Es lógico que a falta de catecismos, de formación religiosa (tanto en predicadores como en docentes), y de carencia de aceptación del principio de autoridad, no haya más remedio que apelar a fenómenos de impresión, magia y subjetivismo, tanto por docentes como por discípulos.
Es el signo más evidente de que entre nosotros el catolicismo, la religión, y el conjunto de la sociedad, han retrocedido hasta niveles propios de la Edad de Piedra y de los salvajes de la jungla. Por eso, la didáctica no tiene más remedio que degradarse en sus esquemas hasta el nivel en que convertiríamos a la religión al Hombre de las Cavernas.