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Tema: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

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  1. #1
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    El Castigo sobre Buenos y Malvados

    Hemos Visto 28 junio, 2015 Deje un comentario




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    Porqué Dios permite el sufrimiento de los buenos cuando castiga los actos de los malvados


    [Panorama Católico Internacional] Uno de los misterios que golpea al hombre moderno, inclusive si tiene fe católica es el del sufrimiento de los buenos. Cuando se habla en los ambientes católicos tradicionales sobre un inminente castigo de Dios a la humanidad pecadora, al modo del Diluvio Universal, muchos se sienten escépticos y manifiestan que algo así sería injusto. La respuesta a estas dudas la dio ya en su tiempo San Agustín de Hipona en su obra “La Ciudad de Dios”. Conviene reproducir aquí el capítulo IX del libro primero, en el que brevemente resume una argumentación luminosa al respecto.


    Causas de los castigos que azotan por igual a buenos y malos
    1. ¿Qué padecieron los cristianos en aquella catástrofe (las invasiones bárbaras) que no les sirviera de provecho, si lo consideramos con los ojos de la fe? En primer lugar, pensar con humildad en los pecados por los que Dios, en su indignación, llenó el mundo de tamañas calamidades. Si bien es verdad que se verán lejos de los criminales, de los infames, de los impíos, no se creerán exentos de falta, hasta el punto de juzgarse a sí mismos indignos de sufrir mal temporal alguno por su causa.Hago excepción de que todo el mundo, por muy intachable que sea su vida, concede algo a la concupiscencia carnal, aunque sin llegar a la crueldad del crimen ni al abismo de la infamia o a la perversión de la impiedad; pero sí a ciertos pecados, quizá raramente cometidos, o quizá tanto más frecuentes cuanto más leves. Pues bien, exceptuando esto, ¿a quién hallamos fácilmente que trate como se debe a estos perversos, por cuya abominable soberbia, desenfreno y ambición, por sus injusticias y horrendos sacrilegios, Dios ha aplastado el mundo, como ya lo había anunciado con amenazas? ¿Y quién vive entre esta gente como se debería vivir?Porque de ordinario se disimula culpablemente con ellos, no enseñándoles ni amonestándolos, incluso no riñéndolos ni corrigiéndolos, sea porque nos cuesta, sea porque nos da vergüenza echárselo en cara, o porque queremos evitar enemistades que pueden ser impedimento, y hasta daño en los bienes temporales, que nuestra codicia todavía aspira a conseguir o que nuestra flaqueza teme perder.
    De esta forma, los justos están descontentos, es cierto, de la vida de los malos, y por ello no vienen a caer en la condenación que a ellos les aguarda después de esta vida; pero, en cambio, como son indulgentes con sus detestables pecados, al paso que les tienen miedo, y caen en sus propios pecados, ligeros, es verdad, y veniales, con razón se ven envueltos en el mismo azote temporal, aunque estén lejos de ser castigados por una eternidad. Bien merecen los buenos sentir las amarguras de esta vida, cuando se ven castigados por Dios con los malvados, ellos que, por no privarse de su bienestar, no quisieron causar amarguras a los pecadores.
    2. Puede ocurrir que alguien se muestre remiso en reprender y poner corrección a los malhechores por estar buscando la ocasión más propicia, o bien tienen miedo de que se vuelvan peores por ello, o que pongan trabas a la formación moral y religiosa de algunos más débiles, con presiones para que se aparten de la fe. Esto no me parece consecuencia de mala inclinación alguna, sino más bien fruto de la caridad. Sí son culpables los que viven de una forma distinta y aborrecen la conducta de los pecadores, pero hacen la vista gorda con los pecados ajenos, cuando deberían desaconsejar o reprender. Tienen miedo a sus reacciones, tal vez perjudiciales en los mismos bienes que los justos pueden disfrutar lícita y honestamente, pero que lo hacen con mayor avidez de la conveniente a unos peregrinos en este mundo que enarbolan la bandera de la esperanza en una patria celestial.
    Y, naturalmente, no me refiero sólo a los más remisos, es decir, a quienes llevan, por ejemplo, vida conyugal, teniendo o procurando tener hijos, con casas y servidumbre en abundancia (como aquellos a quienes se dirige el Apóstol en las iglesias para enseñarles y recordarles cómo deben vivir las esposas con sus maridos, los maridos con sus esposas, los hijos con sus padres y los padres con sus hijos, los siervos con sus señores y los señores con sus siervos)10. Todos éstos, de muy buen grado, adquieren bienes caducos de la tierra en abundancia, y con mucho desagrado los pierden. Ésta es la causa por la que no se atreven a ofender a los humanos cuya vida, llena de podredumbre y de crímenes, les disgusta.
    No me refiero sólo a éstos, no. Se trata incluso de aquellas personas que se han comprometido con un género más elevado de vida, libres de las ataduras del vínculo conyugal, de frugal mesa y sencillo vestido. Éstos, digo, se abstienen ordinariamente de reprender la conducta de los malvados, temiendo que sus disimuladas venganzas o sus ataques pongan en peligro su fama o seguridad personal. Cierto que no les tienen tanto miedo, hasta el punto de perpetrar acciones parecidas, cediendo a cualquiera de sus amenazas o perversidades. Con todo, evitan reprender esas tropelías que no cometen en complicidad con ellos, siendo así que algunos cambiarían de conducta con la reprensión. Tienen miedo, si fracasan en su intento, de poner en peligro y de perder la reputación y la vida. Y no porque la crean indispensable para el servicio de enseñar a los demás, no. Es más bien efecto de aquella debilidad morbosa en que cae la lengua y los juicios humanos cuando se complacen en sus adulaciones y temen la opinión pública, los tormentos de la carne o la muerte. Consecuencias son éstas de la esclavitud a las malas inclinaciones, no del deber de la caridad.
    3. Así que, a mi modo de ver, no es despreciable la razón por la que pasan penalidades malos y buenos juntamente, cuando a Dios le parece bien castigar incluso con penas temporales la corrompida conducta de los hombres. Sufren juntos no porque juntamente lleven una vida depravada, sino porque juntos aman la vida presente. No con la misma intensidad, pero sí juntos. Y los buenos deberían menospreciarla para que los otros, enmendados con la reprensión, alcanzasen la vida eterna. Y si sus enemigos se niegan a acompañarlos en conseguir la vida eterna, deberían ser soportados y amados, ya que, mientras están viviendo, nunca se sabe si darán un cambio en su voluntad para hacerse mejores.
    En esta materia tienen no ya parecida, sino mucho más grave responsabilidad, aquellos de quienes habla el profeta: Perecerá éste por su culpa, pero de su sangre yo pediré cuentas al centinela. Con este fin están puestos precisamente los centinelas, es decir, los responsables de los pueblos, en las iglesias, para no ser remisos en reprender los pecados. Pero no se crea enteramente libre de culpa quien, sin ser prelado, está ligado a otras personas por circunstancias inevitables de esta vida, y es negligente en amonestar o corregir muchas de las cosas que conoce reprensibles en ellos por tratar de evitar sus venganzas. Mira por los bienes en que se puede disfrutar en esta vida legítimamente, sí, pero pone en ellos un goce más allá de lo legítimo.
    Tienen, además, otra razón los buenos para sufrir males temporales. Es la misma que tuvo Job: someter el hombre a prueba su mismo espíritu y comprobar qué hondura tiene su postura religiosa y cuánto amor desinteresado tiene a Dios.


    http://www.adelantelafe.com/el-castigo-sobre-buenos-y-malvados/


  2. #2
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    Y todavía hay mucho más:

    --El dolor, el sufrimiento, es una prueba. Es la piedra de toque de las almas.
    --Mediante el dolor y las pruebas, Dios talla las almas, como el artesano que talla y pule un diamante. Lo desbasta y realza su valor. Nos perfecciona.
    --Del sufrimiento se extraen enseñanzas provechosas.
    --Sufrir nos enseña también a ponernos en el lugar de los demás. Nos infunde compasión. Es escuela de caridad.

    Y además, si Nuestro Señor padeció (¡y cómo!), ¿vamos a ser nosotros más que Él, tener unos privilegios que Él no tuvo? Él precisamente vino a darnos ejemplo.
    raolbo dio el Víctor.

  3. #3
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    MEDITACIÓN DEL DOLOR VIRTUOSO


    «Dios no eligió como instrumento de redención ni la belleza, ni la sabiduría, ni el genio, ni el poder, ni la gloria, ni ninguna de esas grandes cosas que los hombres persiguen y adoran y por las cuales venden sus almas, sino el dolor, que es algo oscuro, de lo cual todos los seres huyen, y que sirve a la filosofía puramente humana como argumento contra la existencia de Dios porque no entiende su función compensadora».

    Hugo Wast, Flor de durazno.


    La civilización del analgésico, que se derrama en vaguedades y en reciprocidades simuladas, en retiradas ominosas de la escena del deber y en un sinfín de cortesías inanes, esta civilización, decimos, logró parir sin esfuerzo -logró sintetizar, más bien, en la glacial asepsia de sus probetas- esta raza de zombis que conviven con la muerte en todas sus formas (señaladamente con la muerte del espíritu) sin siquiera advertirlo, sin que se les escape una queja ni aquel estertor testigo del último rezago de vida que se esfuma a su pesar. Las quejas, más bien, y no por sobriedad estoica, están proscritas en el bazar universal de las distracciones, de las nulidades vinculantes. Es que las conciencias revolucionadas, pese a sus ademanes de autonomía y a su alharaca contracultural, se caracterizan por el más rígido de los conformismos. La rutinización de la actividad mental y la cristalización de ese acotadísimo patrimonio de conceptos que lleva el progre en sus alforjas termina siendo la forma más indecorosa de conservadurismo: la del que entierra el mayor de los dones recibidos (la vida del alma) para que el "progreso", si tal lo hay, pase todo por afuera (en la esfera de los accidentes). Como el bonsai, aquella técnica japonesa consistente en reducir a las especies arbóreas al enanismo merced a la poda sucesiva de sus raíces pivotantes, acá se han cortado a designio las raíces que vinculan al hombre con su nutricio sustrato histórico-cultural, con la experiencia y la sabiduría adquirida por sus predecesores -casi digamos que con todo lo que constituye la específica naturaleza humana-, para dejar apenas en pie un ser postrado en sus proyecciones, un medio hombre digno de otro nombre. Palabras más palabras menos, la paradoja ya había sido advertida por Kierkegaard al promediar el siglo XIX: los hombres se ha abocado a muchas simultáneas especialidades con trágico olvido de lo que es ser hombre.

    El recorrido histórico de la gangrena, partiendo -para fijar un punto de partida- del heresiarca sajón hoy próximo a ser canonizado por la Jerarquía des-catolizante, supo trazar el curso pendular tan del gusto moderno, y del tratado De servo arbitrio, desarmante alegato en pro de la bestialización de los hábitos, se pasó a la exaltación del libre albedrío, haciendo de esta facultad humana un todo devorador, más o menos como si redujéramos al hombre a su páncreas o a sus intestinos, grabados éstos en blasones y vitoreados por toda una canalla lista a aplastar a quienes se sirvieran recordar, verbigracia, la existencia del sistema nervioso. Vemos, pues, que tanto la negación como la afirmación excluyente del libre arbitrio condujeron a idénticos resultados, tal como una moneda sirve para adquirir lo mismo así se exhiba su cara o su cruz.

    El agasajo de la libertad de opción con el más conmovedor olvido de la libertad espiritual (consiguiente a la opción libre por el bien), ¿qué supone sino trocar el fin de nuestras operaciones por su condición previa, el mérito por la neutralidad de las circunstancias, la plenitud deseable por una potencialidad aún informe? Es tanta la insensatez de los que yacen en esta acre confusión como su frecuente regodeo en esta su condición transeúnte. Se trata, al fin de cuentas, de un efecto fácilmente atribuible al orgullo: aquel que impele a la recusación indefinida del objeto a instancias de la jabonosa inflación del sujeto.

    Este derrotero hacia la autoextinción, esta procesión insensata y criminal, aunque viene de largo, no deja de asombrar en sus más recientes hitos a las generaciones que, prolongadamente adiestradas para el colapso, van cediendo el protagonismo de la hora a sus sucesores. Así, un socialista octogenario, en viniendo a enterarse de la separación conyugal de un joven amigo, todavía puede espantarse y musitar unas gimientes razones. «La sociedad está enferma», dice con razón y entre suspiros, aunque el diagnóstico reclame mayores precisiones, inaccesibles a esta altura al caletre moderno. Los hijos del socialista ya carecen de ese reflejo, diluyendo el drama en la sopa anestésica de su exangüe conciencia de lo real. «No hay drama»: tal la muletilla cuales sus voceadores, los mismos que pretenden hacer de los fracasos motivados por la perversa voluntad humana otros tantos hechos inexorables, como si el Creador de la naturaleza no nos hubiera concedido el don tremendo de la libertad, incluso para el mal. ¡Necios!: de esta estopa están hechos los paladines de la «lesa humanidad» que, al mismo tiempo y sin ruborizarse, son capaces de equiparar el aborto a la extirpación de un quiste. Es la fuga de la sindéresis amparada en la presunta ininteligibilidad de las cosas lo que produce estos horrores, estos monstruos de conciencia, una ética postiza y la sustitución de la bondad por el buenismo. «La vida sigue», proclaman los que yacen muertos entre cuantiosas ruinas, e invitan a regocijarse presto a aquellos a quienes cumpliría llevar luto.

    Recordemos la tremenda respuesta del Señor a Pedro cuando éste quiso disuadirlo, con humanas razones y bienintencionados rodeos, de afrontar su Pasión. Recordemos cómo aquel sorbo de vinagre mezclado con hiel que mojó sus santísimos labios en la Cruz le hizo gustar sólo su amargura, pero no así su efecto narcótico, ya que no aceptó beberlo. Si la adoración, como lo sostiene Von Hildebrand, es lo que hace al hombre capax Dei, la misma propiedad le cabe al dolor reparador. Esto es lo que le devuelve al hombre su semejanza divina, toda vez que el Hijo Unigénito supo, en su presciencia, que por esta regia vía rescataría a la estirpe prevaricadora de Adán.

    Por eso Hugo Wast, a continuación del pasaje arriba citado, nos recuerda que

    el dolor no es solamente instrumento de redención, sino indicio de predilección de Dios hacia alguna criatura, de tal manera que los que no sufren deben inquietarse por su desamparo y llamar a las puertas de la misericordia sin descansar, reclamando su porción de dolor como un hijo reclama su herencia legítima. Santa Ángela de Foligno nos dice con palabras inspiradas por el mismo Jesús: "aquellos a quienes yo amo, comen más cerca de mí, en mi mesa, y toman conmigo su parte en el pan de la tribulación, y beben en mi propia copa el cáliz de la pasión". ¡Pobres ciegos los que esto ignoran y se rebelan contra lo que es señal de predestinación! Por eso exclama el Eclesiastés: "¡ay de los que pierden los sufrimientos!"


    ¡Ay de los que dejan pasar la oportunidad de llorar a fondo! Para éstos y no para los desertores del dolor es que se ha proclamado una vibrante bienaventuranza: tal la impostergable lección olvidada por el hombre "autárquico". No por nada cunden hoy esas aberraciones orientales chapadas a la moderna que persiguen el nirvana, la ataraxia de las larvas, la ausencia del dolor al precio de la renuncia a la felicidad. Por si no bastara con esto, el pecado sigue multiplicando las penas, que son sus frutos, siendo sólo la asunción de las mismas con fines expiatorios lo que detiene la devastación debida al pecado: éste es el secreto sigilado que los cristianos no debemos olvidar en esta hora de crecientes tinieblas y amenazas inminentes, al paso que los poderes públicos ya se animan a romper a coces las puertas de los conventos de clausura y a procesar a sus madres superioras por no haber practicado la democracia en el claustro.

    Según exégesis extendida entre los Santos Padres, así «como el diluvio no se verificó de repente y en un solo instante sino poco a poco, tuvieron tiempo los pecadores de pedir perdón a Dios, y [...] se sirvió el Señor del temor que tenían de la muerte para inspirarles el arrepentimiento» (artículo «Antidiluvianos». Diccionario de teología, por el abate Bergier). El Apocalipsis, en cambio, adelanta otra disposición de ánimo en quienes sufran los castigos de las postrimerías históricas: «enormes granizos -como de un talento- cayeron sobre los hombres, que blasfemaron a Dios a causa de la plaga del granizo» (16, 21). Se trata, al parecer, de conciencias cerradas a cal y canto al más leve influjo de la gracia de la conversión, para quienes el fracaso y las penas ya no obran ningún estímulo salvífico.

    Lo supo un sodomita empedernido como Oscar Wilde, a quien la cárcel regeneró en hostia viviente. Lo supo un atormentado Baudelaire, que pudo transfigurar sus cuitas:

    Oh Dios, bendito seas que das el sufrimiento
    como un divino díctamo de nuestra impuridad
    y como el más activo y el más puro fermento
    que prepara los fuertes para la eternidad. (Versión de Castellani)

    Pero nuestros coetáneos lo ignoran y quieren ignorarlo. Si hubiera un correlato filosófico del «pecado contra el Espíritu Santo» del que el Señor nos previene (Mt 12, 32), éste sería aquel contra el que Parménides advirtió sabiamente a los suyos: el del escepticismo que se niega a reconocer la verdad conocida y que disuelve el ser en el no-ser, afirmando simultáneamente una cosa y su contraria. No hace falta explicar que este caos voluntario de la mente hace imposible, de suyo, la aceptación de las verdades necesarias, ¡cuánto más la aceptación del dolor expiatorio, contra el que la prudencia de la carne tiene siempre listos sus recaudos! Es desde esta miserable perspectiva que hoy tantos patanes se conceden encaminar su proceso al cristianismo, incluyendo en la causa al logos helénico y a todo el entero edificio de nuestra cultura que, junto con la diafanidad del ser y contra su indistinción caótica, se ha dignado transmitir desde siempre estas noticias hoy asaz incómodas.

    Si la cacareada "nueva evangelización" alude a los multitudinarios encuentros de jóvenes y los cancioneros litúrgicos a go-go, habrá que entender por tal fórmula una simple inversión de perspectivas, haciendo de la Iglesia la catecúmena de los misterios del mundo. Abolida, para más abundar, la noción misma de «pecado», esto no hará más que envalentonar a los impíos, que ya no reconocen en el cristiano a un oponente de temer. Iglesia y mundo se identificarán soezmente, como ya lo hacen, y no habrá necesidad de conversión, y ya ni siquiera la oportunidad cierta de sufrir ablandará los corazones de granito. En cambio, «argüir al mundo en lo relativo al pecado, a la justicia y al juicio», y hacerlo con voz precisa y clara: esto es lo que Cristo nos mandó, más que consensuar treguas con Satanás.

    Y elevemos un pedido clamoroso, con miras a que algunos se salven: apúrense nuestros sacerdotes a predicarnos los novísimos antes de que lo hagan las bombas.


    https://in-exspectatione.blogspot.co...-virtuoso.html

  4. #4
    Avatar de AlfonsoVIII
    AlfonsoVIII está desconectado Miembro graduado
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    Buenas a todos.

    Este es mi primer mensaje en el foro, y no he podido evitar responder este post ya que para mí Dios Padre y la fe católica tradicional lo son prácticamente todo. Y ojo, hace varios años yo era ateo.

    En mi opinión personal Dios no envía castigos; lo que nosotros llamamos "castigos" suelen ser en un 90% consecuencia de nuestras malas obras, que aunque suene parecido no es lo mismo. Para hacerme entender: si bailas un aurresku en el filo de un acantilado y te despeñas no es un castigo divino, es que tú te lo has buscado porque las consecuencias están claras. El otro 10% es simplemente casualidad, mala suerte.

    Dios no necesita mandar castigos; Él ya creó un mundo en el que vivimos que se rige por la Ley Natural, que no es otra cosa que la Ley Divina, y los "castigos" son la consecuencia de transgredir esa Ley. A Dios no le gusta que suframos, pero tampoco alcanzaremos la perfección espiritual desde la comodidad y la ignorancia. A Dios lo que le agrada es que sepamos mejorar día a día, que consigamos templar y enderezar nuestra alma hasta perfeccionarla. La mortificación de la carne no es sufrimiento por sí mismo o porque le agrade a Dios; es el acto de conseguir que nuestra alma esté preparada para superar las ataduras fisiológicas del cuerpo.

    Respecto a la actitud punitiva de Yahveh en el Antiguo Testamento, sólo hay que comparar este texto con los Evangelios para darse cuenta de que Yahveh y el Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo no son la misma criatura. La deidad del Antiguo Testamento, al igual que el Allah islámico, es extremadamente cruel y sólo bendice a sus seguidores con bienes terrenales, incluso en la otra vida; el Dios cristiano en cambio ofrece simplemente la Verdad Suprema, recogida en las enseñanzas de su único hijo Jesús; mediante esta verdad lograremos por nosotros mismos todos esos bienes que Yahveh/Allah otorga a sus fieles y mucho más. Porque no se trata de materialismo, sino de la superación del materialismo.

    Tengo la firme intuición de que Yahveh/Allah es en realidad uno de los disfraces de Satán, viendo el accionar de estas criaturas en el Corán y la Torah.

    Un saludo.

  5. #5
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    Perdón si está prohibido reflotar los hilos, pero me ha encantado todo lo escrito en el. Y más ahora que pasi por un periodo malo en mi vida. Gracias.
    AlfonsoVIII dio el Víctor.

  6. #6
    Avatar de Hyeronimus
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    ¡Ánimo! ¡Sursum corda! Rezo por que dé buen fruto en tu vida. Y sin duda así será, en vista de que entiendes el sentido de la Cruz.​
    Patriota Sevillano dio el Víctor.

  7. #7
    nepociano está desconectado Proscrito
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    La vida está repleta de momentos alegres y momentos amargos; son éstos los que nos hacen valorar una felicidad que presuponíamos nuestra, regalada y merecida; pero el tiempo nos hace comprender que la alegría, y la dicha no son gratuitas, y siempre llega el momento inexorable en que el destino nos golpea y nos hace ver lo frágil de nuestra condición.

    Por mi experiencia sé que de todo trance – por malo que sea y aún en el caso en el que sea irreparable – se puede salir y es más, debe servirnos para conocernos mejor a nosotros mismos y utilizarlo de apoyo para lanzarnos hacia adelante, pues la vida es un camino tortuoso y nada sencillo pero en el que siempre hay que avanzar.

    Un cordial saludo
    Patriota Sevillano dio el Víctor.

  8. #8
    Avatar de Mexispano
    Mexispano está desconectado Miembro Respetado
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    ¿Es cristiano desearle el mal al prójimo?





    https://www.youtube.com/watch?v=xjU_ws20S_k

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