea, que quiere ser más papista que el Papa.

    ¿De dónde saca el señor Eulogio Palacios que no es posible mantenerse fieles a la fe y obedientes al Papa Pablo VI? Por millones se contarán los fieles, cardenales, obispos, sacerdotes y seglares –entre los cuales me cuento– fieles a la fe y obedientes al Papa.



    Antonio GUADILLA

  10. #10
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    Re: Artículos de temática religiosa de Leopoldo Eulogio Palacios

    Fuente: ABC, 29 de Noviembre de 1977, página 3.



    MONSEÑOR LEFEBVRE



    La posición frente al Papa y al Concilio tomada por monseñor Lefèbvre sería ya cismática «de jure» en otro momento de la Iglesia. Ahora ya lo es «de facto».

    De esto no se puede dudar, como tampoco de la buena fe y de la rectitud moral de monseñor, al llevar las cosas a la situación límite a que las ha llevado.

    Lo que más sorprende es la pobreza intelectual de los argumentos que emplea para justificar su actitud de enfrentamiento. Porque si se ha dicho «que es bueno –para la Iglesia– que haya herejes», también lo será que haya cismáticos. La herejía y el cisma, recusables en sí mismos, obligan a la Iglesia a su propia depuración y verificación en el sentido original de esta palabra, de hacerse más y más verdadera. Pero para ello hacen falta herejes y cismáticos de talla.

    La gran crisis en que está inmersa la civilización y la sociedad occidentales está gravitando sobre las conciencias y la fe de los cristianos, de todos los cristianos, desde el alto y bajo clero al más humilde y pequeño de los creyentes. Y, a su vez, la crisis de la Iglesia repercute, contagiándola, sobre la sociedad civil. La Iglesia y la sociedad civil son vasos comunicantes.

    Es indudable que ha habido y que hay en el posconcilio excesos y extralimitaciones en la liturgia, en ciertas formas de la nueva pastoral, en la politización del Evangelio, en ciertas desviaciones teológicas que pueden lindar con la herejía, sobre la Resurrección, sobre la virginidad de María, sobre la divinidad de Jesucristo. Todo esto lo resume monseñor Lefèbvre en la acusación: la Iglesia conciliar y posconciliar, habiéndose convertido al mundo, ¿cómo podrá convertirle a la fe?

    Un concilio, todo concilio, siempre es un trauma para la fe. El más superficial conocimiento de la historia de la Iglesia lo confirma. En el Vaticano I, interrumpido abruptamente por el asedio y toma de Roma por los garibaldinos –un concilio archiconservador–, hubo setenta prelados que abandonaron Roma la víspera del voto final para no tener que decir «non placet».

    Y cuando a la vuelta del Vaticano I el arzobispo de Múnich reunió a los profesores de la Facultad de Teología y les invitó a trabajar por la Iglesia, uno de ellos, Doellinger, replicó secamente: «Sí, por la antigua Iglesia». «No hay más que una Iglesia –replicó el arzobispo–, no hay una antigua y otra nueva». Pero ese mismo Doellinger no quería una Iglesia cismática, y en la primera reunión de los «viejos católicos», en Múnich (22-24 septiembre 1871), declaró: «He gastado mi vida en estudiar la historia de las sectas y separaciones de la Iglesia y siempre he visto que acaban mal. Al aceptar esa proposición (la de fundar parroquias) renunciamos a la idea de la reforma desde dentro de la Iglesia; permitidme, señores, que eleve mi voz para mostraros el peligro».

    La acusación de monseñor Lefèbvre es la de todos los que estérilmente –pero no sin gran daño para la Iglesia– se han enfrentado con ella. Ellos, los de Lefèbvre, son también de la «antigua Iglesia», como lo fueron los fariseos de la «antigua ley», de la ley de Moisés contra la ley nueva de Cristo. No podían admitir que Cristo diera un mandamiento «nuevo», un Nuevo Testamento, y Pedro mismo, fundamento de la Iglesia, sufrió por ello y temblaron las raíces de su judaísmo.

    Lo que dice monseñor Lefèbvre es, textualmente, lo siguiente: «Nos adherimos de todo corazón, con toda el alma, a la Roma católica, guardiana de la fe católica y de las tradiciones necesarias para el mantenimiento de esta fe; a la Roma eterna, maestra de sabiduría y de verdad. Nos negamos, por el contrario, y nos hemos negado siempre a seguir a la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante que se ha manifestado claramente en el Concilio Vaticano II y en todas las reformas nacidas de él. Esta reforma ha nacido del liberalismo, del modernismo, y está totalmente emponzoñada».

    Que la reforma del Concilio ha nacido del liberalismo y del modernismo quiere decir para monseñor Lefèbvre que esa reforma ha aceptado los principios de la Revolución francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Pero estos tres principios pertenecen al sentido moral originario de la Humanidad. Que el hombre debe ser libre, justo y amable es anterior, no ya a la Revolución francesa, sino al cristianismo y a la ley de Moisés. Son aspiraciones, anhelos que, junto a las perversiones contrarias que por desgracia prevalecen, están en el corazón de todo hombre en cuanto ser humano; la Revolución francesa no ha hecho más que apropiárselos y politizarlos, desvirtuándolos.

    El cristianismo no ha hecho otra cosa más que salvar, restaurar la naturaleza humana caída. Como se ha escrito, la gracia no destruye la naturaleza. San Agustín cristianizó a Platón y al neoplatonismo, y Santo Tomás a Aristóteles. Platón y Aristóteles, dos paganos. De ello no se deduce ni se puede deducir que paganizaron el cristianismo, helenizándolo, sino antes al contrario.

    ¿Es un cismático monseñor Lefèbvre? «Sabed que si algún obispo rompe con Roma no seré yo». Pero, claro, se refiere a la «Roma eterna», no a la Roma del Vaticano II y del misal de Pablo VI. Para monseñor Lefèbvre, la Roma eterna la constituyen él mismo y el grupo de sus seguidores centralizado en Ecône. En cambio serían cismáticos los setecientos millones de católicos que reciben la Eucaristía; cuatrocientos mil sacerdotes y dos mil quinientos cincuenta obispos, en unión con el sucesor de Pedro. Pero esto es lo que viene a decir monseñor Lefèbvre: «No soy yo quien ha originado el cisma; es la Iglesia de Roma, la Iglesia del Concilio, la que se ha separado de Cristo». Y también: «nosotros no estamos en cisma, somos los continuadores de la Iglesia católica; son los que hacen las reformas quienes están en cisma».

    Hay dos formas clásicas de llegar al cisma: «alzar altar contra altar», «negarse a actuar como parte de un todo». San Cipriano, el obispo mártir, escribía en 221 para prevenir un riesgo de cisma: «Hay que apartarse de quien está separado de la Iglesia y evitarlo: es un perverso, un pecador que se condena a sí mismo. ¿Creerá que permanece unido a Cristo cuando actúa contra los sacerdotes de Cristo, cuando rompe con el clero y su pueblo?».

    El «escándalo» que ahora denuncia monseñor Lefèbvre por la reforma del Concilio es el mismo que hubo antes que él, cuando se cambió el ayuno eucarístico, cuando se establecieron las misas vespertinas y cuando Pío XII cambió la celebración de la Vigilia Pascual. También entonces hubo católicos que se negaron a recibir estos cambios diciendo que ellos no lo hacían, porque si el Papa quería condenarse, que se condenase él.

    Otro argumento de monseñor Lefèbvre contra la inalterabilidad del misal de San Pío V es que dicho Papa prohibió cambiar o añadir nada a su misal. Pero ésta es una mera forma de cancillería del tipo de «para eterna memoria». El breve de Clemente XIV Dóminus ad Redemptor, del 21 de julio de 1773, que suprimía la Compañía de Jesús, quería que esta medida durara «perpetuo», para siempre. Pío VI restableció la Compañía por la bula Sollicitudo ómnium, del 7 de agosto de 1814, «sin que obstara el breve de Clemente XIV, de feliz memoria». El poder papal es igual en todos los Pontífices que se suceden a la cabeza de la Iglesia militante.

    «Mi nombre es Pedro», dijo Pablo VI a los protestantes. Atacar al Papa es socavar el fundamento de la Iglesia católica.



    Antonio GARRIGUES

  11. #11
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    Re: Artículos de temática religiosa de Leopoldo Eulogio Palacios

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 11 de Diciembre de 1977, página 3.



    Una polémica en torno a Mons. Lefebvre


    UNA CARTA DE JULIO GARRIDO


    Hace algunos días publicamos en este diario un artículo de don Leopoldo Eulogio Palacios en el que este ilustre académico enjuiciaba con claridad y valentía la posición del arzobispo Marcel Lefebvre frente a las reformas de la Iglesia posconciliar. Este artículo apareció inicialmente en el diario madrileño “ABC”, y su publicación ha sido origen de ciertas reacciones desfavorables por parte de algunos lectores y lectoras que han manifestado disgusto y nerviosismo en sendas cartas que han sido publicadas en la sección dedicada a comentarios de los lectores del citado diario madrileño. El citado artículo lo publicó también EL PENSAMIENTO NAVARRO.

    Nuestro colaborador el académico don Julio Garrido nos ha remitido copia de una carta que ha enviado al director del diario “ABC”, en la que analiza muy acertadamente el significado de las reacciones contrarias al artículo de don Leopoldo E. Palacios. Con la autorización del autor reproducimos a continuación esta carta.


    Sr. don Guillermo Luca de Tena
    Director de “ABC”
    Madrid.

    Muy señor mío:

    En la sección de “cartas y comentarios” del diario de su digna dirección han aparecido estos días dos comunicaciones en la que ciertos lectores manifiestan disgusto por la publicación del artículo de don Leopoldo E. Palacios sobre el arzobispo Marcel Lefebvre. Usted me permitirá que continuando los comentarios al artículo en cuestión, me permita no sólo felicitar al diario “ABC” por su ecuanimidad permitiendo la publicación de opiniones diversas, sino salir en defensa del artículo que ha dado lugar a variados comentarios entre sus lectores.

    Las afirmaciones de don Leopoldo E. Palacios no son como dice uno de sus detractores, el señor A. Guadilla (?), “una pura crítica al Papa Pablo VI” sino un análisis objetivo de la situación paradójica que atraviesa ahora la Iglesia católica como consecuencia de los cambios y reformas introducidas después del Concilio Vaticano II. En realidad se trata de un cambio de orientación que ha lanzado a la Iglesia por caminos muy parecidos a los condenados por Pío IX en el “Syllabus” y por San Pío X en la encíclica “Pascendi”. Es evidente, como dice muy acertadamente don Leopoldo, que existen dos visiones muy diferentes del catolicismo: la tradicional, que llama “catolicismo puro” y otra la del catolicismo liberal.

    Si se considera que abogar en pro del catolicismo puro, aplaudir a los que lo defienden y atacar el catolicismo liberal es “una pura crítica al Papa Pablo VI”, en realidad lo que se hace es decir que el actual pontificado sigue el camino del catolicismo liberal opuesto a toda la tradición de la Iglesia y repetidamente condenado… “Quien se pica, ajos come”, decimos en Castilla.

    El señor Guadilla en su crítica al artículo de L. E. Palacios dice también que monseñor Lefebvre resulta más papista que el Papa, afirmación que resulta por lo menos paradójica ya que lo que hace este arzobispo es enunciar claramente “los límites” de las atribuciones del Sumo Pontífice cuya función es ante todo conservar, defender y propagar la Fe que recibió de sus antecesores. Cuando actúa fuera de estos límites específicos debe de ser considerado como un doctor privado o como el jefe de un Estado extranjero. No se nos pueden imponer con carácter obligatorio “todas” las opiniones de un soberano que, como todos los soberanos, tiene limitadas sus atribuciones por la Ley de Dios y por la especificidad de sus funciones.

    Hay que reconocer que en el estado actual de la Iglesia resulta a veces difícil mantenerse fieles a la Fe y al mismo tiempo obedecer todas las directrices del Vaticano. Sobre todo si se quiere mantener una posición coherente y cuando la Fe que se quiere conservar es la fe católica pura exenta de contaminaciones modernistas o liberales. Son numerosos los obispos, los sacerdotes y los fieles que así lo comprenden y que sufren en silencio. En el fondo el número de simpatizantes y seguidores de monseñor Lefèbvre es mucho más elevado de lo que se puede suponer. Así lo ha revelado una encuesta realizada en Francia y que arrojó una mayoría en favor del arzobispo Lefèbvre; así lo ha podido apreciar el que suscribe en varios países de Hispanoamérica cuando escuchó a este arzobispo este verano en una parte de su periplo americano.

    Le ruego, señor Director, se digne publicar esta carta en la sección correspondiente, por lo cual le estaré muy agradecido.


    JULIO GARRIDO

    De la Real Academia de Ciencias
    DOBLE AGUILA dio el Víctor.

  12. #12
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    Re: Artículos de temática religiosa de Leopoldo Eulogio Palacios

    Fuente: ABC, 29 de Noviembre de 1977, página 3.

    MONSEÑOR LEFEBVRE

    La posición frente al Papa y al Concilio tomada por monseñor Lefèbvre sería ya cismática «de jure» en otro momento de la Iglesia. Ahora ya lo es «de facto».

    De esto no se puede dudar, como tampoco de la buena fe y de la rectitud moral de monseñor, al llevar las cosas a la situación límite a que las ha llevado.

    Lo que más sorprende es la pobreza intelectual de los argumentos que emplea para justificar su actitud de enfrentamiento. Porque si se ha dicho «que es bueno –para la Iglesia– que haya herejes», también lo será que haya cismáticos. La herejía y el cisma, recusables en sí mismos, obligan a la Iglesia a su propia depuración y verificación en el sentido original de esta palabra, de hacerse más y más verdadera. Pero para ello hacen falta herejes y cismáticos de talla.

    La gran crisis en que está inmersa la civilización y la sociedad occidentales está gravitando sobre las conciencias y la fe de los cristianos, de todos los cristianos, desde el alto y bajo clero al más humilde y pequeño de los creyentes. Y, a su vez, la crisis de la Iglesia repercute, contagiándola, sobre la sociedad civil. La Iglesia y la sociedad civil son vasos comunicantes.

    Es indudable que ha habido y que hay en el posconcilio excesos y extralimitaciones en la liturgia, en ciertas formas de la nueva pastoral, en la politización del Evangelio, en ciertas desviaciones teológicas que pueden lindar con la herejía, sobre la Resurrección, sobre la virginidad de María, sobre la divinidad de Jesucristo. Todo esto lo resume monseñor Lefèbvre en la acusación: la Iglesia conciliar y posconciliar, habiéndose convertido al mundo, ¿cómo podrá convertirle a la fe?

    Un concilio, todo concilio, siempre es un trauma para la fe. El más superficial conocimiento de la historia de la Iglesia lo confirma. En el Vaticano I, interrumpido abruptamente por el asedio y toma de Roma por los garibaldinos –un concilio archiconservador–, hubo setenta prelados que abandonaron Roma la víspera del voto final para no tener que decir «non placet».

    Y cuando a la vuelta del Vaticano I el arzobispo de Múnich reunió a los profesores de la Facultad de Teología y les invitó a trabajar por la Iglesia, uno de ellos, Doellinger, replicó secamente: «Sí, por la antigua Iglesia». «No hay más que una Iglesia –replicó el arzobispo–, no hay una antigua y otra nueva». Pero ese mismo Doellinger no quería una Iglesia cismática, y en la primera reunión de los «viejos católicos», en Múnich (22-24 septiembre 1871), declaró: «He gastado mi vida en estudiar la historia de las sectas y separaciones de la Iglesia y siempre he visto que acaban mal. Al aceptar esa proposición (la de fundar parroquias) renunciamos a la idea de la reforma desde dentro de la Iglesia; permitidme, señores, que eleve mi voz para mostraros el peligro».

    La acusación de monseñor Lefèbvre es la de todos los que estérilmente –pero no sin gran daño para la Iglesia– se han enfrentado con ella. Ellos, los de Lefèbvre, son también de la «antigua Iglesia», como lo fueron los fariseos de la «antigua ley», de la ley de Moisés contra la ley nueva de Cristo. No podían admitir que Cristo diera un mandamiento «nuevo», un Nuevo Testamento, y Pedro mismo, fundamento de la Iglesia, sufrió por ello y temblaron las raíces de su judaísmo.

    Lo que dice monseñor Lefèbvre es, textualmente, lo siguiente: «Nos adherimos de todo corazón, con toda el alma, a la Roma católica, guardiana de la fe católica y de las tradiciones necesarias para el mantenimiento de esta fe; a la Roma eterna, maestra de sabiduría y de verdad. Nos negamos, por el contrario, y nos hemos negado siempre a seguir a la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante que se ha manifestado claramente en el Concilio Vaticano II y en todas las reformas nacidas de él. Esta reforma ha nacido del liberalismo, del modernismo, y está totalmente emponzoñada».

    Que la reforma del Concilio ha nacido del liberalismo y del modernismo quiere decir para monseñor Lefèbvre que esa reforma ha aceptado los principios de la Revolución francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Pero estos tres principios pertenecen al sentido moral originario de la Humanidad. Que el hombre debe ser libre, justo y amable es anterior, no ya a la Revolución francesa, sino al cristianismo y a la ley de Moisés. Son aspiraciones, anhelos que, junto a las perversiones contrarias que por desgracia prevalecen, están en el corazón de todo hombre en cuanto ser humano; la Revolución francesa no ha hecho más que apropiárselos y politizarlos, desvirtuándolos.

    El cristianismo no ha hecho otra cosa más que salvar, restaurar la naturaleza humana caída. Como se ha escrito, la gracia no destruye la naturaleza. San Agustín cristianizó a Platón y al neoplatonismo, y Santo Tomás a Aristóteles. Platón y Aristóteles, dos paganos. De ello no se deduce ni se puede deducir que paganizaron el cristianismo, helenizándolo, sino antes al contrario.

    ¿Es un cismático monseñor Lefèbvre? «Sabed que si algún obispo rompe con Roma no seré yo». Pero, claro, se refiere a la «Roma eterna», no a la Roma del Vaticano II y del misal de Pablo VI. Para monseñor Lefèbvre, la Roma eterna la constituyen él mismo y el grupo de sus seguidores centralizado en Ecône. En cambio serían cismáticos los setecientos millones de católicos que reciben la Eucaristía; cuatrocientos mil sacerdotes y dos mil quinientos cincuenta obispos, en unión con el sucesor de Pedro. Pero esto es lo que viene a decir monseñor Lefèbvre: «No soy yo quien ha originado el cisma; es la Iglesia de Roma, la Iglesia del Concilio, la que se ha separado de Cristo». Y también: «nosotros no estamos en cisma, somos los continuadores de la Iglesia católica; son los que hacen las reformas quienes están en cisma».

    Hay dos formas clásicas de llegar al cisma: «alzar altar contra altar», «negarse a actuar como parte de un todo». San Cipriano, el obispo mártir, escribía en 221 para prevenir un riesgo de cisma: «Hay que apartarse de quien está separado de la Iglesia y evitarlo: es un perverso, un pecador que se condena a sí mismo. ¿Creerá que permanece unido a Cristo cuando actúa contra los sacerdotes de Cristo, cuando rompe con el clero y su pueblo?».

    El «escándalo» que ahora denuncia monseñor Lefèbvre por la reforma del Concilio es el mismo que hubo antes que él, cuando se cambió el ayuno eucarístico, cuando se establecieron las misas vespertinas y cuando Pío XII cambió la celebración de la Vigilia Pascual. También entonces hubo católicos que se negaron a recibir estos cambios diciendo que ellos no lo hacían, porque si el Papa quería condenarse, que se condenase él.

    Otro argumento de monseñor Lefèbvre contra la inalterabilidad del misal de San Pío V es que dicho Papa prohibió cambiar o añadir nada a su misal. Pero ésta es una mera forma de cancillería del tipo de «para eterna memoria». El breve de Clemente XIV Dóminus ad Redemptor, del 21 de julio de 1773, que suprimía la Compañía de Jesús, quería que esta medida durara «perpetuo», para siempre. Pío VI restableció la Compañía por la bula Sollicitudo ómnium, del 7 de agosto de 1814, «sin que obstara el breve de Clemente XIV, de feliz memoria». El poder papal es igual en todos los Pontífices que se suceden a la cabeza de la Iglesia militante.

    «Mi nombre es Pedro», dijo Pablo VI a los protestantes. Atacar al Papa es socavar el fundamento de la Iglesia católica.

    Antonio GARRIGUES
    Con algo de retraso descubro este hilo. Voy a comentar la crítica a mons. Lefebvre del sr. Garrigues. Se sobreentiende que se trata de D. Antonio Garrigues (padre), que fue embajador de Franco ante la Santa Sede entre 1964 y 1972.

    Lo que más sorprende es la pobreza intelectual de los argumentos que emplea (mons Lefebvre)para justificar su actitud de enfrentamiento. Porque si se ha dicho «que es bueno –para la Iglesia–que haya herejes», también lo será que haya cismáticos. La herejía y el cisma, recusables en sí mismos, obligan a la Iglesia a su propia depuración y verificación en el sentido original de esta palabra, de hacerse más y más verdadera. Pero para ello hacen falta herejes y cismáticos de talla.
    ¿”Pobreza intelectual” la de los argumentos de mons. Lefebvre? Nada de eso. Sus argumentos eran sencillos no pobres, porque sencillo y clarísimo es el problema vaticano-segundista que él denunciaba. Cuando una cosa es evidente no hacen falta sofisticaciones, como en este caso. Otra cosa es la distorsión falaz que hace el sr. Garrigues de las razones de mons. Lefebvre. Por supuesto, ya no para rebatir sino para disimular y enturbiar las demoledoras razones de mons Lefebvre harían falta, efectivamente “herejes de talla”, lo que no es el caso del ex embajador Garrigues, tal como aquí él mismo se retrata.

    La gran crisis en que está inmersa la civilización y la sociedad occidentales está gravitando sobre las conciencias y la fe de los cristianos, de todos los cristianos, desde el alto y bajo clero al más humilde y pequeño de los creyentes. Y, a su vez, la crisis de la Iglesia repercute, contagiándola, sobre la sociedad civil. La Iglesia y la sociedad civil son vasos comunicantes.
    Concede el Sr Garrigues que hay crisis en la sociedad occidental; en eso coincide con mons Lefebvre. La diferencia es que Juan XXIII y su sucesor (admirados por el Sr Garrigues) amaban precisamente esa civilización occidental, a la que “abrieron las ventanas de la Iglesia para que entrara aire fresco”. Y hasta llegó Juan XXIII a condenar como “profetas de calamidades” a los reacios a ella. ¿Si ya había crisis occidental por qué Juan XXIII quiso contagiar con ella a la Iglesia? La crisis de la Iglesia fue, pues, introducida intencionadamente y no se plasmó por las buenas, como insinúa el sr Garrigues, sino porque Juan XXIII y su Concilio así lo quisieron.

    En fin, se queja el sr Garrigues vagamente de la “crisis”… aunque en el fondo está encantado con ella, como todo buen vaticano-segundista.

    Es indudable que ha habido y que hay en el posconcilio excesos y extralimitaciones en la liturgia, en ciertas formas de la nueva pastoral, en la politización del Evangelio, en ciertas desviaciones teológicas que pueden lindar con la herejía, sobre la Resurrección, sobre la virginidad de María, sobre la divinidad de Jesucristo. Todo esto lo resume monseñor Lefèbvre en la acusación: la Iglesia conciliar y posconciliar, habiéndose convertido al mundo, ¿cómo podrá convertirle a la fe?.
    Hay que matizar. Esos “excesos y extralimitaciones en liturgia, pastoral, Evangelio…” se deben a su vez, a previos excesos y extralimitaciones en textos legales del Vaticano II sobre esas materias. De no haber habido Concilio no habría habido abusos litúrgicos, ni marxismo en sacerdotes, ni huelguistas en las iglesias, ni ecumenismo con judíos y herejes, etc. Todos esos excesos tienen su base legal en textos conciliares, y así lo echaban en cara los propios curas y obispos rebeldes a la moderada Jerarquía, cuando ésta intentaba reprimirlos. Y eso es lo que denunciaba mons Lefebvre. Esos excesos fueron debidos al Concilio, no llegaron porque sí.

    Y por lo que respecta a las desviaciones referentes a Cristo y a la Virgen, solo eran particularidades del “Catecismo Holandés” (1966) y similares, que no preocuparon tanto a mons Lefebvre como los daños de los textos conciliares, agravados con la firma de Pablo VI y de todos los obispos.

    Un concilio, todo concilio, siempre es un trauma para la fe. El más superficial conocimiento de la historia de la Iglesia lo confirma.
    Increíble. ¿O sea, que cada vez que hay Concilio debemos prepararnos para un trauma? ¿Y eso en qué se basaría? ¿Es que acaso hubo "traumatizados" después del Concilio de Trento? Curiosa fe, esa que revive a golpe de “traumas”. Será la de los vaticano-segundistas, quizá…

    Porque una cosa es que un Concilio dictara decretos disciplinarios sobre deberes de religiosos, supresión de privilegios de diócesis etc. y otra cosa que un Concilio inventara poco menos que una nueva fe, como el Vaticano II.

    Nosotros sabemos que hay un DEPÓSITO DE LA FE inmutable (del que nos habló ex catedra el Concilio Vaticano I en el año 1870) y sobre él no caben sustos ni “traumas” de ningún tipo, sr. Garrigues.

    La acusación de monseñor Lefèbvre es la de todos los que estérilmente –pero no sin gran daño para la Iglesia– se han enfrentado con ella. Ellos, los de Lefèbvre, son también de la «antigua Iglesia», como lo fueron los fariseos de la «antigua ley», de la ley de Moisés contra la ley nueva de Cristo. No podían admitir que Cristo diera un mandamiento «nuevo», un Nuevo Testamento, y Pedro mismo, fundamento de la Iglesia, sufrió por ello y temblaron las raíces de su judaísmo.
    Moisés, Cristo, Pedro… Y por lo que parece deducirse ¡¡Juan XXIII, también a su altura!! Juan XXIII, para el sr. Garrigues y los de su onda… ¡¡como otro nuevo Cristo, dando otro nuevo testamento, fundando una nueva religión, etc.!!

    ¡¡Y hay de quien cuestione esa “nueva religión”, que se expondrá (ya lo comprobamos) a ser anatematizado por los vaticano-segundistas al modo como los fariseos ante Cristo, etc!!

    Y yo que pensaba, pobre de mí, que Roncalli solo era el papa nº 261 de la lista (…y peor aún, con nombre de un antiguo antipapa del siglo XV…)

    Que la reforma del Concilio ha nacido del liberalismo y del modernismo quiere decir para monseñor Lefèbvre que esa reforma ha aceptado los principios de la Revolución francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Pero estos tres principios pertenecen al sentido moral originario de la Humanidad. Que el hombre debe ser libre, justo y amable es anterior, no ya a la Revolución francesa, sino al cristianismo y a la ley de Moisés. Son aspiraciones, anhelos que, junto a las perversiones contrarias que por desgracia prevalecen, están en el corazón de todo hombre en cuanto ser humano; la Revolución francesa no ha hecho más que apropiárselos y politizarlos, desvirtuándolos.
    El cristianismo no ha hecho otra cosa más que salvar, restaurar la naturaleza humana caída.
    Bueno, que el Vaticano II entronizó el liberalismo no solo lo decía mons Lefebvre; el propio Cardenal Suenens (ideológicamente opuesto a él), uno de los mandamases del Vaticano II, hizo el paralelo entre el Concilio y la revolución francesa, diciendo que “el Vaticano II había sido el 1789 en la Iglesia”; y el padre Yves Congar, teólogo conciliar, comparó el Concilio con la revolución bolchevique: “La Iglesia hizo pacíficamente su revolución de octubre”. La diferencia es que ambos lo decían con tono positivo y de alabanza, no de queja, como mons Lefebvre .

    Así que, tras esta confesión de personalidades conciliares, la perorata del sr Garrigues sobre las “virtudes cristianas de Libertad, Igualdad, Fraternidad” está de sobra. Católicamente hablando, fuera de la Iglesia, “el sentido moral originario de la Humanidad” no es más que pecado original junto a los tres enemigos del alma: mundo, demonio y carne.

    ¿Es un cismático monseñor Lefèbvre? «Sabed que si algún obispo rompe con Roma no seré yo». Pero, claro, se refiere a la «Roma eterna», no a la Roma del Vaticano II y del misal de Pablo VI. Para monseñor Lefèbvre, la Roma eterna la constituyen él mismo y el grupo de sus seguidores centralizado en Ecône. En cambio serían cismáticos los setecientos millones de católicos que reciben la Eucaristía; cuatrocientos mil sacerdotes y dos mil quinientos cincuenta obispos, en unión con el sucesor de Pedro.
    Pues no; para mons. Lefebvre y para todo católico consciente y con algo de sentido común, la “Roma Eterna” es la Roma que guarda el depósito de la Fe, frente a los malos pastores de que Cristo nos previno en el Evangelio. Mons Lefebvre no se ha inventado una nueva fe, ni se constituyó nuevo papa; solo recuerda la fe que siempre hubo y que mantuvieron cientos de papas.

    Lo de que “serían cismáticos los setecientos millones de católicos que reciben la Eucaristía; cuatrocientos mil sacerdotes y dos mil quinientos cincuenta obispos, en unión con el sucesor de Pedro” se lo saca de la manga el sr Garrigues. En tanto que esa multitud y Jerarquía guardara el depósito de la fe y las verdades inmutables no habría ninguna separación. (En cambio a mons. Lefebvre sí que le llamaron “cismático” por defender la fe de siempre, y a la vista está).

    El «escándalo» que ahora denuncia monseñor Lefèbvre por la reforma del Concilio es el mismo que hubo antes que él, cuando se cambió el ayuno eucarístico, cuando se establecieron las misas vespertinas y cuando Pío XII cambió la celebración de la Vigilia Pascual. También entonces hubo católicos que se negaron a recibir estos cambios diciendo que ellos no lo hacían, porque si el Papa quería condenarse, que se condenase él.
    ¡Hay que tener cara para mentir así! No es el mismo caso. Retocar la disciplina litúrgica (…¡¡no destruirla ni demolerla!! ¡ojo!) siempre fue competencia de los Papas. Y aunque mejor fuera que no los hubiera habido ¿acaso hubo constancia de quejas ni polémicas por aquellos retoques, que hayan durado décadas y décadas? También San Pío V y San Pío X retocaron legítimamente el misal y el breviario ¿y eso que tendría que ver con el caos doctrinal del Vaticano II?

    Otro argumento de monseñor Lefèbvre contra la inalterabilidad del misal de San Pío V es que dicho Papa prohibió cambiar o añadir nada a su misal. Pero ésta es una mera forma de cancillería del tipo de «para eterna memoria». El breve de Clemente XIV Dóminus ad Redemptor, del 21 de julio de 1773, que suprimía la Compañía de Jesús, quería que esta medida durara «perpetuo», para siempre. Pío VI restableció la Compañía por la bula Sollicitudo ómnium, del 7 de agosto de 1814, «sin que obstara el breve de Clemente XIV, de feliz memoria». El poder papal es igual en todos los Pontífices que se suceden a la cabeza de la Iglesia militante.
    Hombre, parece que llamar “forma de cancillería del tipo de para eterna memoria” al mandato de San Pío V, terriblemente imperativo y proveniente nada menos que del dogmático Concilio de Trento, se queda bastante corto. Sin meterse en disquisiciones teológicas, el caso que nos ocupa no es en absoluto un caso más de “eterna memoria” sino que nada menos ¡¡maldice a quien ose cambiarlo!!.
    No hay que ser un lince para detectar la gravedad y las diferencias del asunto:

    Bula sobre el uso a perpetuidad de la Misa Tridentina (14 de julio de 1570)

    …Ciertamente, al retirar a todas las iglesias antes mencionadas el uso de sus misales propios y dejarlos totalmente, determinamos que a este Misal justamente ahora publicado por Nos, nada se le añada, quite o cambie en ningún momento y en esta forma Nos lo decretamos y Nos lo ordenamos a PERPETUIDAD, bajo pena de nuestra indignación, en virtud de nuestra constitución, Nos hemos decidido para el conjunto y para cada una de las iglesias enumeradas arriba, ... que ellos deberán, en virtud de la santa obediencia, abandonar en el futuro y enteramente todos los otros principios y ritos, por antiguos que sean, provenientes de otros misales, los cuales han tenido el hábito de usar, y cantar o decir la Misa según el rito, la manera y la regla que Nos enseñemos por este Misal y que ellos no podrán permitirse añadir, en la celebración de la Misa, otras ceremonias ni recitar otras oraciones que las contenidas en el Misal. Y aún, por las disposiciones de la presente y en nombre de nuestra Autoridad Apostólica, Nos concedemos y acordamos que este mismo Misal podrá ser seguido en la totalidad en la Misa cantada o leída en todas las iglesias, sin ningún escrúpulo de conciencia y sin incurrir en ningún castigo, condenación o censura y que podrá válidamente usarse, libre y lícitamente y ESTO A PERPETUIDAD (etiam perpetuo). Y de una manera análoga, Nos hemos decidido y declaramos que los Superiores, Administradores, Canónigos, Capellanes y otros Sacerdotes o religiosos de una Orden cualquiera, no pueden ser obligados a celebrar la Misa de otra manera diferente a como Nos la hemos fijado y que JAMÁS NADIE, quienquiera que sea podrá contradecirles o FORZARLES A CAMBIAR DE MISAL o anular la presente instrucción o a modificarla, sino que ella estará siempre en vigor y válida con toda fuerza, no obstante las decisiones anteriores y las Constituciones Generales o Especiales emanadas de Concilios Provinciales o Generales, ni tampoco el uso de las iglesias antes mencionadas, confirmadas por una regla muy antigua e inmemorial, ni las decisiones ni las costumbres contrarias cualesquiera que sean.

    ... QUE ABSOLUTAMENTE NADIE, POR CONSIGUIENTE, PUEDA ANULAR ESTA PAGINA QUE EXPRESA NUESTRO PERMISO, NUESTRA DECISIÓN, NUESTRA ORDEN, NUESTRO MANDAMIENTO, NUESTRO PRECEPTO, NUESTRA CONCESIÓN, NUESTRO INDULTO, NUESTRA DECLARACIÓN, NUESTRO DECRETO, NUESTRA PROHIBICIÓN, NI OSE TEMERARIAMENTE IR EN CONTRA DE ESTAS DISPOSICIONES. SI, A PESAR DE ELLO, ALGUIEN SE PERMITIESE UNA TAL ALTERACIÓN, SEPA QUE INCURRE EN LA INDIGNACIÓN DE DIOS TODOPODEROSO Y SUS BIENAVENTURADOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO.

    Dado en Roma, en San Pedro en el año mil quinientos setenta de la Encarnación del Señor, la víspera de los Idus de Julio, en el quinto año de Nuestro Pontificado
    .
    http://www.catolicosalerta.com.ar/ma...m-tempore.html

    Parece que queda claro, sr Garrigues. Esto ya no es cuestión de teología sino de saber leer. Pero ya se ve que el juramento y la maldición de san Pío V (e infinitas cosas igual o más serias y hasta provenientes de Cristo) se las pasan Vds por el forro, mientras que se arrodillan ante "ecumenismos" y "libertades" de la peor calaña.
    En fin, ya todos nos conocemos... Allá ustedes.


    «Mi nombre es Pedro», dijo Pablo VI a los protestantes. Atacar al Papa es socavar el fundamento de la Iglesia católica.
    Bueno, atacar al Papa era, hasta el Vaticano II, efectivamente socavar el fundamento de la Iglesia; pero evidentemente deja de socavarse desde que hay Papas afectos al protestantismo (y a cosas peores aun) y es criticado precisamente por eso.

    Última edición por ALACRAN; 12/03/2018 a las 17:11
    DOBLE AGUILA dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  13. #13
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    Re: Artículos de temática religiosa de Leopoldo Eulogio Palacios

    La acusación de monseñor Lefèbvre es la de todos los que estérilmente –pero no sin gran daño para la Iglesia– se han enfrentado con ella. Ellos, los de Lefèbvre, son también de la «antigua Iglesia», como lo fueron los fariseos de la «antigua ley», de la ley de Moisés contra la ley nueva de Cristo. No podían admitir que Cristo diera un mandamiento «nuevo», un Nuevo Testamento, y Pedro mismo, fundamento de la Iglesia, sufrió por ello y temblaron las raíces de su judaísmo.
    Es decir, que esa "antigua iglesia" que se atribuye a Mons Lefrebre, que condena el modernismo (como hicieron todos los papas anteriores) cumple el papel farisaico; suponemos que para Garrigues, todos los papas anteriores a Juan XXIII eran fariseos, pues defendían la "antigua Ley" (la Ley de la Iglesia de Cristo). Menudo anatema nos regala el buen señor, metido a "inquisidor" o a nuevo "papa" (liberal, se etiende). ¿Dónde dijo Cristo, que el modernismo había que aceptarlo?...

    ¿Quién es el señor Garrigues, para acusar así?, pues un señor que fue director general con la República, ministro con Franco y con Juan Carlos. Todo sin bajarse del coche oficial. Sabía mucho de sanedrines; y según su propio hijo (con indisimulado orgullo filial) de amoríos con alguna famosa viuda de la Casa Blanca.

    CRONICA | Azul y Rosa


    "Moisés, Cristo, Pedro… Y por lo que parece deducirse ¡¡Juan XXIII, también a su altura!! Juan XXIII, para el sr. Garrigues y los de su onda… ¡¡como otro nuevo Cristo, dando otro nuevo testamento, fundando una nueva religión, etc.!!"

    A veces, en efecto, estos liberales sí que son "más papistas que el papa" cuando les interesa. Pero según parece, la condena al liberalismo como ideología aún opera legalmente; aunque muy pocos la recuerden.






    Última edición por DOBLE AGUILA; 14/03/2018 a las 00:58
    ALACRAN y Trifón dieron el Víctor.

  14. #14
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    Re: Artículos de temática religiosa de Leopoldo Eulogio Palacios

    Cita Iniciado por DOBLE AGUILA Ver mensaje
    ¿Quién es el señor Garrigues, para acusar así?, pues un señor que fue director general con la República, ministro con Franco y con Juan Carlos. Todo sin bajarse del coche oficial. Sabía mucho de sanedrines; y según su propio hijo (con indisimulado orgullo filial) de amoríos con alguna famosa viuda de la Casa Blanca.

    CRONICA | Azul y Rosa


    Otro vividor que tocó todos los palos y siempre le fue bien con los sucesivos amos. Otro ínclito franquista de su tiempo como Samaranch o Federico Mayor Zaragoza, amnistiados desde siempre por el progresismo que les perdonó (no sabemos por qué y por qué a ellos precisamente), sus antiguas fidelidades dictatoriales.
    DOBLE AGUILA dio el Víctor.
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  15. #15
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    Re: Artículos de temática religiosa de Leopoldo Eulogio Palacios

    Bueno, resaltemos que fue presidente ejecutivo y después de honor de la Cadena Ser; quizá por ello le perdonaran los progres....

    https://elpais.com/diario/2004/02/25...10_850215.html

  16. #16
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    Re: Artículos de temática religiosa de Leopoldo Eulogio Palacios

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Leopoldo Eulogio Palacios constituía una rara avis dentro de aquella tercera familia del franquismo de los pseutradicionales o doctrinarios dinástico-liberales (las otras dos familias eran el falangismo y el democristianismo herreraoriano), los cuales se manifestaban a través de publicaciones como Árbor (la de la primera época, hasta 1953), Punta Europa, Atlántida, o los libros de las colecciones Biblioteca del Pensamiento Actual y O crece, o muere.

    Vicente Marrero, que era una especie de cronista de aquella familia franquista, la denominó con el nombre de "Generación del 48", y la consideraba auténtica continuadora de una supuesta "línea áurea del pensamiento español", que tendría su origen a partir de la figura de Jovellanos (siendo algunos de sus más importantes representantes Jaime Balmes, Donoso Cortés, Menéndez Pelayo, o Ramiro de Maeztu y su revista "Acción Española"), y que se caracterizaría por una especie de "síntesis entre modernidad y tradición" (razón por la cual yo siempre les he denominado simplemente como doctrinarios. O, si se prefiere, el ala derechista o catolicista del doctrinarismo; pero, a fin de cuentas, doctrinarios).

    Leopoldo Eulogio Palacios, como digo, desarrolló gran parte de su labor intelectual en el seno de esa corriente intelectual franquista. Incluso llegó a ser Director de una revista que tenía una temática homologable a la de ese sector: Finisterre, la cual apenas duró de Enero a Diciembre de 1948.

    La práctica mayoría de los intelectuales pertenecientes a esa familia franquista tenían la peculiaridad también de ser miembros, o simpatizantes, del Opus Dei. Razón por la cual, en algunas publicaciones y trabajos, he llegado a ver que se catalogaba también a Leopoldo Eulogio Palacios como miembro o simpatizante de aquella asociación religiosa de apostolado.

    Por eso me gustaría aclarar que yo no creo que Leopoldo Eulogio Palacios fuera, ni miembro, ni simpatizante, del Opus. Por una razón muy sencilla: porque TODOS los que han sido miembros o simpatizantes del Opus han acabado aceptando de manera incondicional las nuevas doctrinas vertidas por el Concilio Vaticano II. No he visto ni un solo caso de oposición de ningún opusino o filo-opusino contra esas nuevas doctrinas conciliaristas.

    En cambio, por el contrario, Leopoldo Eulogio Palacios mantuvo siempre, como pienso que ha quedado demostrado en este hilo, una total y absoluta independencia de pensamiento, que le hacía penetrar de manera brillante y profunda en la radical contradicción entre algunas de las doctrinas del Concilio y las enseñanzas tradicionales multiseculares de la Iglesia.

    El caso más paradigmático de esta racional y sensata posición de este filósofo madrileño, la podemos encontrar en su clarividente (y muy desconocida) Disertación que realizó en una Junta de la llamada Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, habida el 12 de Diciembre de 1978, en la que sintetiza de manera magistral uno de los problemas concretos en los que más se puso de relieve esa contradicción entre el Concilio Vaticano II y el Magisterio tradicional: la cuestión del "derecho a la libertad religiosa en las comunidades políticas".

    Dejo a continuación el enlace a este importantísimo documento, síntesis formidable (de apenas 10 páginas) de este problema de la libertad religiosa, emitida de manera solemne en el seno de la citada institución, y para conocimiento de todas las futuras generaciones:

    Fuente: Nota crítica a la Declaración Conciliar sobre la Libertad Religiosa, por el Académico de Número Excmo. Sr. D. Leopoldo Eulogio Palacios, Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, nº 56, Año 1979, páginas 45 - 55.

    Nota sobre libertad religiosa (Anales Real Academia CC. MM. y PP., nº 56, 1979).pdf


    .
    Última edición por Martin Ant; 08/06/2020 a las 19:41

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