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Tema: “Nacional-catolicismo”: se limitó a plasmar los deberes del Estado con la Religión

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    Re: “Nacional-catolicismo”: se limitó a plasmar los deberes del Estado con la Religió

    FIRMEZA EN LOS PRINCIPIOS

    Estos principios son sólidos e inconmovibles. Valían en los tiempos de Inocencio III y de Bonifacio VIII. Valen en los tiempos de León XIII y de Pío XII, que los ha ratificado en más de un documento suyo. Por eso el Padre Santo, con severa firmeza, ha exigido a los gobernantes que cumplan sus deberes, recordándoles la admonición del Espíritu Santo, admonición que no conoce limites en el tiempo; "Debemos pedir con insistencia a Dios—dice Pío XII en la encíclica "Mystici Corporis"--que todos cuantos gobiernan los pueblos amen la sabiduría para que nunca caiga sobre ellos la gravísima sentencia del Espíritu Santo: "El Altísimo examinará vuestras obras y escudriñará vuestros pensamientos. Porque habiendo sido ministros de su reino no habéis gobernado rectamente, ni habéis observado la ley de la justicia, ni habéis caminado según los deseos de Dios. Veloz y terrible El caerá sobre vosotros, porque se hará juicio rigurosísimo sobre los que ocuparon el primer puesto. Con los humildes se usará de misericordia, pero los poderosos serán gravemente castigados. Porque el Señor no retrocederá ante nadie ni tendrá temor a la grandeza de ninguno; porque El ha creado a los grandes y a los pequeños y se ha cuidado, igualmente de todos" (14).

    Refiriéndome, pues, a cuanto vengo diciendo acerca de la concordancia entre las encíclicas sometidas a discusión, estoy seguro de que nadie podría demostrar que en ella se vea la menor oscilación en materia de estos principios entre las siguientes encíclicas: "Divini Redemptoris", contra el comunismo; "Mit Brennender Sorge", contra el nazismo; "Non abbiamo bisogno", contra el monopolio estatal del fascismo; ni con las precedentes encíclicas de León XIII "Immortale Dei", "Libertas" y "Sapientiae Christianae". "Las últimas, profundas y pétreas bases fundamentales de la sociedad
    no pueden ser violadas como creaciones del ingenio humano; se podrán ignorar, negar, despreciar, transgredir, pero jamás serán abrogadas con eficacia jurídica" (15).

    LOS DERECHOS DE LA VERDAD

    Pero ahora hay que resolver otra cuestión, o, mejor dicho, una dificultad tan especiosa que a primera vista parecería insoluble.

    Se nos objeta: vosotros sostenéis dos criterios o normas de acción diversa con arreglo a vuestras conveniencias: en un país católico mantenéis la idea del Estado confesional con el deber de protección exclusiva de la religión católica. Y, al contrario, donde sois una minoría reclamáis el derecho a la tolerancia y a la libertad de culto. Por lo tanto, tenéis dos pesos y dos medidas; una verdadera doblez embarazosa, de la cual quieren liberarse aquellos católicos que se dan cuenta de las exigencias actuales de la civilización.

    Pues bien: es cierto que hay que usar dos pesos y dos medidas: uno, para la verdad, y otro, para el error. Los hombres que se sienten en posesión segura de la verdad no transigen. Exigimos el pleno respeto a nuestros derechos. Los que, en cambio, no se sienten seguros de poseer la verdad, ¿cómo pueden exigir ser los únicos en marcar el campo, sin compartirlo con quienes reclaman el respeto a sus propios derechos basados en otros principios?

    El concepto de paridad de cultos y de su tolerancia es un producto de libre examen y de la multiplicidad de confesiones. Es una lógica consecuencia de las opiniones de aquellos que dicen que en materia religiosa no ha de regirse uno por dogmas, y que sólo la conciencia individual puede señalar el criterio y la norma para la profesión de la fe y el ejercicio del culto. Entonces en los países donde prevalecen estas teorías, ¿por qué extrañarse de que la Iglesia reclame un puesto para desenvolver su divina misión y conseguir que se le reconozcan los derechos que, como lógica consecuencia de los principios adoptados en la legislación, pueden reclamar?

    La Iglesia querría hablar y reclamar en nombre de Dios, mas en tales pueblos no se reconoce la exclusividad de su misión. Entonces se contenta con reclamar en nombre de tal tolerancia, aquella paridad y aquellas garantías comunes en que se inspiran las legislaciones de los países aludidos.

    Cuando en 1949 se reunió en Amsterdam aquella asamblea de iglesias heterodoxas para el progreso del movimiento ecuménico, estuvieron representadas cerca de 146 iglesias o confesiones diversas. Los delegados pertenecían a unas cincuenta naciones. Allí había calvinistas, luteranos, coptos, "católicos viejos", baptistas, valdeses, metodistas, episcopalianos, presbiterianos, malabáricos, adventistas, etc. La Iglesia Católica, que está en la segura posesión de la verdad y de la unidad, no podía lógicamente asistir a una asamblea para buscar la unión que los otros no tienen.

    Pues bien, tras numerosos discursos, los reunidos no se pusieron acuerdo ni aun para una celebración común final de la cena eucarística, que debía ser el símbolo de su unión (si no en la fe, al menos en la caridad), tanto que en la sesión plenaria del 23 de agosto de 1949 el doctor Kraemer, calvinista holandés, más tarde director del nuevo Instituto Ecuménico de Celigny, en Suiza, observaba que hubiera sido mejor omitir toda cena eucarística en vez de manifestar tantas divisiones y de celebrar tantas cenas separadas.

    En tales condiciones—decimos nosotros—, ¿podría una de estas confesiones, que convive con las otras aun si fuera la predominante en un mismo Estado, asumir una posición intransigente y exigir lo que la Iglesia Católica espera de un Estado donde los católicos sean gran mayoría?
    No debe, por tanto, extrañarse nadie de que la Iglesia apele, al menos, a los derechos del hombre cuando no se reconocen los derechos de Dios.

    La Iglesia lo hizo así en los primeros siglos del cristianismo frente al Imperio y al mundo pagano; y continúa haciéndolo hoy, en especial en los países bajo la dominación soviética.

    El Pontífice reinante (Pío XII), ante las persecuciones de que son objeto todos los cristianos, y en primer lugar los católicos, ¿cómo podía no apelar a los derechos del hombre, a la tolerancia, a la libertad de conciencia, cuando precisamente de tales derechos se hace una masacre tan detestable?

    Son estos derechos del hombre los que él ha reivindicado en todo el campo de la vida intelectual y de la vida social en su Radiomensaje de Navidad de 1942, y más recientemente en el Radiomensaje de Navidad de 1952, a propósito de los sufrimientos de la "Iglesia del Silencio" (la que padece bajo el comunismo soviético).

    Queda, pues, claro cuán torticera es la pretensión de que el reconocimiento de los derechos de Dios y de la Iglesia, tal como existió en tiempos pasados, sea inconciliable con la moderna civilización, como si fuese un retroceso aceptar lo justo y verdadero en todos los tiempos.

    A un retroceso a la Edad Media apunta, por ejemplo, el texto siguiente de un conocido autor: "La Iglesia católica insiste en este principio: que la verdad debe tener preferencia sobre el error, y que la verdadera religión, cuando se la conoce, debe ser ayudada en su misión espiritual con preferencia a las religiones cuyo mensaje es más o menos deficiente y donde el error se mezcla con la verdad. He aquí una simple consecuencia del deber del hombre con la verdad. Sin embargo, sería totalmente falso concluir que este principio no pueda aplicarse más que reclamando para la religión verdadera los favores de un poder absolutista, o la profesión de las dragonadas, o que la Iglesia católica reivindica de las sociedades modernas los privilegios de que disfrutaba en una civilización de tipo sacerdotal como fué la de la Edad Media."

    Otro autor objeta: "Casi todos los que hasta ahora procuraban considerar el problema del "pluralismo religioso" chocaban con un peligroso axioma: aquel que afirmaba que sólo la verdad tiene derechos, mientras que el error no tiene ninguno. En efecto, todos advierten hoy que ese axioma es falaz no porque pretendamos reconocer derechos al error, sino simplemente porque coincidimos en esta verdad de Perogrullo: que ni el error ni la verdad —meras abstracciones— son objeto de derecho ni son capaces de tener derechos, o sea, de crear deberes exigibles de persona a persona."

    A mí me parece, en cambio, que la perogrullada consiste más bien en lo siguiente: que los derechos en cuestión gozan de un magnífico sujeto de inherencia en los individuos que se encuentran en posesión de la verdad y que los individuos, en cuanto andan errados, no pueden exigir igualdad de derechos.

    Ahora bien, en las encíclicas que hemos citado se afirma que el primer titular de tales derechos es el mismo Dios; de donde se deduce que sólo están en el verdadero derecho aquellos que obedecen a sus mandamientos y están en su verdad y en su justicia.

    En conclusión, la síntesis de las doctrinas de la Iglesia en esta materia han sido expuesta también en nuestros días clarísimamente en la Carta que la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades envió a los Obispos del Brasil en 7 de mayo de 1950. Esta carta, que cita continuamente las enseñanzas de Pío XII, pone en guardia, entre otras cosas, contra los errores del renaciente liberalismo católico, el cual "admite y alienta la separación de los dos poderes (Iglesia y Estado)"; rehúsa a la Iglesia cualquier poder directo en materias mixtas; afirma que el Estado debe ser indiferente en materia religiosa... y debe reconocer la misma libertad a la verdad que al error; que a la Iglesia no le pertenecen privilegios, favores y derechos superiores a los que se reconozcan a otras confesiones religiosas en países católicos", y así sucesivamente.

    (14) A.A.S., vol. XXXV, p. 244.

    (15) A.A.S. vol. XXXV, pp. 13 y 14.



    Última edición por ALACRAN; 13/10/2020 a las 00:25
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Re: “Nacional-catolicismo”: se limitó a plasmar los deberes del Estado con la Religió

    CONTRASTE ENTRE LA LEGISLACION ESPAÑOLA Y LA SOVIÉTICA

    Tratada ya la cuestión bajo los aspectos doctrinales y jurídico, se nos permitirá hacer un pequeño examen de su aspecto práctico.

    Queremos hablar de la diferencia y de la desproporción entre el clamor levantado contra los principios que hemos expuesto, aceptados por la Constitución española [Principios Fundamentales del 18 de Julio], y el escaso sentimiento que todo el mundo laicista ha demostrado ante el sistema legislativo soviético, opresivo de todas las religiones. Y, sin embargo, como consecuencia de este sistema, son innumerables los mártires que languidecen en los campos de concentración, en las estepas de Siberia, en las cárceles y las falanges de los que con su vida y con toda su sangre han sido víctimas hasta el último extremo de tanta iniquidad.

    El artículo 124 de la Constitución staliniana, promulgada en 1936, en intima conexión con las leyes sobre las asociaciones religiosas de los años 1929 y 1932, dice textualmente: "Con el fin de asegurar a los ciudadanos la libertad de conciencia, la Iglesia queda separada del Estado y toda enseñanza separada de la Iglesia. La libertad de profesión religiosa y la libertad de propaganda antirreligiosa quedan reconocidas a todos los ciudadanos."

    Aparte de la ofensa hecha a Dios, a toda religión y a la conciencia de los creyentes garantizando en la Constitución la plena libertad de propaganda antirreligiosa, propaganda que se ejerce del modo más licencioso, hace falta poner en claro en qué consiste la famosa libertad de religión garantizada por las leyes bolcheviques.

    Las normas vigentes que regulan el ejercicio de los cultos están recogidas en la ley del 18 de mayo de 1929, la cual da la interpretación correspondiente a la Constitución de 1918, en cuyo espíritu está informado el artículo 124 de la Constitución actual. Se niega toda posibilidad de propaganda religiosa y se garantiza sólo la propaganda antirreligiosa. En lo que respecta al culto, sólo es permitido en el interior de las iglesias. Se prohibe toda posibilidad de formación religiosa, sea con discursos, o con impresos o con periódicos, libros, opúsculos, etc. Se impide cualquier iniciativa social o de caridad, y a las organizaciones inspiradas en estos ideales se las priva de' todo derecho para dedicarse a hacer el bien al prójimo.

    Todo esto puede encontrarse en la exposición sintética que de tal estado de cosas hace un ruso soviético, Orlenskij, en su opúsculo sobre "Las leyes relativas a las asociaciones religiosas en la República Socialista Federal Soviética Rusa" (16): "La libertad de profesión religiosa significa que la acción de los creyentes en la profesión de sus propios dogmas religiosos queda limitada a su mismo ambiente y se considera como estrictamente ligada al culto religioso de una o de otra confesión tolerada en nuestro Estado. En consecuencia, toda actividad de propaganda o de agitación por parte de eclesiásticos o de religiosos, y mucho más de misioneros, no puede considerarse como actividad permitida por las leyes sobre asociaciones religiosas, sino que se considera como exorbitante de los límites de la libertad religiosa tutelada por las leyes, y por tanto, como falta a ellas, será objeto de las oportunas disposiciones penales y civiles."

    La lucha contra la religión la conduce el Estado hasta en el campo de todas aquellas actividades que lleva consigo la práctica del Evangelio, lo mismo en la moral que en las relaciones sociales entre los hombres. Los soviéticos han comprendido que la religión está íntimamente unida a la vida de los individuos y de la sociedad. Por tanto, para combatir la religión enfocan todas sus actividades en el campo educativo, en el moral y en el social. Veamos el testimonio de un comunista, autor del artículo "Constitución staliniana y libertad de conciencia", publicado en "Sputnik Antirreligioznika" (17):
    "El propagandista religioso debe recordar siempre que la legislación soviética, aunque reconoce a cualquier ciudadano libertad para practicar actos de culto, limita, al mismo tiempo, las actividades de las organizaciones religiosas, que no tienen derecho para inmiscuirse en la vida políticosocial de la U. R. S. S. Las asociaciones religiosas, única y exclusivamente, pueden ocuparse en asuntos que tocan al ejercicio de su culto y nada más. Los sacerdotes no pueden publicar escritos oscurantistas ni hacer propaganda en las fábricas, ni en las oficinas, ni en los Koljoses, ni en los Sovjoses, ni en los clubs, ni en las escuelas, de sus ideas reaccionarias y anticientíficas. En virtud de la ley de 8 de abril de 1929 les está prohibido a las asociaciones religiosas fundar cajas de socorros mutuos, cooperativas, sociedades de producción y, en general, utilizar los bienes que se encuentran a su disposición para fines distintos de los comprendidos en el ámbito de sus necesidades religiosas."

    Por tanto, antes de arrojar la primera piedra contra los gobernantes católicos que cumplen su deber respecto a la religión de los ciudadanos de su país, los tutores de los "derechos del hombre" deberían preocuparse de esa situación tan ultrajante a la dignidad del hombre, sea cualquiera la religión a que pertenezca, creada por un poder tiránico que pesa sobre más de un tercio de la población del universo

    (16) Moscú, 1930, p. 224

    (17) Moscú, 1939, p. 131-133
    Última edición por ALACRAN; 14/10/2020 a las 18:19
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Re: “Nacional-catolicismo”: se limitó a plasmar los deberes del Estado con la Religió

    CULTOS TOLERADOS

    También la Iglesia reconoce la necesidad en que pueden encontrarse algunos gobernantes en países católicos de conceder por diversas razones la tolerancia a otros cultos. Enseña León XIII: "Aunque la Iglesia juzga que no es lícito que los diversos cultos gocen de los mismos derechos que sólo corresponden a la verdadera religión, sin embargo no condena a los gobernantes que para conseguir un bien mayor o para evitar algún mal han de tolerar en la práctica la existencia de diversos cultos en el Estado que gobiernan" (18).

    Pero tolerancia no quiere decir libertad de propaganda que fomente las discordias religiosas y turbe la segura y unánime posesión de la verdad y de su culto religioso en países como Italia, España y otros.

    Refiriéndose a las leyes italianas sobre los "cultos admitidos", Pío XII escribía:
    "Cultos tolerados, permitidos o admitidos"; no discutiremos una cuestión de palabras. La cuestión viene resuelta luego, distinguiendo entre texto estatutario y texto puramente legislativo. El primero es, por su misma naturaleza, más teórico y doctrinal, y en él cuadra mejor el calificativo de "tolerados". Extendido esto a la práctica, pueden aceptarse, sin embargo, las palabras "permitidos o admitidos" con tal de que se entienda lealmente, o sea, que quede claramente entendido que la religión católica, y sólo ella, según el estatuto y los tratados, es la religión del Estado, con las consecuencias lógicas y jurídicas de tal situación de derecho constitucional. especialmente en orden a la propaganda. No es admisible que se admita por dichas palabras una libertad absoluta de discusión, comprendiendo en ella aquellas formas de debate que pueden fácilmente engañar la buena fe de auditorios poco cultos y que fácilmente se transforman en modos disimulados de una propaganda dañosa a la religión del Estado, y, por esto mismo, perjudicial también al Estado precisamente en aquello que tiene de más sagrado la tradición del pueblo italiano y que es más esencial para su unidad" (19).

    Pero los no católicos que querrían llegar a evangelizar los países de donde salió para ellos la luz del Evangelio, no se contentan con las concesiones que les permite la ley, sino que querrían, contra la ley y sin someterse a sus prescripciones, tener licencia plena para romper la unidad religiosa de los pueblos católicos. Y se lamentan si los gobiernos cierran capillas que se abrieron sin la autorización requerida o expulsan a sedicentes "misioneros", entrados en los países con fines distintos los que habían declarado para obtener el permiso.

    Es significativo que en tales campañas cuenten entre sus más fuertes aliados y defensores a los comunistas, los cuales, mientras en Rusia prohíben toda propaganda religiosa y establecen esta prohibición en los artículos constitucionales, son, en cambio, celosísimos defensores de todas las normas de propaganda protestante en los países católicos.

    Y hasta en los Estados Unidos de América, donde muchos hermanos disidentes ignoran circunstancias de hecho y de derecho referentes a nuestros países, ¡hay quienes imitan el celo de los comunistas para protestar contra la intolerancia, que perjudica a los misioneros enviados para "evangelizarnos"!

    Pero, por favor, ¿a santo de qué se ha de negar a las autoridades italianas el derecho de hacer en su propia patria lo mismo que hacen las autoridades norteamericanas cuando aplican con vara de hierro las leyes que tienden a impedir la entrada en su territorio o hasta para expulsar a los que son considerados como peligrosos por sus ideologías o nocivos a las tradiciones e instituciones de la patria?

    Por otra parte, si los creyentes de allende el océano, que recogen fondos para sus "misioneros" y para los neófitos que éstos conquistan, supiesen que la mayor parte de tales "conversos" son comunistas auténticos, a quienes no importa ni poco ni mucho el problema religioso, sino en cuanto se trata de ultrajar al catolicismo, mientras que les importa muchísimo disfrutar las subvenciones copiosas que reciben de ultramar, creemos que se lo pensarían dos veces antes de enviar aquellos fondos, que, en último término, concluyen en dar alas al comunismo.

    EN EL TEMPLO Y FUERA DEL TEMPLO

    Una última cuestión que frecuentemente se plantea. Trátase de la pretensión de aquellos que quisieran determinar, según su propio arbitrio y sus propias teorías, la esfera de acción y de competencia de la Iglesia para poderla acusar si traspasa esos caprichosos límites de "meterse en política".
    Es la pretensión de todos aquellos que quisieran encerrar a la Iglesia entre las cuatro paredes del templo y separar a la religión de la vida y a
    la Iglesia del mundo.

    Ahora bien: la Iglesia debe obedecer a los mandatos divinos antes que a las pretensiones de los hombres: "predicad el Evangelio a todas las
    criaturas"
    (20). Y la Buena Nueva se refiere a toda la revelación, con todas las consecuencias que ésta lleva a la conducta moral del hombre para
    consigo mismo en la vida doméstica, y para el bien de la "polis". "Religión y moral—nos enseña el augusto Pontífice—, en su unión estrecha,
    constituye un todo indivisible, y el orden moral y los mandamientos de Dios valen lo mismo para todos los campos de la actividad humana, sin
    excepción alguna. Hasta donde aquéllos llegan se extiende también la misión de la Iglesia, y, por tanto, la palabra del sacerdote, sus enseñanzas,
    sus admoniciones y sus consejos a los fieles encomendados a su custodia. ¡La Iglesia católica no se dejará jamás encerrar entre las cuatro paredes del templo! La separación entre la religión y la vida, entre la Iglesia y el mundo, es contraria a la idea cristiana y católica
    ."

    En particular, con apostólica firmeza, el Padre Santo prosigue: "El ejercicio de derecho del voto es un acto de grave responsabilidad moral, al menos cuando se trata de elegir a quienes son llamados a dar al país su constitución y sus leyes, especialmente aquellas que se refieren a la santificación de las fiestas, al matrimonio, la familia, la escuela, la reglamentación según la equidad de múltiples relaciones sociales. Corresponde, por tanto, a la Iglesia explicar a los fieles el deber moral que de aquel derecho electoral se deriva" (21).

    Y todo esto no por ambición de ventajas terrenales, no para arrebatar a los gobernantes civiles el Poder, al que la Iglesia ni puede ni debe aspirar —no quita los reinos terrenales aquel que da los celestiales"— sino por el reino de Cristo para que sea verdad la paz de Cristo en el reino de Cristo. Por esto la Iglesia no desiste de predicar y enseñar y de luchar hasta la victoria. Para ese fin la Iglesia sufre, llora y vierte sangre.

    Pero el camino del sacrificio es precisamente la ruta por la cual la Iglesia llega a sus triunfos. Es lo que recordaba Pío XII en su radiomensaje de Navidad de 1941 (22): "Nosotros miramos hoy, queridos hijos, al Hombre Dios nacido en una cueva para levantar al hombre hasta aquella grandeza de donde cayó por su culpa, para reinstaurarlo sobre el trono de libertad, de justicia y de honor que los dioses falsos durante siglos le habían negado. El fundamento de aquel trono es el Calvario: su decoración no es ni oro ni plata, sino la sangre de Cristo, sangre divina que desde hace veinte siglos corre sobre el mundo y enrojece la clámide de su esposa la Iglesia, y purificando,consagrando, santificando y glorificando a sus hijos se convierte en candores de cielo."

    ¡Oh Roma cristiana, aquella sangre es tu vida!


    ALFREDO, CARDENAL OTTAVIANI

    Discurso en el Ateneo Pontificio de Letrán


    Roma, 3 de marzo de 1953.



    (18) "Inmortale Dei", Acta Leonis XIII, vol. V, p. 141.

    (19) Carta del 30 de mayo de 1929 al Cardenal Gasparri sobre los pactos lateranenses

    (20) San Marcos, 16, 15

    (21) Discurso a los parrocos, A. A: S., vol. XXXVIII, p. 187.

    (22) A. A. S., vol. XXXIV, pp. 19 y 20


    Última edición por ALACRAN; 14/10/2020 a las 18:17
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

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