La herejía de Arrio consistía en creer que Cristo no era Hijo de Dios, sino una criatura suya, la primera que hizo. Es decir, que no era engendrado de Dios sino creado y que tampoco había existido desde siempre. Esta herejía llego a estar muy extendida y poco faltó para que se impusiera oficialmente, pero lógicamente la Providencia no lo permitió.