LA MISIÓN DEL INTELECTUAL CATÓLICO EN EL MUNDO ACTUAL. (3)
"Equipado con todo este acervo de verdades que la fé le presta respecto del mundo, del hombre y de Dios, ¿cuál debe ser la actitud del intelectual católico?
Responderé, primero, cuales no deben ser. Después analizaré las posibles actitudes positivas.
La primera actitud que no debe tomar es la despreocupación. La fé, hemos dicho, además de acervo de ideas y de adhesión confiada es compromiso. La dialéctica de la fé exige a todo cristiano --más al intelectual, depositario de mayores dones o denarios--, el esfuerzo por hacer a muchos objeto de los dones que él ha recibido. La parábola de los denarios es suficientemente significativa. Jornaleros de Dios, cada uno debe cumplir su misión en el tiempo y el lugar que la Providencia le ofrece.
Esta despreocupación que, a veces, es síntoma de debilidad en la fé es, en otras, cansancio. El cansancio de los buenos de que habló Pio XII. Otras veces es retraimiento ante la hostilidad del medio. Pero nada de esto es razón para "pasar" de nuestra tarea. Ser cristiano no es nada fácil. Lo dijo el Señor: "Mirad que os envío como ovejas entre lobos".
Tampoco es posible la huida. No sólo la hostilidad; a veces, también la corrupción del medio produce en el cristiano la tentación de la huida. Pero tampoco es ésta la actitud adecuada. Se nos manda a trabajar a la viña, a predicar a todas las gentes, a enseñar a otros lo que gratis se nos ha dado. No se quiere que se nos saque del mundo, sino que se nos libre del mal. Aun aquél o aquellos que, por buscar más a Dios, se alejan del mundo, no serían justos si se olvidaran de que los que lo son lo tienen de sus hermanos del mundo y que su soledad se justifica por la unión con ellos a través de la oración a Dios.
Otra posible actitud es el desdoblamiento. Una actitud mundana para vivir en el mundo y una actitud religiosa para vivir con Dios. La vida y las convicciones religiosas quedan encerradas en el ámbito de lo privado. La vida social y política se rige por sus normas que no siempre coinciden, ni mucho menos, con la conciencia religiosa. Esta actitud hipócrita es frecuente en nuestros días. Hombres de fé, a lo menos aparente, optando con su voto o sus gestiones sociales o políticas, por posiciones absolutamente contrarias a lo que esa fé nos exige. Es un desdoblamiento de personalidad que sólo recibe un nombre: hipocresía, para con los unos o, para con los otros. La expresión evangélica es definitiva: "No podéis servir a dos señores."
Cabe otra actitud: la mundanización. Frente a la violencia que opone el medio lo más fácil es identificarse con él. Con ello se acaba la guerra. Pero ¿dónde queda entonces la misión del cristiano? Se le envía al mundo para que lo evangelice, no para que sea mundanizado por él. Se le envía como fermento de cambio --levadura--, como sal de la tierra. En el Imperio Romano se señalaba la diferencia que había entre los cristianos y los que no lo eran: "Viven una vida austera, no ofrecen sacrificio a nuestros ídolos, ni participan en nuestras bacanales, se llaman a sí mismos hijos de Dios..." ¿Sería tan fácil hoy distinguir a los cristianos de los que no son? ¿No estamos en un proceso de mundanización de los evangelizados? Concluyamos que tampoco es esta la actitud exigida al intelectual católico.
Queda, finalmente, la que estimo la única actitud posible: la encarnación. Estar en el mundo sin ser del mundo pero actuando evangélicamente sobre el mundo como fermento de transformación para la fé, para la esperanza, para la justicia, para la paz. El Señor nos lo ha enseñado en todas las parábolas del "Reino de Dios" y, muy particularmente, en la de la levadura y la del grano de mostaza.
Muy importante sería analizar ahora cómo, concretamente el intelectual católico realiza esta tarea de encarnación en una sociedad de las características de la nuestra.
No será necesario insistir en que el intelectual católico, hombre de ciencia y hombre de fé, debe vivir esta fé y la consiguiente vida religiosa como un adulto. Profundizando las verdades a las que he aludido más arriba como una vivencia, como una experiencia continua del encuentro con Dios. Esa profunda vivencia de lo trascendente le llevará a comprender mejor su área científica y a valorar en su justa medida sus conocimientos.
Por otra parte señalaba yo como la primera de estas características la confusión de ideas y la tergiversación de todos los valores. La tarea por excelencia del intelectual que de veras lo es y mucho más del intelectual católico es buscar y enseñar la verdad a Apóstoles de la verdad, a ellos van dirigidas las palabras evangélicas: "Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo."
No se les permite olvidarse o prescindir. La luz no se enciende --los dones no se dan--, para ocultarla bajo un celemín, sino para que ilumine alrededor. Menos aún permite corromper la Doctrina: Si la sal se corrompe, ¿con qué se salará? He ahí la gran tarea del intelectual católico: expandir la verdad. La verdad de las cosas --las ciencias-- como lenguaje o cifras en las que Dios se desvela y que, sin Él, no tiene sentido. La verdad revelada de Dios como lenguaje de Dios al hombre que sólo en comunión con Dios es inteligible.
Siento la necesidad de recordar una distinción sencilla pero frecuentemente olvidada. No es lo mismo lenguaje religioso que lenguaje teológico. El lenguaje religioso es el que nos sirve para hablar con Dios y desde Dios, desde la experiencia de lo santo. El lenguaje teológico es el que nos sirve, simplemente, para hablar de Dios. A veces, desde fuera de Él y con categoría y fórmulas no humanas sino mundanas. De ahí que tantas veces la Teología o los teólogos se disparen y hablen un lenguaje teológico vacío de religión y, por consiguiente, carente de sentido.
El intelectual católico habla de Dios, del hombre o del mundo o, lo que es igual, de la teología siempre dentro de la perspectiva o del marco de la trascendencia. Trascendencia que jamás es ni podrá ser un límite, sino un faro que le indica hacia donde está la verdad. El orden del macro y del microcosmos como huella de la Verdad, la presencia de la ley moral y su necesidad en el hombre y en la sociedad, el sentido de la vida, lo que el hombre puede y debe esperar... He ahí temas a los que el intelectual debe dar vida y calor en la conciencia de la sociedad en la que vive. Lejos de ser el pedante al uso, ocultando su vacuidad en palabras crípticas o logogrifos, el intelectual católico se sentirá servidor de la Verdad "que sólo se da a los que se hacen sus esclavos", en palabras de Sertillanges. Ella no necesita adornos porque ningún ropaje es comparable a su brillo. La escritura, la palabra hablada, el arte, la televisión, el cine, la radio, el teatro... Todos son canales de comunicación abiertos al intelectual católico para difundir el don de la fé y las conquistas de la ciencia porque no cabe duda de que su prestigio de científico será para muchos criterio de valoración de su fé.
Las injusticias sociales. Otra de las lacras de nuestra sociedad es la de las injusticias sociales. La fraternidad humana que proclama la fé tiene poco que ver con la que proclaman los hechos.
El desarrollo de las técnicas de producción en algunos países. Los fenómenos demográficos, la falta de cultura en grandes sectores de la humanidad, la desenfrenada ansiedad de tener y poder en los individuos y en los pueblos han conducido al casi infinito poder y bienestar de algunos frente a la insignificancia y miseria de los otros. Casi dos tercios de la población del globo viven infraalimentados y casi el mismo número viven bajo el terror de las decisiones políticas de los ahitos de poder. En estas circunstancias, afirmar la igualdad y la libertad de todos los hombres parece sarcástico.
Ante este hecho el intelectual católico no puede permanecer indiferente, porque la búsqueda de unos niveles mínimos de bienestar es condición indispensable para que el hombre busque los valores del espíritu y su verdadera felicidad. La pobreza libera de trabas, pero la miseria las crea insuperables para la búsqueda de la felicidad. Porque la paz y la justicia son componentes necesarios del Reino de Dios. Porque la fraternidad exige la libertad de la convivencia y la igualdad en la participación en los bienes. El intelectual ha de ser, debe ser, un apóstol de la justicia y de la paz.
Muchas son las ideas de fuerza que el intelectual católico puede aportar a esta tarea de instaurar la paz y la justicia. Una de ellas la proclamación de una Ley moral que afecta a todos los hombres por el hecho de serlo y que establece derechos y deberes, por encima de los intereses particulares y de los que da el hecho de ser ciudadano de un determinado país. Derecho a la vida, a la libertad, a los medios de subsistencia, a viajar por cualquier país mientras su conducta no sea reprochable. A todo eso, en fín, que hoy se llaman derechos humanos, derechos fundamentales, derechos inalienables, etc.; pero que, en realidad, son las leyes divinas impresas en la naturaleza humana. Por eso estas leyes, estos derechos humanos están por encima de los acuerdos, pactos y convencionalismos de los ciudadanos y de los pueblos. Más aún, fundamentan y son criterio de valor de todos esos pactos y convenciones. Su no observanacia priva de valor a toda ley positiva y justifica la desobediencia, activa o pasiva, de los ciudadanos, de acuerdo con las palabras de los Apóstoles: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres"
Otro punto clave es la opción por los pobres; pero sin olvidar que la oferta de salvación es para todos. Como hemos dicho, no es lo mismo pobre que proletario, proletarios hay hoy que tienen más y viven mejor que muchos de los llamados capitalistas. Por otra parte proletario es, recordamos, el que se siente inmerso dentro de una clase social y adscrito a una ideología que le pone como objetivo la destrucción de otra clase social y la conquista de un mundo material, nunca satisfecho, prescindiendo de toda trascendencia. Este mundo del proletariado es, pues, un mundo politizado. Tan politizado que ha intentado despojar a Cristo de toda divinidad y de su carácter de libertador del pecado y de la muerte para convertirlo en un ejemplo vivo de proletario luchador y líder de las clases anticapitalistas.. nada de esto significa optar por los pobres, los desposeídos, los marginados. El intelectual católico sabe que Dios llama a todos; que Dios quiere que todos los hombres se salven. Y porque, para lograr esa búsqueda de la salvación, hace falta un minimun de bienestar pide, en nombre de Dios, al rico que dé a su hermano y al pobre que se esfuerce por prestar diligentemente su trabajo. No condena a nadie. Pide a todos el cumplimiento de su deber y se da, con preferencia, al pobre y reclama de los poderes públicos la ayuda porque el pobre está siempre más indefenso. Es, de nuevo, el tema de la justicia. Y, a este propósito, nos recuerda el Papa Juan Pablo II: "El cristianismo reconoce la noble y justa tarea de la justicia a tdos los niveles, pero invita a promoverla mediante la comprensión, el diálogo, el trabajo eficaz y generoso, la convivencia, excluyendo solucionar por caminos de odio y de muerte". ( Mensaje del Papa a los Obispos de Perú. 16 de julio de 1986).
Así pues, contra el abuso de poder, reclama el poder de Dios sobre la tiranía de los individuos y de los pueblos y la justicia inmanente que, tarde o temprano, tomará venganza. Contra el exceso de bienes a costa de los pobres o los desamparados proclama el derecho a la igualdad y a la fraternidad de todos los hombres y el derecho radical de todos los hombres a los productos de la tierra, estén donde estén. Los problemas Este-Oeste y Norte-Sur tienen mucho que ver con estos principios y el hecho de honrar, recientemente, al P. Francisco de Vitoria en las "Cortes del Mundo" (ONU) no deja de ser un anuncio de nuevos pasos en este sentido. Es la proclamación de que, además de ser ciudadanos de un pueblo, somos ciudadanos del mundo. es lo que constituye la esencia del "Derecho de Gentes".
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Fin de la tercera y penúltima parte. Para entender ciertas referencias hay que recordar que el autor escribió el artículo en 1987.
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