Fuente: Cruzado Español, Número 61, 1 de Octubre de 1960, última página.



CUANDO HERZL INTERCEDIÓ POR EL ESTADO JUDÍO EN EL VATICANO

“Convertíos y os ayudaremos”, le dijeron el Papa San Pío X y el Cardenal Merry del Val


Con estos mismos título y subtítulo, el periódico judío «La Terre Retrouvée» publicó, en el quincuagésimo segundo aniversario de la muerte del fundador del sionismo, Teodoro Herzl, el relato, hecho por aquél, de una audiencia que le concedió el Papa San Pío X, y de unas conversaciones que mantuvo con el Cardenal Merry del Val y el Rey Víctor Manuel de Italia.

La significación, cada vez más acusada, del Estado de Israel, en los momentos de confusión en que se debate el mundo, dan a dicho relato un especial relieve, por lo que creemos resultará de interés su conocimiento a nuestros lectores.

El texto de las manifestaciones de Herzl sobre las referidas entrevistas, viene reproducido substancialmente en la reciente obra de André Chouraqui, titulada «Théodore Herzl» (París, 1960).



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LA AUDIENCIA CON EL CARDENAL MERRY DEL VAL


Roma, 23 de Enero de 1904.

Después de una expectante espera de cerca de una hora, el Conde Lippay me introdujo en la Cámara del Consejo del Sacro Colegio. Se veía allí una mesa rodeada de sillones en rojo y oro, y, en el fondo, el Dios torturado sobre la Cruz. Lippay besó la mano del Cardenal Merry del Val, y me presentó. Luego, besó una segunda y una tercera vez la mano del Cardenal, y se retiró.

El Cardenal tiene unos 38 años, es alto, delgado, aristocrático. Le dije lo que deseaba: la buena voluntad del Vaticano hacia nuestra causa.

El Cardenal me declaró:

– Verdaderamente no veo cómo podemos tomar la iniciativa en este asunto. Además, hace largo tiempo que los judíos negaron la divinidad de Cristo; nosotros no podemos ciertamente militar a su lado. No es que tengamos mala voluntad por cualquier cosa que a ellos concierna. Al contrario, la Iglesia siempre les ha protegido. Los judíos son para nosotros los indispensables testigos de los acontecimientos que tuvieron lugar cuando Dios habitó nuestro mundo. Pero ellos persisten en negar la divinidad de Cristo. ¿Cómo podríamos, pues, abandonar nuestros más elevados principios, aceptar que tomaran de nuevo posesión de la Tierra Santa?

– No pedimos más que la tierra profana: los Lugares Santos serían extraterritoriales.

– ¡Ah!, pero es imposible separarlos.

– Según mi parecer, Eminencia, sería conforme a las grandes miras políticas del Vaticano declararse en favor nuestro, o, digamos, no manifestar ninguna oposición…

– Naturalmente, un judío que acepta el bautismo por convicción es para mí el hombre ideal. Veo en él al descendiente físico del pueblo de Cristo unido a la herencia del espíritu de Cristo. Un judío que reconoce la divinidad de Cristo, puede ser San Pedro o San Pablo. Pero para adoptar acerca de los judíos la actitud que nos sugerís, ellos deberían primero aceptar la conversión.

Hice notar al Cardenal que había logrado obtener el concurso de algunas de las grandes potencias. Como prueba de ello, le enseñé una carta de Plehve, ministro del Zar.

La leyó y la releyó, como si quisiera fijar las ideas en su espíritu. Luego prometió «tomar en consideración» mi demanda, y me permitió volver a visitarle.


VISITA AL REY DE ITALIA, VÍCTOR MANUEL

Roma, 24 de Enero de 1904.

Hoy he tenido mi audiencia con el Rey Víctor Manuel.

– Conozco muy bien el país –me dice el Rey–. Lo he visitado varias veces. Es ya muy judío. Será, y debe ser vuestro un día; no es más que cuestión de tiempo. Una vez que tengáis allí medio millón de judíos…

– No se les permite entrar en el país, Sire.

– Vamos: todo se puede hacer con el bakchich.

– Pero es precisamente lo que yo no quiero hacer. Nuestro proyecto trae consigo inversiones y trabajos, y no quisiera que se emprendieran antes de que el país fuera nuestro. Ante todo querría ganarme al Sultán.

– La única cosa que puede ejercer influencia sobre él es el dinero. Si, a cambio de la concesión del Valle del Jordán, le prometéis la mitad de los beneficios que se obtengan, os lo concederá.

– Sí, pero nosotros queremos conseguir la autonomía.

– De esto no querrá ni hablar. Detesta hasta el nombre.

– Me contentaría con la cosa, Sire, se le llame como se quiera.

La conversación, en una atmósfera de encantadora sencillez, derivó en seguida sobre Sabbatai Zevi, sobre el Mesías, sobre los judíos de Eritrea, de China y de otras partes. Me manifestó el profundo interés que sentía por nuestra vieja raza.

Hablamos primero de mi proyecto inicial de Sinaí, luego de Uganda.

– Estoy muy contento –exclamó el Rey– de que hayáis «dejado caer» Uganda; estimo el amor que los judíos sienten por Jerusalén…

»He visto a los judíos en el Muro de las Lamentaciones. Creía, antes de haberlos visto, que todo era una farsa. Ahora sé que no son comediantes, sino hombres como vos, que lloran ante el Muro…».


AUDICENCIA DE SAN PÍO X

Roma, 26 de Enero de 1904.

Ayer fui recibido por el Papa Pío X.

[…] Me recibió de pie, y tendió la mano, que no besé. Lippay me había dicho que era preciso hacerlo, pero yo no lo hice.

Creo que esta abstención entorpeció el asunto, ya que quienquiera que le visita se arrodilla, y, por lo menos, le besa la mano […]. Se sentó en un sillón, especie de trono para los «asuntos menores», y me invitó a sentarme cerca de él.

[…] El Papa es un sacerdote lugareño, más bien rudo, para quien el Cristianismo permanece como cosa viviente, aun en el Vaticano.

Le expuse mi demanda en pocas palabras. Pero, tal vez enojado porque no le había besado la mano, me contestó de modo bastante brusco:

– No podemos favorecer vuestro Movimiento. No podemos impedir a los judíos ir a Jerusalén, pero no podemos jamás favorecerlo. La tierra de Jerusalén, si no ha sido sagrada, ha sido santificada por la vida de Jesucristo. Como Jefe de la Iglesia no puedo daros otra contestación. Los judíos no han reconocido a Nuestro Señor. Nosotros no podemos reconocer al pueblo judío.

De modo que el antiguo conflicto entre Roma y Jerusalén, personificado por mi interlocutor y por mí, revivía entre nosotros.

Al principio traté de mostrarme conciliador. Le expuse mi pequeño discurso sobre la extraterritorialidad y sobre sus «sacrae extra commercium gentium». Esto no pareció impresionarle. «Gerusalemme» no debía, a ningún precio, caer en manos de los judíos.

– Y sobre el Estatuto actual, ¿qué pensáis Vos, Santidad?

– Lo sé; es lamentable ver a los turcos en posesión de nuestros Lugares Santos. Pero debemos resignarnos. En cuanto a favorecer el deseo de los judíos a establecerse allí, Nos es imposible.

Le repliqué que nosotros fundábamos nuestro Movimiento en el sufrimiento de los judíos, y queríamos dejar al margen todas las incidencias religiosas.

– Bien, pero Nos, en cuanto a Jefe de la Iglesia Católica, no podemos adoptar la misma actitud. Se producirá una de las dos cosas siguientes: o bien los judíos conservarán su antigua fe y continuarán esperando al Mesías –que nosotros, los cristianos, creemos que ya ha venido sobre la Tierra–, y en este caso ellos niegan la divinidad de Cristo y no los podemos ayudar; o bien irán a Palestina sin profesar ninguna religión, en cuyo caso nada tenemos que hacer con ellos.

»La fe judía ha sido el fundamento de la nuestra, pero ha sido superada por las enseñanzas de Cristo, y no podemos admitir que hoy día tenga alguna validez. Los judíos, que debían haber sido los primeros en reconocer a Jesucristo, no lo han hecho hasta hoy».

Yo tenía a flor de labio la observación siguiente: «Esto ocurre en todas las familias: nadie cree en sus próximos parientes»; pero de hecho contesté:

– El terror y la persecución no eran, ciertamente, los mejores medios para convencer a los judíos.

Su réplica, tuvo, en su simplicidad, un elemento de grandeza:

– Nuestro Señor vino al mundo sin poder. Era «povero». Vino «in pace». No persiguió a nadie. Fue «abbandonato» aun por sus Apóstoles. No fue hasta más tarde que alcanzó su verdadera estatura. La Iglesia empleó tres siglos en evolucionar. Los judíos tuvieron, por consiguiente, todo el tiempo necesario para aceptar la divinidad de Cristo sin presión ni violencias. Pero eligieron no hacerlo, y no lo han hecho hasta hoy.

– Pero los judíos pasan pruebas terribles. No sé si Vuestra Santidad conoce todo el horror de la tragedia. Tenemos necesidad de una tierra para esos errantes.

– ¿Debe ser «Gerusalemme»?

– Nosotros no pedimos Jerusalén, sino la Palestina, la tierra secular.

– Nos, no podemos declararnos en favor de este proyecto.

El Papa prosiguió diciéndome que él sostenía relaciones amistosas con los judíos; que los cristianos ruegan por ellos; y que si los judíos llegaban a instalarse en Palestina, la Iglesia estaría pronta a bautizarles a todos.

La audiencia había durado veinticinco minutos.