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Tema: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

  1. #1
    Avatar de Alejandro Farnesio
    Alejandro Farnesio está desconectado Miembro Respetado
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    ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    ¿Hay algún pronunciamiento oficial al respecto (perdonad mi ignorancia)? Ha surgido en la discusión con una opusina. Yo he sostenido que Dios puede mandar sufrimientos y enfermedades para castigar, purificar y limpiar los pecados (al igual que destruyó Sodoma y Gomorra), pero ella sostiene que Dios es todo amor (como no, siempre amor, nunca justicia) y que Él no manda nunca sufrimientos o enfermedades, sino que los permite.

    ¿Alguien me puede arrojar un poco de luz al tema?

    Gracias.
    ¡VIVA ESPAÑA! ¡VIVA CRISTO REY! ¡VIVA LA HISPANIDAD!

    "Dulce et decorum est pro patria mori" (Horacio).

    "Al rey, la hacienda y la vida se ha de dar, pero el Honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios" (Calderón de la Barca).

  2. #2
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    Dios Padre mandó al Hijo a este mundo a morir en la cruz. Y el mismo Hijo nos exige que tomemos la cruz para seguirle. Dios mismo manda cruces, y una cruz siempre es una bendición. La vida no es un camino de rosas. Vita militia est, dijo Job. La vida es milicia, un servicio militar, una guerra espiritual que nos curte y nos hace creer espiritualmente. La vida tiene también sus buenos momentos, pero se compensan con momentos malos. Esta vida es una temporada de prueba. Las cruces, sean enviadas por Dios o no (y aun pedidas por los hombres, por vocación de santidad y por amor a Cristo, deseo de compartir su cruz), o simplemente toleradas por la Providencia, son inevitables. Viéndolas como lo que son, como un tesoro, como una forma de participar de los padecimientos de Cristo, son una forma de adquirir méritos. Y además, como la cruz es redentora, se puede aplicar también, como han hecho innumerables cristianos a lo largo de la historia, por necesidades propias o ajenas, por la conversión de otras personas, en expiación por pecados propios o ajenos. Hoy en día se rehúye la cruz, y en la modernista Iglesia actual es un tema tabú. En tiempos no tan lejanos, ha habido hasta niños que lo han tenido más claro, como Laurita Vicuñalaurita Vicuña o Antoñita Meo.
    Última edición por Hyeronimus; 28/08/2015 a las 19:41
    Valmadian y ReynoDeGranada dieron el Víctor.

  3. #3
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    Mira qué casualidad. Hablando de la "reina" de Roma, acaba de aparecer el siguiente artículo en el imprescindible blog "Denzinger-Bergoglio", que raro es el día que no tiene una entrada muy documentada refutando detalladamente con el Magisterio las tonterías que suelta a cada rato Francisco. Blog muy recomendable, por cierto.



    ¿Por qué sufren los niños? Recién cuando el corazón alcanza a hacerse la pregunta y a llorar, podemos entender algo. Y no hay explicaciones. No tengáis miedo de desafiar al Señor: “¿Por qué?”

    En el año 1930 nació en Roma Antonietta Meo, cuarta hija de padres honrados y creyentes. En su hogar aprendió las primeras verdades de la fe, aunque la atmósfera de catolicidad que en aquel entonces caracterizaba en la Ciudad Eterna también colaboró favorablemente para su formación religiosa. A los cuatro años, a causa de una inflamación en la rodilla de apariencia poco preocupante, los médicos descubrieron en la niña un mal terrible: osteosarcoma. Los padecimientos que desde entonces afectaron Antonieta seguramente harían estremecer los varones adultos más valientes: tratamientos dolorosos y prácticamente inútiles hasta la amputación de la pierna izquierda, al que se siguió el avance del mal, que llegó incluso a comprometer los pulmones. Los médicos se sorprendían al comprobar como un cuerpo tan pequeño podía padecer males tan grandes. Pero lo más impresionante del caso es sin duda la reacción de Antonieta ante estos infortunios, pues a medida que aprendía los pasajes de la vida de Jesús identificaba su estado con el de Cristo Padeciente y descubría en la Pasión el verdadero motivo por el que sufría: “Querido Jesús crucificado, te quiero mucho y te amo mucho, quiero estar en el Calvario contigo y sufro con alegría porque sé que estoy en el Calvario. Querido Jesús, te agradezco que me hayas mandado esta enfermedad, que es un medio para que llegue al Paraíso. Querido Jesús, dile a Dios Padre que le amo mucho también a Él. Querido Jesús, dame fuerzas para soportar los dolores que te ofrezco por los pecadores…” Esta niña murió a los seis años y su cuerpo hoy se encuentra en su parroquia, la Basílica de San Juan de Letrán. Muchos aguardan con esperanza el reconocimiento de la heroicidad de sus virtudes y elevación al honor los altares. En la misma ciudad de los Papas una escena transcurrida el pasado mes de mayo nos hace recordar el ejemplo de “Nennolina”: el Papa recibe niños afectados por enfermedades graves acompañados por sus padres. Estos infelices en el cuerpo pero bautizados y con sus almas amparadas por las bendiciones de la Iglesia esperaban de Francisco una palabra de aliento, que el Pontífice les indicara un sentido en medio al infortunio atroz, como padre que es de la Iglesia especialmente atento a todo lo que concierne los necesitados. Sin embargo, manifestando una vez más su extraña concepción de esta problemática ya tratada en el viaje apostólico a Filipinas, Francisco vuelve a decir que es una situación para la que no hay explicaciones, que el único remedio para los niños y sus padres es llorar. Para colmo de perplejidades, Francisco proyecta esta reacción de sentido enteramente naturalista en la Santísima Virgen María y su Divino Hijo. Según él, Nuestra Señora tampoco comprendió lo que pasaba en el Calvario, y su Hijo tampoco tenía claro el alcance de nuestros dramas hasta el momento en que lloró. Sobran más palabras… pues si la enseñanza de la Iglesia explica esta cuestión, ¿no se esperaría otra respuesta del Vicario de Cristo? Francisco


    Ella [la chica Glyzelle] hoy ha hecho la única pregunta que no tiene respuesta. Y no le alcanzaron las palabras. Necesitó decirla con lágrimas. […] ¿Por qué sufren los niños? ¿Por qué sufren los niños? Recién cuando el corazón alcanza a hacerse la pregunta y a llorar, podemos entender algo. (…) Solamente cuando Cristo lloró y fue capaz de llorar, entendió nuestros dramas. (Discurso en el encuentro con los jóvenes, Manila, 18 de enero de 2015)
    Hay también una pregunta cuya explicación no se aprende en la catequesis. Es la pregunta que tantas veces me he hecho, y tantos de ustedes, tanta gente se la hace: “¿Por qué sufren los niños?”. Y no hay explicaciones. También esto es un misterio. Solo miro a Dios y pregunto: “¿Pero por qué?”. Y mirando la Cruz: “¿Por qué está allí tu hijo? ¿Por qué?”. Es el misterio de la Cruz. Muchas veces pienso en la Virgen, cuando le han dado el cuerpo muerto de su Hijo, todo herido, escupido, ensangrentado, sucio. ¿Y qué hizo la Virgen? “¿Llévatelo?”. No, lo abrazó, lo acarició. También la Virgen no comprendía. Porque ella, en aquel momento, recordó aquello que el Ángel le había dicho: “Él será Rey, será grande, será profeta…”; y dentro de sí, seguramente, con aquel cuerpo así herido entre los brazos, con tanto sufrimiento antes de morir, dentro de sí seguramente habría tenido deseo de decirle al Ángel: “¡Mentiroso! Fui engañada”. También ella no tenía respuesta. (…) No tengáis miedo de preguntar, incluso de desafiar al Señor: “¿Por qué?”. Quizás no llegará ninguna explicación, pero su mirada de Padre os dará fuerza para seguir adelante. […] La única explicación que podrá daros será: “También mi Hijo sufrió”. Esa es la explicación. Lo más importante es la mirada. Esa es vuestra fuerza, la mirada amorosa del Padre. (Encuentro del Santo Padre con algunos niños enfermos y sus familias, 29 de mayo de 2015)
    Enseñanzas del Magisterio

    Tabla de contenido
    I – Inocentes y pecadores están sujetos al sufrimiento. ¿Por qué?
    II –
    El papel del sufrimiento en la santificación del hombre
    III –
    La Virgen María ofreció su Hijo cómo víctima de expiación por los pecados de la humanidad
    IV –
    Verdadero Dios y verdadero Hombre, Jesús tenía pleno conocimiento de toda su misión redentora

    I – Inocentes y pecadores están sujetos al sufrimiento. ¿Por qué?


    Benedicto XVI
    -Dios nos ama a punto de cargar con todo dolor inocente – Sólo un Dios que nos ama hasta cargar nuestros pecados es digno de fe
    Juan Pablo II
    -Los inocentes encuentran consuelo en la cruz de Cristo
    -El sufrimiento del inocente es especialmente valioso a los ojos del Señor
    -Ante la perplejidad el inocente debe decir: “Sé que eres Todopoderoso”
    Benedicto XVI
    -Padecimientos que preparan un bien mayor
    -Las llagas de Cristo nos hacen ver los males con esperanza
    Sagradas Escrituras
    -¿No es lógico aceptar los sufrimientos?
    -Tomar la cruz es obligación de quien quiere seguir a Jesús
    -Los sufrimientos de Cristo son fuente de alegría
    -La gloria futura compensará todo dolor
    Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica
    -El pecado original sometió el hombre al sufrimiento
    Santo Tomás de Aquino
    -Los males corporales son castigo del pecado
    Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica
    -Medio de colaboración con la Providencia Divina
    -Medio de purificación y salvación
    -Del mayor mal del mundo Dios sacó el mayor de los bienes
    Catecismo de la Iglesia Católica
    -Nuevo sentido al sufrimiento
    -Factor para discernir lo que no es esencial
    San Juan Crisóstomo
    -Remedio contra el orgullo, fuerza de Dios en hombres débiles
    Santo Tomás de Aquino
    -La tristeza o el dolor no pueden ser el sumo mal del hombre
    Juan Pablo II
    -La herida puede convertirse en fuente de vida
    -El dolor esconde una fuerza que acerca a Cristo
    -Camino para la transformación de las almas
    Benedicto XVI
    -Podemos limitar el sufrimiento, pero no suprimirlo
    -Lo que cura al hombre es la capacidad de aceptar la tribulación
    Sagradas Escrituras
    -Completar en nuestra carne lo que falta a las tribulaciones de Jesús
    Juan Pablo II
    -La cruz de Cristo da sentido a nuestros padecimientos
    -Respuesta personal del hombre a Dios
    -La redención permanece abierta al amor que se expresa en el sufrimiento humano

    II – El papel del sufrimiento en la santificación del hombre


    Catecismo de la Iglesia Católica
    -No hay santidad sin cruz
    Santo Tomás de Aquino
    -En la Cruz está Cristo, modelo de todas las virtudes
    San Agustín
    -El que no está dispuesto a sufrir no ha empezado a ser cristiano
    -Nuestra actitud ante el sufrimiento define si seremos grano del paraíso o paja para el infierno
    San Bernardo de Claraval
    -La tribulación por amor a Cristo antecede la gloria junto con Él
    -El que quiere seguir un Jefe crucificado no puede huir de los sufrimientos
    Santa Teresa de Jesús
    -Dios no santifica a nadie sin hacerlo sufrir
    San Juan de la Cruz
    -¡Si pudiéramos conocer la gloria fruto del sufrimientos no desearíamos consuelos!
    San Francisco de Sales
    -La mejor señal de que agradamos a Dios
    -Felices las almas que beben el cáliz del sufrimiento
    -Camino que nos conduce directo a Dios
    Santa Teresa de Lisieux
    -Esencia de la santidad
    -El grado de perfección es proporcional al de sufrimiento
    San Alfonso María de Ligorio
    -¿Qué pedir a Jesús después de verlo en la Cruz?
    -Es muy justo que padezcamos por amor a Jesucristo
    -Los santos han recibido las enfermedades a manera de tesoros

    III – La Virgen María ofreció su Hijo cómo víctima de expiación por los pecados de la humanidad


    Juan Pablo II
    -Aceptación plena a las palabras de Ángel Gabriel
    Benedicto XVI
    -Al pie del Calvario María renueva el fiat de la Anunciación
    Juan Pablo II
    -¡Feliz la que ha creído!
    -Ejemplo para todos los que se asocian al sufrimiento redentor
    Concilio Vaticano II
    -Con fe y obediencia libres María cooperó a la salvación de los hombres
    -Asociada amorosamente a la inmolación de su Unigénito
    Juan Pablo II
    -El consentimiento de María es auténtico acto de amor
    -Participación directa en la obra de la redención
    -Modelo de valentía para afrontar los padecimientos
    -La primera que supo y quiso tomar parte en el misterio salvífico
    -Junto a la Cruz, una presencia intrépida
    -A diferencia de los Apóstoles María era una antorcha de fe
    -La que estaba unida al Hijo por vínculos de amor materno, allí vivía la unión en el sufrimiento
    Benedicto XVI
    -La discreción de María nos impide medir su dolor
    San Beda
    -María tenía plena certeza de la resurrección
    San Bernardo de Claraval
    -La Virgen Santísima es verdadera mártir

    IV – Verdadero Dios y verdadero Hombre, Jesús tenía pleno conocimiento de toda su misión redentora


    Gregorio Magno
    -Jesús, la Sabiduría de Dios, no ignoraba nada
    Pío X
    -Condena papal a los erros del modernismo sobre la persona de Cristo
    -Los agnósticos pretenden hacer distinción entre el Cristo histórico y el Cristo de la fe
    Congregación para la Doctrina de la Fe
    -Tentación de reducir el Hijo de Dios a un hombre a nuestra medida
    Santo Tomás de Aquino
    -Plenitud de toda gracia y de toda ciencia
    Catecismo de la Iglesia Católica
    -El Verbo encarnado gozaba la ciencia de los designios eternos
    -Inseparablemente verdadero Dios y verdadero Hombre
    -Fórmula llamada Fe de Dámaso
    -Cristo obró cómo Dios y murió cómo hombre
    León Magno
    -El Hijo de Dios se hizo hombre sin apartase de la gloria del Padre
    Congregación para la Doctrina de la Fe
    -Confesar la divinidad de Jesús es punto esencial de la fe
    Catecismo de la Iglesia Católica
    -Cristo ha querido humanamente todo lo que ha decidido divinamente
    Juan Pablo II
    -Aceptación amorosa de la cruz
    -Jesús fue al encuentro de la muerte
    -La muerte en la cruz, meta del camino de su existencia
    -Ofrecimiento continuo por la humanidad
    -Libre entrega en la Pasión
    Sínodo de Letrán
    -El que no confiesa que el Verbo padeció espontáneamente está condenado
    Comisión Teológica Internacional
    -La cruz es una liturgia de obediencia
    San Francisco de Sales
    -La voluntad del Padre y la de Cristo fue redimirnos por la cruz
    Congregación para la Doctrina de la Fe – Cardenal Joseph Ratzinger
    -¡Ojo con las interpretaciones burguesas, sin valor teológico y revolucionarias de Cristo!

    I – Inocentes y pecadores están sujetos al sufrimiento. ¿Por qué?


    Benedicto XVI

    • Dios nos ama a punto de cargar con todo dolor inocente – Sólo un Dios que nos ama hasta cargar nuestros pecados es digno de fe


    El dolor, el mal, las injusticias, la muerte, especialmente cuando afectan a los inocentes —por ejemplo, los niños víctimas de la guerra y del terrorismo, de las enfermedades y del hambre—, ¿no someten quizás nuestra fe a dura prueba? No obstante, justo en estos casos, la incredulidad de Tomás nos resulta paradójicamente útil y preciosa, porque nos ayuda a purificar toda concepción falsa de Dios y nos lleva a descubrir su rostro auténtico: el rostro de un Dios que, en Cristo, ha cargado con las llagas de la humanidad herida. Tomás ha recibido del Señor y, a su vez, ha transmitido a la Iglesia el don de una fe probada por la pasión y muerte de Jesús, y confirmada por el encuentro con el resucitado. Una fe que estaba casi muerta y ha renacido gracias al contacto con las llagas de Cristo, con las heridas que el Resucitado no ha escondido, sino que ha mostrado y sigue indicándonos en las penas y los sufrimientos de cada ser humano. […] Estas llagas que Cristo ha contraído por nuestro amor nos ayudan a entender quién es Dios y a repetir también: “Señor mío y Dios mío”. Sólo un Dios que nos ama hasta cargar con nuestras heridas y nuestro dolor, sobre todo el dolor inocente, es digno de fe. (Benedicto XVI. Mensaje urbi et orbi, 8 de abril de 2007) Juan Pablo II

    • Los inocentes encuentran consuelo en la cruz de Cristo


    Desde que Cristo escogió la cruz y murió en el Gólgota, todos los que sufren, particularmente los que sufren sin culpa, pueden encontrarse con el rostro del “Santo que sufre”, y hallar en su pasión la verdad total sobre el sufrimiento, su sentido pleno, su importancia. A la luz de esta verdad, todos los que sufren pueden sentirse llamados a participar en la obra de la redención realizada por medio de la cruz. Participar en la cruz de Cristo quiere decir creer en la potencia salvífica del sacrificio que todo creyente puede ofrecer junto al Redentor. Entonces el sufrimiento se libera de la sombra del absurdo, que parece recubrirlo, y adquiere una dimensión profunda, revela su significado y valor creativo. Se diría, entonces, que cambia el escenario de la existencia, del que se aleja cada vez más la potencia destructiva del mal, precisamente porque el sufrimiento produce frutos copiosos. Jesús mismo nos lo revela y promete, cuando dice: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto” (Jn 12, 23-24). (Juan Pablo II. Audiencia general, n. 6-7, 9 de noviembre de 1988)
    • El sufrimiento del inocente es especialmente valioso a los ojos del Señor


    A los ojos del Señor es especialmente valioso precisamente el sufrimiento del justo y del inocente, más que el del pecador, porque éste, realmente, sufre sólo por sí mismo, por una autoexpiación, mientras que el inocente capitaliza con su dolor la redención de los demás. (Juan Pablo II. Discurso a 500 niños minusválidos y sus asistentes, 24 de septiembre de 1979)
    • Ante la perplejidad el inocente debe decir: “Sé que eres Todopoderoso”


    El problema del dolor acosa sobre todo a la fe y la pone a prueba. ¿Cómo no oír el gemido universal del hombre en la meditación del libro de Job? El inocente aplastado por el sufrimiento se pregunta comprensiblemente: “¿Para qué dar la luz a un desdichado, la vida a los que tienen amargada el alma, a los que ansían la muerte que no llega y excavan en su búsqueda más que por un tesoro?” (3, 20-21). Pero también en la más densa oscuridad la fe orienta hacia el reconocimiento confiado y adorador del “misterio”: “Sé que eres Todopoderoso: ningún proyecto te es irrealizable” (Job 42, 2). (Juan Pablo II. Encíclica Evangelium vitae, n. 31, 25 de marzo de 1995) Benedicto XVI

    • Padecimientos que preparan un bien mayor


    Si Dios es sumamente bueno y sabio, ¿por qué existen el mal y el sufrimiento de los inocentes? También los santos, precisamente los santos, se han planteado esta pregunta. Iluminados por la fe, nos dan una respuesta que abre nuestro corazón a la confianza y a la esperanza: en los misteriosos designios de la Providencia, incluso del mal Dios sabe sacar un bien más grande. (Benedicto XVI. Audiencia general, 1 de diciembre de 2010)
    • Las llagas de Cristo nos hacen ver los males con esperanza


    Queridos enfermos y personas que sufren, es precisamente a través de las llagas de Cristo como nosotros podemos ver, con ojos de esperanza, todos los males que afligen a la humanidad. Al resucitar, el Señor no eliminó el sufrimiento ni el mal del mundo, sino que los venció de raíz. […] San Bernardo afirma: “Dios no puede padecer, pero puede compadecer”. Dios, la Verdad y el Amor en persona, quiso sufrir por nosotros y con nosotros; se hizo hombre para poder compadecer con el hombre, de modo real, en carne y sangre. (Benedicto XVI. Mensaje para la XIX Jornada Mundial del Enfermo, n. 2, 21 de noviembre de 2010) Sagradas Escrituras

    • ¿No es lógico aceptar los sufrimientos?


    Si aceptamos de Dios el bien, ¿no aceptaremos el mal? (Job 2, 10)
    • Tomar la cruz es obligación de quien quiere seguir a Jesús


    Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. (Mc 8, 34)
    • Los sufrimientos de Cristo son fuente de alegría


    Queridos, no os extrañéis del fuego que ha prendido en medio de vosotros para probaros, como si os sucediera algo extraño, sino alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria. (1 Pd 4, 12-13)
    • La gloria futura compensará todo dolor


    Estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. (Rm 8, 18) Santo Tomás de Aquino

    • Los males corporales son castigo del pecado


    Una cosa es causa indirecta de otra, si es causa que remueve los obstáculos: así se dice en el libro VIII de los Físicos 12 que quien retira una columna, indirectamente remueve la piedra superpuesta (a la misma). Y de este modo el pecado del primer padre es la causa de la muerte y de todos los males de la naturaleza humana […]. Por esto, sustraída esta justicia original por el pecado del primer padre, así como fue vulnerada la naturaleza humana en cuanto al alma por el desorden de sus potencias […], así también se hizo corruptible por el desorden el cuerpo mismo. Mas la sustracción de la justicia original tiene razón de castigo, como también la sustracción de la gracia. Por consiguiente, la muerte y todos los males corporales consecuentes son ciertos castigos del pecado original. Y aunque estos males no fueran intentados por el pecador, sin embargo, han sido ordenados por la justicia de Dios, que castiga [por el pecado]. (Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica, I-II, q. 85, a. 5) Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica

    • El pecado original sometió el hombre al sufrimiento


    Como consecuencia del pecado original, la naturaleza humana, aun sin estar totalmente corrompida, se halla herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al poder de la muerte, e inclinada al pecado. Esta inclinación al mal se llama concupiscencia. (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 77)
    • Medio de colaboración con la Providencia Divina


    ¿Cómo colabora el hombre con la Providencia Divina?
    Dios otorga y pide al hombre, respetando su libertad, que colabore con la Providencia mediante sus acciones, sus oraciones, pero también con sus sufrimientos, suscitando en el hombre “el querer y el obrar según sus misericordiosos designios” (Flp 2, 13). (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 56)
    • Medio de purificación y salvación


    Con su pasión y muerte, Jesús da un nuevo sentido al sufrimiento, el cual, unido al de Cristo, puede convertirse en medio de purificación y salvación, para nosotros y para los demás. (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 314)
    • Del mayor mal del mundo Dios sacó el mayor de los bienes


    Al interrogante, tan doloroso como misterioso, sobre la existencia del mal solamente se puede dar respuesta desde el conjunto de la fe cristiana. Dios no es, en modo alguno, ni directa ni indirectamente, la causa del mal. Él ilumina el misterio del mal en su Hijo Jesucristo, que ha muerto y ha resucitado para vencer el gran mal moral, que es el pecado de los hombres y que es la raíz de los restantes males. […] La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo. Esto Dios lo ha realizado ya admirablemente con ocasión de la muerte y resurrección de Cristo: en efecto, del mayor mal moral, la muerte de su Hijo, Dios ha sacado el mayor de los bienes, la glorificación de Cristo y nuestra redención. (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 57-58) Catecismo de la Iglesia Católica

    • Nuevo sentido al sufrimiento


    El sufrimiento, secuela del pecado original, recibe un sentido nuevo, viene a ser participación en la obra salvífica de Jesús. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1521)
    • Factor para discernir lo que no es esencial


    La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves en la vida humana. En la enfermedad el hombre experimenta su impotencia, sus límites, y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte. La enfermedad puede conducirnos a la angustia, al repliegue sobre nosotros mismos, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Pero también puede hacer a la persona más madura y ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial, para volverse hacia lo que sí lo es. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1500-1501) San Juan Crisóstomo

    • Remedio contra el orgullo, fuerza de Dios en hombres débiles


    El sufrimiento en la vida presente es un remedio contra el orgullo que nos trastornaría, contra la vanagloria y la ambición. Gracias a él resplandece la fuerza de Dios en hombres débiles, que sin la gracia de Dios no podrían soportar sus aflicciones. Por él se manifiesta la paciencia de los justos perseguidos. Por él se ve impulsado el justo a desear la vida eterna. (San Juan Crisóstomo. Consolationes ad Stagir, L. III, citado por Réginald Garrigou-Lagrange, La vida eterna y la profundidad del alma, cap. VI) Santo Tomás de Aquino

    • La tristeza o el dolor no pueden ser el sumo mal del hombre


    El dolor o tristeza que es por un verdadero mal, no puede ser el sumo mal, pues hay algo peor que él, esto es, o no juzgar como, mal lo que es verdadero mal, o también no rechazarlo. Y la tristeza o dolor por un mal aparente que es verdadero bien, no puede ser el sumo mal, porque sería peor separarse por completo del verdadero bien. Por lo tanto, es imposible que alguna tristeza o dolor sea el sumo mal del hombre. (Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica, I-II, q. 39, a. 4) Juan Pablo II

    • La herida puede convertirse en fuente de vida


    El sufrimiento puede mostrar la bondad de Dios: la herida puede convertirse en fuente de vida. (Juan Pablo II. Alocución a la Asociación The across trust, 29 de octubre de 1998)
    • El dolor esconde una fuerza que acerca a Cristo


    A través de los siglos y generaciones se ha constatado que en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo, una gracia especial. A ella deben su profunda conversión muchos santos, como por ejemplo San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, etc. Fruto de esta conversión es no sólo el hecho de que el hombre descubre el sentido salvífico del sufrimiento, sino sobre todo que en el sufrimiento llega a ser un hombre completamente nuevo. (Juan Pablo II. Carta Apostólica Salvifici doloris, n. 26, 11 de febrero de 1984)
    • Camino para la transformación de las almas


    En el cuerpo de Cristo, que crece incesantemente desde la cruz del Redentor, precisamente el sufrimiento, penetrado por el espíritu del sacrificio de Cristo, es el mediador insustituible y autor de los bienesindispensables para la salvación del mundo. El sufrimiento, más que cualquier otra cosa, es el que abre el camino a la gracia que transforma las almas. El sufrimiento, más que todo lo demás, hace presente en la historia de la humanidad la fuerza de la Redención. (Juan Pablo II. Carta Apostólica Salvifici doloris, n. 27, 11 de febrero de 1984) Benedicto XVI

    • Podemos limitar el sufrimiento, pero no suprimirlo


    Al igual que el obrar, también el sufrimiento forma parte de la existencia humana. Éste se deriva, por una parte, de nuestra finitud y, por otra, de la gran cantidad de culpas acumuladas a lo largo de la historia, y que crece de modo incesante también en el presente. […] Es cierto que debemos hacer todo lo posible para superar el sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos, simplemente porque no podemos desprendernos de nuestra limitación, y porque ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder del mal, de la culpa, que —lo vemos— es una fuente continua de sufrimiento. Esto sólo podría hacerlo Dios: y sólo un Dios que, haciéndose hombre, entrase personalmente en la historia y sufriese en ella. Nosotros sabemos que este Dios existe y que, por tanto, este poder que “quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29) está presente en el mundo. […] Podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo. (Benedicto XVI. Encíclica Spe salvi, n. 26, 30 de noviembre de 2007)
    • Lo que cura al hombre es la capacidad de aceptar la tribulación


    Precisamente cuando los hombres, intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción, cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la que quizás ya no existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de sentido y de la soledad es mucho mayor aún. Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito. (Benedicto XVI. Encíclica Spe salvi, n. 26, 30 de noviembre de 2007) Sagradas Escrituras

    • Completar en nuestra carne lo que falta a las tribulaciones de Jesús


    Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia. (Cl 1, 24) Juan Pablo II

    • La cruz de Cristo da sentido a nuestros padecimientos


    La redención realizada por Cristo al precio de la pasión y muerte de cruz, es un acontecimiento decisivo y determinante en la historia de la humanidad, no sólo porque cumple el supremo designio divino de justicia y misericordia, sino también porque revela a la conciencia del hombre un nuevo significado del sufrimiento. […] La cruz de Cristo ―la pasión― arroja una luz completamente nueva sobre este problema, dando otro sentido al sufrimiento humano en general. […] Todo sufrimiento humano, unido al de Cristo, completa “lo que falta a las tribulaciones de Cristo en la persona que sufre, en favor de su Cuerpo” (cf. Col 1, 24): el Cuerpo es la Iglesia como comunidad salvífica universal. (Juan Pablo II. Audiencia general, n. 1-2, 9 de noviembre de 1988)
    • Respuesta personal del hombre a Dios


    A medida que el hombre toma su cruz,uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento. El hombre no descubre este sentido a nivel humano, sino a nivel del sufrimiento de Cristo. Pero al mismo tiempo, de este nivel de Cristo aquel sentido salvífico del sufrimiento desciende al nivel humano y se hace, en cierto modo, su respuesta personal. Entonces el hombre encuentra en su sufrimiento la paz interior e incluso la alegría espiritual. (Juan Pablo II. Carta Apostólica Salvifici doloris, n. 26, 11 de febrero de 1984)
    • La redención permanece abierta al amor que se expresa en el sufrimiento humano


    El sufrimiento de Cristo ha creado el bien de la redención del mundo. Este bien es en sí mismo inagotable e infinito. Ningún hombre puede añadirle nada. Pero, a la vez, en el misterio de la Iglesia como cuerpo suyo, Cristo en cierto sentido ha abierto el propio sufrimiento redentor a todo sufrimiento del hombre. En cuanto el hombre se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo —en cualquier lugar del mundo y en cualquier tiempo de la historia—, en tanto a su manera completaaquel sufrimiento, mediante el cual Cristo ha obrado la redención del mundo. ¿Esto quiere decir que la redención realizada por Cristo no es completa? No. Esto significa únicamente que la redención, obrada en virtud del amor satisfactorio, permanece constantemente abierta a todo amor que se expresa en el sufrimiento humano. (Juan Pablo II. Carta Apostólica Salvifici doloris, n. 24, 11 de febrero de 1984)
    II – El papel del sufrimiento en la santificación del hombre


    Catecismo de la Iglesia Católica

    • No hay santidad sin cruz


    El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf. 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2015) Santo Tomás de Aquino

    • En la Cruz está Cristo, modelo de todas las virtudes


    En la Cruz no falta ningún ejemplo de virtud. Si buscas un ejemplo de caridad, “nadie tiene mayor caridad que dar uno su vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Esto lo hizo Cristo en la Cruz. Por consiguiente, si dio por nosotros su vida, no debe resultarnos gravoso soportar por Él cualquier mal. “¿Cómo pagaré al Señor todo lo que me ha dado?” (Ps 115, 12). Si buscas un ejemplo de paciencia, extraordinaria es la que aparece en la Cruz. Por dos cosas puede ser grande la paciencia: o por soportar uno pacientemente grandes sufrimientos, o por soportar sin evitar los que podría evitar. (Santo Tomás de Aquino. Exposición del símbolo de los Apóstoles, cap. 4, a. 4, B) San Agustín

    • El que no está dispuesto a sufrir no ha empezado a ser cristiano


    Cuidado, no sea que al querer estar lejos del sufrimiento, se aleje de los santos. Piense cada uno en su enemigo: si es cristiano, el mundo es su enemigo. Nadie piense en las enemistades personales, cuando vaya a recitar las palabras de este salmo. […] Que nadie se diga a sí mismo: Tuvieron que sufrir nuestros padres, pero nosotros ya no. Si crees que tú no tienes sufrimientos, es que no has empezado a ser cristiano. ¿Dónde, si no, quedan las palabras del Apóstol: Todos los que desean vivir piadosamente en Cristo, sufrirán persecuciones? Por lo tanto, si tú no sufres ninguna persecución por Cristo, mira bien, no sea que no hayas comenzado a vivir piadosamente en Cristo. Porque cuando comiences a vivir piadosamente en Cristo, has entrado ya en el lagar; prepárate a ser estrujado, pero no seas árido, no te quedes sin producir jugo alguno. (San Agustín. Comentario al Salmo 55, n. 4)
    • Nuestra actitud ante el sufrimiento define si seremos grano del paraíso o paja para el infierno


    La tierra es lugar de merecimientos, de donde se deduce que es lugar de padecimientos. Nuestra patria, donde Dios nos tiene reservado el descanso del gozo eterno, es el paraíso. […] Hay que sufrir; todos tenemos que sufrir; todos, sean justos o pecadores, han de llevar la cruz. Quien la lleva pacientemente, se salva, y quien la lleva impacientemente se condena. Idénticas miserias, dice San Agustín, conducen a unos al cielo y a otros al infierno. En el crisol del padecer, añade el mismo santo Doctor, se quema la paja y se logra el grano en la Iglesia de Dios; quien en las tribulaciones se humilla y resigna a la voluntad de Dios, es grano del paraíso y quien se ensoberbece e irrita, abandonando a Dios, es paja para el infierno. (San Alfonso María de Ligorio, Práctica del amor a Jesucristo, p. 61-62) San Bernardo de Claraval

    • La tribulación por amor a Cristo antecede la gloria junto con Él


    Hermanos míos, la gloria está escondida para nosotros en la tribulación […] Démonos priesa a comprar este campo; este tesoro que en él está escondido. Hagamos materia de toda nuestra alegría las tribulaciones que nos sucedan. […] “Con él estoy en la tribulación”, dice Dios; ¿y yo buscaré otra cosa que la tribulación? Mi dicha será permanecer junto a Dios […] Mejor es para mí, Señor, padecer tribulaciones, si Vos estáis conmigo, que reinar sin Vos, comer espléndidamente sin Vos, gloriarme sin Vos. Mucho mejor, Señor, es para mí abrazaros en la tribulación, en la hoguera teneros conmigo, que estar sin Vos aun en el Cielo, porque “¿qué hay para mí en el Cielo, y qué he querido yo sobre la tierra fuera de Vos? El horno prueba al oro, y la tentación de la tribulación a los hombres justos”. (San Bernardo de Claraval. Sermón 17 sobre el Salmo “El que habita”)
    • El que quiere seguir un Jefe crucificado no puede huir de los sufrimientos


    ¡Qué vergüenza que ante un jefe crucificado y coronado de espinas, yo, que quiero seguir sus pasos, demuestre cobardía ante los sufrimientos! (San Bernardo de Claraval citado por San Alfonso María de Ligorio. Práctica del amor a Jesucristo, p. 73) Santa Teresa de Jesús

    • Dios no santifica a nadie sin hacerlo sufrir


    Imaginarse que Dios va a llevar a la santidad sin hacerlo pasar a uno por muchos sufrimientos es una ilusión y un disparate. (Santa Teresa de Jesús citada por San Alfonso María de Ligorio. Práctica del amor a Jesucristo, p. 67-68) San Juan de la Cruz

    • ¡Si pudiéramos conocer la gloria fruto del sufrimientos no desearíamos consuelos!


    ¡Oh almas que queréis estar siempre seguras y consoladas! Si supieseis cuánto os conviene padecer sufriendo para llegar a eso, y cuánto provecho tiene el padecer y la mortificación para conseguir estos altos bienes, de ninguna manera buscaríais consuelo de Dios ni de las criaturas, sino que antes cargarías con la cruz bañada en hiel y vinagre y lo tendríais por gran dicha, viendo que si se muere así al mundo y a vosotros mismos, viviríais en Dios en el placer del espíritu, y sufriendo con paciencia lo exterior, mereceríais que Dios pusiese los ojos en vosotros para purificaros y limpiaros más profundamente porque así lo requieren algunos trabajos espirituales más de adentro. (San Juan de la Cruz. Llama de amor viva, Canción 2, 24) San Francisco de Sales

    • La mejor señal de que agradamos a Dios


    La mejor señal para saber si estamos agradando a Dios es la inquebrantable resolución de sufrir cualquier otro mal, antes que decir, hacer o pensar algo que disguste a Nuestro Señor. (San Francisco de Sales citado por San Alfonso María de Ligorio. Práctica del amor a Jesucristo, p. 134)
    • Felices las almas que beben el cáliz del sufrimiento


    ¡O que felices son las almas que valientemente beben del cáliz del sufrimiento con Nuestro Señor!, que se mortifican llevando su cruz; que sufren amorosamente y reciben con sumisión todos los acontecimientos. Pero, Dios mío, ¡cuán pocos hacen estas cosas! (San Francisco de Sales. Sermón para la fiesta de San Juan de la Puerta Latina)
    • Camino que nos conduce directo a Dios


    Así debemos hacer, tomar el camino de la cruz y de las aflicciones, pues este es el camino seguro que nos conduce directo a Dios y a la perfección de su amor. Si somos fieles en beber valientemente del cáliz, dejándonos crucificar con Él en esa vida, su divina bondad no se olvidará de nos glorificar eternamente en la otra vida. (San Francisco de Sales. Sermón para la fiesta de San Juna Puerta Latina) Santa Teresa de Lisieux

    • Esencia de la santidad


    La santidad no consiste en decir cosas hermosas, ni consiste siquiera en pensarlas o en sentirlas… Consiste en sufrir, y en sufrir toda clase de sufrimientos. “¡La santidad hay que conquistarla a punta de espada! ¡Hay que sufrir…, hay que agonizar…!” Vendrá un día en que las sombras desaparecerán, y entonces no quedará ya nada más que la alegría, la embriaguez… ¡Aprovechémonos de nuestro único momento de sufrir…! No miremos más que al instante presente… Un instante es un tesoro… Un solo acto de amor nos hará conocer mejor a Jesús…, nos acercará a él por toda la eternidad… (Santa Teresa de Lisieux. Carta 89 a Celina)
    • El grado de perfección es proporcional al de sufrimiento


    Más tarde, cuando se ofreció ante mis ojos el horizonte de la perfección, comprendí que para ser santa había que sufrir mucho, buscar siempre lo más perfecto y olvidarse de sí misma. Comprendí que en la perfección había muchos grados, y que cada alma era libre de responder a las invitaciones del Señor y de hacer poco o mucho por él, en una palabra, de escoger entre los sacrificios que él nos pide. Entonces, como en los días de mi niñez, exclamé: “Dios mío, yo lo escojo todo. No quiero ser santa a medias, no me asusta sufrir por ti, sólo me asusta una cosa: conservar mi voluntad. Tómala, ¡pues yo escojo todo lo que tú quieres…!” (Santa Teresa de Lisieux. Historia de un alma, manuscrito A, cap. I) San Alfonso María de Ligorio

    • ¿Qué pedir a Jesús después de verlo en la Cruz?


    Señor, viéndoos tan despreciado y maltratado por mi amor ¿qué otra cosa puedo pediros sino cruces y desprecios? (San Alfonso María de Ligorio. Selva de materia predicables e instructivas, p. 208)
    • Es muy justo que padezcamos por amor a Jesucristo


    Si Jesucristo padeció tanto por nuestro amor, ¿no será justo que también nosotros padezcamos algo por amor suyo? (San Alfonso María de Ligorio. Selva de materia predicables e instructivas, p. 210)
    • Los santos han recibido las enfermedades a manera de tesoros


    La única y más escogida ocupación de los santos ha sido desear con ardor poder sufrir toda suerte de fatigas, ultrajes, y dolores para agradar a Dios, que tanto ha merecido ser amado, y que tanto nos ha amado. […] ¿Y qué mayor felicidad, que mayor consuelo puede alcanzar el alma que soporta alguna fatiga o sufrir algún dolor para agradar a Dios? […] Para agradar a Dios, en fin, los santos se han desprendido de todos sus bienes, han renunciado a las más altas dignidades del mundo, y han recibido, a manera de tesoros, las enfermedades, las persecuciones, el despojo de sus bienes, y la muerte más dolorosa. (San Alfonso María de Ligorio. Reflexiones piadosas sobre diferentes puntos espirituales, p. 296)
    III – La Virgen María ofreció su Hijo cómo víctima de expiación por los pecados de la humanidad


    Juan Pablo II

    • Aceptación plena a las palabras de Ángel Gabriel


    María, al aceptar con plena disponibilidad las palabras del Ángel Gabriel, que le anunciaba que sería la madre del Mesías, comenzó a tomar parte en el drama de la Redención. Su participación en el sacrificio de su Hijo, revelado por Simeón durante la presentación en el templo, prosigue no sólo en el episodio de Jesús perdido y hallado a la edad de doce años, sino también durante toda su vida pública. Sin embargo, la asociación de la Virgen a la misión de Cristo culmina en Jerusalén, en el momento de la pasión y muerte del Redentor. […] El Concilio subraya la dimensión profunda de la presencia de la Virgen en el Calvario, recordando que “mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz”, y afirma que esa unión “en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte”. (Juan Pablo II. Audiencia general, n. 1-2, 2 de abril de 1997) Benedicto XVI

    • Al pie del Calvario María renueva el fiat de la Anunciación


    María es modelo de abandono total a la voluntad de Dios: acogió en su corazón al Verbo eterno y lo concibió en su seno virginal; se fió de Dios y, con el alma traspasada por la espada del dolor (cf. Lc 2, 35), no dudó en compartir la pasión de su Hijo, renovando en el Calvario, al pie de la cruz, el “sí” de la Anunciación. Meditar en la Inmaculada Concepción de María es, por consiguiente, dejarse atraer por el “sí” que la unió admirablemente a la misión de Cristo, Redentor de la humanidad; es dejarse asir y guiar por su mano, para pronunciar el mismo fiat a la voluntad de Dios con toda la existencia entretejida de alegrías y tristezas, de esperanzas y desilusiones, convencidos de que las pruebas, el dolor y el sufrimiento dan un sentido profundo a nuestra peregrinación en la tierra. (Benedicto XVI. Mensaje para la XVI Jornada Mundial del Enfermo, 11 de enero de 2008) Juan Pablo II

    • ¡Feliz la que ha creído!


    ¡Sí, verdaderamente “feliz la que ha creído”! Estas palabras, pronunciadas por Isabel después de la Anunciación, aquí, a los pies de la Cruz, parecen resonar con una elocuencia suprema y se hace penetrante la fuerza contenida en ellas. Desde la Cruz, es decir, desde el interior mismo del misterio de la redención, se extiende el radio de acción y se dilata la perspectiva de aquella bendición de fe. Se remonta “hasta el comienzo” y, como participación en el sacrificio de Cristo, nuevo Adán, en cierto sentido, se convierte en el contrapeso de la desobediencia y de la incredulidad contenidas en el pecado de los primeros padres. (Juan Pablo II. Encíclica Redemptoris Mater, n. 19, 25 de marzo de 1987)
    • Ejemplo para todos los que se asocian al sufrimiento redentor


    San Juan en su Evangelio recuerda que “junto a la cruz de Jesús estaba su Madre” (Jn 19, 25). Era la presencia de una mujer ―ya viuda desde hace años, según lo hace pensar todo― que iba a perder a su Hijo. Todas las fibras de su ser estaban sacudidas por lo que había visto en los días culminantes de la pasión y de la que sentía y presentía ahora junto al patíbulo. ¿Cómo impedir que sufriera y llorara? La tradición cristiana ha percibido la experiencia dramática de aquella Mujer llena de dignidad y decoro, pero con el corazón traspasado, y se ha parado a contemplarla participando profundamente en su dolor: “Stabat Mater dolorosa/ iuxta Crucem lacrimosa/ dum pendebat Filius”. […] La presencia de María junto a la cruz muestra su compromiso de participar totalmente en el sacrificio redentor de su Hijo. María quiso participar plenamente en los sufrimientos de Jesús, ya que no rechazó la espada anunciada por Simeón (cf. Lc 2, 35), sino que aceptó con Cristo el designio misterioso del Padre. Ella era la primera partícipe de aquel sacrificio, y permanecería para siempre como modelo perfecto de todos los que aceptaran asociarse sin reservas a la ofrenda redentora. Por otra parte, la compasión materna que se expresaba en esa presencia, contribuía a hacer más denso y profundo el drama de aquella muerte en cruz. (Juan Pablo II. Audiencia general, n. 1-2, 23 de noviembre de 1988) Concilio Vaticano II

    • Con fe y obediencia libres María cooperó a la salvación de los hombres


    María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres. […] Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. (Concilio Vaticano II. Constitución dogmática Lumen gentium, n. 56-57, 21 de noviembre de 1964)
    • Asociada amorosamente a la inmolación de su Unigénito


    La Santísima Virgen […] mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jn 19, 25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que Ella misma había engendrado; y, finalmente, fue dada por el mismo Cristo Jesús agonizante en la cruz como Madre al discípulo con estas palabras: “Mujer, he ahí a tu hijo” (cf. Jn 19, 26-27) (Concilio Vaticano II. Constitución dogmática Lumen gentium, n. 58, 21 de noviembre de 1964) Juan Pablo II

    • El consentimiento de María es auténtico acto de amor


    El Concilio nos recuerda la “compasión de María”, en cuyo corazón repercute todo lo que Jesús padece en el alma y en el cuerpo, subrayando su voluntad de participar en el sacrificio redentor y unir su sufrimiento materno a la ofrenda sacerdotal de su Hijo. Además, el texto conciliar pone de relieve que el consentimiento que da a la inmolación de Jesús no constituye una aceptación pasiva, sino un auténtico acto de amor, con el que ofrece a su Hijo como víctima de expiación por los pecados de toda la humanidad. (Juan Pablo II. Audiencia general, n. 3, 2 de abril de 1997)
    • Participación directa en la obra de la redención


    ¡Qué desconcertante es el misterio de la cruz! Después de haber meditado largamente en él San Pablo escribió a los cristianos de Galacia “En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo” (Ga 6, 14). También la Santísima Virgen podría haber repetido —¡y con mayor verdad!— esas mismas palabras. Contemplando a su Hijo moribundo en el Calvario había comprendido que la “gloria” de su maternidad divina alcanzaba en aquel momento su ápice, participando directamente en la obra de la redención. Además, había comprendido que a partir de aquel momento el dolor humano, hecho suyo por el Hijo crucificado, adquiría un valor inestimable. (Juan Pablo II. Ángelus, n. 1, 15 de septiembre de 1991)
    • Modelo de valentía para afrontar los padecimientos


    En el cuarto evangelio, San Juan narra que “junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena” (Jn 19, 25). Con el verbo “estar”, que etimológicamente significa “estar de pie”, “estar erguido”, el evangelista tal vez quiere presentar la dignidad y la fortaleza que María y las demás mujeres manifiestan en su dolor. En particular, el hecho de “estar erguida” la Virgen junto a la cruz recuerda su inquebrantable firmeza y su extraordinaria valentía para afrontar los padecimientos. En el drama del Calvario, a María la sostiene la fe, que se robusteció durante los acontecimientos de su existencia y, sobre todo, durante la vida pública de Jesús. (Juan Pablo II. Audiencia general, n. 3, 2 de abril de 1997)
    • La primera que supo y quiso tomar parte en el misterio salvífico


    La Virgen de los Dolores, firme junto a la cruz, con la elocuencia muda del ejemplo, nos habla del significado del sufrimiento en el plan divino de la redención.
    Ella fue la primera que supo y quiso participar en el misterio salvífico
    “asociándose con entrañas de madre a su sacrificio consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado” (Lumen Gentium, n. 58). Íntimamente enriquecida por esta experiencia inefable, se acerca a quien sufre, lo toma de la mano y lo invita a subir con ella al Calvario y a detenerse ante el Crucificado. (Juan Pablo II. Ángelus, n. 2, 15 de septiembre de 1991)
    • Junto a la Cruz, una presencia intrépida


    En esta hora de la plegaria mariana hemos contemplado el Corazón de Jesús víctima de nuestros pecados; pero antes que todos y más profundamente que todos lo contempló su Madre dolorosa, de la que la liturgia canta: “Por los pecados del pueblo Ella vio a Jesús en los tormentos del duro suplicio” (Secuencia Stabat Mater, estrofa 7). En la proximidad de la memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María Dolorosa, recordemos esta presencia intrépida e intercesora de la Virgen bajo la cruz del Calvario, y pensemos con inmensa gratitud que, en aquel momento, Cristo, que estaba para morir, víctima de los pecados del mundo, nos la confió como Madre: “Ahí tienes a tu Madre” (Jn 19, 27). (Juan Pablo II. Ángelus, n. 3, 9 de septiembre de 1989)
    • A diferencia de los Apóstoles María era una antorcha de fe


    Es ésta tal vez la más profunda kénosis de la fe en la historia de la humanidad. Por medio de la fe la Madre participa en la muerte del Hijo, en su muerte redentora; pero a diferencia de la de los discípulos que huían, era una fe mucho más iluminada. Jesús en el Gólgota, a través de la Cruz, ha confirmado definitivamente ser el “signo de contradicción”, predicho por Simeón. Al mismo tiempo, se han cumplido las palabras dirigidas por él a María: “¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!” (Juan Pablo II. Encíclica Redemptoris Mater, n. 18, 25 de marzo de 1987)
    • La que estaba unida al Hijo por vínculos de amor materno, allí vivía la unión en el sufrimiento


    “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena” (Jn 19, 25). Aquella que estaba unida al Hijo de Dios por vínculos de sangre y de amor materno, allí, al pie de la cruz, vivía esa unión en el sufrimiento. Ella sola, a pesar del dolor del corazón de madre, sabía que ese sufrimiento tenía un sentido. Tenía confianza -confianza a pesar de todo- en que se estaba cumpliendo la antigua promesa: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras tú acechas su calcañar” (Gn 3, 15). (Juan Pablo II. Homilía en el Santuario Kalwaria Zebrzydowska, 18 de agosto de 2002) Benedicto XVI

    • La discreción de María nos impide medir su dolor


    Al pie de la Cruz se cumple la profecía de Simeón de que su corazón de madre sería traspasado (cf. Lc 2,35) por el suplicio infligido al Inocente, nacido de su carne. Igual que Jesús lloró (cf. Jn 11,35), también María ciertamente lloró ante el cuerpo lacerado de su Hijo. Sin embargo, su discreción nos impide medir el abismo de su dolor; la hondura de esta aflicción queda solamente sugerida por el símbolo tradicional de las siete espadas. (Benedicto XVI. Homilía en el viaje apostólico a Francia con ocasión del 150 aniversario de las apariciones de Loudes, 15 de septiembre de 2008) San Beda

    • María tenía plena certeza de la resurrección


    Llama espada al afecto por la pasión y muerte del Señor, que traspasó el alma de María; porque no pudo contemplar sin un amargo dolor la crucifixión y muerte, aunque no dudara en modo alguno que tendría que resucitar de su muerte, porque era Dios. Sin embargo, se dolía de la muerte de quien Ella había procreado de su carne. (San Beda. Homilía XV, In Purificatione Beatæ Mariæ: PL 94, 81-82) San Bernardo de Claraval

    • La Virgen Santísima es verdadera mártir


    Verdaderamente, ó Madre bienaventurada, traspasó tu alma la espada. Ni pudiera ella penetrar el cuerpo de tu Hijo sin traspasarla. Y ciertamente, después que espiró aquel tu Jesús ―de todos, sin duda, pero especialmente tuyo―, no tocó su alma la lanza cruel, que abrió ―no perdonándole aún muerto, à quien ya no podía dañar― su costado, pero traspasó seguramente tu alma. El alma de Jesús ya no estaba allí; pero la tuya ciertamente no se podía de allí arrancar. Tu alma pues traspasó la fuerza del dolor, para que no sin razón más que mártir te prediquemos, habiendo sido en ti mayor el afecto de compasión, que pudiera ser el sentido de la pasión corporal. ¿Acaso no fue para ti más que espada aquella palabra, que traspasaba en la realidad el alma, y que llegaba hasta la división del alma y del espíritu: Mujer, mira tu hijo? ¡O que trueque! Te entregan a Juan en lugar de Jesús, el siervo en lugar del Señor, el Discípulo en lugar del Maestro, el hijo del Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, un hombre puro en lugar del Dios verdadero! ¿Cómo no traspasaría tu afectuosísima alma el oír esto, cuando quiebra nuestros pechos, aunque de piedra, aunque de hierro, sola la memoria de ellos? No os admiréis, hermanos, de que sea llamada Maria mártir en el alma. […] Más acaso dirá alguno: ¿Por ventura no había sabido anticipadamente que su Hijo había de morir? Y sin duda alguna. ¿Por ventura no esperaba que luego había de resucitar? Y con la mayor confianza. Después de esto, ¿se dolió verle crucificado? Y en gran manera. De otra suerte, ¿quién eres tú, hermano, o que sabiduría es la tuya, que admiras más a María compadeciente, que al Hijo de María paciente? El pudo morir en el cuerpo, ¿y María no pudo morir juntamente en el corazón? (San Bernardo de Claraval. Sermón en el Domingo dentro de la octava de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, n. 14-15)
    IV – Verdadero Dios y verdadero Hombre, Jesús tenía pleno conocimiento de toda su misión redentora


    Gregorio Magno

    • Jesús, la Sabiduría de Dios, no ignoraba nada


    Quien confiesa haberse encarnado la Sabiduría misma de Dios, ¿con qué razón puede decir que hay algo que la sabiduría de Dios ignore? Escrito está: “En el principio era el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios. Todo fue hecho por El” (Jn 1, 1.3). (Denzinger-Hünermann 476. Gregorio Magno, Carta Sicut aqua al Patriarca Eulojio de Alejandría, agosto 600) Pío X

    • Condena papal a los erros del modernismo sobre la persona de Cristo


    [Doctrina condenada] El crítico no puede conceder a Cristo una ciencia no circunscrita por límite alguno, si no es sentando la hipótesis, que no puede concebirse históricamente y que repugna al sentido moral, de que Cristo como hombre tuvo la ciencia de Dios y que, sin embargo, no quiso comunicar con sus discípulos ni con la posteridad el conocimiento de tantas cosas. Cristo no tuvo siempre conciencia de su dignidad mesiánica. (Denzinger-Hünermann 3434-3435. Pío X, Decreto del Santo Oficio Lamentabili, Errores de los modernistas acerca de la Iglesia, la revelación, Cristo y los sacramentos, 3 de julio de 1907)
    • Los agnósticos pretenden hacer distinción entre el Cristo histórico y el Cristo de la fe


    En virtud del agnosticismo, la historia, no de otro modo que la ciencia, únicamente se ocupa en los fenómenos. Luego Dios, lo mismo que cualquier intervención divina en lo humano, deben relegarse a la fe, como cosa que pertenece a ella sola. Por tanto, si se presenta algo que consta de doble elemento, divino y humano, como son Cristo y la Iglesia, los sacramentos y muchas otras cosas a este tenor, hay que partirlo y distribuirlo de manera que lo humano se de a la historia y lo divino a la fe. De ahí la distinción corriente entre los modernistas del Cristo histórico y el Cristo de la fe. […] Así quieren que Cristo no dijera nada que parezca sobrepasar la capacidad del vulgo que le oía. […] Estas dos especies de historia las distinguen cuidadosamente; y la historia de la fe —cosa que queremos se note bien— la oponen a la historia real, en cuanto es real. De ahí, como ya dijimos, un doble Cristo: uno real, otro que no existió jamás realmente, sino que pertenece a la fe. (Denzinger-Hünermann, 3495-3498. Pío X, Encíclica Pascendi dominici gregis, 8 de septiembre de 1907) Congregación para la Doctrina de la Fe

    • Tentación de reducir el Hijo de Dios a un hombre a nuestra medida


    Actualmente es grande la tentación de reducir Jesucristo, el Hijo de Dios, sólo a un Jesús histórico, a un hombre puro. No se niega necesariamente la divinidad de Jesús, sino que con ciertos métodos se destila de la Biblia un Jesús a nuestra medida, un Jesús posible y comprensible en el marco de nuestra historiografía. Pero este “Jesús histórico” no es sino un artefacto, la imagen de sus autores y no la imagen del Dios viviente (cf. 2 Cor 4, 4s; Col 1, 15). (Congregación para la Doctrina de la Fe. Intervención del Cardenal Ratzinger durante el Convenio de los Catequistas y Docentes de Religión, 10 de diciembre de 2000) Santo Tomás de Aquino

    • Plenitud de toda gracia y de toda ciencia


    La plenitud de toda gracia y de toda ciencia le era absolutamente debida al alma de Cristo por el hecho de haber sido asumida por el Verbo de Dios. Y por tanto, Cristo asumió, de forma absoluta, toda la plenitud de sabiduría y de gracia. En cambio asumió nuestros defectos a manera de administrador, para satisfacer por nuestro pecado, no porque le correspondiesen por su propia naturaleza. (Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica, III, q. 14, a. 4, ad 2) Catecismo de la Iglesia Católica

    • El Verbo encarnado gozaba la ciencia de los designios eternos


    Debido a su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 474)
    • Inseparablemente verdadero Dios y verdadero Hombre


    La Iglesia confiesa así que Jesús es inseparablemente verdadero Dios y verdadero Hombre. Él es verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar de ser Dios, nuestro Señor. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 469) Fórmula llamada Fe de Dámaso

    • Cristo obró cómo Dios y murió cómo hombre


    El que era Dios, nació como hombre, y el que nació como hombre, obra como Dios; y el que obra como Dios, muere como hombre; y el que muere como hombre, resucita como Dios. (Denzinger-Hünermann 72. Formula llamada Fe de Dámaso) León Magno

    • El Hijo de Dios se hizo hombre sin apartase de la gloria del Padre


    Entra, pues, en estas flaquezas del mundo el Hijo de Dios, bajando de su trono celeste, pero no alejándose de la gloria del Padre, engendrado por nuevo orden, por nuevo nacimiento. Por nuevo orden: porque invisible en lo suyo, se hizo visible en lo nuestro; incomprensible, quiso ser comprendido; permaneciendo antes del tiempo, comenzó a ser en el tiempo; Señor del universo, tomo forma de siervo […] Porque el que es verdadero Dios es también verdadero hombre, y no hay en esta unidad mentira alguna. (Denzinger-Hünermann 294. León Magno, Carta Lectis dilectionis tuae al obispo Flaviano de Constantinopla, 13 de junio de 449) Congregación para la Doctrina de la Fe

    • Confesar la divinidad de Jesús es punto esencial de la fe


    La divinidad de Jesús ha sido objeto de la fe de la Iglesia desde el comienzo, mucho antes de que en el Concilio de Nicea se proclamara su consustancialidad con el Padre. El hecho de que no se use este término no significa que no se afirme la divinidad de Jesús en sentido estricto. […] La divinidad de Jesús, está claramente atestiguada en los pasajes del Nuevo Testamento […]. Las numerosas declaraciones conciliares en este sentido se encuentran en continuidad con cuanto en el Nuevo Testamento se afirma de manera explícita y no solamente “en germen”. La confesión de la divinidad de Jesucristo es un punto absolutamente esencial de la fe de la Iglesia desde sus orígenes y se halla atestiguada desde el Nuevo Testamento. (Congregación para la Doctrina de la Fe. Notificación sobre las obras del Padre Jon Sobrino, S.J., 26 de noviembre de 2006) Catecismo de la Iglesia Católica

    • Cristo ha querido humanamente todo lo que ha decidido divinamente


    De manera paralela, la Iglesia confesó en el sexto Concilio Ecuménico que Cristo posee dos voluntades y dos operaciones naturales, divinas y humanas, no opuestas, sino cooperantes, de forma que el Verbo hecho carne, en su obediencia al Padre, ha querido humanamente todo lo que ha decidido divinamente con el Padre y el Espíritu Santo para nuestra salvación (cf. Concilio de Constantinopla III, año 681: DS, 556-559). La voluntad humana de Cristo “sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni oposición, sino todo lo contrario, estando subordinada a esta voluntad omnipotente”. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 475) Juan Pablo II

    • Aceptación amorosa de la cruz


    El Cristo que sufre es, como ha cantado un poeta moderno, “el Santo que sufre”, el Inocente que sufre, y, precisamente por ello, su sufrimiento tiene una profundidad mucho mayor en relación con la de todos los otros hombres, incluso de todos los Job, es decir de todos los que sufren en el mundo sin culpa propia. Ya que Cristo es el único que verdaderamente no tiene pecado, y que, más aún, ni siquiera puede pecar. Es, por tanto, Aquél ―el único― que no merece absolutamente el sufrimiento. Y sin embargo es también el que lo ha aceptado en la forma más plena y decidida, lo ha aceptado voluntariamente y con amor. Esto significa ese deseo suyo, esa especie de tensión interior de beber totalmente el cáliz del dolor (cf. Jn 18, 11), y esto “por nuestros pecados, no sólo por los nuestros sino también por los de todo el mundo”, como explica el Apóstol San Juan (1 Jn 2, 2). (Juan Pablo II. Audiencia general, n. 2, 9 de noviembre de 1988)
    • Jesús fue al encuentro de la muerte


    ¿Previó Jesús su muerte y la entendió como muerte por los hombres? ¿La aceptó y la quiso como tal? De los Evangelios resulta claro que Jesús fue al encuentro de la muerte voluntariamente. […] Jesús aceptó su muerte voluntariamente. De hecho sabemos que la predijo en repetidas ocasiones; la anunció tres veces […] No hay duda de que Jesús concibió su vida y su muerte como medio de rescate (lytron) de los hombres. (Juan Pablo II. Audiencia general, 14 de septiembre de 1983)
    • La muerte en la cruz, meta del camino de su existencia


    Cumpliendo el mandato recibido de su Padre, Jesús se entrego libremente a la muerte en la cruz, meta del camino de su existencia. El portador de la libertad y del gozo del reino de Dios quiso ser la victima decisiva de la injusticia y del mal de este mundo. El dolor de la creación es asumido por el Crucificado que ofrece su vida en sacrificio por todos: Sumo Sacerdote que puede compartir nuestras debilidades, Victima Pascual que nos redime de nuestros pecados; Hijo obediente que encama ante la justicia salvadora de su Padre el clamor de liberación y redención de todos los hombres. (Denzinger-Hünermann 4615. Juan Pablo II, Documento de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla “La evangelización”, 13 de febrero de 1979)
    • Ofrecimiento continuo por la humanidad


    Jesús se ha ofrecido a sí mismo en la cruz y se ofrece continuamente en la celebración eucarística por la salvación de la humanidad para gloria del Padre. (Juan Pablo II. Exhortación apostólica Christifideles laici, n. 14, 30 de diciembre de 1988)
    • Libre entrega en la Pasión


    Jesús es víctima voluntaria, porque se ofreció libremente a su Pasión, como víctima de expiación por los pecados de los hombres que consumió en el fuego de su amor. (Juan Pablo II. Ángelus, n. 2, 10 de septiembre de 1989) Sínodo de Letrán

    • El que no confiesa que el Verbo padeció espontáneamente está condenado


    Si alguno no confiesa, de acuerdo con los santos Padres, propiamente y según la verdad que el mismo Dios Verbo […] fue crucificado en la carne, padeció espontáneamente por nosotros, […] sea condenado. (Denzinger-Hünermann 502. Sínodo de Letrán, Quinta sesión, 31 de octubre de 646) Comisión Teológica Internacional

    • La cruz es una liturgia de obediencia


    El sacrificio de Jesús en la cruz no sólo fue passio, sino también actio. El último aspecto, la ofrenda voluntaria de sí al Padre, con su contenido pneumático, es el aspecto más importante de esta muerte. El drama no es un conflicto entre el sino y el individuo. Al contrario, la cruz es una liturgia de obediencia que manifiesta la unidad entre el Padre y el Hijo en el Espíritu eterno. (Comisión Teológica Internacional. Cuestiones Selectas sobre Dios Redentor, 1994) San Francisco de Sales

    • La voluntad del Padre y la de Cristo fue redimirnos por la cruz


    Cualquiera acción de la vida de Nuestro Señor, aún la más pequeña, era infinitamente suficiente para operar nuestra salvación. Sin embargo, la voluntad de Dios Padre y la suya propia fue de nos redimir por medio de la Cruz. (San Francisco de Sales, Sermón para el día de la invención de la Santa Cruz) Congregación para la Doctrina de la Fe – Cardenal Joseph Ratzinger

    • ¡Ojo con las interpretaciones burguesas, sin valor teológico y revolucionarias de Cristo!


    En las reconstrucciones del “Jesús histórico” normalmente el tema de la cruz no tiene significado. En una interpretación “burguesa” se vuelve un incidente, por sí mismo evitable, sin valor teológico; en una interpretación revolucionaria se vuelve la muerte heroica de un rebelde. La verdad es diferente. La cruz pertenece al misterio divino —es expresión de su amor hasta el fin (Jn 13, 1). La secuela de Cristo es participación a su cruz, unirse a su amor, a la transformación de nuestra vida, que se vuelve el nacimiento del hombre nuevo, creado según Dios (cf. Ef 4, 24). Quien omite la cruz, omite la esencia del cristianismo (cf. 1 Cor 2, 2). (Congregación para la Doctrina de la Fe. Intervención del Cardenal Ratzinger durante el Convenio de los Catequistas y Docentes de Religión, 10 de diciembre de 2000)


    ¿Por qué sufren los niños? Recién cuando el corazón alcanza a hacerse la pregunta y a llorar, podemos entender algo. Y no hay explicaciones. No tengáis miedo de desafiar al Señor: “¿Por qué?” – El "Denzinger-Bergoglio"
    Valmadian y Alejandro Farnesio dieron el Víctor.

  4. #4
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?


    Bálsamo para cristianos actuales

    Padre Alfonso Gálvez

    Nunca como ahora ha necesitado el hombre
    que se le hable del sentido del sufrimiento.

    Nunca como ahora ha necesitado el hombre
    que se le hable del Amor de Dios.

    Al tratar de explicarnos los primeros momentos de la vida espiritual del alma, podemos dar paso a nuestros sueños —no exentos de realidad— y dejarlos rodar, a fin de imaginar que el duro invierno había cubierto ya con su manto de nieve pueblos y lugares, que las lluvias tenían inundados los caminos y encharcados los campos, y que el frío obligaba a las gentes a buscar presurosas el refugio de sus hogares. Pero después de que todo ya ha pasado, es cuando tiene lugar la llamada del Esposo divino a la esposa (Ca 2: 10–11):


    Levántate ya, amada mía,
    hermosa mía, y ven:
    Que ya ha pasado el invierno
    y han cesado las lluvias…



    Ahora que ya todo ha pasado —el invierno, el frío, las lluvias— es el momento de escuchar la llamada del Esposo.

    Sin duda que el sufrimiento habrá intensificado las angustias del alma por encontrarse con Él, y la misma perseverancia habrá sido la prueba de la autenticidad de su amor. No ya que el Esposo precise prueba alguna del amor de la esposa, o de si ya ha alcanzado el punto de madurez necesario para hacer efectiva su entrega. Pero sí es necesaria para la esposa la prueba del verdadero amor: la obtenida en el fuego del crisol del sufrimiento y de las obras realizadas en Cristo, las cuales no son otras que el ramillete de las virtudes cristianas.

    La razón última de este proceso habrá que buscarla en las consecuencias ocasionadas por la caída. Desde entonces, sólo el sello del dolor es capaz de autenticar en la criatura la realidad del amor. Únicamente el sufrimiento soportado por causa de la persona amada, por el gozo de que es por y para ella, es la verdadera prueba del amor. El alma enamorada de Jesús se sentirá necesariamente impulsada a sufrir y morir con Él sin desear ninguna otra cosa.

    Y en cuanto al punto a considerar como el común denominador de todo, no es otro sino el de que los enamorados desean ardientemente, cada uno de ellos, compartir la vida del otro. Porque el alma enamorada de Jesucristo no considera ni mide la dificultad de los sufrimientos en atención al grado de su intensidad, sino que los acepta y desea porque son los mismos sufrimientos de su Maestro y Señor, al cual considera como el único sentido de su existencia. De manera que el motor que impulsa el sufrimiento en Cristo es el amor (primero de los frutos del Espíritu Santo), y el ánimo que los hace, aún más que soportables incluso deseables, es el gozo (segundo de los frutos del Espíritu Santo).

    He ahí el secreto de que el alma que ama a Dios sufra con alegría y encuentre siempre sentido a las pruebas y dificultades de esta vida. Mientras que quien no lo ama está destinado a sufrir, sin otro horizonte que marque su existencia del que proporciona la desesperación.

    Pasado ya el invierno, el frío y las lluvias, el alma se siente por fin capaz de oír la voz del Esposo. A la oscuridad sigue la luz, a la noche el día, a la tempestad la calma. Y al silencio, el dulce sonido, como la llamada del clarín que suena en la lejanía, de la voz del Esposo. Ha llegado el momento de olvidar lo pasado y emprender el vuelo:


    De tu vergel un ave
    por tu ausencia cantaba en desconsuelo;
    y oyó tu voz suave
    y, alzándose del suelo,
    a buscarte emprendió veloz su vuelo.



    El alma se siente emocionada al oír la voz del Esposo. Quizá solamente la escuchó a través de su propia imaginación, lo que no impidió que la llamada hiciera eco en lo más profundo de su ser como si realmente fuera la de Él. Pero de todos modos poco va a importar si acaso el Esposo, aun sin haber llegado todavía, ha puesto esa ilusión en el corazón de la esposa como un adelanto de su encuentro con ella. O tal vez ha sido realmente la voz del Esposo, y es cuando ha parecido que los luminosos rayos del Cielo se esparcían sobre la Tierra. Aunque, sea de ello lo que fuere, el alma siente de todos modos el ímpetu incontenible de su corazón, o el mismo que la empuja a cantar acerca del gozo que van a producir en ella las palabras del Amado:


    Son tus dichos de amores
    como una tela de suaves hilos
    sobre un lecho de flores.
    Ven a mi lado, y dilos,
    en mi jardín de rosas y de tilos.



    En el transcurso de la verdadera oración es imposible pensar que la esposa no oye la voz del Esposo. El modo y manera como tal cosa se lleva a cabo no viene al caso describirlos aquí ni seguramente sería posible hacerlo; mientras que lo único que cabe asegurar es el ardiente deseo, por parte del Esposo, de ver a la esposa y escuchar su voz, lo que supone necesariamente la absoluta necesidad del diálogo amoroso (Ca 2: 13–14):


    Ven, paloma mía,
    que anidas en las hendiduras de las rocas,
    en las grietas de las peñas escarpadas.
    Dame a ver tu rostro, dame a oír tu voz,
    que tu voz es suave y es amable tu rostro.



    Y el corazón de la esposa, a su vez, incluso por encima de las nebulosas vigilias del sueño, no deja de percibir la voz del Esposo (Ca 5:2):


    Yo duermo, pero mi corazón vela.
    Es la voz del Amado que me llama.



    Son muchos los que dejan transcurrir su vida sin haberse enterado jamás de que Dios estaba enamorado de ellos. Y son muchos igualmente los que nunca han sospechado que tuvieron la oportunidad de enamorarse de Dios. El Enemigo de Dios y del hombre ha sabido difundir la idea de que la oración mística es cosa para muy pocos, misteriosamente escogidos y seleccionados. E incluso multitud de almas consagradas a Dios piensan exactamente lo mismo; justamente porque, víctimas del engaño en el que están sumidas, nunca se han detenido a pensar que la selección efectivamente existe y es Dios su principal responsable, pero que, en último término, son los mismos hombres quienes efectivamente la deciden a través de su libre y voluntaria cooperación.

    ¿Qué sabe un alma acerca de lo que ocurriría si tuviera la valentía de responder generosamente al amor de Dios? Absolutamente nada. Pues sólo Dios conoce hasta dónde podría llegar un Amor infinito ofrecido, que luego es libre y generosamente correspondido hasta la entera capacidad de amar de la criatura: El Espíritu sopla donde quiere, y oyes su voz, y no sabes ni de dónde viene ni adónde va (Jn 3:8). Y nadie ha sido coartado en cuanto a la capacidad de entregar por amor su propia vida, puesto que Jesucristo habló para todos los que quisieran escucharlo sin señalar restricciones ni imponer discriminación alguna: Quien pierda su vida por mí, la encontrará (Mt 10:30). Existe algo, sin embargo, que puede tenerse por definitivamente seguro: que quien no responda a la llamada, no irá a ninguna parte.


    Padre Alfonso Gálvez


    (De su libro El Misterio de la Oración)

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  5. #5
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    El Castigo sobre Buenos y Malvados

    Hemos Visto 28 junio, 2015 Deje un comentario




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    Porqué Dios permite el sufrimiento de los buenos cuando castiga los actos de los malvados


    [Panorama Católico Internacional] Uno de los misterios que golpea al hombre moderno, inclusive si tiene fe católica es el del sufrimiento de los buenos. Cuando se habla en los ambientes católicos tradicionales sobre un inminente castigo de Dios a la humanidad pecadora, al modo del Diluvio Universal, muchos se sienten escépticos y manifiestan que algo así sería injusto. La respuesta a estas dudas la dio ya en su tiempo San Agustín de Hipona en su obra “La Ciudad de Dios”. Conviene reproducir aquí el capítulo IX del libro primero, en el que brevemente resume una argumentación luminosa al respecto.


    Causas de los castigos que azotan por igual a buenos y malos
    1. ¿Qué padecieron los cristianos en aquella catástrofe (las invasiones bárbaras) que no les sirviera de provecho, si lo consideramos con los ojos de la fe? En primer lugar, pensar con humildad en los pecados por los que Dios, en su indignación, llenó el mundo de tamañas calamidades. Si bien es verdad que se verán lejos de los criminales, de los infames, de los impíos, no se creerán exentos de falta, hasta el punto de juzgarse a sí mismos indignos de sufrir mal temporal alguno por su causa.Hago excepción de que todo el mundo, por muy intachable que sea su vida, concede algo a la concupiscencia carnal, aunque sin llegar a la crueldad del crimen ni al abismo de la infamia o a la perversión de la impiedad; pero sí a ciertos pecados, quizá raramente cometidos, o quizá tanto más frecuentes cuanto más leves. Pues bien, exceptuando esto, ¿a quién hallamos fácilmente que trate como se debe a estos perversos, por cuya abominable soberbia, desenfreno y ambición, por sus injusticias y horrendos sacrilegios, Dios ha aplastado el mundo, como ya lo había anunciado con amenazas? ¿Y quién vive entre esta gente como se debería vivir?Porque de ordinario se disimula culpablemente con ellos, no enseñándoles ni amonestándolos, incluso no riñéndolos ni corrigiéndolos, sea porque nos cuesta, sea porque nos da vergüenza echárselo en cara, o porque queremos evitar enemistades que pueden ser impedimento, y hasta daño en los bienes temporales, que nuestra codicia todavía aspira a conseguir o que nuestra flaqueza teme perder.
    De esta forma, los justos están descontentos, es cierto, de la vida de los malos, y por ello no vienen a caer en la condenación que a ellos les aguarda después de esta vida; pero, en cambio, como son indulgentes con sus detestables pecados, al paso que les tienen miedo, y caen en sus propios pecados, ligeros, es verdad, y veniales, con razón se ven envueltos en el mismo azote temporal, aunque estén lejos de ser castigados por una eternidad. Bien merecen los buenos sentir las amarguras de esta vida, cuando se ven castigados por Dios con los malvados, ellos que, por no privarse de su bienestar, no quisieron causar amarguras a los pecadores.
    2. Puede ocurrir que alguien se muestre remiso en reprender y poner corrección a los malhechores por estar buscando la ocasión más propicia, o bien tienen miedo de que se vuelvan peores por ello, o que pongan trabas a la formación moral y religiosa de algunos más débiles, con presiones para que se aparten de la fe. Esto no me parece consecuencia de mala inclinación alguna, sino más bien fruto de la caridad. Sí son culpables los que viven de una forma distinta y aborrecen la conducta de los pecadores, pero hacen la vista gorda con los pecados ajenos, cuando deberían desaconsejar o reprender. Tienen miedo a sus reacciones, tal vez perjudiciales en los mismos bienes que los justos pueden disfrutar lícita y honestamente, pero que lo hacen con mayor avidez de la conveniente a unos peregrinos en este mundo que enarbolan la bandera de la esperanza en una patria celestial.
    Y, naturalmente, no me refiero sólo a los más remisos, es decir, a quienes llevan, por ejemplo, vida conyugal, teniendo o procurando tener hijos, con casas y servidumbre en abundancia (como aquellos a quienes se dirige el Apóstol en las iglesias para enseñarles y recordarles cómo deben vivir las esposas con sus maridos, los maridos con sus esposas, los hijos con sus padres y los padres con sus hijos, los siervos con sus señores y los señores con sus siervos)10. Todos éstos, de muy buen grado, adquieren bienes caducos de la tierra en abundancia, y con mucho desagrado los pierden. Ésta es la causa por la que no se atreven a ofender a los humanos cuya vida, llena de podredumbre y de crímenes, les disgusta.
    No me refiero sólo a éstos, no. Se trata incluso de aquellas personas que se han comprometido con un género más elevado de vida, libres de las ataduras del vínculo conyugal, de frugal mesa y sencillo vestido. Éstos, digo, se abstienen ordinariamente de reprender la conducta de los malvados, temiendo que sus disimuladas venganzas o sus ataques pongan en peligro su fama o seguridad personal. Cierto que no les tienen tanto miedo, hasta el punto de perpetrar acciones parecidas, cediendo a cualquiera de sus amenazas o perversidades. Con todo, evitan reprender esas tropelías que no cometen en complicidad con ellos, siendo así que algunos cambiarían de conducta con la reprensión. Tienen miedo, si fracasan en su intento, de poner en peligro y de perder la reputación y la vida. Y no porque la crean indispensable para el servicio de enseñar a los demás, no. Es más bien efecto de aquella debilidad morbosa en que cae la lengua y los juicios humanos cuando se complacen en sus adulaciones y temen la opinión pública, los tormentos de la carne o la muerte. Consecuencias son éstas de la esclavitud a las malas inclinaciones, no del deber de la caridad.
    3. Así que, a mi modo de ver, no es despreciable la razón por la que pasan penalidades malos y buenos juntamente, cuando a Dios le parece bien castigar incluso con penas temporales la corrompida conducta de los hombres. Sufren juntos no porque juntamente lleven una vida depravada, sino porque juntos aman la vida presente. No con la misma intensidad, pero sí juntos. Y los buenos deberían menospreciarla para que los otros, enmendados con la reprensión, alcanzasen la vida eterna. Y si sus enemigos se niegan a acompañarlos en conseguir la vida eterna, deberían ser soportados y amados, ya que, mientras están viviendo, nunca se sabe si darán un cambio en su voluntad para hacerse mejores.
    En esta materia tienen no ya parecida, sino mucho más grave responsabilidad, aquellos de quienes habla el profeta: Perecerá éste por su culpa, pero de su sangre yo pediré cuentas al centinela. Con este fin están puestos precisamente los centinelas, es decir, los responsables de los pueblos, en las iglesias, para no ser remisos en reprender los pecados. Pero no se crea enteramente libre de culpa quien, sin ser prelado, está ligado a otras personas por circunstancias inevitables de esta vida, y es negligente en amonestar o corregir muchas de las cosas que conoce reprensibles en ellos por tratar de evitar sus venganzas. Mira por los bienes en que se puede disfrutar en esta vida legítimamente, sí, pero pone en ellos un goce más allá de lo legítimo.
    Tienen, además, otra razón los buenos para sufrir males temporales. Es la misma que tuvo Job: someter el hombre a prueba su mismo espíritu y comprobar qué hondura tiene su postura religiosa y cuánto amor desinteresado tiene a Dios.


    http://www.adelantelafe.com/el-castigo-sobre-buenos-y-malvados/


  6. #6
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    Y todavía hay mucho más:

    --El dolor, el sufrimiento, es una prueba. Es la piedra de toque de las almas.
    --Mediante el dolor y las pruebas, Dios talla las almas, como el artesano que talla y pule un diamante. Lo desbasta y realza su valor. Nos perfecciona.
    --Del sufrimiento se extraen enseñanzas provechosas.
    --Sufrir nos enseña también a ponernos en el lugar de los demás. Nos infunde compasión. Es escuela de caridad.

    Y además, si Nuestro Señor padeció (¡y cómo!), ¿vamos a ser nosotros más que Él, tener unos privilegios que Él no tuvo? Él precisamente vino a darnos ejemplo.
    raolbo dio el Víctor.

  7. #7
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    MEDITACIÓN DEL DOLOR VIRTUOSO


    «Dios no eligió como instrumento de redención ni la belleza, ni la sabiduría, ni el genio, ni el poder, ni la gloria, ni ninguna de esas grandes cosas que los hombres persiguen y adoran y por las cuales venden sus almas, sino el dolor, que es algo oscuro, de lo cual todos los seres huyen, y que sirve a la filosofía puramente humana como argumento contra la existencia de Dios porque no entiende su función compensadora».

    Hugo Wast, Flor de durazno.


    La civilización del analgésico, que se derrama en vaguedades y en reciprocidades simuladas, en retiradas ominosas de la escena del deber y en un sinfín de cortesías inanes, esta civilización, decimos, logró parir sin esfuerzo -logró sintetizar, más bien, en la glacial asepsia de sus probetas- esta raza de zombis que conviven con la muerte en todas sus formas (señaladamente con la muerte del espíritu) sin siquiera advertirlo, sin que se les escape una queja ni aquel estertor testigo del último rezago de vida que se esfuma a su pesar. Las quejas, más bien, y no por sobriedad estoica, están proscritas en el bazar universal de las distracciones, de las nulidades vinculantes. Es que las conciencias revolucionadas, pese a sus ademanes de autonomía y a su alharaca contracultural, se caracterizan por el más rígido de los conformismos. La rutinización de la actividad mental y la cristalización de ese acotadísimo patrimonio de conceptos que lleva el progre en sus alforjas termina siendo la forma más indecorosa de conservadurismo: la del que entierra el mayor de los dones recibidos (la vida del alma) para que el "progreso", si tal lo hay, pase todo por afuera (en la esfera de los accidentes). Como el bonsai, aquella técnica japonesa consistente en reducir a las especies arbóreas al enanismo merced a la poda sucesiva de sus raíces pivotantes, acá se han cortado a designio las raíces que vinculan al hombre con su nutricio sustrato histórico-cultural, con la experiencia y la sabiduría adquirida por sus predecesores -casi digamos que con todo lo que constituye la específica naturaleza humana-, para dejar apenas en pie un ser postrado en sus proyecciones, un medio hombre digno de otro nombre. Palabras más palabras menos, la paradoja ya había sido advertida por Kierkegaard al promediar el siglo XIX: los hombres se ha abocado a muchas simultáneas especialidades con trágico olvido de lo que es ser hombre.

    El recorrido histórico de la gangrena, partiendo -para fijar un punto de partida- del heresiarca sajón hoy próximo a ser canonizado por la Jerarquía des-catolizante, supo trazar el curso pendular tan del gusto moderno, y del tratado De servo arbitrio, desarmante alegato en pro de la bestialización de los hábitos, se pasó a la exaltación del libre albedrío, haciendo de esta facultad humana un todo devorador, más o menos como si redujéramos al hombre a su páncreas o a sus intestinos, grabados éstos en blasones y vitoreados por toda una canalla lista a aplastar a quienes se sirvieran recordar, verbigracia, la existencia del sistema nervioso. Vemos, pues, que tanto la negación como la afirmación excluyente del libre arbitrio condujeron a idénticos resultados, tal como una moneda sirve para adquirir lo mismo así se exhiba su cara o su cruz.

    El agasajo de la libertad de opción con el más conmovedor olvido de la libertad espiritual (consiguiente a la opción libre por el bien), ¿qué supone sino trocar el fin de nuestras operaciones por su condición previa, el mérito por la neutralidad de las circunstancias, la plenitud deseable por una potencialidad aún informe? Es tanta la insensatez de los que yacen en esta acre confusión como su frecuente regodeo en esta su condición transeúnte. Se trata, al fin de cuentas, de un efecto fácilmente atribuible al orgullo: aquel que impele a la recusación indefinida del objeto a instancias de la jabonosa inflación del sujeto.

    Este derrotero hacia la autoextinción, esta procesión insensata y criminal, aunque viene de largo, no deja de asombrar en sus más recientes hitos a las generaciones que, prolongadamente adiestradas para el colapso, van cediendo el protagonismo de la hora a sus sucesores. Así, un socialista octogenario, en viniendo a enterarse de la separación conyugal de un joven amigo, todavía puede espantarse y musitar unas gimientes razones. «La sociedad está enferma», dice con razón y entre suspiros, aunque el diagnóstico reclame mayores precisiones, inaccesibles a esta altura al caletre moderno. Los hijos del socialista ya carecen de ese reflejo, diluyendo el drama en la sopa anestésica de su exangüe conciencia de lo real. «No hay drama»: tal la muletilla cuales sus voceadores, los mismos que pretenden hacer de los fracasos motivados por la perversa voluntad humana otros tantos hechos inexorables, como si el Creador de la naturaleza no nos hubiera concedido el don tremendo de la libertad, incluso para el mal. ¡Necios!: de esta estopa están hechos los paladines de la «lesa humanidad» que, al mismo tiempo y sin ruborizarse, son capaces de equiparar el aborto a la extirpación de un quiste. Es la fuga de la sindéresis amparada en la presunta ininteligibilidad de las cosas lo que produce estos horrores, estos monstruos de conciencia, una ética postiza y la sustitución de la bondad por el buenismo. «La vida sigue», proclaman los que yacen muertos entre cuantiosas ruinas, e invitan a regocijarse presto a aquellos a quienes cumpliría llevar luto.

    Recordemos la tremenda respuesta del Señor a Pedro cuando éste quiso disuadirlo, con humanas razones y bienintencionados rodeos, de afrontar su Pasión. Recordemos cómo aquel sorbo de vinagre mezclado con hiel que mojó sus santísimos labios en la Cruz le hizo gustar sólo su amargura, pero no así su efecto narcótico, ya que no aceptó beberlo. Si la adoración, como lo sostiene Von Hildebrand, es lo que hace al hombre capax Dei, la misma propiedad le cabe al dolor reparador. Esto es lo que le devuelve al hombre su semejanza divina, toda vez que el Hijo Unigénito supo, en su presciencia, que por esta regia vía rescataría a la estirpe prevaricadora de Adán.

    Por eso Hugo Wast, a continuación del pasaje arriba citado, nos recuerda que

    el dolor no es solamente instrumento de redención, sino indicio de predilección de Dios hacia alguna criatura, de tal manera que los que no sufren deben inquietarse por su desamparo y llamar a las puertas de la misericordia sin descansar, reclamando su porción de dolor como un hijo reclama su herencia legítima. Santa Ángela de Foligno nos dice con palabras inspiradas por el mismo Jesús: "aquellos a quienes yo amo, comen más cerca de mí, en mi mesa, y toman conmigo su parte en el pan de la tribulación, y beben en mi propia copa el cáliz de la pasión". ¡Pobres ciegos los que esto ignoran y se rebelan contra lo que es señal de predestinación! Por eso exclama el Eclesiastés: "¡ay de los que pierden los sufrimientos!"


    ¡Ay de los que dejan pasar la oportunidad de llorar a fondo! Para éstos y no para los desertores del dolor es que se ha proclamado una vibrante bienaventuranza: tal la impostergable lección olvidada por el hombre "autárquico". No por nada cunden hoy esas aberraciones orientales chapadas a la moderna que persiguen el nirvana, la ataraxia de las larvas, la ausencia del dolor al precio de la renuncia a la felicidad. Por si no bastara con esto, el pecado sigue multiplicando las penas, que son sus frutos, siendo sólo la asunción de las mismas con fines expiatorios lo que detiene la devastación debida al pecado: éste es el secreto sigilado que los cristianos no debemos olvidar en esta hora de crecientes tinieblas y amenazas inminentes, al paso que los poderes públicos ya se animan a romper a coces las puertas de los conventos de clausura y a procesar a sus madres superioras por no haber practicado la democracia en el claustro.

    Según exégesis extendida entre los Santos Padres, así «como el diluvio no se verificó de repente y en un solo instante sino poco a poco, tuvieron tiempo los pecadores de pedir perdón a Dios, y [...] se sirvió el Señor del temor que tenían de la muerte para inspirarles el arrepentimiento» (artículo «Antidiluvianos». Diccionario de teología, por el abate Bergier). El Apocalipsis, en cambio, adelanta otra disposición de ánimo en quienes sufran los castigos de las postrimerías históricas: «enormes granizos -como de un talento- cayeron sobre los hombres, que blasfemaron a Dios a causa de la plaga del granizo» (16, 21). Se trata, al parecer, de conciencias cerradas a cal y canto al más leve influjo de la gracia de la conversión, para quienes el fracaso y las penas ya no obran ningún estímulo salvífico.

    Lo supo un sodomita empedernido como Oscar Wilde, a quien la cárcel regeneró en hostia viviente. Lo supo un atormentado Baudelaire, que pudo transfigurar sus cuitas:

    Oh Dios, bendito seas que das el sufrimiento
    como un divino díctamo de nuestra impuridad
    y como el más activo y el más puro fermento
    que prepara los fuertes para la eternidad. (Versión de Castellani)

    Pero nuestros coetáneos lo ignoran y quieren ignorarlo. Si hubiera un correlato filosófico del «pecado contra el Espíritu Santo» del que el Señor nos previene (Mt 12, 32), éste sería aquel contra el que Parménides advirtió sabiamente a los suyos: el del escepticismo que se niega a reconocer la verdad conocida y que disuelve el ser en el no-ser, afirmando simultáneamente una cosa y su contraria. No hace falta explicar que este caos voluntario de la mente hace imposible, de suyo, la aceptación de las verdades necesarias, ¡cuánto más la aceptación del dolor expiatorio, contra el que la prudencia de la carne tiene siempre listos sus recaudos! Es desde esta miserable perspectiva que hoy tantos patanes se conceden encaminar su proceso al cristianismo, incluyendo en la causa al logos helénico y a todo el entero edificio de nuestra cultura que, junto con la diafanidad del ser y contra su indistinción caótica, se ha dignado transmitir desde siempre estas noticias hoy asaz incómodas.

    Si la cacareada "nueva evangelización" alude a los multitudinarios encuentros de jóvenes y los cancioneros litúrgicos a go-go, habrá que entender por tal fórmula una simple inversión de perspectivas, haciendo de la Iglesia la catecúmena de los misterios del mundo. Abolida, para más abundar, la noción misma de «pecado», esto no hará más que envalentonar a los impíos, que ya no reconocen en el cristiano a un oponente de temer. Iglesia y mundo se identificarán soezmente, como ya lo hacen, y no habrá necesidad de conversión, y ya ni siquiera la oportunidad cierta de sufrir ablandará los corazones de granito. En cambio, «argüir al mundo en lo relativo al pecado, a la justicia y al juicio», y hacerlo con voz precisa y clara: esto es lo que Cristo nos mandó, más que consensuar treguas con Satanás.

    Y elevemos un pedido clamoroso, con miras a que algunos se salven: apúrense nuestros sacerdotes a predicarnos los novísimos antes de que lo hagan las bombas.


    https://in-exspectatione.blogspot.co...-virtuoso.html

  8. #8
    Avatar de AlfonsoVIII
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    Buenas a todos.

    Este es mi primer mensaje en el foro, y no he podido evitar responder este post ya que para mí Dios Padre y la fe católica tradicional lo son prácticamente todo. Y ojo, hace varios años yo era ateo.

    En mi opinión personal Dios no envía castigos; lo que nosotros llamamos "castigos" suelen ser en un 90% consecuencia de nuestras malas obras, que aunque suene parecido no es lo mismo. Para hacerme entender: si bailas un aurresku en el filo de un acantilado y te despeñas no es un castigo divino, es que tú te lo has buscado porque las consecuencias están claras. El otro 10% es simplemente casualidad, mala suerte.

    Dios no necesita mandar castigos; Él ya creó un mundo en el que vivimos que se rige por la Ley Natural, que no es otra cosa que la Ley Divina, y los "castigos" son la consecuencia de transgredir esa Ley. A Dios no le gusta que suframos, pero tampoco alcanzaremos la perfección espiritual desde la comodidad y la ignorancia. A Dios lo que le agrada es que sepamos mejorar día a día, que consigamos templar y enderezar nuestra alma hasta perfeccionarla. La mortificación de la carne no es sufrimiento por sí mismo o porque le agrade a Dios; es el acto de conseguir que nuestra alma esté preparada para superar las ataduras fisiológicas del cuerpo.

    Respecto a la actitud punitiva de Yahveh en el Antiguo Testamento, sólo hay que comparar este texto con los Evangelios para darse cuenta de que Yahveh y el Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo no son la misma criatura. La deidad del Antiguo Testamento, al igual que el Allah islámico, es extremadamente cruel y sólo bendice a sus seguidores con bienes terrenales, incluso en la otra vida; el Dios cristiano en cambio ofrece simplemente la Verdad Suprema, recogida en las enseñanzas de su único hijo Jesús; mediante esta verdad lograremos por nosotros mismos todos esos bienes que Yahveh/Allah otorga a sus fieles y mucho más. Porque no se trata de materialismo, sino de la superación del materialismo.

    Tengo la firme intuición de que Yahveh/Allah es en realidad uno de los disfraces de Satán, viendo el accionar de estas criaturas en el Corán y la Torah.

    Un saludo.

  9. #9
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    Perdón si está prohibido reflotar los hilos, pero me ha encantado todo lo escrito en el. Y más ahora que pasi por un periodo malo en mi vida. Gracias.
    AlfonsoVIII dio el Víctor.

  10. #10
    Avatar de Hyeronimus
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    ¡Ánimo! ¡Sursum corda! Rezo por que dé buen fruto en tu vida. Y sin duda así será, en vista de que entiendes el sentido de la Cruz.​
    Patriota Sevillano dio el Víctor.

  11. #11
    nepociano está desconectado Proscrito
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    La vida está repleta de momentos alegres y momentos amargos; son éstos los que nos hacen valorar una felicidad que presuponíamos nuestra, regalada y merecida; pero el tiempo nos hace comprender que la alegría, y la dicha no son gratuitas, y siempre llega el momento inexorable en que el destino nos golpea y nos hace ver lo frágil de nuestra condición.

    Por mi experiencia sé que de todo trance – por malo que sea y aún en el caso en el que sea irreparable – se puede salir y es más, debe servirnos para conocernos mejor a nosotros mismos y utilizarlo de apoyo para lanzarnos hacia adelante, pues la vida es un camino tortuoso y nada sencillo pero en el que siempre hay que avanzar.

    Un cordial saludo
    Patriota Sevillano dio el Víctor.

  12. #12
    Avatar de Mexispano
    Mexispano está desconectado Miembro Respetado
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    Re: ¿Dios manda sufrimientos y enfermedades o los permite?

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    ¿Es cristiano desearle el mal al prójimo?





    https://www.youtube.com/watch?v=xjU_ws20S_k

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